El deseo. Francesca Prince



Sigmund Freud


Francesca Prince



Desear nos hace humanos

El hombre es dichoso cuando alcanza su objetivo y miserable cuando los sueños se frustran. Éste parece ser el destino de los mortales, sentir que siempre nos falta algo y desear de todo: ser guapos, eternamente jóvenes, felices, tener dinero, una casa, una pareja que nos entienda y un sinfín de cosas más. Conscientes de la fuerza de los apetitos del alma, exacerbados además por una sociedad consumista, son muchos los filósofos que han estudiado la cuestión. ¿Sabrán ellos decir cuál es la ley del deseo? ¿Podrán sus enseñanzas ayudar a al ser humano recobrar esa paz tan anhelada?

“¡Ay, de aquel que no tiene nada que desear!”, exclamaba Rousseau. Para el filósofo suizo, el hombre es limitado, pero ávido; lo que no puede obtener, lo suple con la imaginación creando un mundo de ilusiones, “el único digno de ser habitado”. Ciertamente las personas sufren por no poder alcanzar aquello que anhelan, pero “vivir sin dolor no es propio del hombre; vivir así es estar muerto”, concluye el autor de La Nueva Eloísa. El deseo es pues la fuerza vital que nos ayuda a romper las limitaciones naturales, sociales, culturales, religiosas o personales. A nivel colectivo, el deseo ha llevado a la humanidad a superarse; las revoluciones, los inventos tecnológicos, los avances morales y sociales son buena prueba de ello. En el plano individual, el deseo impulsa a las personas a vencer límites, como ocurre con el físico inglés Stephen Hawking: su inmovilidad casi total no le ha impedido desarrollar sus investigaciones científicas.

El ejemplo es válido cuando el deseo propulsa hacia lo mejor, pero cuando el fracaso se reitera, sumiendo a las personas en un estado de melancolía, el mayor deseo es recobrar la paz interior.


Sólo la muerte acaba con el deseo


Buda sostiene que “toda la vida es sufrimiento y la causa del sufrimiento es el deseo”; eliminarlo requiere disciplina. En este sentido, la meditación, junto con otras prácticas, ayuda sin lugar a dudas a calmar la mente, pero no a suprimir el deseo como tal: el filósofo romántico Schopenhauer asegura incluso que no querer desear es un deseo en sí. Además, el anhelo satisfecho “da lugar inmediatamente a otro nuevo”. Qué duda cabe que el sistema económico actual estimula esta misma dinámica, creando constantemente nuevas necesidades y ansias; así, la gente aspira a obtener un trabajo mejor, la compañera perfecta, unas vacaciones ideales, el último modelo de coche o el teléfono móvil más puntero…

Por su parte, la literatura, ha reflejado esta tendencia tan humana en innumerables ocasiones. Por ejemplo, en la obra de Zorrilla, Don Juan Tenorio multiplica las conquistas, sin lograr nunca calmar su sed; ¿conseguirá en algún momento la felicidad? El pensador alemán contestaría negativamente: “mientras estemos sometidos al impulso del deseo, a las esperanzas y a los temores que generan… no conoceremos ni dicha duradera ni descanso”. Para Schopenhauer solo la muerte puede matar el afán. Ante esta visión pesimista, el filósofo René Descartes, propone en cambio, moderar los apetitos mediante una sencilla receta.


Disipar las tormentas del alma 


Aspirar a lo posible, recomienda Descartes. Es inútil querer “poseer los reinos de China o Méjico”; es mejor cambiar uno mismo “antes que el orden del mundo”. Ser realistas es razonable, pero, ¿cómo distinguir lo posible -aunque difícil- de lo inalcanzable? Por un lado, Descartes mismo se quedaría asombrado: Leonardo Da Vinci soñó con volar y siglos más tarde se inventó el avión. Pero también es cierto que los deseos irreales muchas veces quedan en meras ilusiones; fue el caso de los alquimistas que durante siglos intentaron en balde topar con la piedra filosofal. En un ámbito más cotidiano, son muchas las mujeres (y hombres también) que se afanan a fuerza de dietas y ejercicio en conseguir un cuerpo ideal. Cuando la decepción se repite, ¿no sería más sensato desistir y cambiar la percepción que tenemos del propio cuerpo? “Claro que sí”, admitirían estas personas y lo vuelven a intentar, porque la ambición es tenaz.

Sueños, esperanza, desánimo se mezclan a diario… El equilibrio entre éxito y frustración resulta complicado y para alcanzar su justa medida, quizá ha llegado el momento de pedir auxilio a Epicuro.

