El corazón tempestuoso de una bahía profunda: Florencia Lobo. Alejandro Leibowich



Florencia Lobo

Alejandro Leibowich


Lo que ocurrió realmente no muere en certezas. Cuántas fueron las sesiones que realizó Bill Evans para “Conversaciones conmigo mismo” (Conversation with Myself). En esa noche llena de nubes lentas, cielos cifrados, deambulantes, y humo. Que eran de fuego interno, e intensidad de diálogo. Y por cierto, por fuera del bar, detrás de los vidrios empañados. Seguía la visión limitada, sesgada en cierta forma por una niebla invisible, que era lluvia. Jim Hall decía, entre risas y toses, que fueron cuatro sesiones, al menos alguien lo escuchó. Escuchó su voz, risas y toses atrapadas por un pensamiento en seis cuerdas. Pero es difícil de probar. El horario de entrada y salida, ese reloj y el estudio de grabación registran oficialmente tres sesiones. Tal vez, omitiendo una (prueba de sonido/sesión), que quedó como hundida en bohemia y cerveza. Por cierto, también en revisiones de finanzas. Porque Bill tenía problemas con esos temas, entre tantos temas.

La versión oficial descuenta la primera y dice: “Grabado en tres diferentes sesiones de estudio los días 6, 9 de febrero y 20 de mayo de 1963. Evans grabó este álbum utilizando un controvertido método de overdubbing (sobregrabándose a sí mismo). Para cada canción se grabaron tres pistas de piano diferentes, usando para ello el que pertenecía a Glenn Gould.”

De todos modos se entiende que Evans (que en ese momento repasaba conceptos de interpretación modal superpuesta, porque quería volver a una forma de escucha e interpretación clásica, pero algo surrealista al mismo tiempo, y sin serlo de verdad, como buen surrealista, y ser al mismo tiempo contemporáneo, mientras se sumergía en la filosofía zen) estaba utilizando el piano de quien está considerado el mejor intérprete de Bach de la historia. Y si no resulta así para algunos, es que tal vez no comprenden que Gould no necesariamente pensaba en un piano cuando tocaba el piano. Las 88 teclas y el sueño emancipado del Renacimiento, plasmado en un instrumento perfecto no le alcanzaba. Tal vez por eso, el Voyager donde ahora suena está ya fuera del sistema solar.

Puede que resulte que el sonido necesite de explicaciones en un vacío sin atmósfera. Un silencio tal vez vacío de aire. ¿Cage podría explicarlo?

Creo que 4.33 no alcanzan y ya no se sabe bien qué es medir el tiempo. De todos modos estaríamos frente a una "sonata demente de los trenes abandonados". En el sentido spinetteano de lo que significa un tren, que tampoco resultaría un tren, sino algo perdido. Algo que se busca con alguna forma de arqueología escondida en las palabras.

“También despertarse, ponerse cuerdo.”

Por la mañana antes de la primera sesión, Bill quería estar totalmente alerta. Su esposa le estaba preparando un desayuno. No había llegado su contratista de sello, y el gato de ella deambulaba por todos lados. La idea base de Evans eran tres tomas distintas. Era un crear una forma, un sonido, desde un lenguaje. Florencia Lobo, en 2018, con “El lento deambular de las tormentas”, parece haber pensado lo mismo. Desde el corazón secreto de la bahía profunda (Ushuaia), tal vez calcaba la idea tridimensional. Para hablarse y hablar al lector desde sí misma. Como lo hubiese hecho tal vez Whitman, pero con otra estética y otro encare, más cercano a Bill Evans, creo yo. Porque todos los lenguajes son el lenguaje. La idea sería la misma: crear un todo en tres dimensiones. Un ancho, alto y profundidad lleno de lluvia, “adentro de la niebla”, que se puede querer asir, retener, pero bien. Se sabe, es lo que podrá entender el lector después de acompañarla. Y quedará en “lo que guardan los ojos”. Una forma de memoria que planearon sus palabras, quedará. Dijo alguna vez Ástor Piazzolla, por si los nexos incluso faltan, que Bill Evans siempre soñó con visitar el sur de Argentina. Parece que le atraía el contraste helado y los cielos, que vio en fotos. Un sueño no implica lo físico, ni tampoco, si vamos al caso, lo temporal. Quedémonos en esta suerte de presente.



