Entrevista a María Rosa Lojo: La verde transparencia de las mañanas y las lenguas propias. Alejandro Leibowich


María Rosa Lojo. Lectura en el Festival de Trois Rivières


“La montaña es un cambio en la respiración. Las botas comienzan a resbalar por la tela de musgos radiantes con que el monte se cubre y el aire se enriquece con el olor de las raíces expuestas a la humedad perenne y al silencio.
Más arriba cae el torrente de aguas de lluvia que se ve desde las ventanas del valle y en la corteza del invierno el bosque oculta tus memorias de antes de nacer. Una muchacha se sentaba allí para mirar el mar con sueños tercos. Tenía las ropas negras y las trenzas rojas y gritaba al futuro para que la escucharas. El grito era una canción que podía curar o levantar las almas de sus mezquinos territorios en camposantos remotos y extranjeros.
Cuando la canción concluía, ella te ordenaba en voz baja: me traerás mi rizo guardado en un relicario. Me traerás el corazón de tu padre en un papel de Biblia, aplanado y tranquilo como las hojas secas. Me traerás el rosario de tu comunión para que sus cuentas iluminen mi oscuridad y reflejen las caras de otro tiempo. Me traerás la tierra de la llanura para que mis huesos aprendan a bailar en el revés del mundo.
Me traerás tu deseo”. 

“Sempre en Galiza”, María Rosa Lojo



María Rosa con su primer mesa de escritora

Alejandro Leibowich

María Rosa escribió unas memorias mínimas, unas inconmensurables memorias mínimas. Martin Heidegger se refería al estado de “interpretando”, el cual sostenía que vivíamos en un sostenido constante, en una cadencia que nunca resuelve, nunca termina de caer. En música sería una dominante, algo en tensión que no quiere abandonar la misma, que nunca cae en la tónica, en un reposo real, que sólo permitirá el ya no estar. Un interpelar, preguntar, contestar para preguntar, preguntar para interpelar. Y ser porque tiene que haber algún algo que nos justifique. Y al mismo tiempo poder abrazar un dolor o carencia intrínseca, que sólo la persona puede sentir para cumplir con sueño íntegro conjunto en la convención. Un deseo próspero de posteridad de un inconsciente colectivo que se haga su yo, por lo tanto también mi yo. Habla de un vivir en tránsito y vivir la vida desde un “no lugar”. Con el peligroso “yugo” de envanecerse. El término yugo proviene del sánscrito y por etimología deriva en la palabra unión. En algunas regiones de España se echaba un paño o velo sobre la cabeza de la novia y los hombros del novio durante ciertas partes de la misa nupcial llamada de velaciones, en las bodas de rito hispánico, y que aún se puede usar a petición de los contrayentes que siguen el llamado rito común o romano. En contraposición, un efecto de yugo negativo se aplica en sentido figurativo a aquellas circunstancias y/o situaciones que te obligan a permanecer donde no se permanecería, en caso de disponerse de la libertad para ello. Pero hay un trazado común. Dada la tradición religiosa bíblica se podría decir que nacemos con alas al igual que los ángeles, con miras a ser mensajeros. Dueños de lo infinito e inmaculado. Sin necesidad de redimir nada, dado que nada hemos hecho que pueda sernos reprochado. Sin embargo siguiendo la línea del ser-ahí y de “arrojarse al mundo” lo cual es inevitable, la vida nos pone un traje de vida. Nos deja sin alas y nos atiene a las buenas costumbres que a la vez ahora sí nos reprocharán pecados. Sin importar la matriz laica o religiosa, “donde se ha hecho la materia de la sangre donde se oculta la luz de la memoria, aunque muchos de nosotros seamos vástagos de socialistas agnósticos o de comunistas ateos”. La cuenta a saldar es siempre el destino, yo creo que el destino se construye, que no puede haber una diáspora que conlleve una nada espontánea.

-¿Qué es ser escritor, María Rosa? ¿Qué función cumple hoy en día la palabra y su consecuente discurso, siempre expuesto a miles de lecturas posibles? Miles de razones, miles de “verdades”, antecedentes y consecuentes de epifanías y/o frustraciones.

Me parece que usamos una misma “palabra paraguas”: la “literatura”, para hablar de cosas muy distintas. Para muchos ser escritor es contar historias que entretienen a los lectores y que también pueden ser críticas de la sociedad en que vivimos. Eso es en parte verdad, pero no da cuenta ni de la totalidad de lo literario ni de lo que para mí es su médula, su eje, que pasa por la poesía. Esas historias que contamos se vuelven literarias solo cuando nos iluminan creativamente sobre la densidad y la complejidad de las vidas humanas, cuando disparan una multiplicidad semántica y nos arman un mapa simbólico (y por lo tanto polisémico, cargado de sentidos) de nuestra realidad.
Justamente, el corazón epifánico de la literatura, su poder revelador, están en el acto poético que construye metáforas y símbolos. La poesía es una apertura hacia una realidad multifacética, una ruptura de la percepción utilitaria, un flash que nos instala en otros lados desde donde mirar lo que somos, dónde somos, para qué somos.
En cuanto a la función social que se le atribuye a la literatura en general y a la poesía en particular, creo que se ha diluido y/o trivializado. Incluso se ha invisibilizado casi por completo. En ese sentido al menos, creo que lo que mencionabas antes sobre el “yugo del envanecimiento” no tiene hoy mucho asidero en la realidad material ajena al mundillo literario.
Cuando yo era adolescente los escritores en la Argentina eran figuras públicas a las que se les preguntaba todo tipo de cosas. Eso, confieso, me fastidiaba bastante. Me parecía absurdo que Borges, por ejemplo, tuviera que opinar sobre cualquier tipo de asuntos, desde el fútbol hasta la meteorología. Pero la mudez o la insignificancia social de los escritores del presente, me parece casi peor. En la televisión argentina (salvo por los programas culturales específicos, que resisten heroicamente) nunca son convocados para hablar de lo que saben y hacen. Si están en algún programa de interés general es porque, entre otras cosas, escriben sobre la situación política argentina del momento y solo acceden a los medios para hablar sobre ella.
Ni siquiera los novelistas exitosos que se ocupan de temas preferidos por el gran público son invitados. Para qué, si lo que importa no es el modo literario de contar las historias (que es también y sobre todo un modo de conocimiento) sino los hechos del día a día, que suelen ser construidos por la prensa y consumidos por la gente desde perspectivas parciales, por lo general político-partidarias, manipuladas por eslóganes ideológicos y por intereses económicos.
En ese mundo no tiene lugar la poesía de la literatura como experiencia de conexión existencial profunda y multidimensional. Pero no todo está perdido. Hay que ir a las escuelas. Enseñar a leer. O dar de leer, como decía Daniel Pennac. Desde ese lugar primero y primario tal vez se pueda recuperar para nuevas generaciones, el valor de la poesía (y de la literatura en su función poética) como percepción ampliada del mundo.