El maestro griego sostenía que el bien supremo es el placer, pero justamente por ello, no todo placer es válido; en cada caso conviene preguntarse: “¿qué ventaja obtengo si realizo mi sueño, y qué ocurrirá si no lo satisfago?”. Una guía simple –siempre según Epicuro- consiste en distinguir los diferentes tipos de placer; en primer lugar, existen aquellos naturales y necesarios (comer, beber, dormir…). El segundo grupo lo constituyen los naturales y no necesarios (entre los cuales, los deseos eróticos o los manjares delicados); finalmente, el tercer grupo reúne los placeres que no son ni naturales ni necesarios (el ansia de fama o riqueza). Únicamente si el deseo se orienta hacia los primeros, el hombre conseguirá disipar las “tormentas del alma”.

Desde luego, la solución de Epicuro es seductora, salvo que en su sistema, el deseo se distingue apenas de la necesidad: comer, beber, dormir, corresponden a meras necesidades fisiológicas, una vez que el hombre las ha cubierto, aspira a más. Los monjes, por ejemplo, hacen voto de pobreza y castidad, pero con un objetivo más elevado: llegar a Dios.

De divinidad habla Platón; porque si las personas no pueden eliminar el deseo ni tampoco ceñirlo a lo puramente físico, tal vez sea posible orientarlo hacia lo bueno, desechando lo dañino.


Esclavos de las pasiones 


“Te deseo todo lo mejor”, afirmamos a veces. Para Platón, lo mejor es la Belleza, una sustancia que nos atrae irremediablemente y a la cual es posible acercarse siguiendo una espiral ascendente. En El Banquete, el sabio griego explica que al principio, el individuo se siente atraído por un cuerpo bello; de ahí, la atracción se extenderá a todos los cuerpos bellos; después, el deseo se purifica, considerando que “la belleza del alma es más valiosa que la de los cuerpos”. Al final, el aspirante llega a contemplar la Idea de Belleza, una esencia “simple y eterna”, fuente de “dicha suprema”.

El problema en este caso reside en que Platón establece una jerarquía de antemano, teniendo en cuenta lo que debería ser (todo hombre debe aspirar a la Belleza), pero no lo que es: el deseo es loco y no siempre las personas ambicionan lo mejor (como el cigarro que se fuma a sabiendas de que el tabaco es perjudicial).

Esto es justamente lo que viene a decir el pensador racionalista Baruch Spinoza: “no buscamos las cosas… porque juzgamos que tal cosa es buena; al contrario, juzgamos una cosa buena porque tendemos hacia ella”. El hincha de fútbol, no analiza uno por uno los equipos buscando cual es el campeón, más bien, le gusta un equipo y lo defiende a muerte (porque para él se convierte en el mejor ¡aunque sea la pandilla del barrio!). De manera análoga, las afinidades políticas varían poco; votaré a ‘mi’ partido sobre todo por fidelidad y no necesariamente por ser el ‘mejor’. Spinoza explica que no somos necesariamente “conscientes de las causas que determinan nuestro deseo”. El deseo es “la esencia del hombre” y como tal, escapa al dominio de la mente racional.

Entonces, si la razón es incapaz de controlar su apetito, ¿está el hombre condenado a ser eterno esclavo de sus pasiones? Afortunadamente, el psicoanálisis ofrece algunas claves para entender la ley de lo oculto.


Compartir carencias 


Freud revela la naturaleza inconsciente e involuntaria del deseo. No hay que sentirse culpable por desear, viene a decir el médico austriaco, pero hay que analizar los deseos para poder canalizarlos. En un principio, Freud se centró en la necesidad de tratar a una serie de personas “neuróticas”, es decir, con serias dificultades para liberarse de pensamientos recurrentes. Un ejemplo ilustrativo de obsesión son los amores no correspondidos, que generan esperanza y muchas veces frustración. El problema no es baladí y la elección de una pareja es un asunto importante para el equilibrio emocional. Freud afirmaba al respecto que “al tomar una decisión de menor importancia, siempre me ha parecido ventajoso considerar todos los pros y contras. En asuntos vitales, sin embargo, tales como la elección de una pareja o una profesión, la decisión debería venir del inconsciente, de algún lugar de nuestro interior”.

