Freud: heredero del romanticismo filosófico alemán. Jenny Levine Goldner
Réplica de "El grito" de Edvard Munch |
Publicado en la Revista de
filosofía de la UIA
Jenny Levine Goldner
Resumen
El Psicoanálisis y la Filosofía son campos de
estudio que muchos autores han tratado de hilar, con el fin de desarrollar un conocimiento
más amplio y crítico. En el siguiente artículo abordaremos al psicoanálisis
elaborado por Freud como una herencia que él mismo no ha podido recibir del
todo; una autor que se sitúa como heredero de la tradición filosófica
romántica, en especial la desarrollada en Alemania. Discutiremos las críticas
que ambos movimientos llevan a cabo a la época en donde se desarrollan,
elaborando así una nueva lectura de los textos psicoanalíticos a la luz de la
filosofía romántica alemana.
Palabras
clave: Psicoanálisis, Freud, Romanticismo alemán,
filosofía.
Abstract
Psychoanalysis and Philosophy are two fields of
knowledge that many authors have attempted to spin, in order to develop a more
critic and wide knowledge. In the next article we will read Freud’s
Psychoanalysis as a heritage that Freud himself has not been able to fully
receive. We will read Freud as an author that stand as a heir from the romantic
philosophical tradition, specially the one established in Germany. We will
argue the critics that both movements present to the time where both grow, to
elaborate a new reading of the psychoanalytic texts in light of the German romantic philosophy.
Key Words: Psychoanalysis, Freud, German Romanticism,
Philosophy.
El psicoanálisis considerado tanto teoría
como práctica clínica, y la filosofía como pensamiento crítico, son dos tierras
que ya muchos autores han tratado de unir mediante puentes. Freud ha dejado una
huella profunda que no debe ser dejada de lado. Pero, ¿puede aportarnos algo
más su pensamiento? Después de todas las lecturas y re-lecturas que se han
hecho, ¿podrá haber algo todavía? En el presente texto trataremos de elaborar
otra lectura, tomaremos el texto de Freud y lo abordaremos como una herencia.
Freud, entonces, se convierte en heredero de una tradición filosófica que se
encuentra en sus propias ideas; una tradición, pues, que con su espíritu
reinaba en el pensamiento de la época del médico. No solamente lo abordaremos,
entonces, como el inventor del psicoanálisis, sino será leído como heredero de
una tradición específica. Una herencia que pasó a sus manos sin mucha
advertencia y que le indicó el camino que debería de seguir; una herencia que
marcó al psicoanálisis y que debemos de traer al frente para comprender con
profundidad la tarea freudiana.
Según
Derrida, en toda herencia hay una aporía, puesto que a pesar de no poder
recibir lo que se hereda, aún así la herencia existe. En el caso de Freud,
vemos que ha sido heredero de la tradición de la que estamos hablando; sin
embargo, es una herencia que él mismo no pudo recibir: una herencia que queda
reflejada sólo en sus textos.
Entonces,
¿cómo leer a Freud? ¿Se puede leer desde una perspectiva filosófica? ¿Cómo
leerlo a más de cien años? Aquí presentaremos una lectura distinta a las que se
han elaborado. Desplegaremos a un Freud como heredero del Romanticismo alemán.
Sabemos que Freud siempre tomó una posición ambivalente ante la filosofía, “no
sabía bien qué hacer”[1].
En sus textos sostuvo habitualmente una postura negativa hacia dicho
pensamiento, pero en sus cartas muestra algo distinto. Primeramente, hay que
destacar el psicoanalista estudió con Franz Brentano, con quien adquirió
algunas nociones de filosofía. Pero hay una frase que hallamos en una carta
dirigida a Martha Bernays, su esposa, del 16 de agosto de 1882: “La filosofía,
que yo siempre imaginé como una finalidad y un refugio para mi vejez, me atrae
cada día más.”[2]
Ante su silencio y su incapacidad para tomar
la palabra filosófica, nos queda invitar al texto freudiano a la apertura
para leerlo de otra forma.