En casa

1.Sesión “Derivas”. Drifting

A.L-”El monstruoso corazón de las tormentas no se atreve a marcharse todavía. Atraganta el pequeño país que contenemos”, escribió Leonor García Hernando y vos lo usás como epígrafe. ¿Se podría explicar este aviso, o inicio de causa o deambular?

F.L-Bueno, son unos versos muy potentes. Y más allá de la referencia a la tormenta, hay algo en esos versos de Leonor que, me parece, anticipa la forma que el lenguaje tendrá en todo el libro. Por si no quedó claro con el título... Pero además, me gusta pensar que todas las cosas, animadas o inanimadas, tienen comportamientos. No desde el punto de vista del animismo, o de como lo piensan algunas etnias (como los selknam de Tierra del Fuego, sin ir más lejos), o tal vez sí, pero desde otra perspectiva. Y de algún modo, en esos versos de Leonor encontré esa concepción que ya está cifrada desde el título mismo. Creo que en el libro todo el tiempo estoy otorgando entidad a las cosas que me rodean (a la lluvia, a la tormenta, al fuego y al humo, al mar), y dialogando con eso.

También me identifica el juego que hay al hablar de un país “que contenemos”, a la inversa de lo que dicta la lógica. Eso también, creo, anuncia un poco lo que sigue. Pero se me vino a la mente esa frase de Paul Válery que leí el otro día, que dice que cuando un verso es muy lindo, no se piensa en comprenderlo. “El verso es un hecho, no una señal”.


A.L-Al comienzo desde un “Nacimiento en el mar”, me pareció encontrar una explicación desde lo metafórico y recursos múltiples del surgimiento de la vida, desde el agua…


F.L-Sí, algo de eso hay. En realidad, no soy muy buena en esto de analizar o explicar los propios poemas. No sé si soy capaz de decir más o mejor que como lo dije en el poema. Y además, dicen que la poesía no se explica, y creo que es cierto. Pero para salir del paso, digamos que sí, que ese poema, “Historia”, pretende ser un resumen en pocas líneas de nuestro mal estar (y lo digo así, separado, a propósito) en la Tierra, de nuestras contradicciones, de nuestra arrogancia (hablo de la humanidad). Venimos del agua, no del aire, y la religión nos hizo creer que merecíamos el cielo (un “Cielo” con mayúscula, sería para el cristianismo).

A mí me gusta más pensar en que somos insignificantes, un elemento más en la tierra, y no podemos estar si no es amalgamados con todo lo otro, en lo otro; somos sobre todo agua que anda por la tierra, a ella volveremos, y está muy bien que así sea.

Claro que, insignificantes y todo, somos capaces de grandes cosas (como el arte, que no es poco) y también de grandes daños.

A.L-El ritmo musical, es la ordenación de los sonidos con base en la distinción entre aquellos con carácter de impulso, llamados arsis, y los que tienen carácter de reposo, llamados tesis. Esto podría decir Hindemith. Era un teórico y compositor muy destacado que tomando elementos de la poética griega nos trataba de explicar, cómo percibimos y sentimos la rítmica. Él se refería al ritmo estriado, que es una cuestión que podemos manejar. Al igual que los músculos estriados, que casualmente son los voluntarios. Sin embargo el “lento deambular de las tormentas”, me lleva más hacia lo que se conoce como ritmo liso. Este tipo de rítmica que no se puede “medir”, aparece por ejemplo en el canto gregoriano. En la vida común se puede pensar mientras te pasan las nubes por sobre la cabeza, aunque amenacen con la peor de sus furias. Lo cual no cambia mucho la cosa. O por ejemplo en el humo de un cigarrillo que se va consumiendo, eso no se puede medir realmente. Menos como ritmo. Casualmente coincide con el otro tipo de músculos que tenemos. Los músculos lisos no responden a nuestra voluntad de razón. Las catarsis en bosques, frente a árboles que parecen tener voluntad, o las “zonas de turbulencia” o las diversas “perspectivas”. ¿Cómo les hacés frente?

F.L-El ritmo y la música son cosas que están muy presentes en mí, y que tienen mucho que ver con la poesía, por supuesto. La música vive adentro de la poesía.

Hay musicalidad y ritmo en los poemas (o al menos, ritmo, más allá de las diferentes estéticas), lo que no tiene nada que ve con la rima.

