6- El otro cielo, Alejandro Leibowich
6- El otro cielo
Se fueron
levantando uno a uno de la mesa. El subcomandante pateaba al ras del piso del
pasillo, conseguía sacar chispas que iluminaban espontáneamente el lugar.
- ¡Qué jugador! ¡Qué calidad! ¡Soy como Messi, o
Ardiles!
Mingonious lo miró con cierta compasión, y se le
ocurrió pensar que Sartre podría haber sido un buen relator de fútbol. Tenía
amplia perspectiva se dijo a sí mismo.
- Che Rucci, ¿te imaginás un partido de fútbol
relatado por Sartre?.
- Un partido de fútbol existencialista- dijo Luca.
- Bueno… yo por cable miro Crónica televisión, “siempre
junto al pueblo”.- contestó Rucci.
- Sí, lo trivial, lo truculento y sanguinolento en
folletín, tal vez retrate muchas veces las más oscuras angustias.- acotó
Mingonious.
Luca miró hacia los costados, puso cara de
circunstancia, y dijo en tono de confesión, dirigiéndose a Funk:
- Yo me levanto con la muerte, desayuno, estudio y
vivo con ella. Mientras no me pida divorcio no veo porqué negarla. Es una
realidad, carece de importancia si parece simple o compleja, es lo que hay.
Nada como la realidad verdadera.
Qué imbéciles que somos pensó Mingonious, y lo peor de
todo es que nos gusta serlo.
No somos más que caricaturas animadas de ayer y hoy,
pensó Rucci.
El pasillo reverberaba, y como siempre estaba lleno de
papeles, las paredes, el piso, y el techo.
El subcomandante escuchaba sordos gritos, y desde el
aula de "Los yeites perdidos" llegaban martillazos.
Alzó la vista y se encontró con los obreros vestidos
de mameluco, que combatían con todas sus fuerzas contra algo que no se podía
distinguir bien.
- Mirá Mingonious, están tratando de sellar las puerta
del aula!
Funk no salía todavía de sus vagos pensamientos, pero
algo lo asombró.
Eran formas, o algo así, con características humanas.
Parecían sólo un poco más densas que el aire. Pugnaban por salir.
Al estar más cerca el hipotético militar notó, que
estos entes tenían un código de barras impreso en lo que serían sus frentes.
- ¡Tenemos un boleto para viajar!- se escuchó ahora
claramente
Una frase, que parecía salir de múltiples gargantas y
voces borrosas.
- Empujá Javier, hay que retenerlos como sea- dijo uno
de los obreros.
Uno de los martillos cayó al suelo, pero el otro
trabajador se aseguró de recuperarlo rápidamente.
Rucci sintió un corte a la altura de su hombro
derecho, atinó a mirar, sangraba.
De repente una lluvia de proyectiles sin agresor
visible, los obligó a tirarse al piso.
- ¡Cuerpo a tierra, nos están tirando cuchillazos!- dijo el subcomandante, mientras una bocanada de calor arrasaba el pasillo
Mingonious trató de situarse en lo que Luca llamaba la
realidad verdadera, pero no podía encontrarla por ningún lado. Sentía que miles
de ojos los observaban, mientras una señal de fuego marcaba el aire, con
carácter infinito.
El océano de miradas descendía desde el patio, y
ejercía una presión de toneladas sobre el aire. Luces verdes y rojas se
disparaban hacia todas partes.
Parecer, esa es la definición de esta situación, pensó
Mingonious desde el suelo. Esto no es presente, ni pasado, no sé no cómo puede
narrarlo mi mente.
Observo el patio, y en medio de ese apocalipsis
indescriptible, en las pequeñas escaleras conversaban animadamente dos
muchachas.
Al costado de ellas había un sujeto con aspecto de
contador público, que trataba de cocinar una pizza con un encendedor.
La realidad estaba segmentada, y no sabía dónde
colocar cada cosa, cada hecho que sucedía.
Por algunas puertas entraban individuos ansiosos, con
caras inexpresivas, y parecían contar sus pasos. Volvían a entrar a las aulas,
o de dónde proviniesen y salían de nuevo.
- Me faltan tres pasos- llegó a escuchar Rucci, y la
voz era tremendamente metálica
Dos monedas de 25 centavos volaban por el aire, y
estaban a punto de cumplir con las leyes de la gravedad.
Algo le dijo al subcomandante, que si esas monedas
tocaban el suelo, el impacto sería terrible. Pensó en correr, correr como si en
eso se le fuese la vida.
Los cuchillos seguían siendo arrojados por fuerzas
invisibles, y se clavaban en las paredes que ahora parecían de cartón.
- ¡Corramos!, no queda otra, pronto esta lluvia de
cuchillos también cubrirá el suelo- dijo el hipotético militar
- ¡Hacia la puerta!- dijo Luca, desafiando toda
agresión existente.
Corrían, y Mingonious atinó a mirar a los obreros, que
seguían conteniendo a las fuerzas que parecían tener forma humana.
- ¡Tenemos un boleto para viajar!- gritaban las
múltiples gargantas y voces difusas.
Rucci sintió verdadero temor, si es que la palabra
verdadero podía ser aplicable a la situación.
Sus compañeros parecían invadidos por rayos x, ya que
podía ver sus esqueletos, que variaban en tonalidades verdes o rojas.
El gordo lamentó estar tan excedido en peso, pero sus
pies anhelaban la libertad.
- Malditos zurdos, esto debe ser obra de ellos- gritó
Mingonious
En eso giró el torso, y junto con las miradas, desde
el cielo se distinguió el saludo inconfundible.
- ¿Es Alberto Castillo?- gritó Rucci
- ¡No pelmazo! ¡Es el general!- contestó gritando
emoción Mingonious
En eso se sintieron dos terribles estallidos, uno
seguido inmediatamente del otro. El suelo parecía temblar y desintegrarse.
- ¡Las monedas!- gritó el subcomandante
Héroes débiles, como los de Dostoiesvski, pensó Luca


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