Freud
fue un científico que buscaba construir una ciencia que respondiera a ciertas
problemáticas que aparecían en su época, temas que no eran del todo claros y no
tenían una respuesta concreta, si es que podían tenerla. Desde sus primero escritos, Freud, rodeado
por neurólogos, ya empezaba a buscar causas psicológicas para los síntomas
presentados en sus pacientes. En estos textos ubica a la sexualidad como un
efecto imprescindible en el papel de las neurosis; sin embargo, fue con el caso
de Bertha Pappenheim en 1880 ¾inmortalizada
por Breuer con el seudónimo de “Anna O.”¾,
que empezaron los gérmenes del psicoanálisis. Una mujer incomprendida por la
ciencia, que rebasaba el saber de la época e incluso lo contradecía. ¿Cómo
podía ser que una persona con una gama enorme y apantallante de síntomas no
tuviera algún daño o falla orgánica? “Está loca, está fingiendo”, decía la
ciencia, “hay que hacer caso omiso de ella y otras como ella”. Breuer había
sido el médico de esta paciente y no fue hasta 1882, después de que éste
interrumpió el tratamiento, que platicó al joven Freud acerca del caso
detalladamente. Freud, defraudado por los efectos que tenía la hipnosis en la
paciente, indagó más en la historia. “Un cuarto de siglo más tarde, Breuer
sostuvo con justicia que su tratamiento con Bertha Pappenheim contenía la
‘célula germinal de todo el psicoanálisis’.”[3]
Anna O. era una mujer con dolores de cabeza, perturbaciones en la visión,
parálisis, lagunas mentales y alucinaciones con serpientes negras, huesos y
esqueletos, por mencionar algunas de sus querellas. Breuer, en sus visitas
diarias, descubrió junto con su paciente, que conversar la aliviaba de forma
temporal. Ella designó a esas charlas “curación por la palabra” o “por la
conversación” (talkingcure) o, con
humor, “limpieza de chimenea” (chimney
sweeping). Mediante este método catártico se evocaban recuerdos y emociones
que estaban olvidados. Sus síntomas, concluyó Breuer, eran residuos de
sentimientos o impulsos que se había visto obligada a reprimir, en especial, de
naturaleza sexual. El médico se negó a publicar sus investigaciones y
hallazgos. ¿Cómo se iba a exponer un médico a aseverar que los síntomas de su
paciente eran originados por recuerdos, pensamientos y sentimientos reprimidos,
y además de naturaleza sexual? Ya que Breuer no tuvo el coraje, según Freud lo
veía, éste partió de los descubrimientos de su colega para investigar con mayor
profundidad.
A
partir de otras pacientes histéricas, Freud dejó la hipnosis por completo y la
catalogó de inútil, puesto que hallaba mejores resultados en “la cura por la
palabra”, al cabo que desarrolló su método y teoría sobre la asociación libre.
Mediante éste se lograba una disminución de los síntomas pero no la cura. Esto
no era suficiente, el trauma tenía que ser “elaborado”.
¿Por
qué hablar tiene esos efectos y cuál es el proceso de cura a través de este
método? Con sus pacientes histéricas se dio cuenta de que el cuerpo del sujeto
no es bio-lógico como lo señala la ciencia, sino que es bio-ilógico, un cuerpo que no responde a las leyes neurobiológicas
conocidas.
El
caso de Anna O. fue el que dio inicio a la teoría psicoanalítica. Por medio del
estudio de la histeria, Freud vislumbró que había algo que la ciencia había dejado
de lado todo este tiempo: el inconsciente. Los sueños formaron parte de su
amplio estudio, así como su relación con la infancia y, más tarde, la cultura,
los equívocos del día a día, y las fuerzas pulsionales que trastornan a los
hombres. Al hacer este viraje, —del estudio de un cuerpo médico a un cuerpo
psíquico—, encontramos que el vienés tenía ideas similares a la tradición
filosófica del movimiento romántico, en especial el desarrollado en Alemania, y
que muchos de sus pensamientos recogen perspectivas acerca del mundo y del ser
humano que estos poetas y filósofos habían germinado. Llevando a cabo una detallada lectura de los
textos del psicoanalista, hemos reconocido ciertos rastros de un pensamiento
romántico que le antecedió, un pensamiento que quizá llevó a Freud a caminar
por otras riendas y a penetrar en otros saberes que la ciencia no había tomado
en cuenta hasta entonces. Desde sus primeros escritos ya podemos atisbar una sospecha[4]
hacia las facultades de la conciencia, podemos encontrar que para el
psicoanalista todo aquello inconsciente había sido puesto de lado y tildado de
“escoria de fenómenos”, puesto que no podía ser medido, verificado o
cuantificado. Los síntomas como los que presentaba Anna O. eran aborrecidos por
la ciencia puesto que no se encontraba ninguna causa orgánica que pudiera
explicarlos, pero el psicoanalista dio un paso hacia atrás, en el sentido en
que retomó un pensamiento que oscurecía a la Ilustración. Un pensamiento que
había sido olvidado por las teorías psicológicas que habían dado a la
conciencia la entronización de la razón. Freud sospechó de todo esto y retomó,
sin mucha advertencia, los cuestionamientos románticos que se habían asentado
poco antes. Así, un psicoanalista heredero de romanticismo alemán nos muestra
una doctrina que no confía en lo que dice la conciencia y que rescata que hay
algo más, algo profundo, oscuro, velado y poderoso que atormenta a las personas
neuróticas, que conduce la vida e influye en toda relación que tenemos con el
mundo y con nosotros mismos. En el siguiente texto trataremos de seguir estas
huellas que Freud va dejando en sus escritos y las entrelazaremos con la
tradición romántica de Alemania, y nos enfocaremos en los primeros románticos.[5]
A
pesar de esto anterior, no podremos ignorar que Freud siempre estuvo en aras de
los intereses de la ciencia. Pero ¿qué ciencia podía hacer Freud a partir de su
paradigma del inconsciente? ¿Qué ciencia sustentaría que existen procesos
inconscientes que determinan nuestra vida conciente? ¿Qué ciencia sería ésta si
declara que la via regia al
inconsciente es a través de los sueños? ¿Qué ciencia se propone curar a través
de la palabra síntomas que son producto de traumas infantiles no elaborados?