-Abelardo Castillo decía que se escribe por un problema de “emisión entre quien dice y quién escucha”. O sea que lo que para muchos es una virtud objeto e incluso culto de vanidad, para él era casi un defecto, hasta una incapacidad. Diría eso pero ese “defecto” en su caso generó una de las obras literarias más interesantes que yo leí en español, y de acá, desde Buenos Aires, Argentina. El escritor tiene un mundo secreto en el cual como vos decís puede ser una suerte de Dios y generar vida, anhelos, hojas de ruta que no estaban y también lo contrario. Todo desde una soledad que aprendió a usar a su favor en un intento de rebelarse de cierta forma sobre lo establecido. El trabajo es solitario y arduo. Contaba Antonio Agri, que fue uno de los violinista de Ástor Piazzolla (mi preferido, dado el caso), que una vez coincidiendo en el hotel con Yehudi Menuhin en un día y a distintas horas lo escuchaba tocando muy lento la misma nota. Esto le extrañó tanto que fue y le tocó la puerta ya por la noche para preguntarle: ¿qué estaba haciendo, dónde estaba la obra que estudiaba? Se supone que le respondió: “Estoy trabajando el sonido, mientras estudio solamente escalas”. La música para el común en un grado más “abstracto”, cumple una función similar a la de la palabra que sería el comunicar dentro de un contexto, dentro de un discurso. El escritor trabaja la palabra.

Sí. Los escritores trabajamos la palabra. Para eso estamos. Una excelente crítica literaria: Mónica López Ocón (Tiempo Argentino), me hizo un reportaje que tituló justamente, tomando una frase mía de la conversación que mantuvimos: “Considero que soy una artesana de la palabra” (https://www.tiempoar.com.ar/nota/maria-rosa-lojo-yo-considero-que-soy-una-artesana-de-la-palabra). Creo que la deuda pendiente con mi abuela Julia (que también me enseñó a leer antes de ir a la escuela, pero no logró que aprendiera a coser ni a bordar) la saldé escribiendo. Pongo en el plano virtual y verbal toda esa paciencia, minuciosidad, arte de la combinación y la textura que esas actividades manuales implican. Lo que no hago con las manos lo hago con la imaginación laboriosa.
Por supuesto que Abelardo Castillo (un admirable escritor) tiene razón cuando habla de una cierta “incapacidad”. En “Mi obra maestra” (una película argentina reciente muy divertida, pero también profunda) el personaje del pintor, interpretado por Luis Brandoni, le aconseja al aspirante a convertirse en su discípulo que abandone la idea, porque él es una persona afortunadamente normal que puede hacer muchas otras cosas mientras que los artistas sufren una especie de “discapacidad” que los inhibe casi para cualquier otra tarea de la vida. Esa figura de Menuhin, encerrado, trabajando una sola nota, tiene que ver tanto con la obsesiva artesanía como con la “discapacidad”. Muchas veces pensé (y por cierto que no fui la única en hacerlo; recuerdo ahora un comentario tuyo sobre Stockhausen, que se sentía así) que afuera estaba el ancho mundo libre donde los demás podían dispersarse en cualquier esparcimiento o en actividades y trabajos disfrutables, de otra índole, mientras que yo seguía inexorablemente atada a la consecución de una obra que ni siquiera dependía del todo de mí, y sin saber, por supuesto, si me iba a salir bien o no, si todo el esfuerzo valdría la pena. Porque la creación es no solo trabajo sino escucha. Siempre hay que estar esperando: revelaciones, disparadores, señales que indiquen el camino a seguir mientras por otro lado, acumulamos reflexión e información.
Podría hacer un paralelo con el período de ascesis que antecede al encuentro místico. Las etapas previas de bloqueo, de impotencia, de aridez, de esfuerzo en apariencia estéril, que necesariamente preceden a la apertura, la unión, el encuentro con lo buscado.


María Rosa Lojo a los 15 años

-Nos contamos historias, ahí supuestamente están todos los mensajes, los arquetipos, las líneas que podríamos seguir, las que nos justifican, y las que nos rehúyen. Hay animales con endoesqueleto, un esqueleto interno, como los humanos, y animales con exoesqueleto, como por ejemplo una langosta. Pero también hay animales que poseen ambos vértices que le dan un sostén e impiden el perderse, el desarmarse. Con la historia creo que pasa un poco lo mismo, en el sentido de nuestra historia, que nos mantiene y la historia conjunta que aviene al concepto de pertenencia a algo y nos cubre un poco la piel. Si es necesario haciendo las veces de coraza. ¿Qué personajes históricos te convocan? ¿Cuáles te sostienen o contienen y por qué?

