Jackie, Todas las disculpas son un defecto de cortesía. Diarios. Alejandro Leibowich








“A plot derived of clusters of plots, that is an unanswered question”.

Charles Ives


Alejandro Leibowich



Medusa, la estatua de Kandinsky en Rhodesia Blackmore


-¿Qué, vos decís eso? No. Lo trajeron hoy. ¿Viste el sol que hay? Me quema hasta la paciencia…
-No, es que estuve hablando el otro día con Hermann, el encargado allá.
-¿En el cementerio?
-Sí, claro, vos me estás mostrando eso. Me lo recordó, ahí con esa cara que parece hecha con cáscara de naranjas.


La prima estaba enterrada allí hacía años. La enfermedad había sido trágica, una meningitis que se “aceleró” de golpe.
“Sentía que mi mente se aprisionaba, no sé cómo explicarlo bien. Como si una cáscara de nuez me oprimiera el cerebro. ¿Viste que las nueces dentro tiene esa forma? Como si tuvieran circunvoluciones”. Se hacía tarde y miré por la ventana. Las luces eran tan hermosas, el cristal tan transparente, como si no existiese, pero mantenía el calor. Todo lo quería detener, y no sé por qué me parecía tan vívido. Supongo me decía que sería mi última noche.


Estos hijos de puta me tienen harto y la paga es una miseria, me voy definitivamente de acá.
“Me acosté, era sereno mirar el techo, mi cielo. Tenía un tono celeste, muy tenue, pensé que estaría haciendo Marcos. Yo no sabía que me quedaba poco tiempo. Él es tan furioso, se enoja tanto. Siempre se pelea por todo. Si se detuviera un poco a observar lo que transcurre, la vida, estoy segura que sería más feliz”.


Tres semáforos en la ruta, con todo lleno de pestilencias. Prostitutas que se odian a sí mismas. Luces que ni son luces. Raciones de humanos. Raíces tuberosas. Ciudad esfera, escalera de las Nur Ryas kurdas. Trueno azulado. Sobras en cadáver de leones muertos.
“Dos vueltas más y me duermo. Me gustaría que me cuenten un cuento, porque no tengo ganas de leer yo misma. Se me cansa la vista, se me llenan las yemas de tinta. ¿Qué es estar débil?”


Vacío


Hay niveles de dolor, cuando ya la persona no tolera más la mente se suspende. El dolor se impone, eso que usted escucha de que el paciente está en “un grito”. Bien, quedó como dicho, pero ese nivel que llamamos el grito es la suspensión de la razón. Es cuando todo es nada, porque si bien el dolor es subjetivo, la persona lo siente. No tiene una forma de ser razonado en ese nivel. Es el nivel ausencia, es el nivel nada, ni es nivel, pero la persona aún vive. Si no hay vida no hay dolor.


Tenía la costumbre de usar transparencias para dormir, “¿los fantasmas enloquecerían?”, ironizaba.
Terrible, terrible, decía y se reía.
¿Y para qué sirve lo que hacemos?
Baldosas y charcos (coma vigil)


Primero que todo era difícil pasar por ese patio, lo onírico se expelía de las ventanas en una forma de vapor. Esos cuartos sin luces eran en cierta forma incandescentes. Rentarlos no era barato, y habría tres o cuatro personas pernoctando ahí. El no conocerse de día no significaba necesariamente que fuesen desconocidos de noche, sobre todo en ese estado.
Caminaba y no había mucho, salvo unos cigarrillos que se llamaban Nelson y resbalaban entre las dedos. La foto en la cajetilla era efectivamente la del comandante. Aquél que triunfó sobre Napoleón estando muerto, incluso cuentan que estaba de pie.
En Strauss Vincent’s el bar que quedaba a dos cuadras, aún se respiraba existencia prudente (una forma de demencia lúcida). La moza te miraba demasiado directamente y eso también descolocaba. Ciertas bebidas estaban prohibidas, temas de marcas, fábricas y países. Todo lo que inventamos pero que en realidad no existe.
¿Por qué siempre nos contamos la misma historia pero es otra? En un segundo será otra, pero todavía no aconteció, entonces es ésta.
El anotador firme, y noto que es zurda. Siempre envidié a los zurdos, tienen muchas ventajas que nadie menciona. En tenis sacan distinto, en fútbol dan remates que nadie espera, tocando instrumentos parecen más “diestros” que los diestros.


