Apuntes de viajes: Los Pavos Reales de Flannery O'Connor. Violeta Balián


Flannery O'Connor

Violeta Balián (2013)

Hace unas semanas visité una de las ciudades más atractivas de los Estados Unidos: la histórica y elegante Savannah en el estado de Georgia. En esa ocasión concentré energías e interés en una búsqueda personal de los vestigios de autores nativos del lugar y otros que no lo fueron como el mexicano Carlos Fuentes quien en su novela “Constancia y otras novelas para vírgenes” (México, 1990) describe:


“ [mis] sueños pesados en las tardes de verano se parecen como gemelos a la ciudad de Savannah, que es una ciudad dentro de otra, dentro de… Esta sensación de estar capturado en un dédalo urbano viene del trazo misterioso que dio a Savannah tantas plazas como estrellas tiene el firmamento, o algo por el estilo.”

Muy cierto, Carlos Fuentes. Las plazas de Savannah son muchas y no cesan de entregar al incauto visitante a las experiencias más extrañas o a ponerlos a merced de los personajes y situaciones más dispares.

Resulta que la mañana en la que recorría el centro histórico de la ciudad dí con la plaza Whitefield. Según la guía de turismo que tenía a mano, ésta me ponía a pocos pasos de 207 East Charlton Street, la casa en donde un 25 de marzo de 1925 nacía Flannery O´Connor, la irreverente y aclamada escritora sureña. Allí me dirigí pero, por ser día jueves, la casa-museo estaba cerrada. Mi decepción fue tal que el encargado se ofreció a informarme que si en verdad quería saber algo más de Miss O´Connor, considerase una visita a Andalusía, la casa de campo en la localidad de Miledgeville, a una buena distancia de Savannah. Sin posibilidades de hacer semejante viaje decidí continuar con mi caminata y buscar ediciones originales de las obras de O´Connor en las librerías de usados. Encontré varios ejemplares, entre ellos algunas primeras ediciones.

En el feliz intento descubrí un detalle en el que no había reparado antes: la insistente presencia en las portadas de los libros de Flannery O´Connor de una imagen de pavo real o en su defecto, la de un ocelo policromado, reconocido universalmente.Ocelo policromado en la pluma de un pavo real

Por lo que me fue fácil deducir que a Flannery O´Connor le gustaban o le interesaban los pavos reales. Un gusto que comparto y que se conecta con el hecho de que desde hace dos años, durante mis extendidas visitas a Miami, a casa de mi anfitriona, convivo con “Plumitas”, un pavo real que todavía pollo y extraviado llegó a la casa, se instaló en el jardín, duerme en el tejado y se ha rehusado a partir. Es más, se ha convertido en una mascota para el deleite de todos los que vienen a la casa, niños y adultos.Flannery O´Connor y sus pavos reales en Andalusia, su granja en Georgia.

Flannery O'Connor y sus pavos reales

Y he aquí el interrogante. Si a Flannery O´Connor le gustaban los pavos reales, ¿escribió algo sobre ellos? ¿Registró sus propias observaciones de cómo criar y convivir con estas aves? Mi curiosidad era enorme. Tan pronto me puse a investigar el tema encontré valiosos comentarios de la misma O´Connor expresados durante una charla, allá por 1961 en un almuerzo de señoras que en su momento recogió y conservó la antigua y ahora desaparecida revista Holiday. La autora se confesó:

“Mi búsqueda, de lo que fuere, terminó con los pavos reales. No fue conocimiento sino instinto lo que me llevó a ellos. Nunca los había visto ni oído. Tenía faisanes, perdices, pavos comunes, diecisiete gansos, una tribu de patos mallard, tres sedosas bantams japonesas, dos gallinas polacas con cresta y pollos de varias cruzas, pero sentía que me faltaba algo. Estaba al tanto de que el pavo real había sido el pájaro de Hera, la mujer de Zeus, y que desde aquellos tiempos gloriosos la pobre criatura había descendido considerablemente en este mundo – de hecho, el Boletín de Mercado de la Florida promocionaba un pavo real de tres años de edad con su pareja a 65 dólares. Y así por años, sin decir nada, me entretuve leyendo estos avisos hasta que un día, arrebatada, le hice un círculo a uno de ellos y se lo pasé a mi madre. Ofrecían un pavo real y una gallina con cuatro polluelos de siete semanas de edad. “Los voy a comprar”, dije. Mi madre leyó el aviso. “Dime, ¿es cierto que esas cosas se comen las flores?”, preguntó.”

Tiempo después, los pavos reales destinados a la granja de Andalusia y a la familia O´Connor llegaron en un tren procedente de Eustis, Florida. A continuación, las primeras impresiones de la autora:

“En cuanto consiguieron salir de sus jaulas, me senté a observarlos. Y continúo haciéndolo desde entonces, de una estación del año a la otra con el mismo asombro y reverencia que me provocaron la primera vez; aunque creo haber conservado, siempre, un punto de vista equilibrado y una actitud imparcial. Pero sucede que con el paso de los años la actitud que tienen estos pájaros hacia mí no se ha vuelto más generosa. Si les llevo comida, condescienden a comer de mi mano; sin ella, me convierto en un objeto más. Cuando me refiero a ellos como “mis” pavos, lo único legal es el pronombre, nada más. Yo soy la sirvienta que corre sin chistar a prestarle servicios a cualquier pájaro orgulloso que los requiera. Cuando los saqué de sus jaulas me dije, sin pensarlo: “Quiero montones de ellos para que cada vez que abra la puerta y salga afuera me encuentre con uno”. Sólo que ahora, cada vez que abro la puerta, cuatro o cinco corren hacia mí pero en cuanto me reconocen, se van. Nueve años han pasado desde el arribo de mi primer pavo real. Ahora tengo cuarenta picos que alimentar.”

Por lo que se puede apreciar de sus escritos y comentarios, a O´Connor la divertían las interacciones de sus pavos reales con los vecinos y gente que venía a visitarles. En su charla de 1961 describió uno de esos encuentros.

“Cola baja o no, a algunas personas les afecta emocionalmente la vista de un pavo real; a otras parece ofenderlas. Tal vez éstas últimas sospechen que el pájaro ya se ha formado una mala opinión de ellos. Lo cierto es que el pavo investiga cuidadosa y dignamente. Y cuando la gente que nos visita espera enfrentarse con los consabidos perros que les ladran o arremeten contra ellos desde sus escondites debajo del porche, se sorprende y con razón al ver los cuellos y crestas azules que se yerguen detrás de los arbustos para observarlos o en su defecto se arrojan nuca abajo, inesperadamente, de lo alto del tejado de la casa hacia donde huyeron para comandar una mejor vista de la escena. En cierta ocasión, uno de los míos, que yacía escondido entre los pastizales, se acercó a inspeccionar un grupito de gente que había venido en su auto a comprar un ternero. Un hombre con cinco o seis niños de pelo blanco y descalzos se agrupaban en la parte trasera del vehículo cuando se les apareció el pavo real. Al verlo, los niños quedaron petrificados frente a la figura de porte mayor que les bloqueaba el paso. Se hizo un silencio mientras el pájaro los observaba con la cabeza echada hacia atrás, en su ángulo más majestuoso, y con la cola levantada detrás de él resplandeciendo con la luz del sol.”


Flannery O'Connor. Cuentos completos




Fuente: periodicoirreverentes.org

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