En mi caso particular, la historia familiar y la historia colectiva del país en el cual nací no encajaban del todo. O encajaban de costado, oblicuamente, por alguno de los vértices. Mis abuelos gallegos, que se conocieron a principios del siglo XX, en Buenos Aires, y volvieron a Galicia, ya con dos hijos, a instalarse en la casa y las fincas que a mi abuelo Ramón le tocó heredar. Mis tíos nacidos en la Argentina, que regresarían a ella, y a los que les seguiría papá, en la posguerra civil. Mi mamá madrileña que tenía un tío (paterno) ya instalado en Buenos Aires. Pero el gran tronco, ancestral, era sin duda la historia colectiva de España, con algunas idas y retornos (en tiempos anteriores incluso a la generación de mis abuelos) de parte de las dos ramas, a lo que antes se llamaba “las Indias” y después fue “América”.
Me gusta mucho, me parece muy adecuada esa figura de los esqueletos. Cuando nací tenía solo un “exoesqueleto”: el único que pudieron legarme mis padres y que estaba afuera, apoyado en la otra orilla atlántica, en un país extranjero que mis padres consideraban como el único propio. Pero me faltaba el “endoesqueleto”. El que me asegurarse mi cohesión interna y mi vínculo con la tierra que estaba pisando. Ese me lo tuve que construir yo.
El punto de partida, como ya lo conté varias veces, fue la lectura de un texto de Lucio V. Mansilla: “Los siete platos de arroz con leche”. Lucio, que era sobrino y ahijado de Juan Manuel de Rosas, va a verlo a la vuelta de un viaje que lo había llevado hasta la India y luego a Europa cuando tenía apenas dieciocho años. Su poderoso padrino no había aprobado que lo mandaran a hacer ese recorrido que le parecía extravagante. Por lo tanto, es el primer pariente al que su sobrino visita, como para hacer las paces. La situación que ese relato describe me pareció realmente extraordinaria, por fuera de los cánones escolares de entonces, de los relatos oficiales. Todo era raro y nuevo para mí: desde una Argentina criolla, donde resultaba extraña una persona vestida a la moda europea (como Lucio). O la mansión de Palermo, mezcla de ministerio, palacio cortesano y hogar donde viven Rosas y su hija Manuela. El temible Dictador de muchos manuales escolares acá es un tío un tanto excéntrico, que tiene un dormitorio austero y una cama tan alta que puede balancear los pies sin tocar el piso cuando se sienta arriba. También es el escritor de un extenso mensaje que piensa leer a la Legislatura, muy consciente de que se acerca su final y el final de una era. Un mensaje que le lee primero a Lucio, de una manera a la vez tan seductora e imperiosa, tan apelativa, que el sobrino no puede dejar de escucharlo, fascinado, mientras le van trayendo, uno tras otro, siete platos de arroz con leche, que tampoco puede dejar de comer.
Creo que el efecto más poderoso de ese relato es mostrar a sus lectores la Historia nacional como un secreto de familia. Como si alguien levantara la punta de una cortina o abriera apenas una puerta para dejarnos mirar la intimidad de los protagonistas de esa Historia, a la vez familiar y colectiva.  
Por eso los Rosas-Mansilla se convirtieron en una especie de familia sustituta imaginaria para mí. Una familia outsider, un poco expulsada de la Historia argentina (como la mía propia de la Historia española) desde la que podía entender otras cosas de una Argentina a medias sumergida: la que fue vencida en Caseros.
Así me adentré en épocas anteriores a la modernización. Y vi cómo funcionaba un poder femenino aun dentro de la cultura patriarcal.
Así empecé a construirme mi endoesqueleto, como una baqueana que rastrea huellas sobre la tierra y desentierra fósiles que no están muertos; tan solo lo parecen. Encontré los pueblos originarios, las montoneras federales y las montoneras unitarias. Y leí a un Sarmiento que también era un caudillo a su manera, un gladiador literario, como en un texto lo llama Mansilla. Estudié los secretos de la seducción política y personal de doña Manuelita y leí los libros pioneros y originales de Eduarda Mansilla, la hermana de Lucio: criolla y cosmopolita como él. Escribí sobre toda esa gente en cuentos y en novelas, haciendo lo que debe hacer la literatura: ampliando la visión de la realidad y aportando a los nombres y los datos la densidad humana, en todas sus contradicciones.
Vi a la Argentina como un  país insólito, hecho de contrastes y de raras alianzas. Tramado por amores como metáforas vanguardistas, que a veces funcionaban y otras se destruían en fallidos fuegos de artificio. Me gustó ese país y lamenté (y lamento) que los fabricantes de eslóganes no lo vieran y lo aceptaran en toda su riqueza desconcertante.
 
-Narrame un poco si querés lo que fue tu familia, los que te pueden estar contemplando quizás desde un retrato sobre un piano habitualmente. Desde su mundo en sus “no presencias”, la “matria” para Unamuno o la tierra de los “patres”. Emigrantes, exiliados, autoexiliados. 
Si bien “no existen verdades, sino interpretaciones” hay hechos que no se pueden negar. No hay sofisma que pueda borrar una presencia y una historia personal, y los que estuvieron antes en cierta forma se “desbordan” y son vos. En este momento estamos hablando, son hechos, y deberán consecuencias. La vida sería un “arriesgue” a tracción de segundos. A una piedra no le podemos preguntar por su historia, “ha de quedar en la piedra” como decía Spinoza, citado por Borges. Él también decía quedar en él, “yo he de quedar en Borges, (si alguien soy)” pero él al menos lo podía contar, quedaron sus libros, ahí se “reconocía”. Su madre, su padre, Europa, el “Fervor por Buenos Aires”.

Sí, muchas de esas “ausencias presentes” están en retratos sobre el piano vertical: mis padres, mis abuelos maternos y paternos. Hay una foto de papá, muy joven, alistado en la Marina de Guerra de la República. Pero esas imágenes son solo la punta del iceberg. No solo por las otras fotos acumuladas en cajas, en álbumes y en lugares dispersos, sino sobre todo por las memorias que se inscribieron en relatos escritos y orales, en espacios interiores.
Mi familia tangible, la que estaba conmigo en la Argentina, era solo un fragmento de la familia completa. En este país vivían mis padres y mi abuela y en ocasiones, a la vuelta de sus viajes, paraba en casa mi tío Julio (artista de variedades, que había tenido una formación musical académica en Madrid y luego se dedicó al entretenimiento). También había dos hermanos de mi papá con sus hijos (tres primos en total). Y primos de mis padres. Mamá solo tenía unos tíos y una prima.
Todos los otros miembros de una familia numerosa, sobre todo del lado paterno, los vivos y los muertos, habían quedado en España. La conciencia de lo ausente era muy fuerte. Se hablaba habitualmente de personas que nunca habíamos visto y que tampoco estaba previsto conocer, al menos en un futuro cercano. Empecé a notar que esto no era común sobre todo al ir a la escuela, porque la mayoría de mis compañeras tenían abuelos, tíos y demás parientes mucho más al alcance.
Las historias y los contextos de las dos ramas eran bastante distintos. Mi familia paterna era campesina, del medio rural gallego. Durante siglos habían trabajado sus fincas; muchos hombres habían sido también marinos y pescadores; el padre de mi abuela fabricaba “dornas”: esos barcos adaptados de las naves vikingas que se siguen usando hoy en Galicia. En la familia de mamá, hasta donde yo sé había un bisabuelo militar, el capitán Calatrava que murió en la Guerra de Cuba, había gente de la burguesía de provincias, algún profesional, alguna pretensión de hidalguía, pero sin duda, más pretensiones que dinero. La pasión por la literatura me viene del lado materno. Y el sentido práctico y a la vez la fascinación por un mundo que conservaba muy vivo el sentido de cultura ancestral, integrada al cosmos, del lado paterno.
La novela Árbol de familia se inicia con una especie de memoria poética por parte de los dos lados. Recomiendo leerla; aun con los aspectos ficcionales que también tiene, da mejor idea de lo que hablo.


