Tres. Relatos breves. Carolina Diez



Carolina Diez


Carolina Diez

Catalinda

Catalina no se sentía hermosa pero sabía recitar. Gustaba sorprender con su sarcasmo gótico y sus ganas de amar. Como hembra en celo, iba por los senderos que la vida le extendía al paso repartiendo desnudez, salvajismo sin recelo. No era ambiciosa más que de sentimiento, más que de afecto, que no agotaba la ilusión de hallar. Infames fueron los pasos y la llevaron a bailar. Por ese entonces hallose acompañada o en sugestión tal; dicha circunstancia equivalía a estarse junto libremente, solo sabiendo soltar. Un recodo del camino había abierto la puerta que hacía tiempo Catalina no veía. En eso creyó entrever un ángel, cierto ente lumínico, una moraleja, es lo de menos conceptualizar; eso brillaba a sus ojos, añejados en prematura ceguera. Las vueltas fueron armónicas y parecía un ritmo que traían desde otros mundos. Por un corto espacio recortado en el viento, el verano encendió un rincón vacío del adentro y ahí quedó, secándose, al llegar el otoño, su blandura lenitiva. Antes, primero, hubo momentos. Al final terminaron y qué forma tan tibia de acabar: pocas veces así sucede, con las sangres ardientes y la ternura a flor de piel. Así es mejor y Catalina también se fue. Mucho tiempo pasó al parecer, mucho tiempo y se cansó de ser mujer. Se cansó de las idas y vueltas de las rondas dolientes en la primavera. De que a través de los años sea uno y sólo uno el lugar donde encuentra su paz, la infancia. Era mirando el agua cuando entraba al mundo de los fantasmas. Entraba sin dolor como una ráfaga más en el curso de las vidas ahogadas, naufragadas. Catalina se cansó de andar por tierra y se dijo un día, para qué voy dando vueltas si este río, este que tuve siempre, siempre tan distinto, siempre me sabe ver lo mismo. Por supuesto que el río no te mira, Catalina, se decía. Él me entiende, se repetía. Entonces, ¿es que todo el mundo y su tiempo y sus voces y sus ecos con causas y efectos, pasarán por aquí en algún momento? ¿Yo estaré acaso cuánto tiempo? Ella no sabía del tiempo, sabía, sí, de esperas (una vez, al principio, esperó que pare la lluvia, luego a que deje de estar nublado, luego salió); una vez esperó un algo para cuidar, esperó un alguien que la buscara para salir a jugar y esperó un dictamen sordo que, presentía, no iba a llegar. En consecuencia, aprendió a aprender a esperar. En eso estaba cuando ya era grande y no lo había notado al pasar. Esa tarde unos ojos desde el fondo se lo dijeron en silencio y Catalina ve los rostros de los rostros al pasar. Ve las auras empañadas en solemne liviandad. Ve la atmósfera entre el piar de aves y lo que el río les trae en el viento. Ve la soledad que plasma el tiempo en cada memoria que se va sin más. Ve los huecos y los intersticios todos de las vidas desencajadas en trajines toscos, en los caminos rocosos, en el costado. El que desde ahí se ha atrevido a quedarse mirando este río, de a ratos, solo como eje, solo como testigo de que aquí estamos, aquí vinimos y aquí somos como estamos, no importa ya cuánto ha pasado. Y Catalina de golpe se siente de vuelta, ¿se siente vieja? Siente el dolor de todas las noches vacías que pasa al borde del río esperando la revuelta. La venganza del mundo contra ella que se sienta, todavía, en la orilla, a esperar. A Catalina le duele el dolor ajeno, le duele como el suyo (el de su propio cuerpo, el de su ser interno), le grita desde todos lados. No es dolor, es el río. El río que la llama. El río siempre diferente, burbujeante y deja de llorar. Es la hora, algo le susurra tras un búho, en la ventisca fresca, en el picado horizonte. Estoy más cerca, repite Catalina como tantas veces. Pero esta vez lo siente, lo siente como siente los años arrastrados al hombro, lo siente como el cráneo abierto por los lados, lo siente como el vacío que en su constancia la llena. Catalina recuerda una historia que escuchó hace mucho: la niña con el corazón roto que un día recostose al sol para que le cicatrice sus penas. Días enteros el cuerpo regresaba al mismo fragmento de suelo, bajo el rayo más fuerte, cada vez llegando más muerta. El último día la niña que ya no lo era tanto abrió los ojos de golpe y encontró el llanto de su cuerpo entre las piernas; se estaba muriendo porque su herida era por dentro y ya toda estaba desangrando. Pues la curación debía buscarse adentro, Catalina funesta, pero yo no tengo adentro, repitió siniestra, eligiendo un punto fijo, muy muy fijo en el suelo donde mirando el cielo se acostó. Ocho días y siete noches y nada pasó, ni el río se oía fluir. Los siguientes días los durmió. Nada. Más noches, más días, más nada. Se incorporó, por fin, lenta pero con seguridad, temblándole los brazos al sostenerla transversal y tambaleándose apenas las rodillas hasta enderezar el torso bajo otro ocaso otoñal, que sintiose el primero. Así Catalina aprendió a caminar.