¿Qué ciencia apoyaría la existencia de “pulsiones” y un deseo infantil
inconsciente, de amor a las figuras primarias y sexual? A partir de estos
cuestionamientos, podríamos retomar la pregunta: ¿Es el psicoanálisis una
ciencia? Si en efecto seguimos la palabra de Freud pero la leemos con una
distancia histórica, podemos decir lo siguiente: Freud buscaba crear una
ciencia exacta para que sus teorías no sean desvalorizadas y categorizadas de
misticismo o religión, y este edificio teórico que construyó no corresponde a
la ciencia exacta como la conocemos, sino que podríamos calificarla de “ciencia
romántica”. Una ciencia, pues, que retoma cuestionamientos de un periodo que le
antecede al autor, que regresa al sujeto y no al mundo físico, puesto que este
último sólo se puede conocer a través de lo psíquico; una ciencia que sospecha
de la ciencia, que duda de la conciencia y que se enfoca en “procesos
inconscientes”, en sueños, actos fallidos, chistes, síntomas neuróticos que no
pueden ser explicados por la medicina o el razonamiento lógico y que están
enredados en la sexualidad del sujeto, todo aquello que el pensamiento de su
época ignoró y los que la modernidad buscó censurar. ¿No es ésta una queja
similar a la que llevaron a cabo los románticos alemanes poco antes de Freud?
Ninguno de ellos está conforme con el método de la Ilustración, ambos presentan
una queja. En palabras del psicoanálisis: la esencia de lo psíquico no está en
la conciencia, los síntomas de la neurosis son causados por traumas infantiles
que no han podido ser simbolizados y la única forma de cura es a través de
llevar a cabo un viaje al inconsciente, a la infancia y a los sueños. En
palabras del romanticismo alemán: regresemos a la infancia, a los sueños, a lo
inconsciente, al juego y a la poesía porque la sociedad lo ha olvidado, la
Ilustración ha negado que existe todo ello y que ahí se encuentra la esencia
del sujeto y su verdad.
Habría
que hacer una ciencia que tomara en cuenta “las exigencias del espíritu y las
necesidades del alma humana”, supuestos que se muestran oscuros, incontrolables
e inmedibles para el método moderno; un sistema que no ignore la vida psíquica,
un método particular para el tratamiento de las neurosis. Pero si Freud se
desliga e incluso se opone a la ciencia de su época pero insiste en desarrollar
una “ciencia natural”, ¿a qué dirección se dirige? Si partimos de lo ya dicho y
de algunas declaraciones por pensadores como Thomas Mann, Paul-Laurent Assoun,
Albert Béguin, Jean Allouch, Paul Morand, Roberto Castro y Luis Eduardo Prado
de Oliveira, quienes ubican cierta influencia del pensamiento romántico en la
obra del psicoanalista, podemos decir lo siguiente: Freud es un autor romántico
que está inconforme con el pensamiento moderno, es un autor “revolucionario”
que muestra una “dependencia independiente con el romanticismo alemán”, como escribe
Mann[6];
es autor de una teoría que debe mucho al romanticismo, con palabras de Béguin[7];
que está influenciado en gran medida por la filosofía, como lo anuncia Assoun
en sus textos y muchos otros; que no
puede dejar atrás el pensamiento romántico de su época, como bien podemos leer
en Allouch y Roberto Castro; asimismo, Freud es heredero del Romanticismo
alemán y de una filosofía de la libertad crítica proveniente de Kant, como
Roudinesco[8]
nos advierte. También, podemos encontrar las huellas de este romanticismo en
los escritos del mismo Freud al citar a autores como Goethe, Schelling,
Dostoievski, Jensen, Heine, Schiller, Jean Paul, Kleist, Schnitzler, entre
otros. No obstante, el problema de rastrear un romanticismo alemán en los textos
del médico se expone cuando (aparentemente) el mismo Freud no nos da de forma
explícita las herramientas necesarias para llevar a cabo esta indagación. Sin
embargo, sus altos intereses en la literatura y las conexiones que realiza con
sus trabajos nos han ayudado a atisbar la relación que aquí proponemos.
