Cosas del destino. Jordi Rocandio Clua
Flyer basado en el remake de "Scarface" de Oliver Stone y Brian De Palma |
Jordi Rocandio Clua
Hacía dos años que estábamos inmersos en la
guerra por el control del narcotráfico en el sur de España, y los muertos no
paraban de acumularse en las cunetas de las carreteras.
Parecía mentira que nuestros clanes rivales
persistiesen en hacernos frente sabiendo que no iban a poder con nosotros. No
hacían más que perder miembros, pero continuaban luchando.
No sabían qué inventar para intentar abrirse
un hueco en el mercado. Empezaron a fichar a traficantes cada vez más jóvenes.
Eran casi niños, pero no les importaba y a mí tampoco. Si interferían, morían,
así de simple.
Tenía dos importantes clanes rivales, Los
Pocheros y Los Arcabuces, que intentaban extender sus dominios, pero no eran
capaces. El conjunto de sus miembros no era ni la mitad del mío. Nos denominábamos
Los Cristianos, aunque poco nos quedaba de buenos.
Yo, Paco Cañizares o Padre, como me solían
llamar, era el líder de la organización. Dirigía con mano de hierro los
negocios aquí en el gran sur. No se podía mostrar ninguna debilidad o te sustituían
en menos que dura un suspiro, por eso a la mínima duda actuaba y me sacaba de
encima a los que no eran leales al cien por cien. En este mundo, el respeto se
ganaba a base de infringir dolor y sufrimiento, a base de miedo, un miedo que
paralizaba y que te hacía pensar dos veces para quién trabajabas y cómo debías
comportarte.
Gracias a los largos brazos que extendía por
toda la región, había conseguido infiltrar a miembros fieles de mi clan en las
filas enemigas. Como podréis deducir, era algo muy positivo para mi negocio, ya
que me permitía actuar con impunidad y rapidez, machacando a esa escoria cuando
iba a actuar.
Cada vez se veían más acorralados, hasta tal
punto que había llegado a mis oídos que iban a intentar asesinarme. Si tengo
que ser sincero, esto no era una novedad. Alguien con tanto poder como el que
yo acumulaba, sufriría amenazas a diario y debería extremar las precauciones.
Esta vez, sin embargo, era diferente. Mis topos me habían informado de que iba
a ser una operación conjunta entre mis dos clanes rivales y la Guardia Civil,
algo nunca visto hasta ahora.
Mi gente de dentro me había confirmado que
llevaban meses organizando la operación, y las consecuencias no podían ser
peores. El propio Gobierno Central había negociado con los clanes una amnistía
total si colaboraban para destruirme. Y, no solo eso, habían prometido una
inversión millonaria en la zona para construir un entramado empresarial que
garantizaría la creación de miles de puestos de trabajo, es decir, sacar de la
pobreza para siempre a nuestras familias. Esto significaba una nueva vida para
todos, empezando de cero, y lo peor de todo para el negocio, un futuro.
Si a todo esto le sumábamos la ampliación de
los efectivos de la Policía Nacional y la Guardia Civil en toda la zona, se
crearía un cóctel explosivo que iba a ser difícil de manejar.
Para hacer frente a esta ofensiva, había
tenido que cambiar las condiciones a mis «empleados». Por una parte, subiendo
las tarifas, de forma considerable, a los que siempre me habían sido fieles y
cuidando mejor a sus familias, haciéndoles ver que fuera del narcotráfico hacía
mucho frío y que era mejor que siguieran a mi lado.
Por otra, había tenido que hacer un amplio
ejercicio de represión para evitar huidas no deseadas hacia ese mundo idílico
que les estaban vendiendo. Se habían producido varias muertes que en otras
condiciones me hubiera evitado, pero debían saber que a Padre no se le
traicionaba si no querían ser pasto de los gusanos.
Mis medidas de seguridad personales habían aumentado,
añadiendo varios guardias de seguridad a mi séquito. No me desplazaba a ninguna
parte sin compañía y más sabiendo las últimas noticias que me habían llegado
por parte de los agentes de la benemérita que tenía comprados, o más bien de la
falta de ellas, ya que habían cortado la comunicación. Esto me hizo pensar en
dos posibilidades: que los habían descubierto y ya estaban en prisión, o que la
oferta de amnistía y nuevas reformas hacía imposible que siguieran junto a mí sin
correr riesgos.
En cualquier caso, la situación era
delicada, pero no pensaba rendirme. Al contrario, que los otros clanes
desapareciesen era una magnífica noticia, ya que, sin esfuerzo aparente, me iba
a convertir en un poderoso monopolio.
Ahora mismo me dirigía, junto con mis cuatro
hombres de confianza, hacia un lugar seguro. Esta misma noche se iba a producir
el primer intento para acabar conmigo. Mi infiltrado me había informado de la
hora y el lugar donde pretendían matarme, nada más y nada menos que en la
Marisquería Real, lugar de mi habitual cena de los jueves.
Todo estaba preparado para la operación. El
plan era cerrar con total discreción todos los comercios adyacentes al
restaurante mientras yo cenaba. Entonces, entrarían varios hombres
encapuchados, incluidos agentes de las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y me ejecutarían allí mismo, sin
posibilidad de rendición. La verdad era que hacían bien en intentar acabar
conmigo, porque, si sobrevivía, iría a por cada uno de ellos y asesinaría a
todas sus familias.
Mariscos envenenados llegados a la costa por una Marea Roja |
Se iban a llevar una ingrata sorpresa,
porque la persona que iba a estar allí cenando no iba a ser yo. Había enviado a
un pobre desgraciado del barrio que siempre me había tratado bien y me había
dado algún que otro chivatazo. Como premio por sus servicios, le invitaba a
cenar en la marisquería. Eso sí, antes de su muerte se iba a meter un atracón
de marisco como nunca había visto, ja, ja, ja.