Soy la bisnieta de la hechizada, y también la bisnieta del armador de dornas de Porto do Son que una noche de tormenta desafió al diablo.
Soy la nieta de Ramón, quizá buen músico pero mal campesino, agnóstico y fumador incontinente, que se dejó administrar los últimos sacramentos sólo para que no murmurasen de su mujer y de sus hijos las malas lenguas.
Soy la nieta de Rosa, que trajo de Buenos Aires dos baúles colmados de ropa de cama y de fina mantelería, con encajes parecidos a los de Camariñas, y juegos de cubiertos bañados en plata que le robaron las cuñadas envidiosas, unas casadas y la otra soltera, a quien le faltaban bienes y le sobraban desdichas.
Soy la sobrina de Rafaeliño, el bígamo, que escondió bajo su nombre de arcángel y los ojos de cielo desteñido, dos matrimonios completos, ambos con hijos, por lo civil y por la iglesia, a uno y otro lado del océano.
Soy la hija remota de aquellos que hace siglos se desgarraron de Corcubión y de la Costa da Morte, y peregrinaron hacia las Rías Baixas, enloquecidos por el azote del mar en los acantilados del fin de la tierra, la piel como una costra de sal y de algas duras que luego se iría deshaciendo lentamente bajo las lluvias dulces de los valles.
Soy la hija inmediata de Antón, el rojo, que perdió el alma en su vejez, y se escapaba por las noches de invierno, semidesnudo y descalzo, a pescar truchas imposibles en un jardín de las afueras de Buenos Aires, y se veía en las gotas heladas del rocío como se había visto en las aguas del río Coroño, con su cara de niño.
También, por el lado de mi madre, soy la bisnieta de doña Adela (los labios rojos y la mantilla blanca) y del capitán andaluz, que murió en la guerra de Cuba defendiendo los últimos restos del Imperio.
Soy la nieta de su hijo el pintor, que no pasó de copiar inútilmente al Greco, y se ganó el pan decorando con rositas rococó las salas de recibo de sus clientes burgueses. Él, que fue amado por todas las mujeres para desdicha de la suya, era infiel, pero muy bueno. Desbordaba de amor  —decían sus defensoras— de puro generoso.
Soy la sobrina de Adolfo, el artista de varieté, que adoraba a Bing Crosby y a Buster Keaton, y que hubiera dado la mitad de su mala vista por nacer en Nueva York y no en Madrid.
Soy la hija de Ana, la bella, que jugaba a ser Hedy Lamarr, o Rita Hayworth, y que no hubiera dado un ápice de su belleza por nada del mundo, aunque siempre sufrió obstinadamente por carecer de fortuna, así como de habilidades lucrativas que acompañasen con alguna ventaja el vano resplandor de tanta hermosura.

Vengo de ésas, de ésos, como quien viene de tantos lugares que ha perdido la memoria de ellos y sólo lleva en el cuerpo la huella oculta de olores, sabores y sonidos y el eco, aún ardiente, de historias imprecisas. Esas historias quemadas a medias, en un rapto de vergüenza, como si fuesen papeles inconfesables, esas historias son como el tesoro perdido en un mar pirata y voy buscándolas sin brújula, con un mapa incompleto y ambicioso.”

Árbol de familia. Buenos Aires: Sudamericana, 2010. 1ª. ed. ]

María Rosa Lojo. Retrato (Leonor Beuter)

-¿Qué autores y lenguas te fueron nutriendo culturalmente?

Alguna vez hice memoria de ese itinerario en un ensayo “Confesiones de una lectora. Cómo leer me hizo escribir” (http://docplayer.es/4757514-Issn-2358-0410-anais-volume-1-2013.html, 7-22). Ahí recorro desde las primeras narraciones y poesías escuchadas (los antiguos romances españoles que sabía mi abuela Julia), y las lecturas iniciales, hasta la edad adulta. En mi casa familiar hubo siempre libros (mamá tuvo una pequeña librería en Madrid y era una apasionada lectora): libros clásicos españoles, europeos en general y algunos estadounidenses. Los libros argentinos fueron llegando más tarde. A pesar del mucho trabajo que me dio, leí el Quijote a los doce años (lo seguiría releyendo varias veces a lo largo de mi vida), y a los catorce a Lucio V. Mansilla, el primer autor argentino extraescolar que realmente disfruté. Había también en la biblioteca materna libros de escritoras (cosa que no sería tan frecuente en los programas de la Facultad de Filosofía y Letras, donde más bien brillaban por su ausencia), como la italiana Álba de Céspedes, la francesa Simone de Beauvoir, la estadounidense Pearl Buck, entre otras. En la adolescencia me interesaron mucho Borges y Dostoiewski (aunque ciertamente este último no era un autor muy apreciado por el primero); también leía teatro: los trágicos griegos desde luego, y otros autores contemporáneos: Tennessee Williams, Arthur Miller, e hice teatro en mi escuela; obras de Arthur Miller, como conté en la novela Todos éramos hijos (2014). Los autores y autores que leí de ahí en más y que me hicieron impacto son muchos y heterogéneos: Luis Cernuda (creo que toda la poesía española del ’27) y Rainer María Rilke, Hermann Hesse y Virginia Woolf; Joyce con sus Dubliners sobre todo; la Biblia y Voltaire, Bernard Shaw y Tagore, Marcel Proust y Oscar Wilde. Entre los argentinos me concentré especialmente, aparte de Borges, en Leopoldo Marechal, Ernesto Sábato, Olga Orozco, Sara Gallardo. También descubrí a Victoria Ocampo en la década entre los veinte y los treinta años y me fascinó su Autobiografía.
Esto en lo que se refiere a las lecturas literarias básicas. Pero podemos ampliar esta formación de base al campo general de las humanidades: filosofía, psicología, antropología, historia. Los presocráticos, Platón, Ernst Cassirer, Freud, Jung, Heidegger, Mircea Eliade, Lévi-Strauss, René Girard, Paul Ricouer, son algunos nombres fundamentales.   