Abril, 2011.


Reflexiones de la casa Buthán

Los últimos serán los primeros pero los primeros son impredecibles.

El origen.
Cómo comenzar.
Necesito una idea.
No.
Necesito un disparador.
Necesito elegir un tema.
No, el tema me elige a mí.
Puedo partir de algo que me sugiere mi imaginario respecto a x.
Puedo partir de x.
x será un recorte, un fragmento de X y, en sí misma, será también X.
el disparador se encontrará con la idea luego de partir.

Deberá partir de mí.

Puedo encontrar muchos caminos para partir.
Puedo partir de un nombre.
De una edad o lo que me remita a esa edad.
Puedo partir de una ocupación y todo el imaginario que me habilita esa “ocupación”.
Puedo partir de elementos más sutiles, de la autopercepción, la posibilidad de autocualificarme, la capacidad de adjetivar al uno mismo y de los mecanismos que moviliza esa activación, a nivel de profundidad, de implicancia en el relato, de extensión, de supremacía de un género, de vuelo imaginativo, etc.
Puedo partir de una acción, una acción precedida y seguida por otras acciones, puedo incursionar en las acciones familiares y en las extravagantes; puedo IMAGINARLO y, por ende, puedo ESCRIBIRLO, puedo contarlo. De la misma forma en que lo recibo. El relato SUCEDE a pesar mío, pero SOY quien lo procesa; no hay otro en mi lugar, en mi voz, en mi relato, en ese impulso, en esa realidad que se visualiza entre líneas.
Puedo partir de una emoción, hundirme en ella y desarrollarla, hacerme esa emoción, hacerme eco de lo que esa emoción representa para mí, ser infinitamente esa emoción y entregarla en palabras. Tendría un poema, una canción, depende de cuánta acción se sume, una tragedia, un drama, una triste historia, lo elijo; en algún momento, debo elegir hacia dónde encauzo esa emoción, la emoción se vuelve también un personaje que busca algo, la habito, le pregunto qué busca. En un momento no soy tampoco la emoción, soy la posibilidad de OBSERVAR esa emoción.
Soy la posibilidad de observarme a mí mismo.
Puedo partir de mí mismo.
De la descripción de un espacio-tiempo, un escenario, una SITUACIÓN conocida, una expriencia.
De un deseo imperioso, de un sueño imposible, de un ideal absoluto, de un extremo hacia el que se encauza la energía de la historia.
De una frase, palabra, pregunta, fragmento de canción, color, sabor, reminiscencia, etc. que ME conecte con el AQUÍ-AHORA. Profundizo en ella.
Puedo partir de este preciso momento, in media res, en medio de la cosa, e ir más allá de las exigencias de la estructura.
Puedo partir de algo que todavía no comprendo, que no puedo explicar y que no me es definible.
Puedo partir de algo ya comenzado.
Escribir sobre mí mismo.
Tomarme como punto de partida, referencia, desde la observación.
Salir del eje del sujeto y entrar en el de objeto.
Abstraerme de mi historia.
Mi historia, mi realidad, mis vínculos se construyen desde las palabras, por y a través del lenguaje.
Soy un constructor y un constructo de palabras.
Las ideas pueden funcionar como bases, sin embargo pueden verse como procesos, como complejos que se conforman en distintas instancias y por diversos factores; yo, mis propias ideas, se actualizan. También estoy vivo, me desarrollo, soy un proceso. Lo que puedo decir sobre mí con-las-palabras no resume mi ser continuo, en constante existir.
Si me conecto a través del lenguaje es en otro nivel del lenguaje, que me habilita a hablar de otros yoes que me conforman.
Yo elijo dales la voz. En pos de algo. Puedo partir de eso.

Yo escribo.

07/07/2017


C

A dice que B le resulta insoportable. C escucha a A y asiente, sin saber qué es lo que asiente. C no sabe si lo insoportable es para ella B desde A; A por su apreciación de B o ella misma, por ver insoportable el hecho de la valoración sobre soportabilidad, algo que a C se le vuelve insoportable y también arrastra a A y B por el mismo curso.

