El sol brilla desde la tierra. Alejandro Leibowich


Puerto Príncipe, Haití

Alejandro Leibowich

Concretamente podría haber pasado en Haití, ¿y estar ya bajo tierra? Me quedé pensando en Puerto Príncipe. En la pobreza y la miseria, que por cierto si bien son tan reales que calcinan, en ciertos entramados de sueño se pierden. Lo oneroso a conciencias quiere desmaterializarse, para perder al menos peso. ¿Y qué te podría decir? Ser un zombie, no era la idea. Pero dado el hecho que los zombies no tienen ni siquiera ideas, ya que no pueden pensar, caminan. No es un caminar uniforme. De todos modos caminar resulta una reacción de alerta. Un automatismo, aunque no sea vital. Más ahí dejando huellas sobre polvo que invade los pulmones, tierra y podrido. Todo está podrido, incluso yo. Somos la podredumbre olvidada.

-¿Pero quién te dijo que los franceses no fueron buenos administradores en la época de las colonias?

-Hablé con Puerto Príncipe…

Hay una leyenda afroamericana que resistió los mil latigazos del olvido y mil desembarcos de malaria. Ni siquiera tiene dientes, dado el escorbuto. Pero dice que la ciudad tiene voz, y habla a quién quiere o sabe escucharla.

Un terremoto puede ser una cuestión de movimientos y tierras dispersándose, autofagocitándose, hundiéndose. Un retorcijón de la Madre Tierra, de donde venimos, y a dónde terminamos. En cierta forma nos está vomitando y cada uno tiene su papel. Pero un terremoto también puede ser otras cosas. Una costumbre social desmembrada. Una colisión de culturas. Uno no siempre tiene comprado su minuto, y ahí la moneda no es el dinero. Es otro tipo de pago.

-Me gusta mucho “La siciliana” tocada por Loussier…

-Ah, sí, el tipo que murió hace poco. Tocaba Bach pero con, ¿swing?

El movimiento, el balanceo, no alcanzaba a destripar conciencias, tampoco a erradicar hormigas. En esos lugares se duerme sin apoyar la cabeza en el suelo, se sostiene la misma con un brazo que pisa desde el codo el suelo. No sea cosa que las laboriosas que son enormes, mastiquen las hojas, los sueños, y coagulen la miseria del durmiente.

-¿Y qué te puedo decir? Tomás estaba acá, en la habitación. Tranquilo como siempre que era tranquilo. Sin embargo, salió caminando. Se fue…

-Pero ¿a dónde podría irse alguien que no piensa? Alguien que no tiene ideas. Que su bóveda craneana resulta una alcancía vacía.

La madre se dirigía a uno de los agentes de pueblo. De un pueblo que por cierto ni era pueblo. No era nada. Ellos no eran nada tampoco porque nadie los tenía en cuenta, nadie los pensaba. No eran siquiera un recuerdo. De nadie eran.

-Nasha fue una noviecita, - recordó súbitamente- una chica que lo animaba hace unos años. No sé qué se hizo de ella. Se me borra, el pasado, y este sol. Este calor realmente me lastima.

-El auto no me funciona. El modelo es viejo, y por acá no hay un taller. No es un tema de combustible solamente, aunque tengo muy poco. Pobrecito Tomás. ¿Pero dónde puede haber ido?

Nasha recorría por tercera vez una de las calles principales de Limón, en Costa Rica. Su vestido suelto era rojo, los breteles y la mala suerte le quedaban muy bien, e incluso parecían volverla más atractiva. La tarde abrigaba sin abrigar y el Caribe no era sólo para piratas. Realmente el clima portuario, la sal en el aire, cierta ambientación que ella sentía natural, el fumar cosas extrañas, la hacían sentir en casa. Casi en casa. No entendía del todo bien que era la palabra casa. Pero el aire se enrarecía y oscurecía. Había un rumano, tuvo una pelea fuerte con un tico, creo que fue por dinero. Tal vez por planes secretos de invadir Pérez Zeledón, la ciudad sólo habitada por mujeres. Como sea, el tener huesos pesados y los golpes bien dirigidos suele colicionar de la peor forma. El bar quedó hecho un desastre, con varias mesas y el pool cambiados de lugar. Los médicos locales, ganaron unos escasos billetes por dar puntadas, demasiadas. El vidrio hace cortes profundos, más el de las botellas y hay riesgo de infecciones. La sangre más profunda es más oscura. Era un tipo blanco que la pretendía con intermitencia. Recordó que en un sueño se le apareció Tomás. ¿Y qué te puedo decir a vos? Es como hablar con adobe, paredes sin reflejos. Alguna vez fuiste una persona. Ahora sos nada. De nadie, menos que nadie. Abrió los ojos.