En fin, a lo que íbamos, mi lugar seguro
alejado del peligro. Ya tenía otra reserva en una acogedora marisquería del
pueblo de al lado. Con toda seguridad se alegrarían de verme, pues el dinero
que les caería por la cena les iría muy bien.
Me disponía a entrar en el coche, cuando de
repente oí tres detonaciones brutales a mi alrededor. Vi cómo mis guardias personales
se desplomaban con las cabezas reventadas. Me giré despacio y observé a quien
había efectuado los disparos.
—¡Qué sorpresa que me acabas de dar, Julio!
Espero que tengas una buena explicación para el lío que me has armado. ¿En
serio te crees capaz de matar a Padre sin pagar las consecuencias?
—No hay alternativa, Padre, nos has puesto
entre la espada y la pared. No me queda otra que acabar contigo ahora mismo.
—Si es por el trato que está gestando el
Gobierno, debes saber que es una pantomima, no llegará a buen puerto. Cuando
hayan acabado conmigo y con el resto de clanes, sus agentes se irán de la zona
sin esas promesas tan suculentas. ¡Vamos hombre, si acabamos de salir de la
crisis! No hay dinero para nada. ¿Realmente crees que se dejarán ese dineral en
esta tierra olvidada de la mano de Dios? No, simplemente se irán. Esperarán a
que nos organicemos otra vez con otros líderes y vuelta a empezar. ¿No ves que
todo esto les interesa electoralmente?
—No entiendo una mierda de lo que me estás
diciendo, Padre. Ya sabes que lo mío no son los estudios y todas esas cosas, yo
obedezco y disparo, nada más.
—Entonces, exijo una explicación.
—El destino, jefe, el destino. Has
organizado esta noche de una manera muy efectiva, y te he seguido siempre hasta
el final; pero hace un rato me he enterado de una noticia bastante grave, una
noticia que te va a llevar a la muerte. Es curioso que la situación que has
planeado para librarte, te vaya a conducir al hoyo.
—¿Qué ha pasado? Seguro es algo que tiene
solución, mis recursos son ilimitados.
—Esta vez no, Padre, esta vez la has cagado
bien. De hecho, cuando acabe contigo, tengo que informar de un asunto a la
Guardia Civil.
—¿Te han comprado también? No me lo puedo
creer.
—No, no es eso, se trata de mi padre, de mi verdadero
padre.
—Pues llámale y que venga, que me explique
su problema, lo arreglaremos.
—Ahora mismo no puede, Padre, se dirige a la
puta Marisquería Real. Es el hombre que has enviado para que te sustituya.
—Ya veo, así que es eso lo que te preocupa.
Pues debes saber que siempre tengo un plan B para estos casos. Observa.
Metí la mano en el bolsillo y, muy
lentamente, saqué un detonador. Julio se lo quedó mirando con preocupación.
—¿Qué es eso?
—Mi plan de escape. Acabo de activar el
detonador y, si me disparas, lo pulsaré. La Marisquería Real saltará por los
aires con tu padre dentro. ¿Te crees que soy tan poco precavido que no conozco
a mis propios hombres? ¿Acaso crees que puedo poner mi vida a tu servicio sin
conocer tu pasado y tu presente?
—Serás desgraciado, ¿cómo puedes ser tan
retorcido?
—La experiencia, Julio. Soy perro viejo y lo
tengo todo pensado, así que tienes dos opciones, disparar y matar a tus dos
padres o dejarme marchar.
—Si te dejo ir, me matarás. Te conozco y
esta ofensa nunca me la vas a perdonar.
—Cierto, Julio, pero tengo la solución a ese
dilema.
—Explícate.
—Vas a tener que salvar a tu padre sacrificándote
en su lugar. Es sencillo, pégate un tiro y yo mismo avisaré de que no estoy allí.
Total, ya puedo huir sin complicaciones.
—No me fío de ti, Padre. ¿Cómo sabré si
cumples con tu palabra?
—No puedes, va a ser un acto de fe.
—Eres muy cruel, no me creo lo que dices.
Seguro que todo es mentira y ese detonador no activa una mierda.
—¿Lo comprobamos? Ya deberías saber que no
me ando con tonterías. Puedo ampliar la oferta si es necesario. Haré que tu
familia viva mejor, les pagaré por tu sacrificio, nunca les faltará de nada
mientras me sean fieles. Tal y como te he tratado a ti hasta ahora. Nunca te he
fallado, lo de hoy ha sido una casualidad y has buscado una mala solución, nada
más.
Julio se debatía. No se acababa de fiar,
pero si no cumplía lo que decía Padre ya podían darse todos por muertos, él y
el resto de su familia. Pasados unos minutos, tomó una decisión.
—Está bien, Padre, lo haré. Cuida de mi
familia, por favor, tan solo te pido eso.
—Así lo haré, Julio. Al fin y al cabo, no me
has matado. Siento que esto acabe así.
Después de unos segundos, que Julio dedicó a
una última oración, levantó su pistola, se apuntó a la sien y disparó. Su
cuerpo inerte cayó al suelo en el acto.
Lo miré con el semblante triste. Había sido
un buen compañero para un final tan trágico. Pero la vida continuaba y tenía
pendiente un asunto.
Miró el detonador que sujetaba en la mano y
apretó el botón. A varias manzanas de allí, se produjo una gran explosión,
matando al padre de Julio, a los miembros de sus clanes rivales y a los agentes
de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad que le estaban esperando.
Siempre se salía con la suya. Un futuro
prometedor se abría ante él.
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