Y creo que percibís bien lo del “ritmo libre” en el libro. Claramente, no es un libro “temático”; no todos los poemas rondan sobre lo mismo, aunque sobre muchos rondan las tormentas en sus diferentes formas, y además no fueron escritos en el mismo tiempo ni en el mismo lugar. Aun así, creo que mantienen cierta unidad, o eso espero.

Con respecto a lo de manejar voluntades, debe ser que mi cerebro entero es un músculo liso, ajeno a mi voluntad. Porque soy muy poco programática para escribir. No soy capaz de mantener un ritmo de escritura poética, soy presa absoluta de los impulsos. Esto es así tanto cuando escribo, como cuando corrijo. Me cuesta mucho corregir si me lo pongo como una exigencia. En todo caso, tengo que ayudar al momento a que el propio momento me predisponga, y eso no siempre sucede. Esto hace que avance lento y que produzca poco, sí. Pero no me molesta. No tengo ningún apuro, al menos por ahora.

Además, muchas veces me pasa que esa voluntad ajena, como impuesta (o llamémosle inspiración), me surge en los momentos más insólitos, más incómodos, y no es raro que se me termine escapando antes de poder fijarla.

Y hablando de ese estar sujeta al rayo que me atraviese: con el título del libro estuve dando vueltas mucho tiempo; de hecho, durante mucho tiempo el título fue otro, que no terminaba de convencerme, y un día, al ir por una ruta serpenteante en un lugar donde no llueve casi nunca, mirando un cielo del todo despejado, se me apareció, sin ningún tipo de conjuro, la frase “el lento deambular de las tormentas”. Al instante supe que había encontrado el título y ya no pude cambiarlo. Citando a un amigo, el poeta Mochi Leite, que siempre andaba con esta frase encima: “la poesía se manifiesta de maneras misteriosas”.

En cuanto a la poesía como catarsis… escribir poesía es un modo de conectar con lo menos racional que hay en mí (que suelo ser demasiado racional y escéptica, además de introvertida), con todo lo que no soy, con lo que no entiendo o no sé decir de otra forma. Y creo que escribir es también un modo de volver al balbuceo de la infancia, al misterio del alrededor, a esa forma de mirar todo como si no supiera de qué modo nombrarlo. Me gusta meterme ahí, socavar y encontrar un hilo del cual tirar en el desorden.

Florencia recorriendo Cabo Ladrillero

A.L-En “Los muertos queridos” usás este tipo de imágenes “Y de qué voy a escribir/ si no es de los muertos queridos/ de los huecos en las sombras o en el aire/ de los gestos que se han ido.” Y antes, bajo el título ponés una cita de César Vallejo. Hubo muchos con ese apellido que destacaron. Así que podemos irnos de Perú a México, si te parece bien. Hace unos días hablando con un nuevo colaborador cultural, de la revista “Lo innombrable”, nativo de Colombia, que se llama Mauricio Arcila. Me contaba lo siguiente ante mi inquietud de por qué gente como García Márquez natural del mismo país que él, fijó posteriormente su residencia en México, él también eligió ese país como destino:

“La última generación de la literatura colombiana se hizo en México. Fernando Vallejo, es un uno de los grandes…” Parece indicar por muchos factores que México da más libertad y campo de acción en la cultura. ¿Cómo ves la libertad, el campo de acción y a “los muertos queridos” en la Argentina actual?


F.L-Bueno, México es como un gran caldero cultural, e históricamente, en los peores tiempos para la democracia en la región, ha sido refugio de muchos exiliados (entre ellos, muchos artistas), de todas partes. Pienso en Gelman, en Boccanera, en Costantini, por nombrar a poetas argentinos. Sé además que es un país en el que se le da mucha importancia a la cultura, importancia traducida en financiamiento. Tienen cantidades de programas culturales, mucho más que acá. Aunque tendrán sus falencias también, claro. No conozco en detalle porque nunca estuve en México.

Paradójicamente, hoy, que la tijera neoliberal adicta a recortar en pedazos la democracia se cierne otra vez sobre los países de la región, manejada por ya sabemos qué manos oscuras, México vuelve a ser, parece, como un faro entre tanta miseria. O al menos, a mí me da cierta esperanza; hace poco leí una nota sobre un programa de López Obrador para incrementar la producción de libros y, sobre todo, el acceso y la distribución. Todo lo opuesto a lo de la Argentina actual.