-La primera hora alguna vez nos acontece a todos los que pasamos por lo que se conoce como vida. La tuya, tu hora cero tuvo lugar en Buenos Aires. Diste tu primer testimonio de presencia en 1954 y ya empezabas a hacer historia desde tu día a día. Solamente hablando de poesía, la que considerás tu fuente primaria desde lo creativo, publicaste ya más de diez libros, sin contar las novelas, cuentos, ensayos, investigación y microficción. Entre gran cantidad de premios en 1999 te otorgaron el del Instituto Literario y Cultural hispánico de California. Sos doctora en Letras por la UBA. Además de Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y colaboradora permanente del suplemento literario del diario La Nación. Tu obra recorrió una orbe pluricultural que puede contar a: Brasil, España, Portugal, Estados Unidos, México, Costa Rica, Alemania, Francia, Italia, Canadá, Venezuela y Tailandia. Generando a su vez también obras que derivan de tu obra, directa o indirectamente y siendo la misma objeto de estudio de muchos. Tu página oficial tiene citas notables que tratan de describirte como autora: “Una escritora de primera línea”, dijo Ernesto Sabato. “Hoy en la Argentina no hay nadie que escriba una prosa tan esmerada y expresiva”, Enrique Anderson Imbert (casi que pienso lo mismo que él después de leer algunas cosas tuyas). Esta que creo tremendamente certera: “Sin duda Lojo, es una maestra en combinar la historia personal con la colectiva”. dice Mónica López Ocón, Tiempo Argentino. “Una de las voces más originales y convincentes de la literatura hispanoamericana de hoy” dice el Corriere Della Sera. Se suman las impresiones que causaste en gente como Ursula K Le Guin, autores locales como Sebastián Basualdo, Página/12. Y desde suplementos como la Revista Ñ de Clarín, y La Nación.
Me contaste que autores que como Carl Jung te impactaron mucho en la juventud. Se pueden leer ecos del mismo en escritores ya clásicos como Hermann Hesse. En Demian, hay citas casi textuales. Vos soles tratar personajes icónicos femeninos de la historia desde “La princesa federal”, “Finisterre”, “Las libres del Sur”, “Una mujer de fin de siglo” o “Sólo nos queda saltar”, (del cual por cierto leí una excelente reseña de María Laura Pérez Gras). Un personaje icónico sea totalmente real dado el reflejo histórico del mismo o inspirado en alguien que existió inevitablemente se da con esta referencia arquetípica: es el reflejo, producto y reacción de una época que por exposición sea esta resultado de que se vuelve público sea en vida o en postvida queda posicionado allí maximizando cuestiones y convirtiéndose en una voz plural. Jung decía: “Un arquetipo es un modelo o ejemplo de ideas o conocimiento del cual derivan otros tantos para modelar los pensamientos y actitudes propias de cada conjunto, de cada sociedad, incluso de cada sistema. (...) Los arquetipos constituyen el inconsciente colectivo (idea que adopta Freud citando a su autor), fundamento de la psique, estructura inmutable, y finalmente patrimonio de toda la humanidad”.
Después de toda esta breve exposición, obviamente estoy siendo irónico y apelo a tu tolerancia, te pregunto: ¿cómo y desde dónde se cuenta un personaje histórico? Si no te es inconveniente extendete lo más que puedas.

Bueno, ante todo muchas gracias por ese resumen tan elocuente y generoso de vida y trayectoria. Con respecto a la pregunta concreta, es cierto que leí mucho a Jung de joven. Su psicología siempre fascinó a los artistas. A veces se lo simplifica. No hay que olvidar que los arquetipos son ambivalentes, polivalentes, estructuras imaginarias que siempre tienen (re) interpretaciones contextuales, y movilizan energías. Hay escritores que trabajan mucho en esta huella. Un caso muy ejemplar me parece el de Leopoldo Marechal, al que dediqué en aquellos años un largo ensayo crítico: “La mujer simbólica en la narrativa de Leopoldo Marechal”. Una de las conclusiones es que la narrativa de Marechal, en sus lineamientos simbólicos, puede leerse como un encuentro del yo con el Sí-Mismo, a través del Anima.
En el caso de las novelas que mencionás, abordo personajes históricos individuales y también personajes creados solo desde mi fantasía, pero los abordo primero sobre todo como individuos, aunque no es menos cierto que en la literatura las representaciones de lo individual tienen un alcance que impacta sobre lo colectivo. Esos personajes me interesan por sí, y desde las funciones que cumplieron, explorando diferentes facetas de la acción femenina. Manuela Rosas en el escenario del poder político; Eduarda Mansilla y Manuela Rosas desde la escena pública de la literatura y los tránsitos interculturales. Me han interesado mucho las mujeres como traductoras, mediadoras que conectan mundos culturales, que se reinventan en diversos roles, y van buscando libertad y autonomía, por caminos a veces oblicuos, dando rodeos, pero con obstinación. Por eso siempre incluyo migrantes en los personajes de ficción, como en Solo queda saltar, o Las libres del Sur, donde tienen papeles protagónicos.
En cuanto a cómo y desde dónde se cuentan los personajes históricos, siempre leo todo lo que se haya escrito sobre cada personaje que abordo, para analizar desde dónde conviene enfocarlos. Es la fase “heurística”, para tomar en préstamo un término que viene de la ciencia. La certidumbre con respecto al mejor enfoque sale de la revelación intuitiva. Siempre busco un ángulo que no se haya utilizado todavía. Por ejemplo, en La princesa federal (mi novela más popular, que tuvo varias ediciones) sucedieron dos cosas. Primero, quise desarticular el estereotipo de la “Manuelita víctima” creado por José Mármol en su novela Amalia y en el folleto Manuela Rosas, porque simplemente me parecía inverosímil. Justamente el hecho de leer esos textos desde nuestra época permite ver con claridad todo aquello que queda por fuera de esa construcción estereotípica, indudablemente marcada por valores de época e intereses de partido. Por otra parte, pensé en las estrategias narrativas que iba a utilizar, para ir armando otra imagen compleja, diferente, poliédrica, de Manuela Rosas. Y empezaron a ocurrírseme opciones. Pensé en alguien de la nueva generación que tuviese interés de conocerla, como Gabriel Victorica (personaje ficticio) y por otra parte en una voz del pasado que pudiera ser un testigo cercano de su desempeño en el régimen rosista junto a su padre. Y ahí aparece el diario de Pedro de Angelis (que es apócrifo, una invención literaria mía) y cuyo objeto es colocar al personaje de Manuela bajo otra visión que es a la vez externa e interna, próxima y diferente, porque De Angelis ha vivido en la Argentina y trabajado para Rosas, pero a la vez es un europeo, un extranjero. Me parece que eso le da a la novela un espesor particular.   

-Tu página oficial maríarosalojo.com.ar permite además de un acceso  notable a mucha documentación de tu obra y de tu trabajo, un testimonio fotográfico de tu acontecer realmente muy atractivo desde tus primeros años y se cuenta una foto de Sara Facio, muy linda por cierto desde lo expresivo que capta. Ella un poco en clave cándida después de haber sido la retratista de casi todos los escritores más destacados de la literatura argentina dice “lo que yo quiero es captar el alma del que fotografío, así como decían los indios, (hace referencia a los indios norteamericanos) apoderarme de ella”. Parece lograrlo.