El cielo está demasiado negro, se funde es sí mismo, “y tu pedido va a llevar unos minutos”. Las sonrisas no siempre dicen lo mismo. El aliento a menta fuerte exhalaba soledad, y también deseo. La mesa no puede recordar lo que yo sentía al tocarla, sin embargo recuerdo perfectamente a la mesa. Mis huellas aún están ahí, por más que a Russell le pese. Todas las canciones ya fueron tocadas.
-Mamá, mamá, no quiero irme tan tarde. -tironeaba de su ropa, mientras entraban dos personas.
Un tipo vestía una especie de saco azul impermeable. Tosía por nervios, yo puedo notar eso. Hablaron con uno de los encargados en una lengua que no pude comprender. De todos modos siempre pasa esto cuando no estás en tu casa. Incluso cuando estás en tu propia ciudad, aunque no era el caso.
La moza golpeaba una lapicera metálica plateada contra un mostrador de madera. Se me ocurrió que podía ser una Parker clásica. La nena lloraba. La realidad son muchos planos juntos, y yo quisiera anular algunos. Al menos en este momento, Es que realmente me siento cansado. Perdón, realidad.


Intrarrealidad


La gente debía estar soñando dentro de sus sueños. Dejando caras dentro de jarras con agua junto a la puerta como Eleanor Rigby. Si no me equivoco fue el tipo más locuaz, el más certero, el más acertivo en opinión. Yo sólo escuchaba, ¿además qué le podía decir, sí él ya decía todo y más? Sus enemigos siempre hablaban de la lengua de Cicerón, ahí clavada en la mesa. El mejor orador, el abogado y el decapitado. Stephan Zweig lo había retratado de manera impecable.
Tengo todas las edades, todos los tiempos, todas las muertes, todos los suelos. Sin embargo, la verdad es que no tengo nada, no tengo hábitos, no tengo costumbres, no tengo destrezas. Deberé esperar alguna gramática secreta. Una semántica que combine con mi mejor traje. Por cierto, no me gusta usar trajes.
Bogart noquea a un sujeto desde una pantalla. En esos lugares siempre dan cosas viejas. Un golpe falso, pero efectivo. Bacall está hablando, las contraltos siempre tuvieron algo misterioso para mí. Sobre todo en el caso de Loren, que subía un blur invisible.


-¿Dónde te dejo la comida? -trae dos platos. Y leo que se llama Jennifer.
-Dejalos por acá, yo me arreglo. Me traerías una gaseosa o algo que sea legal.
Se empezó a reír, sabía a qué me refería.
-Acá lo legal siempre está a la sombra. Seguro querés eso.
-Siempre me gustó más la sombra. ¿Te llamás Jenny, no?
-Claro, no voy a usar las tarjetas de otras personas que trabajan en este lugar. Pero las ojeras son mías. -hizo un gesto de verlo todo aunque seguramente no abarcaba nada.
Las ojeras no existían, pero como convenga, bien vale la sombra.


Ceguera de luz


Ni desde los tiempos de Cremona había tantas colecciones de cuerdas. Tantos luthiers en silencio, tanto flamenco que no sonaba. La casa era sencilla pero muy singular.
-¿Te gusta? Lo trajo un coleccionista napolitano. Pero parece del norte, una amiga se lo confundió con un suizo.


-¡Como postre un Mont Blanc! ¡Para vos!
-Jenny, yo no puedo pagar eso, no me da el presupuesto ahora…
-Lo pago yo. Yo pago todo, porque los ciegos siempre pagamos. Sobre todo si tenemos reales visiones interiores.
-No entendí lo que quiso decir. De todos modos siempre me gustó la música de Steve Wonder, y lo relacioné con eso. “Innervision”.


-¿Y quién cuida mejor que yo a mi hermanita? Dame un beso, luz de mi alma. -al hermano no le creí, había algo falso ahí, era una frase en pose
“¿Viste esta postal de París?” Todavía existen las postales. Todavía existen los países. Todavía nos lavamos las manos fuera del baño, justo al lado de la puerta, después de pasar el pasillo.
Erdosain tenía cuatro pares de pies, unos reales y otros falsos. El tema era adivinar sus pasos. Sólo los verdaderos sonaban. Como la voz, la genuina, la que se emite.
Pasar esos álbumes de papel caro de Getty me tenía en extrema cautela. Había fotos de Steve McCurry, había ojos verdes que te congelaban en la desesperación. Pupílas filiformes. “¿Cuántas veces tengo que decirte que eso es para tu papá? Y no molestes al señor, es un invitado. Sabrás perdonar también a mi mamá, es la que hace ruido en la cocina”.


Inocencia


Los cromatismos de Lasso y algo de Palestrina sonaban desde lejos. Una guitarra descansaba en un sillón suntuoso, pero que parecía aún más cansado, hasta debía tener varices de tanto sostenerse. Y trepaban, trepaban por él hasta ahorcar su circulación.


-¿Te gusta cómo me queda el pelo así? Me lo planché, no tolero esas rastas jamaiquinas que heredé.
Bueno, sí, Jenny era rubia, salvo Bo Derek no conocía rubias con rastas, y esas tampoco fueron reales. Aunque se supone que fueron las primeras. Al menos en el cine. Y esto está lejos de ser una película.
-¡Cuánto ruido que viene de la calle, no tolero más! ¿Para qué hablé con el alcalde? Samaria, preparame un sandwich. -gritó la voz ronca del un esposo.
-¿Podrías acompañar a Martincito a su cuarto? Sabías que tiene un poster de Maradona en el 86. Ahí en el México D.F.