En Argentina, volviendo a la pregunta, a pesar de que se supone que estamos en una democracia, es complejo hablar de libertad mientras haya presos políticos como Milagro Sala, mientras el gobierno intime a las personas por tuitear algún chiste o alguna opinión sobre el presidente, mientras el gobierno use el aparato represivo del Estado para diluir huelgas que están en todo derecho de hacerse. No es la dictadura, es cierto, pero a mí me inquietan las formas en que operan hoy los enemigos del pueblo y que quizás no estamos reconociendo. Estamos bastante complicados, e inmersos gran parte del tiempo en discusiones bastante estúpidas que nos distraen de los reclamos urgentes que deberíamos estar haciendo. El mundo se cae a pedazos. Es claro que detrás de esto están los grandes medios de comunicación, bien atentos a que así suceda, porque para eso están: para perpetuar lo peor del capitalismo mientras nos distraen con estupideces.

A.L-¿Por qué “nunca mueren las tormentas”?

F.L-A la inversa de esa idea de Heráclito, de que el río nunca es el mismo, me imaginé que la lluvia que hoy cae y que tal vez se esfuma mañana (se evapora y sube y forma una nube, algunos pocos o tal vez muchos muchos kilómetros más allá, empujada por el viento, y después de moverse en las alturas, vuelve a caer en otro lado, y así una y otra vez), por qué no puede ser la misma lluvia, la misma agua que vuelve pocos días o muchos meses después. En el poema, como decía al inicio, las tormentas deciden marcharse, levantan sus aguas y se van, pero vuelven, porque también están unidas a nosotros. Después de todo somos mayormente agua, ¿no?

2. Sesión “Remansos”. Backwaters

A.L-Durante mucho tiempo, algún que otro destacado literato, me habló sobre “la escritura perfecta”. Donde la precisión era infalible, y todo era ultraexacto, Sin llegar a la necesidad imperiosa de “deformar” lo que se percibía con tal de transmitirlo, como fue el caso de los expresionistas. Van Gogh, Munch… lo grafican de manera fulminante. Como modelo de este tipo de “escritura perfecta” te ponían a Baudelaire. Que resultaba casi lo mismo que decir, todo está en “Las flores del mal” (Le fleurs du mal). Vos planteas: “Todo puede ser objeto preciso de la poesía”. Y creo que lo que escribís te da cierta autoridad sobre precisiones sensoriales y diálogos internos. ¿Cómo sería el juego de la precisión en la palabra desde la poesía?

F.L-Bueno, en principio diría que yo no creo tener autoridad para nada, en esto de la poesía. Lo mío son todas aproximaciones, intentos de asir. La mayor parte se me escapa entre los dedos. También diría que desconfío de la idea de la escritura perfecta. ¿Escritura perfecta para quién? ¿Según quién? Creo que el de la poesía, como el de todo arte, es un terreno demasiado subjetivo como para establecer enunciados así. Creo que cada uno tiene sus búsquedas y su propia idea de la perfección, que a veces pueden coincidir con las de otros, y a veces no.

Me parece que más que en la poesía perfecta (salvo que reconozcamos muchas formas de perfección), creo en los poemas potentes, en los poemas que son como flechas poderosas que alguien te lanza desde algún lado y te dejan tiesa por un rato, a veces por mucho tiempo. Como en una rigidez encantada.

Para que una flecha llegue al hueso no tiene que tener rebordes, rebarbas, demasiados adornos; tiene que viajar liviana y estar muy afilada. En ese sentido sí creo que en la poesía en general, o en cierta poesía en particular, se habla de la necesidad de precisión porque se intenta decir lo máximo posible con lo mínimo posible (un ejemplo es el haikus), aunque esto también vale para la prosa, y en realidad, para todo tipo de textos. Los intentos por aclarar siempre oscurecen. Pero hay ejemplos de escrituras que son como diques desbordados, para nada concisos y “precisos”, y que aun así son geniales. O en todo caso, encuentran una precisión en el desborde, y eso es válido también.