A y B tienen un vínculo mucho más estrecho entre sí que con C, de hecho, C tiene un vínculo más directo con B que con A, sin embargo, aún más estrecho es el vínculo que C forma con D, dado que ha llegado detrás suyo. De modo que sobre A y B no es que C esté enterado de todo ni mucho menos. A y B tienen una vida muy activa, están en la mayoría de las consignas y trabajan mucho más que el resto. Si bien no estamos aquí hablando de un caso como X, A y B se mantienen muy bien en las actividades y C y D más bien les siguen muy de cerca, siempre atentos a los primeros. Sin embargo, C ahora piensa qué cosas le parecen insoportables de D, y resulta ser que D y C, tal vez por perfil bajo, tal vez por comodidad, por vagancia, son más bien relajados y no suelen llegar a soportarse. No siempre salen juntos pero casi siempre regresan a la vez, no siempre comen a la misma hora, pero se guardan comida cuando pueden, no necesariamente son fogosos pero se abrazan cada vez que se saludan. (Ellos se saludan con el cuerpo) A y B viven en la cabeza. C y D en el mundo, relegados del primer puesto, mundanos.

C piensa en qué cosas le resultan insoportables en general, de A, de B, de D; encuentra muy insoportable que se encuentren insoportables entre sí, se da cuenta que resulta insoportable para C la forma en que se los relaciona. Piensa, además cuántas cosas suyas serán insoportables para A, B y D, las que manifiestan y las que callan, que habitualmente son peores, piensa, además, que qué injusticia andar justificando, argumentando, porqué el otro es insoportable. Y C piensa si A sabe que eso que A no soporta de B es algo que A lleva en sí y lo expresa por ejemplo, con C, o con D y muchas veces, por supuesto, con B que, al no poder verlo en sí mismo, no siempre es capaz de verse en lo que afirma A.

Entonces C piensa qué de todo eso está dentro suyo también, qué de eso que no soporta la caracteriza a sí mismo y es una angustia infinita lo que cubre a C, casi una Y acude a su encuentro y entiende, por fin, la función de la norma, el orden, la linealidad, la estructura, la estable. En la medida en que ese sea un orden establecido, C será en función de B y, a su vez, de lo que A ve de B, y C engendrará, sin quererlo, un nexo con D que a su vez vendrá seguido de E, quien no culminará ningún ciclo.

C entiende que el vínculo es un juicio expreso, oral y público, que no puede enmudecerse, en el que participan representantes de la totalidad del sistema, que son los quienes, de oídas o en presencia, reciben los mensajes de los demás miembros y, generalmente, producen una respuesta acorde.

C no quiso interrumpir el tratamiento, ni la secuencia, ni los hilos conductores, sino más bien buscó, un poco sin darse cuenta, salirse de la lista y esparcirse en sonido inconexos.

B llegó, entretanto, convencido de que era nada sin A, de que todo se lo debía, llegó pensando que si C no podía sostener su lugar, entonces su propia existencia estaría reducida a la incoherencia. B se lamentó, porque sentirse en segundo lugar duele, porque ser siempre el otro, porque ser insoportable… C oyó el lamento, lo imaginó frente a A, habilitándole ser insoportable.

C se lamentó por ambos, por A, por B, también por sí mismo y se lamentó por notar que podría resultar extremadamente insoportable para otros, sobre todo para D y tal vez para B, si no fuera que B está ocupado siendo insoportable para A, y A muy ocupado en llegar antes; sino fuera porque D, a su vez, está muy pendiente de lo que pasa con E, dado que además trabajan juntos y así, C nota que F. G, H, todas vienen a estar complicadas también, pero C sufre. Nota que el orden le hace sufrir. Que ese lugar le hace sufrir, que la ley de la causa le hace sufrir y no termina de encontrar la fórmula para salirse del deseo de que tras suyo llegue D y le dé un respiro.

C intenta pero no hay forma, por eso escribe. Ocasionalmente, cuando A y B están bien, cuando las quejas no fluyen y todo es una línea recta sin mesetas, C escribe. Se detiene cuando aparece el asunto del triángulo, en el cual siempre participa. C cumple la función que le delegan y para ellos prescinde de D. Otras veces D también está allí y pone poca resistencia a los juegos que A y B proponen, a las formas. No fueron pocas las veces que estuvieron ahí F, G, H e I, por supuesto, que siempre pasa casi desapercibida por su delgadez; J y K son más bien movedizas y de buen talante, mientras que L y M tienen un status superior, por lo cual no siempre están invitados, dado que entre A y M siempre hubo algo que L y B no van a poder comprender nunca. Las historias, los ciclos se repiten, el orden es el mismo, se agrupan diferente, hoy acá, mañana allá.

Así fueron agrupándose, las letras, para exigir una libertad imposible, solo podemos combinarnos sabiamente, pero no podemos escapar de esta regencia, algunas vocales argumentaban.




2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Los tres relatos están tomados de distintas etapas de la producción de Carolina. No conozco otra persona que tenga esta forma de expresión, aborde el tema aborde. Involucra una suerte de "elocuencia sonambulistica". Es muy personal. Gracias por comentar.

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