El inconsciente es una fuente inagotable de pulsiones y el psicoanálisis busca orientar el deseo contrariado hacia objetivos realizables. Pero la solución nunca será definitiva, el deseo cambia continuamente de objeto con tal de poder manifestarse: ¿podía acaso Don Juan controlar su líbido? Desde luego que no, diría el médico y psicoanalista Jacques Lacan; “el deseo no se extingue”, porque consiste en una “carencia de ser”. Las personas pretenden que el Otro –la amante, la compañera, la madre, por ejemplo- llene ese vacío vital; pero tal demanda es imposible por una sencilla razón: nadie puede llenar esa carencia, pues todos somos seres amputados. Para Lacan, la solución consiste en reconocer y aceptar esa laguna y, sobre todo, compartirla.

De modo que, cuando los budistas, Descartes u otros filósofos aportan poco consuelo, queda la amistad. Compartir es fundamental: Epicuro atribuía una enorme importancia a la filia, a la amistad, y en su jardín desarrollaba sus largas pláticas filosóficas (de ahí, el Jardín de Epicuro). La filia, la proximidad con el otro, ayuda a cualquier ser humano a abrirse, a compartir los deseos y las carencias; de ese lugar brota la comunicación, la importancia del lenguaje que según Lacan “estructura la relación interhumana”. Conocer, reconocer, comunicar los deseos, tal parece ser el destino de los humanos. Quizá también por ello, Aristóteles afirmaba que el hombre es ante todo “un ser social”.



BIBLIOGRAFÍA:
Ø Víctor Sáenz Santacruz, De Descartes a Kant, historia de la filosofía moderna, Ed. Eunsa, Barañáin, Navarra, 2005
Ø Martine Collin, Désir et raison, Ed. Hatier, Paris, 1978
Ø Platon , Le Banquet ; Phèdre, Ed. GF Flammarion, París, 1964
Ø Epicuro, Carta a Meneceo y Máximas capitales, Ed. Alhambra, Madrid 1987
Ø Jean-Jacques Rousseau, Julia o La nueva Eloísa, Ed. Akal, Tres Cantos, 2007
Ø Sigmund Freud, Introducción al psicoanálisis, Ed. Alianza, Madrid, 1979

DESPIECES:
El deseo: entre la abundancia y la pobreza
Platón cuenta en El Banquete cómo nació Eros, la divinidad del deseo y la atracción, condenado a vivir en eterno conflicto.


Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete. Poros, símbolo de la Abundancia formaba parte de los invitados, en cambio, Penia, la Pobreza, quedó excluida del convite. Sin embargo, ésta se presentó para mendigar y aprovechó la embriaguez de Poros para concebir un hijo con él. Fruto de esa unión, nació Eros. De su madre, Eros hereda el aspecto famélico y su eterno vagabundear; de su padre le viene el ingenio, la perseverancia y la riqueza. De ahí la terrible dualidad: desear nos hace ricos y pobres a la vez, impulsa al hombre a querer más y se siente desdichado por obtener poco.


Los deseos y las estrellas 


Pide un deseo cuando veas una estrella fugaz. Eso es desear. Desear viene de ‘astro’ (cuerpo en el espacio sideral). La partícula ‘de’ indica la ausencia: de-sear, es contemplar el astro que desaparece. Así son los deseos: vienen y se van, están lejos y se acercan; los contemplamos y no los podemos alcanzar. Pedir un deseo al ver una la estrella fugaz es querer retener ese astro, ese deseo. De manera análoga, quien cumple años sopla las velas sobre una tarta, pero antes, no hay que olvidar pedir un deseo, las velas se apagan, como la estrella que atraviesa el cielo…


¿Qué es la filosofía práctica? 


Cada persona tiene un sistema de valores, pero muchas veces no sabe cual. La filosofía práctica saca a flote las creencias personales para aplicarlas a problemas cotidianos.

Una persona acude al asesor filosófico explicando que tiene un pensamiento recurrente (por ejemplo, no sabe si denunciar un vecino insistentemente ruidoso). Si el ‘paciente’ tuviera inclinaciones espirituales, el consejero le propondría seguir las meditaciones budistas (intentar calmarse pese al ruido). Si en cambio, su mente es más racional la disciplina cartesiana puede ayudarlo (¿es realista intentar cambiar a mi vecino?). Para las personas frugales, Epicuro constituye una buena guía (es mejor centrarse en uno mismo, lo demás es vano). Y aquellos dispuestos a vivir el deseo en su plenitud, comulgarían con Rousseau (nadie es perfecto y la convivencia tiene sus desventajas). Actuar siguiendo el propio credo tranquiliza (por ejemplo, no acudir a la policía, si creemos en soluciones más pacíficas); por lo contrario, violar las creencias íntimas, acarrea dolor. La filosofía ayuda a aclarar la mente para actuar de la manera más correcta.



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