-¿Y qué quería de la Nasha? Decía que de ella lo primero que le atrajo fueron sus pies. Nunca entendí eso.

Caminar sin ver es caminar pero no a ciegas. No acá, porque aunque no piensa, tiene un recodo de conducta, una miseria al menos de pasado. Los afiches en las paredes que se despegan por el tiempo, por el calor y por un olvido mancomunado son en cierta forma un complot. Sus oídos tampoco funcionan. Ninguno de sus sentidos. Pero puede caminar. No pierde el equilibro. No lo pierde nunca.

-Señora, el cerebro es muy complejo. Tiene zonas mudas, realmente no sabemos mucho de él. Piense usted que es la única cosa viva que se puede pensar a sí misma. ¿Me entiende?- dijo el doctor amigo

-Ah… tal vez.

-Acá en Puerto Príncipe una tomografía es un imposible. No hay nada, vea donde trabajo… Sin embargo, entre zonas blancas, zonas grises. Mire, me toco la nuca, por acá atrás está el cerebelo. Entre otras cuestiones tiene funciones relacionadas con el equilibrio.

-Veo, veo, doctor. ¿Y usted dónde va a cenar?

-No sabría decirle, ahora tengo una reunión con dos amigos en lo que queda de bar en este pueblo... ciudad…



Soñé que era una cámara, todo lo registraba, pero no podía retenerlo. En un continuo permanente. Como caminar a la deriva, a la vera mía había agua, mucha agua. Tengo sed pero ya no sé beber. Las mujeres llevaban poca ropa. En general blanca, pantalla del sol. reflejo de no sé cuántos. En países calurosos la gente suele relacionar todo más con el sexo.

En el hostel o hotel clase c, el rumano tenía sueño, se acostó porque algo tenía que hacer, aunque no pudiese dormir. Y encima había mosquitos, reales, no reales. Se dirigió al espejo. La cara era la misma, gris arenada con las ojeras, el gesto irónico. La tendencia a la violencia, lo acentuado de los años lo dictaban algunos surcos. Ahora Nasha tocaba a la puerta. Dos golpes secos, esas puertas de madera, y las paredes eran tan enclenques:

-Te traje un regalo, Andrei. Más que todo porque sos insoportable.

No tenía idea de que habría una cuestión por lo de Tomás. Tomás desapareció. Desaparecer en lo que ni siquiera se conoce es el sumun de lo sesgado a la existencia. Nasha usaba un perfume importado y una vida local. Aunque no sé que resultaría ahora como algo importado o algo local. Los sentimientos están anestesiados.

Después.

-Tocan a la puerta. Tres golpes es que se terminó el turno. Pero sin embargo yo quiero que te quedes.

-Pero, Nasha, no me gusta este lugar, me siento como una especie larva, algo que no tiene que ver con todo esto.

-No digas palabras asquerosas como larva.


A Tomás podían esperarlo los gusanos. Los sensores, los radares en la piel no le funcionaban. Estaba anulado. Y por qué no decirlo:

-Encontraron al Tomás, señora. Estaba muerto, realmente muerto bajo tierra. Unos perros empezaron a remover las zona. Esos perros de todas las razas y ninguna a la vez son los mejores, los más efectivos. Encontraron pisadas, las siguieron, comenzaron a escarbar con las patas y no se sabe cómo, estaba ya a más de un metro y medio por debajo de nosotros.

-...



Nasha miraba el sol por la ventana. Era una de esas deportistas en lo que envuelve a la relación íntima. Una cuestión que a Andrei no necesariamente le interesaba tanto. Era más básico en eso... Y tenía otros problemas también. Las ventanas, tenían cortinas que alguna vez fueron más claras. El polvillo las oscurecía, se quedaba en ellas. Nasha de pronto se miró los pies, no era por nada en particular, sino para bajar de la cama y ponerse unas sandalias. Se acordó de Tomás. “Otra vez Tomás”. Hasta la cocina eran sólo unos pasos. Andrei pagó todo. Al poco tiempo se hartó y se fue. Dicen, lo dijo incluso Delu, la mejor amiga de Nasha, “yo lo vi que anda por Pérez…”






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