El poema del libro que lleva ese título, “Todo puede ser objeto preciso de la poesía”, (que es el primer verso y es engañoso), habla de precisión en el sentido de exactitud. De la poesía como de algo que se me escapa, que no puedo explicar del todo, porque está por arriba, o por debajo, del lenguaje; se manifiesta en el lenguaje, pero no es el lenguaje. Hay cierto guiño a Saussure y su teoría del signo, y también a un poema de Gelman sobre qué es la poesía.

Otro poema, que es una especie de arte poética, habla también de ese abismo que hay, en mi caso, entre lo que pretendo decir y lo que termino diciendo. La palabra es una fuga constante. Pero a la vez, para quienes somos curiosos por naturaleza, eso permite el andar, el ir buscando. Si no, qué aburrido, ¿no?

Vos mencionaste los cuadros de Van Gogh, Munch. Como los de otros expresionistas, me gustan mucho; a veces es necesario deformar un poco el mundo para llamar la atención sobre el mundo. La poesía hace algo parecido: retuerce un poco el cuello del lenguaje para hacerlo decir lo que, de otro modo, tal vez no se podría decir.

En ese sentido, para mí la poesía es una herramienta. Ni más ni menos importante que un martillo. (Hay un poema de Anahí Lazzaroni que me gusta mucho, que se llama “Diferencias”, y que dice: “Un solo poema / no mejora el mundo / tampoco lo destruye”). Una herramienta para crear objetos estéticos que nos hablen de una manera especial sobre las cosas. Y en tanto objetos estéticos, los poemas son delicados: es probable que si algo sobra o algo falta, falle el mecanismo de su funcionamiento. Muchas veces escuché por ahí definir un “poema bueno” como aquel que “funciona”. ¿Pero qué es “funcionar”? Yo no sé definirlo muy bien, y sin embargo creo reconocer, al leer, cuándo un poema “funciona” mejor que otro. Es un misterio.

Pero creo que tiene que ver justamente con la precisión, con la flecha que va al hueso (con el perdón de los vegetarianos).

Y con esto no estoy haciendo alusión a esa escritura que se pretende “despojada” y “simple” y que llega, de hecho, tan despojada que no dice nada. Los poemas que son solo una superficie, una superficie prolija de lo simple y cotidiano, pero no tienen profundidad (algo así como las piletas que hizo por ahí Cambiemos), suelen desconcertarme. Sinceramente ahí no encuentro la poesía. No lo digo con ánimo de crítica, sino con cierta pena.

Humo

3. Sesión “Viento que gira sobre un centro”. Wind that rotates on a center


A.L-Cuando se habla por ejemplo de Horacio Quiroga, siempre se pone como contexto, casi sin excepción para referirse de su obra, que escribía más que todo desde Misiones. A Quiroga, un uruguayo con una vida signada por la tragedia, se lo comparó con Poe o Kipling. Pero también se aclaraba que era de todos modos distinto. Que había una especie de animismo, de magia particular en ese medio y sus cuentos de la selva. Los yerbatales, la locura, los almohadones y la sangre. Vos usás palabras que remiten a raíces, a la tradición y a la pertenencia, y profecía del que cree en su tierra. ¿Cómo es escribir desde el sur, desde Ushuaia, aunque no estés allá, pero seas una especie de voz vernácula cultural permanente?

F.L-Bueno, yo no diría que soy una voz vernácula cultural permanente... O en todo caso, diría que hay otras voces culturales mucho más permanentes y vernáculas, que fueron y son inspiradoras para mí. Cito las de Anahí Lazzaroni, que ya nombré, o Julio Leite o Niní Bernardello, que son las tres personas a las que dediqué poemas en el libro. Entre otros/as escritores, músicos, artistas de la isla.

Sin dudas que el sur, el paisaje de la isla, vuelve siempre a mí, o mejor dicho, nunca se va de mí.

Tengo la suerte de que, desde siempre, mis viejos nos vincularon (a mis cuatro hermanos, cuatro hermanas y a mí) con la naturaleza. En incontables caminatas, campamentos, excursiones. Tengo una profunda conexión con el paisaje. Anduve por muchas montañas, caminé muchos valles, pasé muchas horas al frente de fogatas en diversos lugares, dormí muchas noches inmersa en los bosques fueguinos. Todo eso me palpita.

