La dinámica de fluídos y el teorema de Torricelli. Alejandro Leibowich


"The Man with Bogart's Face" R.Sacchi


To Vera, just for being there, anywhere

Alejandro Leibowich


Ni que le hubiesen recetado gotas para dilatar las pupilas. Le iba a hacer mal la noche, por las luces artificiales. No la esperaba un fondo de ojos. La arena era ilusoria, eran algunas de sus ideas con bruscos cambios anímicos. Me estaba mirando, como solía mirar a la gente, con franqueza y claridad. Pero algo se interponía. Empezó a parpadear y cerraba los ojos de manera violenta, apretando los párpados. Si alguien no la conociese hubiera pensado que tenía algún tipo de “tic” nervioso. Una reacción no siempre resiste a tolerancia, incluso a la mejor de ellas. Pero ahí estábamos, y ahí estaba ella. Cathe rechazaba la verdad, su verdad, la que le brindaban sus ojos, o al menos eso demostraba. Como que se quería despegar de todo, de la imagen, también de las palabras. Eso no pasó, pero pasaba. La casa parecía un barco clásico por diseño. La escalera era de madera, en combinación con el techo. No la habían barnizado. “Que el barniz no es práctico, señora o señorita, revise usted misma el catálogo y las casas nuevas. Al menos es amplia y se puede respirar bien”.

Desde una escalera, estando sentada en su caso y parado en el mío, la noción de suelo no era clara. Dos escalones nos distanciaban en una forma de jerarquía absurda e imposible. Los diálogos se perdían, se perdieron. Tal vez debía resultar así. En la razón de la sinrazón: “Qui giace il furfante sotto questa lastra, che nella sua vita ha detto cose che erano solo sciocchezze".


Reacción.

No conseguir su jugo preferido de naranja en la ciudad, y a esa hora de la tarde podía ser muy grave para ella, podía ser grave para mí e incluso para el universo todo. Había un potencial peligro de desequilibrio. De todos modos, estuvimos, estábamos. Y de todos modos yo era el hombre sin rostro para muchos.

Podía imaginar a Florencia viendo ahora mismo “The Man with Bogart’s Face”. Sobre todo la primera escena, el opening. La debe haber visto muchas veces. El médico quitando las vendas, los títulos en naranja (tan cítrico todo) corriendo sobre las imágenes. “Your face, your money”. Recitaba cosas que Sacchi puso ahí. Podía escuchar que se reía sola, no sé cómo, pero podía. También sabía de algún modo que salvo la luz proyectada por la pantalla, todo debía estar a oscuras. Y la mano del médico hacía girar y girar las vendas en movimiento circular. En remolinos para la forma de pensar de Florencia. Tan rápido va todo. Todo… Pero la realidad no puede ser editada. Ya lo dijimos muchas veces. Aunque “The Man…” era un buen ejemplo de edición en cine.

De alguna forma se cumplía eso que ella decía: “Abre el ataúd que yo me encierro sola”. Bogdanovich, que es un enfermo cinéfilo opinaba dirigiéndose a un anciano Boris Karloff que todas las mejores películas ya habían sido hechas. Un poco desde acá era el “museo de la silverscreen, y tanta ectopía en las instituciones” que mencionaba Fogwill. Para después tratar de amenizar hablando de Pasolini. De todos modos resultaba un poco así. Todo era una re revisión, un remake de realidades pasadas. Y nunca sabríamos que esas realidades pasadas también eran retazos de otras realidades pasadas. Lo que sucedía es que las fuentes se perdían. Todo se pierde.

-No todo está perdido, Cathe. O vos crees que…

-No, no. Yo no dije eso. Yo no digo eso. Sólo a veces me siento mal, pero no me hagas tanto caso. A vos siempre te ayudó la música gitana. Ése que tocaba con dos dedos.

-Ja, Django. Sí, a veces las limitaciones sobresalen la virtud. De todos modos él era un gentleman de época, yo estoy lejos de eso.

-¿Vamos a salir? Me asfixio.

-Dale.

-¿Los llamo a Eileen y Matías?

-Hacé lo que te parezca, podés juntar lo primero que se te ocurra y salimos. Qué poco que habla la rubia últimamente.

-Matías se toma todo lo que encuentra en las reuniones, y como que la anula un poco. Eso creo yo.

-Yo no.

Supongamos que todo está servido. Todo está listo. Pero yo, para muchos el hombre sin rostro te digo: todo está en primera persona, como en un juego en red. Estamos enredados. En todo, por todos, y para todo. Y si yo en realidad soy yo, pero no lo soy. En el sentido de que también puedo tener los gestos de Bogart. Puedo adoptar el estilo adusto. Ser algo pensado por Hammett o Chandler. Depende el mood, depende el contrato, depende el guión y el director. No tengo mucho más para decirte, salvo que todo lo exagerado puede resultar insignificante al fin.




Un lugar.

-Yo odio a esos tipos que tocan mil notas y no dicen nada. Sobre todo los guitarristas. Tanto virtuosismo “vacío”.

-Sí, Cathe, se suele hablar de una forma de onanismo, más que todo pentatónico. Aunque también se daba y se da bastante por ejemplo en el flamenco. Y en alguna música asiática.

-Es todo como una gran paja y ¿tenemos que pagar por esto?

-No, bueno. Cambiando las cosas muchos pagan por ver recitales de Jarrett, y aunque vos le pondrías un “censored” a su forma de tocar el piano. Eso no lo disminuye en absoluto ni como compositor, ni como intérprete.

-Cierto, Gandini bromeaba con eso. Hay un video de su hija creo, que lo toma riendo y tocando al imitar su estilo.