Muchas gracias por tu apreciación. Faltan bastantes cosas, desde luego, porque el registro fotográfico que tienen las actividades literarias suele no ser muy abundante, y también es bastante precario. Los escritores (al menos, los normales, que no tenemos una “vida estelar”) no solemos viajar por el mundo con fotógrafos profesionales que testimonien lo que hacemos y no somos objeto de muestras a menudo. Pero algunos casos hay; el más importante para mí es esa foto de Sara Facio que en efecto es muy expresiva y que ella me donó gentilmente para mi sitio. Sara es una gran fotógrafa que además se especializó en escritores. Siento como un honor el figurar entre quienes despertaron su atención. Por otro lado seleccioné para el sitio algunas fotos testimoniales de mucho valor afectivo para mí, que cubren primeros años de vida y carrera. Otras las hizo mi hija Leonor, que es artista visual; creo que son muy buenas fotos, al margen de que se trate de mi hija. También en alguna de ellas estamos juntas, ya que tenemos un libro en común: El libro de las Siniguales y del único Sinigual. Otras fotos son de paisajes: lugares muy significativos para mi mundo imaginario, como la pampa central argentina y el cabo de Finisterre, en Galicia.
Pienso ir subiendo de a poco más imágenes, aunque me falta el tiempo. Apenas llego a actualizarlo con las novedades.


-Tengo tu libro “Esperan la mañana verde” en versión bilingüe (español-francés). Libro premiado que llegó por partida doble y en este mismo momento tiene también una joven, notable e interesante compositora musical, intérprete y directora de cine parisina a la que le atrajo tu obra: Madeleine Clair. Hace poco presentó un trabajo suyo en Calcuta, India y está pasando por algunos momentos especiales para ella. La palabra especial a veces puede incluir la palabra inconvenientes, sobre todo en plural. Pero ya debe haber visto esa tapa por cierto muy pop art de tu libro y leído en su idioma nativo “En attendant le matin vert”. Su trabajo fotográfico, me remite a la Nouvelle Vague, a Dreyer, y a la pintura de Degas, entre otros. Dado que ella es muy modesta, puede negarlo. Vos viste algún material suyo que te acerqué. Bien, voy a hacerte algunas preguntas partiendo de fragmentos de ese libro, como pretexto apuntando también a otras hojas de ruta que tomás de temática de acción. Dado que si bien en la poesía se “dice confundiendo” para provocar ciertos efectos, tal vez en un comentario al pie del autor, el mismo traiga nuevas iluminaciones. No siempre “la vida está en otra parte”, como decía Rimbaud.

Es una gran alegría que Madeleine Clair lea mi libro. Gracias a Anecdotario Urbano y a tu gentileza entré en contacto con sus interpretaciones, que me parecen maravillosas. Me parece una artista de gran talento.

Vampiros, dragones y otras metamorfosis

“asirlos entre las yemas de los dedos para devorarlos o encerrarlos
en frascos transparentes”. 

Transparencia

“Todos los atardeceres la mujer se sienta en el patio de la casa. Si alguien la acompañara vería cómo su cuerpo se vuelve transparente al compás de la sombra. Primero surge un mapa encendido de venas y de vísceras, luego, más abajo, una población de huesos huecos por donde el viento corre como un golpe de música.
La mujer sonríe y levanta un brazo en la noche incipiente.
Unos minutos más y se apagará el resplandor del hueso iluminado por canciones remotas y ocultará la piel el color de la sangre.
Cuando todo concluye, ella guarda la silla bajo el alero y vuelve a la cocina, llevándose el secreto de la transparencia del mundo”.

-Tu corte poético tiene un predominio visual muy fuerte que respira metafísica. Pero mezcla todos los sentidos tomando una gravitación y peso propio, cosa que en otras palabras decían autores como Cortázar. Él hablaba de que cada palabra contenía todas las cualidades sensoriales que disponemos. Y volviendo a lo visual era buen fotógrafo, si no me creen a mí lo debería haber dicho Antonioni, dado que “Blow Up” parte de un guión adaptado de “Las babas del diablo”, como es sabido.

El poder sinestésico de la poesía siempre me pareció un recurso fascinante y apelo a él cuanto puedo. Me gustaría que mis textos funcionaran (en el buen sentido) como una máquina de Matrix, donde los lectores se meten y reciben la ilusión de un mundo autónomo y pleno, donde todo se puede encontrar y concentrar en las palabras y las percepciones se cruzan.

María Rosa Lojo. Retrato (Leonor Beuter)

-En “El títere” escribís: “Se mueve para complacer a los otros, como todos los desamparados. Hará cualquier papel menos el propio”. ¿Buscabas un poco hacer sincronía con la idea victoriana de que todos cumplimos un papel previamente asignado teocéntrico a nuestro pasar en el mundo? Esta idea persiguió a autores que quisieron desligarse de este período histórico y de pensamiento como Oscar Wilde que con cuentos como “El fantasma de Canterville” con un humor muy propio buscaban reaccionar y despegarse de esto.

Bueno, sí, por un lado esa idea de que Dios hizo un modelo para nosotros, o de que existe en su mente un modelo de cada uno de nosotros (“The face I had before the world was made”, recuerda Borges citando a Yeats), me resulta a la vez seductora y muy controversial. Justamente porque los seres humanos, al menos dentro de la teología católica, también somos libres. Y falibles. Y quizás no queremos o no podemos seguir esa imagen predeterminada. Hay un poema anterior, de mi libro Visiones (1984) que dice así: “has visto nuevamente tu rostro de niño, tu rostro de hombre, tu rostro de anciano contra la imagen dorada, contra el modelo que fue desde el principio y que tu mano inhábil no logró dibujar.” La desviación es parte del camino.
El poema del títere tiene otro matiz: hay algo que solo cada uno de nosotros puede hacer. Dejar una huella en la vida no reemplazable por la de ninguna otra persona. Personal e insustituible como las huellas digitales. También está implícita la idea de que cada uno tiene algo así como una “medida” que colmar o que cumplir. Una posibilidad máxima de ser. Y eso es lo que la figura patética del “títere” no logra (o ni siquiera se propone). Es un parásito o un vampiro de otros seres, de otras vidas, de otras presencias. Asimismo, esta figura ambigua es como un símbolo de los escritores cuando impersonamos o representamos la vida de los demás.  
Todas estas cosas se me ocurren llevada por tu reflexión. No las pensé antes de escribir el poema. Pero creo que están ahí. ¡Gracias por preguntar!