Pero también tengo otra gran raigambre, que es el paisaje de mis veranos. Los veranos nos subíamos a la combi y viajábamos al norte, donde las montañas son totalmente otras, aunque con una inmensidad parecida. Me gusta esa soledad que entrega el paisaje. Es una soledad poblada y desbordante, pero de cosas inasibles.

Así que digamos que no es extraño que el paisaje sea una presencia constante en el libro, y además se relaciona, otra vez, con eso que creo que caracteriza a la poesía que más me gusta y que pretendo escribir: la que se conecta con todo ese mundo sin moldes lingüísticos claros que es la infancia, la infancia alucinada, y de la realidad entrando en bruto por todos los sentidos, inabarcable, indefinible.

Yo además soy bastante inquieta; viví en varias otras partes además de Ushuaia, anduve de viaje, y también hay algo de ese movimiento en el libro. De hecho, hay poemas del libro que vienen de muchos años atrás, de diferentes momentos y lugares. Aunque sin duda la gran preponderancia es del paisaje fueguino y patagónico. Sobre todo en la parte que se llama, no por nada, “Viento que gira sobre un centro”.

A.L-¿Cómo es la gestación de “La casa del viento” y que indicaría tu semántica y tus geografías sobre “El fin del mundo”?

F.L-Ese título es un fragmento de uno de los cantos de Lola Kiepja, la última chamán del pueblo selknam, que murió en los sesenta en Tierra del Fuego, en Río Grande, más precisamente. Niní Bernardello, una poeta cordobesa de nacimiento pero que vive hace más de treinta años en Tierra del Fuego, armó en el 2000 una antología de poesía de la isla, y tomó esos cantos de Lola Kiepja, junto a algunas oraciones yámanas, como las primeras manifestaciones poéticas de la isla. Y a su antología la llamó, tomando una frase de Lola Kiepja, “Cantando en la casa del viento”. Yo tuve acceso a esos cantos por primera vez a través de ese libro, por eso dedico mi poema tanto a Niní como a Lola Kiepja, y es un homenaje a ese pueblo, del que quedan hoy algunos descendientes que intentan recuperar la cultura, aunque ya no viven, por supuesto, con la forma ancestral que tenían hasta entrado el siglo XX.

A.L-En el libro “Poeta en Nueva York” de Lorca, se incluían en muchas ediciones dibujos del autor. En uno decía al pié: “Sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio.” No tengo una particular afinidad con este autor andaluz, sin embargo siempre me inquietó cierto tono visionario en él. Vos escribís: “Abrir el horizonte,/ clavar ahí el remo de la duda/ es sembrar el misterio.”

F.L-Yo sí tengo una gran afinidad con Lorca. Me maravilla sobre todo su Poeta en Nueva York, tan distinto a todo, y tan actual siempre. Ya sabemos que todo conocimiento parte desde la duda. Sin esa duda, no hay razón para investigar. En ese sentido es que digo que la duda es el remo que ayuda a andar. A veces, la duda solamente acarrea más dudas. Como cuando hundís algo (por ejemplo un remo) en la superficie quieta del agua, y las ondas empiezan a expandirse y no se sabe hasta dónde pueden llegar, pero su avance parece ser irrevocable, irreversible.

Creo que escribo porque me gusta ver qué hay del otro lado de las cosas. Es una sensación parecida a la de trepar a una loma para ver qué se ve del otro lado.


Autorretrato con  mate
                                           
4. Sesión. “Adentro de la niebla”. Inside the Fog

A.L-En tu “Espejismo”, ”Todo tu cuerpo canta/ como la lluvia.” Me recordó a E.E Cummings. El autor estadounidense escribe “Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas”. (Nobody not even the rain has that such small hands). Usan recursos parecidos, por cierto Woody Allen en una película le da un excelente uso a la frase, que es un clásico. Vos le das a esto una clara identidad de relación.

F.L-Sí, es muy lindo ese poema de Cummings, y recuerdo la escena de la película de Woody Allen en la que aparece.

La lluvia es un tema recurrente en la poesía. Pareciera que cada poeta tiene un poema con lluvia. Y hay grandes poemas con la lluvia. Ahora mismo, además del de Cummings, me acuerdo del de Tuñón, uno de mis preferidos, o del de Jorge Spíndola, un poeta de Chubut que me gusta mucho.