-Sale caro esto de los homenajes a Reinhardt, por favor no hagamos papelones.

-Ahí llegó Eileen, tan bella ella, y… tu amigo.


Microlimbo.

Entre el humo, los posters en las paredes de Charlie Parker, Gillespie y Christian y Monk. Se mezclaba todo. “Y estuvo una buena banda que tocó hace unas horas. Aunque no figuraba en los anuncios.”

Las paredes eran oscuras, las sombra huidizas. Las mesas tenían una cierta disposición geométrica. Eileen cuando sonreía siempre dejaba ver sus dientes. Sin embargo su psicología angloitaliana como que se imponía últimamente en muchas cosas. La podía más lo sajón últimamente. Matías tenía dos entregas para el lunes, más un trabajo que había conseguido en una revista local. A él lo entendía como un periodista partime, y abogado desganado. Fanático del Barca y con una desbordada muestra de afecto cuando el etil se apoderaba de su mente.

-Que no te dije Robert, me salieron dos nuevas posibilidades y si puedo me hago un viajecito por Curitiba. Tengo amistades ahí. -hacía un movimiento excesivo al gesticular con los brazos. Tuve cuidado de que no tire un vaso que recién habían servido.

Florencia estaba sonriendo, lo sé. Entre Shakespeare y Babasónicos, se autodictaba un monólogo. Era espectadora única, egoísta en privilegio. Pero bueno, así era ella. Los monólogos de Hamlet le quedaban bien. ¿Qué más se podía decir?

Eileen no miraba a nadie, a nada. Parecía absorta en el sonido del saxo tenor del intérprete que recién había subido a escena. Escalas a lo Coltrane. Interesantes “Giant Steps”. Pero todos esperaban el sonido de Django.

-Y entonces ¿cómo va el negocio, Eileen? -Cathe la estaba forzando a hablar, con su mejor cara de buenos amigos.

-Bien.

-Y si querés,… si quieren nos vamos después a casa. A charlar, tipo Afterhours.

-Te agradezco.

Eileen había pedido un vacío que especialmente encargó semicrudo. Cortaba la carne con ganas pero sin fuerza sobre el plato de madera. Había que verla para entender eso.

-Robert quisiera hablar con vos. -dijo Eileen.

-Con vos -dijo Florencia dos segundos más tarde. Un delay o sombra de palabras que no quedaba muy claro.

Matías hablaba y poco decía, era grandilocuente en todo. Abrazos, amenazas de besos. Estaba exultante, y saturaba cierta tolerancia, incluso la mejor de las tolerancias. Pero es un buen tipo, todo bien con él. “Si quieren, ¿vinieron con su auto? ¿no se lo remataron? Es una broma. No seas tan así Robert. Qué tipo amargo".

-No que la verdad no sé qué más decir Matías. Esperá que tengo un llamado. -no tenía ningún llamado. A veces mentir es una buena forma de ser amable y comprensivo.

Eileen me empezó a mirar, yo no sabía bien dónde meterme. Me mostró el celular. “Me dicen que una amiga llegó. No la esperaba, está si no me equivoco con dos socios tuyos. ¿Me acompañarías a la puerta, Robert?"

Te lo reitero, se los reitero. Supongamos que todo está servido. Todo está listo. Pero yo, para muchos el hombre sin rostro te digo: todo está en primera persona, como en un juego en red. Estamos enredados. En todo, por todos, y para todo. Y si yo en realidad soy yo, pero no lo soy. En el sentido de que también puedo tener los gestos de Bogart. Puedo adoptar el estilo adusto. Ser algo pensado por Hammett o Chandler. Depende el mood, depende el contrato, depende el guión y el director. No tengo mucho más para decirte, salvo que todo lo exagerado puede resultar insignificante al fin. Eileen pidió un taxi. En quince minutos estábamos en un lugar que no podía decir exactamente qué zona era aunque conocía muy bien la ciudad. El orden de los factores siempre altera el producto. Y así resultaba en cierto vértigo. Eileen tomó un atajo, nunca pude entender por qué yo le interesaba ahora. Nunca lo había demostrado de ningún modo. Matías se había quedado en un soliloquear en esa mesa para cuatro, en la que ahora sólo había dos. ¿Qué estaría haciendo Cathe? No quería pensar en eso. Y estaba ahí con Eileen que tampoco por cierto hablaba mucho. Estábamos tirados en ese lugar, que no sé de dónde sacó ni cómo llegamos. Reconozco no haberme opuesto. Pero, Eileen siempre dejaba ver sus dientes cuando sonreía. Pidió un jugo de naranja. “Y justo te llamás Robert”.


La ubicuidad de Torricelli.

Florencia conocía todo el trabajo sobre “The Man…” incluso las escenas desechadas que parecían producto de una posesión de Sacchi a manos del espíritu de Buñuel. Como que tenía cierta expectativa de que algo estaba por pasar. Aunque, ya lo conocía. ¿Cómo se llama a lo que ya se conoce pero que se espera como algo nuevo? Todo sonrisas. Las palabras tan cítricas sobre las imágenes. Eileen y dos hilitos de sangre. Florencia se quitó las zapatillas, se sentía divertida. Se acostó, apagó el televisor, la reproductora y pronto se quedó dormida.

El espectáculo de jazz homenaje a Django terminó. Eileen y Robert, para los cuales Reinhardt nunca sonó, no aparecieron por ninguna parte. Aunque él salió al día siguiente en los diarios de la mañana. Se habló mucho al respecto. Eileen estaría por alguna parte en Colonia (ya no se llamaría Eileen). Habla poco y siempre que sonríe enseña los dientes, dicen los que la conocen. Siempre le gustó la física, agregan.


Django Reinhardt




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