Tu boca inadecuada

“Te darán un palmo de tierra para que lo bailes, y más allá de tu pie estará la muerte. Te darán unas palabras como un documento secreto que certifica tu vida, y no llegarás a pronunciarlas.
Si las dijeras, tu pasión sería indeleble como la eternidad, pero tu boca inadecuada no las conoce y los años las llevarán sin nacer con tu amor borrado y disperso, para que sean viento”. 

-¿Resulta un poco una metáfora y metonimia existencial?

Supongo que sí. Insisto: yo puedo interpretarlo, pero cualquier otro/a también. Lo que te diga no son cosas que he pensado programáticamente antes de escribir. Se me ocurren después, releyendo lo escrito y claro está que no lo reemplazan; siempre el poema es lo que no puede ser expresado mejor de otra manera; por eso se escribe. Creo que ese texto tiene que ver con la limitación de la vida humana: tanto en el breve tiempo que nos es concedido como en el acceso al conocimiento. Apenas tenemos un palmo de tierra para bailar. Y la revelación del sentido de nuestra existencia se nos escapa. Las palabras de ese “documento secreto” donde nuestro ser y valor se cifran y que da fe de nuestro valor no las podremos decir. Nuestra boca es “inadecuada”, no está a la altura de lo necesario. Pasaremos sin quedar. Todo se borrará y se dispersará en el viento de las edades.

Semejanzas

“Como un salto de animales por la rueda de fuego, como una caminata mortal sobre una cuerda de viento, en equilibrio sobre una tierra cortada, en puntas de pie sobre un cuchillo de hielo que se va deshaciendo a cada paso.
Así, el poema”. 

-Una definición de poesía, tal vez debería estar en el diccionario...

Ja. Es un poco larga para el diccionario. Al menos sí está en mi diccionario. Hacer el poema es una tarea de alto riesgo, en contacto con lo abismal. Claro que la vida misma es eso. Pero no lo advertimos habitualmente. Nos acostumbramos, nos anestesiamos en las supuestas seguridades y rutinas. Y la poesía nos despierta a esa conciencia. Es una de sus funciones.  

María Rosa Lojo y Leonor Beuter (hija)

El té de las cinco

“Pero hay otra mano tuya que vuelve a llenar la taza para tapar el fondo, para que no veas más, para no verte”.

-¿Chocamos desde las revelaciones personales con los hábitos, las costumbres y lo atrozmente trivial?

Los hábitos, las costumbres, lo atrozmente trivial nos “protegen” de las revelaciones. Nos embotan, nos aturden. Pero la fuerza de lo revelador, de la epifanía, empuja desde adentro. En la rutina de la taza de té puede abrirse lo abismal. Por eso aparece, implícita ahí, la imagen de la lectura de las hebras en el fondo: diagnóstico del presente, anticipación de lo porvenir que inquieta y perturba. Es mejor no verlo. Llenar la taza para tapar el fondo.

Dragones

“Los habitantes salen por la puerta del frente vestidos de humanidad,
las escamas del dragón van creciendo, tenaces y brillantes”

-Acá hablás un poco de la vida privada y la vida pública…

Sí, de acuerdo. Esa dualidad entre el interior secreto y lo que mostramos a los demás: las domesticaciones de la vida social, las normas, lo regulado, frente a lo indómito de una naturaleza que no se deja normalizar, que reivindica su singularidad, su derecho a la diferencia.

 El amor brujo

“El amor brujo –dicen- es una maldición luminosa que se transmite por la vista y se propaga rápidamente a todos los sentidos de un cuerpo domesticado por la insensatez y la desdicha.
El amor brujo puede tomar la forma de un ángel herético, de un gitano infiel o de una ferviente vocación equivocada. Es deslumbrante y disoluto, profesa la terquedad y la desmesura”.

-La vocación, los afectos, el magnetismo inexorable de la ambición y el deseo creo que andan un poco por acá. A todo esto, ¿te gusta Fernando Trueba como cineasta y Manuel de Falla como compositor? Ambos hicieron obras relacionadas con esta cuestión.

El amor brujo de Manuel de Falla es una de mis piezas preferidas y estuvo muy presente en la gestación de este poema. La obra de Fernando Trueba la conozco poco. Vi “La reina de España”, que me agradó sin exageración y creo que no mucho más. Lo que me sí sorprendió, hace poco, fue conocer la casa de Alta Gracia en la que Manuel de Falla pasó sus últimos años. Allí se exponen los testimonios de la vida que llevaba: monacal, extremadamente devota, diría que ingenua y normativamente devota. Me costó conciliar las dos imágenes: la del gran artista sensual del deseo que se transparenta en El amor brujo, y la del anciano enfermo y frágil, que vivía en Córdoba como un laico consagrado, junto a su hermana, dedicada a cuidarlo. Supongo, volviendo al poema que citaste anteriormente, que el dragón mágico encerrado en Manuel de Falla emergía solo en su música maravillosa.     

Queimada

“La queimada es un brebaje de alcohol, frutas y miel que arde en la primera noche del invierno para que el fuego de los inmortales pase a las venas de humanas criaturas y con su eterno Mal y su fuerza radiante las proteja de los mezquinos males transitorios”. 

La queimada –un ponche– es hoy día una tradición en Galicia. Parece que es menos antigua de lo que se cree. Pero sí tiene elementos populares, folklóricos, y un juego ambiguo entre el bien y el mal. En definitiva, es un rito de brujas que se hace paradójicamente para protegernos del mal. Bueno, casi como las vacunas, ¿no? Inocular algo de la enfermedad nos protege de que realmente esta se desencadene. El “mal” de la queimada entra así en una dimensión liberadora, purifica y expande. Por eso en el poema los que beben queimada se desdoblan, como los humanos-dragones. Mandan una copia de sí mismos, como todos los días, por los “caminos del trabajo”, mientras  ellos “brillan en las copas de los pinos, flotantes e inasibles como los fuegos fatuos”. 

-Antes de esta entrevista hablamos un poco de Nietzsche y sus trabajos tempranos. De la dualidad de dioses Apolo-Baco en los griegos, desde el concepto del yo y la pérdida del yo en un plural. De Lou Salomé y su poder de influencia y seducción. De la mala interpretación que se da de citas del filólogo y filósofo como “Dios ha muerto” y la teoría del “superhombre”. Por su formación luterana, Nietzsche recibió cierta educación musical, escribió sobre el tema, e incluso compuso de manera aficionada algunos “lieders”. Acá se apunta un poco a lo bacanal o dionisíaco para los romanos. El alcohol y la música según Nietzsche promovía esta elección de conducta. No así por ejemplo la escultura…

Sí. Nietzsche. El origen de la tragedia. Lo apolíneo y lo dionisíaco. Su gran intuición de dos tendencias que siguen presentes en la cultura a través de la Historia. Y su cuestionable nihilismo, por otra parte, ya que el ser humano (su “superhombre”) en definitiva asume el lugar de Dios.