Es cierto que hay en el poema una idea de relación, pero yo coincido con eso que decía Irene Gruss, que circuló bastante los días posteriores a su muerte: la poesía también es ficción. Así que no necesariamente estaba hablando de una relación real (y disculpame la redundancia). Lo de la lluvia es una excusa. Y por eso se llama “Espejismo”. Porque habla más de esa sensación, que creo que es bastante común, de siempre querer otra cosa distinta de la que se tiene, por más buena que esta sea; la eterna disconformidad, la gran búsqueda sin fin. Aunque se sepa que más allá puede no haber nada, o al menos, nada mejor de lo que ya se tiene (¿qué es más bueno, claro, puro que el agua?), no se puede dejar de buscarlo. 


A.L-En su diccionario filosófico, Voltaire escribía, para muchos bajo influencia del empirista escocés David Hume, (yo no estoy de acuerdo): “una idea es una imagen”. Después se refiere a que conoce los límites, y las dimensiones, porque de cierta forma se ha “dado de narices” con ellas. Con esta forma, con las tres dimensiones. Desde este planteo, “El pedido”, “La búsqueda”, o la “Premonición”, ¿qué nos pueden decir?

F.L-Creo que es larga y nutrida la discusión acerca de lo que son las ideas, y si ya sabemos que en el fondo no sabemos nada (yo estoy de acuerdo con el viejo Sócrates), seguramente siga por los siglos de los siglos, siempre que sigamos acá, claro. Esos tres poemas (“Pedido”, “Búsqueda”, “Premonición”), que están en la última parte del libro, titulada “Adentro de la niebla” (que es, por así decir, la más “nublada”, oscura), creo que comparten esa sensación angustiosa de darse cuenta de que a veces las palabras no son llaves, no destraban la cerrazón, no conjuran nada. Ya no tengo el recuerdo claro de cuándo surgieron, pero debe haber sido en alguno de esos momentos en que quise escribir (la catarsis de la que hablábamos) y no aparecieron las palabras, o las palabras se me aparecieron con formas vacías. Pura cáscara, hojarasca, inútiles para decir nada (como verás, siempre rondo la idea de que en el fondo no nos movemos más que entre sombras). Es la voz que no aparece, en realidad, y los poemas un intento de poner en palabras aun esa imposibilidad de la palabra.


A.L-Contame si querés sobre tus preferencias en literatura, música y cine.

F.L-Esta es una pregunta muy amplia, y es imposible que no deje nombres esenciales afuera. Mis preferencias son muchas y muy variadas, sería algo titánico enumerarlas. Pero además, tengo una memoria pésima. Incluso para las cosas que me encantan. Es un problema muy molesto, porque puedo leer un libro con el que quedo fascinada y un tiempo después olvidar lo esencial o casi olvidar que lo leí. A veces me quedan solo sensaciones. Lo mismo con las películas. Vuelvo a recordarlos cuando alguien más los nombra.

Pero para intentarlo: en música, hubo un tiempo en que tenía mis favoritos, mis “dioses de la adolescencia”, parafraseando a Spinetta, y estaba como poseída y no escuchaba mucho más (me refiero a escuchar intensamente). Spinetta, los Beatles, Pink Floyd, Led Zeppelin, Piazzolla, Charly. Por la influencia familiar, además, escuchaba algo de folklore (Mercedes Sosa, Inti Illimani, Ariel Ramírez, Jaime Torres) y música clásica. Después, gente que me fui cruzando en la vida fue haciéndome escuchar otras músicas que ya incorporé a mis gustos hace rato, y hoy me paseo sin ningún tipo de prurito por una buena variedad de artistas y estilos: voy de Piazzolla a Led Zeppelin, de Quilapayún a Radiohead, de Gabo Ferro o Luciana Jury a Sumo, de Fandermole a Björk, de Miles Davis a Marta Gómez, de Silvia Pérez Cruz a Pescado Rabioso, de Satie a Janis Joplin, de los Doors a Silvio Rodríguez, de Los Espíritus a Orozco-Barrientos o al Cuchi Leguizamón, y de ahí a Chavela Vargas o a Ana Prada y de ahí a Nina Simone o a Eddie Vedder o a Violeta Parra o a Cerati o a Bowie y así. Por nombrar a algunos.

