Tres(II). Relatos y poesía. Carolina Diez



Carolina Diez



Carolina Diez

Andante


Al oeste aún podía ver el último color del atardecer, yendo tras el sol. La llanura se extendía ante él y debía seguir adelante pero la imponente escena merecía detenerse a contemplarla. Decidió sentarse en el mismo lugar donde estaba y comenzó a liarse un cigarrillo casi sin dejar de ver el ocaso que se despedía. Una noche más y tanto camino por andar. Aún tenía tabaco, y eso era todo un privilegio, lo había racionado de la manera más estricta, pero al atardecer se consentía, así como antes del amanecer. Había caminado tanto en el último tiempo que ya no le quedaba recuerdo alguno de su vida antes de empezar a andar, por fortuna. Todo en su memoria eran soles que se iban o venían, estrellas muy prendidas y la suave brisa en su cara. Lo demás, silencio absoluto y oscuridad. Si bien no sabía dónde se encontraba exactamente, sabía muy bien hacia donde tenía que ir: adelante. Tampoco se acordaba muy bien de cómo había decidido emprender el viaje: había sido un episodio extraño de una vida pasada, cubierta en las sombras de lo incierto que fue lo primero que se borró por pedido propio. La vida ya no valía nada entonces. Ahora, sabía que debía caminar siempre adelante, que tenía que contemplar unos segundos de cada amanecer y de cada ocaso, sabía que tenía tiempo de contar las estrellas hasta que se apagasen con el día, pero que no importaba si nunca terminaba de hacerlo porque el tiempo no lo perseguía, lo acompañaba. Había encontrado el verdadero sabor del tabaco en el momento justo, cuando todo lo demás se detenía para que el humo se disipara con la mayor lentitud posible hasta que desaparecía por completo. Había conocido el hambre y la sed desesperadas y casi tangibles. Había tenido las imágenes más bellas y más terribles que nunca hubiera imaginado, y las había disfrutado a todas por igual. Se sentía vivo y en camino, listo para llegar, pero también para seguir buscando. Aunque no supiera qué buscaba, porque se sentía tan bien haciéndolo que el fin no importaba, era una eterna odisea, una ocupación perpetua, una vida entera de algo que hacer. Ahora, mientras fumaba el cigarrillo para despedir al sol, hablaba con alguien, con alguien que no está pero existe. Con alguien que no significa nada pero es todo. Con alguien que a nadie más le importa que a él mismo y, por eso, es perfecto. Hablaba con la parte de él que nunca había estado antes, con la parte más vacía pero más vasta, su parte eterna. Terminó el cigarrillo en el instante mismo en que el último color del atardecer se evaporaba. Se paró, colgó su bolso al hombro y dio media vuelta. Nos vemos en la mañana, le dijo sin palabras a la luz que ya no estaba. El desierto lo rodeaba y no se veía un alma en kilómetros. Sin embargo, todo respiraba, cada partícula de aire lo miraba pasar y cada grano de arena era infinitamente divino. Divinidades que él pisaba sin culpa alguna, porque atravesaba el desierto de la verdad absoluta, en la que no hay nada al lado de uno mismo, más que su propia voz muda.

2005




355 (El primer día del año)


TE QUEMÁS, la tarde te asfixia de a poco, no pintaste, ni ayer ni hoy, te falta la segunda mano y empezaste otra vez a hablarte en segunda persona. ¿Quién sos vos?

Otra vez el documental del plástico, es tremendo. La verdad es tremenda. Empiezo a pensar, como desde hace años lo pienso, que uno sólo puede reciclar. Y suena absurdo, y hay cosas hermosas que se pueden hacer mirando diferente las mil chatarras que la gente continuamente tira para hacerle lugar a cosas cada vez más artificiales y hechas de cables, carentes de textura, artefactos sin alma ya, virtualidades que existen a un nivel de abstracción que es imposible no haga sentirnos el látigo continuo de sabernos diminutos. No está mal. Pienso hacer algo con lo que no tire, o lo que no salga de acá antes que yo…hacer algo. Tengo el presentimiento de que de a poco. Miro fotos. Pienso en trabajar. Recuerdo la casa que vi desde la rendija de la persiana, la otra noche, del primer día del año, la rendija dejaba ver el espacio de dos escalones de una soberbia escalera, una escalera como la que, lo sabés, jamás habías pisado, de una madera reluciente, despampanando reflejos emitidos por las arañas del techo y todo, desde afuera aún, olía a madera limpia, a lujo. En la esquina estaba la pizzería, regia, tibia, encargamos la cosa, era el primer día del año, la primera noche del año. No sé. Pasó un mendigo, el infaltable mendigo de principio de año, el primero que ves en el año, el que te acordás los 365 días del año si tu sistema inhibitorio no anda espléndidamente, al ritmo de la vida. Él es el mendigo que pasa, no hay comida para el mendigo, no hay monedas, ni siquiera tengo bolsillos, los tengo, la pizza, sabés que Juan está pagando, que somos cuatro y que igual, a menos que te quedes sola con él, te da como cosa decirle tomá de la pizza porque como él tiene su plata y vos la tuya, en fin. Te levantás. Se van. El mendigo no, el mendigo se queda.
2013


"Touch Of Evil". Marlene Dietrich y Orson Welles


Siglos y siglos


Coronados

De guerra, miseria y hambre

La memoria fue nuestro oro

La consciencia fue nuestro pan

Siglos y siglos

Derramando

La sangre de un dios capital

La carne sagrada de la diosa terrenal

Todo ser vivo en la mesa de todos

Servidos

Siglo y siglos

Olvidamos recordar

Perdimos la dicha de estar

De volver a pisar la huella

Andando

Siglos y siglos

Bajo el mismo sol

Asomando el único dios

Que se contempla sus ojos

Quemados

Siglos y siglos

Ardiendo los cuerpos blasfemos

Las mentiras del tiempo

La verdad primordial

Muriendo

Siglos y siglos.


2018






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