Los ojos de dios

“Los perros vagabundos que anuncian funerales, los hombres atrabiliarios y las mujeres estériles son -dicen- los que comieron ojos de Dios y ahora deambulan por los bordes de la vida, ciegamente rencorosos y tristes porque alguna vez tuvieron y perdieron la más secreta irradiación del mundo”.

-¿Acá, hiciste uso de metáforas, o estamos en un terreno casi literal? Como resulte tu forma de describir esto tiene un vuelo muy alto.

Siempre son metáforas, ¿no? Pero creo que esto no es tan críptico. Veamos un posible sentido, por lo menos. Si alguien se encuentra con los ojos de Dios y se lo come, no puede verlos. Se los traga sin haber entendido nada. Se pierde la increíble oportunidad de mirar adentro de los ojos de Dios y a través de ellos, de ver lo que Dios ve. Y ni siquiera se da cuenta de lo que sucedió con ese exceso de ser que no puede procesar y que se le vuelve en contra. Es un equívoco patético. Esa idea reaparece en otros textos míos: que tenemos a Dios, o al sentido o a lo absoluto, o como queramos llamarlo, al alcance de la mano, ahí, en el lugar más inesperado y ni siquiera lo notamos. Nos perdemos la oportunidad.

Órdenes

“Todas las noches la mujer recibe un sobre donde están escritas las órdenes del sueño. Lo abre y enciende y enciende la radio dejando que la música persiga las palabras para ahogarlas en la lejanía de una voz”.
  
El sueño lleva a la mujer hacia un hogar ancestral, donde quizás nunca estuvo ella misma. Pero despertará y cuando lo haga tendrá que seguir merodeando, o quizá volverá a soñar y retornará al mismo sitio hasta que comprenda (o no) por qué lo hace. Y continuará moviéndose, en el flujo del tiempo.

-Un periodista especializado en rock tuvo una idea bastante interesante desde un plano aparentemente simple. Con un tiempo de distancia, años, le preguntaba a Luis Alberto Spinetta si tenía algún sueño recurrente. En realidad sólo lo hizo dos veces. “Luis, ¿tenés algún sueño recurrente? “Sí, que estoy tocando con Lennon””. Las dos veces las respuestas fueron aparentemente idénticas. La orden o al menos el deseo, la pulsión de vida, tal vez era seguir creando, y evocar algo de lo que lo llevó a crear.

Riesgos

“Ella se expone a los ruidos de la casa vacía. Corre su riesgo y aguarda que el zumbido de la heladera propulse las habitaciones hasta las puertas de un jardín que no pertenece a la vida”. 

En ese poema hay una mujer, confinada en los lugares comunes de la vida doméstica (así se llama la parte del libro a la que el poema pertenece) que está haciendo un duelo. Su dolor y su memoria la proyectan más allá de lo que ve. Sobre todo la memoria de la música: “Ella pone a girar, una y otra vez, la misma canción de Freddie Mercury donde en la voz de un ángel se transparenta el rostro de todos los ausentes.”

-Tus impresiones parten de la actualidad, y por cierto se sostiene que se busca nuestra sintonía, nuestro sonido propio en lo que nos rodea. pero me permito un comentario histórico relacionado con temáticas que abordás. Hasta cierta altura del siglo XX, pongamos la época del tango de la vieja guardia como parámetro, la misma de Arlt. El conocimiento promedio de un ciudadano más bien ajeno a temas culturales llegada su vejez era equiparable al de un diario culto en su edición dominical. El inmigrante recién llegado saliendo a su trabajo, que por ejemplo podía ser una fábrica o un frigorífico mal o bien aprendía a manejar el idioma local. La mujer en general solía quedarse en su casa, (aunque algunas también trabajaban en lugares similares), con labores que la condicionaban a una menor exposición al lenguaje y por consiguiente a una menor adaptación al medio. Pero había una contraposición en esto. Dadas cuestiones de sobrevida, quedaba en las mujeres guardar la historia familiar. Sin saberlo estaban ejerciendo una ciencia.

Golpeando a las puertas del cielo

“Knock, knock, knocking at Heaven´s door...”
Bob Dylan

“Golpeando a las Puertas del Cielo para pedir prestada una taza de
azúcar, medio limón, un vino, dos cucharas de aceite necesarias”

-Acá por parcelar tu poesía tal vez no se note que estás hablando de la gente que pide, de la pobreza y del desamparo. Lo menciono, por las dudas. Seguramente conocés las virtudes cardinales que ya aparecen en “La República” de Platón e intentan ya ser parámetros desde donde se rige la moral: Justicia, Prudencia, Fortaleza, Templanza. A las mismas se le agregaron como también sabrás posteriormente las teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Hablame, si te parece sobre tus impresiones e incluso sugerencias sobre temas como moral, religión y carencias (materiales, espirituales).

Nunca había pensado en ese texto poético desde el punto de vista de las virtudes. Más bien desde el lado del infinito deseo. Porque “la codicia de la suplicante no tiene medida”. Porque no quiere solo algo, un poquito. Lo que quiere es todo. La plenitud de la vida, la inmortalidad, la eternidad, la fiesta eterna del paraíso. Que Alguien le diga por qué y para qué. Por qué vivió, envejeció, luchó, se deterioró. Por qué sigue, todavía, ahí, con su platito, con su taza vacía, sin saber nada. Sin que nadie le dé nada. Habla de todas las pobrezas, materiales y espirituales, a las que los humanos estamos sometidos. Pero, ahora que me planteás la cuestión de las virtudes, creo que sí hay un ejercicio virtuoso en esa obstinación. Aunque enojada con el Señor que nunca está, que siempre se hace negar, no ceja en el intento. Tiene fe en que el “Señor” existe, que está ahí (aunque oculto) para responder. Y tiene esperanza (aun “torpe, obstinada, por el árbol roto”) en que ese “Señor” ausente, silencioso, algún día responderá a su pedido.
No sé si es justa, prudente, templada. Pero sin duda es fuerte. Resiste a todo. Continuará resistiendo, contra la soledad, el vacío, el sin sentido.

-Bien, nos vamos despidiendo de esta entrevista aunque de una forma u otra puede que tengamos un diálogo permanente. Gracias. 



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