El lugar estaba cerca pero apartado. Martín era callado, desconfiado. Eso me gustó, sobre todo que tan chico sea descreído, la vida le iba a pegar menos.
-Vos sentate acá, sentenció severo… Los soldaditos esos los trajo mi amigo Julián. Nosotros todo el tiempo nos peleamos, pero somos amigos. Igual todo el mundo se pelea, ¿no?
Una herida es una fracción de segundos más difusa de lo que fue en algún estado alterno. Y no se puede proteger, al menos en este caso, no cicatriza. De todos modos daban muchas ganas de darle un abrazo a Martincito. Él no habló más. Yo por mi parte me sentía en la parte más lejana de la lejana casa. “No te vayas por las nubes de Úbeda, recordé”, ja. Tremendos cancilleres. “La fantasía es parecida y contraria al sentimiento”.


La fuga que no existe


-Si mirás bien, este cráneo que cortaron con sierra. Fijate por favor, Hermann no me prestaba atención. Creo que había tomado mucha cerveza, debía tener la mente en los pies y el hígado como saco de arena.
-¿Y qué es lo que querés saber? Vos siempre preguntado cosas. Es un cráneo con sección transversal. Ahí en la base tenés el hueso parietal, etmoides, efenoides. ¿Ahí ves el centro? está el tubérculo de la silla, la fosa hipofisiaria, el dorso de la silla: es la silla turca. ¿Sabías que ahí cuando la persona vive está la hipófisis? Se la llama también tercer ojo en algunos países de Asia. Creen que con ella podemos conectarnos con nuestro verdadero yo interior.
-¿Y vos, crees en todo eso? ¿La usarías? ¿Cómo se hace?
-Son observaciones, hay que estudiar cosas y eso aparece relleno en la sala de disección.
-No, pero qué mal. Ya sé, todos esos cuerpos parecen de goma. No hay sangre, ni linfa, no hay vida, nada ya circula. Lo que quiero decir es que tuve un sueño muy extraño. En el cual escuchaba algo así como miehina, mielina. Aparecía como un gran cable rojo o azul tirado en el suelo. De esos que usan ahí en las casas que están haciendo. Salían chispas, como las que sacan los soldadores. La aislación que era  plástica en algunas partes se quemaba. Podía sentir el olor a quemado y cómo entre los agujeros se veía cobre.


Martín ahora hablaba mucho, pero se volvió todavía más desconfiado. Muy chico era tan descreído, ¿la vida lo habrá golpeado menos?


-Me refiero a la parte superior, fijate todos esos surcos en los huesos. ¿Por qué están?
-Ah, casi nadie suele preguntar eso, lo dan como obvio. Se dan por la presión con que circula la sangre. Es tan intensa, y constante que va dejando esas marcas, que no vemos. Son como torrentes de sangre con un cauce en nosotros mismos. -se da tres golpes en la parte superior de la cabeza y hace un gesto que se esfuma  


“Sentía que mi mente era prisionera, no sé cómo explicarlo bien. Como si una cáscara de nuez me oprimiera el cerebro. ¿Viste que las nueces dentro tiene esa forma? Como si tuvieran circunvoluciones”.


Hermann sale del baño, que como siempre está sucio. Mal pintado, con agua que pierde por todos lados. Humedad que a nadie le importa. Total en ese lugar. Eructa como hábito. Su esposa Samaria pone mucha lavandina en los pisos cuando limpia. “Abren los pulmones y uno respira mejor”. Cuestiones de hábito. ¿Qué lo va a escuchar un alcalde?, ni que fuera Cicerón.


El verde parece más verde a esta hora, más desde donde ya no hay verde. Acá abajo, ¿y me creerías que entiendo todo y sé todo, incluso sin saber nada? Además no es muy difícil darse cuenta que nos están dejando sin sangre. Yo no me hago tanto problema porque no tengo. Pero al menos te lo digo. Quiero que lo sepas.


El silencio toma posición, se vuelve muy fuerte, es el viento, la gente recuerda a la gente con monumentos hechos de piedra, o algo así. Jennifer dice que las lágrimas son saladas. Creerle o no es una cuestión personal. De todos modos verla ahí frente a ese monumento impresiona. Como una especie de sombra, un vaho líquido que se superpone a un fondo gris que parece exudarlo. Más sombra.


Salí sin hacer ruido. No queriendo alterar eternas siestas ofidias, en algún lugar de esta pregunta sin respuesta debía estar la calle.




Kandinsky's Fuga (1914)


                   

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