En literatura tuve a lo largo de los años distintas afinidades, como todo el mundo, supongo. Hay algunos autores que leía y ya no me interesan tanto. Otros que fueron muy formativos y guardo con cariño en algún lado, y otros a los que siempre vuelvo. También hay muchos clásicos que todavía no leí, y siempre estoy descubriendo autores nuevos (contemporáneos, o nuevos para mí. Y siempre hablo de mujeres también, por supuesto).

En poesía, en general, defiendo la lírica por sobre la poesía de tono extremadamente coloquial y realista, aunque en todas las estéticas hay de todo. Y en prosa, suelen gustarme los autores que le dan mucha importancia al “cómo”, más allá del “qué”. Porque me gusta la poesía, justamente, y creo que la prosa puede ser una forma de la poesía. Cuando, además de una buena historia (que insisto, para mí es lo de menos), me atrapa sobre todo el modo en que está escrita esa historia, siento que estoy ante una gran obra. No suele atraerme, en cambio, esa prosa que es como una simple sucesión de acciones, como si fuera un guión de cine. Para eso, miro la película, que viene con el plus de quizás una buena fotografía, música, grandes actuaciones, etc.

Por nombrar algunos pocos dentro de un muy variado menjunje, algunos de los autores que no pierden vigencia son Rulfo, Quiroga, Whitman, Arlt, Borges, R. Walsh, Calvino, Cortázar, Bolaño, Gombrowicz, Carroll, Melville, Jack London, Olga Orozco, Girondo, Huidobro, Lorca, Storni. Y otros que fui leyendo en los últimos años, de forma bastante tardía, mal que me pese, son Vallejo, Bustriazo Ortiz, Chèjov, Saer, Conti, Virginia Woolf, Szymborska, Fante, Marechal, Conrad, Felisberto, Bignozzi, Sara Gallardo, Manuel J. Castilla (). También suelo leer literatura de viajes, crónica.

Ahora estoy intentando leer más a las mujeres, porque, como creo que nos fue pasando a varias, de repente me di cuenta de que toda mi vida leí mucho más a escritores hombres que a mujeres (salvando quizás las lecturas de la infancia y preadolescencia), y creo que tengo grandes deudas. De los contemporáneos leo mucho más a poetas que a narradores (si bien a la poesía tuve una entrada tardía) porque me muevo más en ese ambiente, y porque está más accesible en la web. Pero hay voces de la narrativa (de esa narrativa que describí) muy interesantes.

En cine tampoco tengo claras preferencias, y puedo mirar tranquilamente el cine lento y poético de Tarkovsky o Herzog, y de ahí pasar a la saga de Star Wars o El señor de los anillos (pongo esta de ejemplo porque le tengo un cariño especial: de chica mis viejos nos leían los libros de Tolkien después de la cena, o en algún campamento en el bosque, y te imaginarás que es difícil que eso no cale hondo). Suelen gustarme los directores que ponen igual cantidad de fichas a la fotografía, al guión, a la música. Aunque esto no es decir demasiado. Por ir a algo más concreto: me gusta el cine de los hermanos Coen, de Lucrecia Martel, de Herzog, Lars von Trier, Lanthimos (La favorita, su última película, es genial), Iñárritu, Aronofsky, los hermanos Dardenne, Wes Anderson y Paul Anderson, Tarantino, etc. Y no me pongo a nombrar clásicos, porque no se termina más. Pero me gusta volver a ver clásicos. Prefiero mirar otra vez películas geniales que perder tiempo mirando películas actuales que resultan ser malas.

A.L-El disco de Bill Evans es uno de mis preferidos en su estilo, podría decir que tu libro también.

F.L-Gran disco, ese de Bill Evans, al que no le había prestado atención. Ahora que lo hice, te agradezco el dato. Gracias por la música.



El lento deambular de las tormentas. Florencia Lobo
                               
Florencia Lobo (1984) nació en San Miguel de Tucumán pero a los cinco meses ya vivía en Ushuaia, Tierra del Fuego. Después de incursionar en las carreras de Cine y Letras, estudió Corrección de Textos y se especializa en Edición en la UNLP. Trabajó varios años en la editorial de la Secretaría de Cultura de Tierra del Fuego y actualmente se dedica a la edición y corrección de forma autónoma. El lento deambular de las tormentas (el suri porfiado, 2018) es su primer libro de poemas.



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