Podemos
leer en Freud restos de un pensamiento romántico, retoños de un romanticismo que lanzó el diagnóstico
de la época: el hombre se encuentra fragmentado, dividido y roto. El hombre
está inmerso en una sociedad que no complace sus deseos, que su satisfacción le
está prohibida y por lo tanto siempre estará insatisfecho. El hombre permanece
en conflicto constante entre esos “caprichos” y la ley del Estado, entre su
naturaleza y la razón que se le ha impuesto.
El
diagnóstico que emiten los románticos no se aleja del que Freud postula. El
hombre se encuentra en un problema porque la modernidad ha tratado de ocultar y
ha desvalorizado la verdadera esencia del sujeto, aquella que no se encuentra
en la conciencia. A partir de ello permanece en un estado de insatisfacción y
fragmentación. Jean Paul piensa que si el entorno no es suficiente o de hecho
es violento para el hombre, hay que llevar a cabo un retorno a los sueños, a un
momento en donde la razón no está presente y en donde está la verdadera
naturaleza del sujeto. Jean Paul amó el sueño porque lo “trasportaba a las
regiones de la infancia; el retorno a la ingenuidad estupefacta de la primera
edad fue siempre su respuesta a las ansiedades del hombre maduro.”[9]
El
siguiente texto, mismo que forma parte de un trabajo mucho más extenso, tratará
de hilar al romanticismo alemán temprano y a las teorías de Freud. Existen
varios aspectos del romanticismo que podríamos vincular al psicoanálisis; sin
embargo, aquí nosotros abordaremos el lazo que ambos movimientos comparten
respecto a la crítica a la cultura y las problemáticas que se presentan en la
época, asimismo, ambos autores resaltarán una fuerte crítica hacia la
Ilustración que veremos en lo que sigue.
Pasado
el medievo y con la Ilustración en su máxima expresión, muchos europeos de
finales del siglo XIX buscaron la manera reconciliar el mundo interno del
sujeto con las demandas expuestas por el positivismo científico. En medio de un
mundo mecanicista y atomista, intentaron darle sentido a lo que significaba
tener una vida interior. Los románticos, “en oposición a la época empírica que
les precede y a la científica que les seguirá, no dan crédito sino a las
intuiciones que van reforzadas por algún choque afectivo. El lugar de las
certidumbres se desplaza de la evidencia lógica hacia la adhesión apasionada.”[10]
Frente a la mentalidad calculadora de la ilustración, los románticos basaron
sus anhelos en la búsqueda de afectos y sentimientos auténticos.[11]
Los
románticos estaban desilusionados. La llegada de una época de la Razón les
había prometido mucho pero no pudo cumplir. Este sentimiento, en parte de
carácter melancólico, se encuentra muy presente en el romanticismo en Alemania.
En voz de estos poetas y filósofos, Basave escribe:
Estamos
insatisfechos porque nuestro insoslayable afán de plenitud no encuentra—en esta
vida— bien alguno que le colme. Estamos insatisfechos porque nuestra
insuficiencia radical, nuestro desamparo ontológico, son obstáculos permanentes
que nuestro afán de plenitud subsistencial no puede eludir ni vencer. Vivimos
esencialmente insatisfechos […]”[12];
“El estado del espíritu romántico está presidido por la insatisfacción, por la
inquietud y por la tristeza ante la vida” […] En los
románticos “hay ese anhelo vago —‘Sehnsucht’— de un ideal impreciso…[13]
Es
claro que había insatisfacción, pero ¿cuál era la causa? La Revolución Francesa
trajo consigo la promesa de la libertad, de la paz perpetua, la promesa de que
la razón por fin liberaría al hombre. La palabra de la Ilustración era enorme,
penetraba en los corazones del pueblo, de los poetas y de los filósofos, con
tal fuerza que, más que una promesa, parecía la única esperanza. Pero la
promesa de la Ilustración de la paz perpetua y la humanidad por fin junta,
unida, como hermanos, como hijos de Dios, ese juramento que traía consigo un
monto de fe y pasión, no fue, al final, lo que se esperaba. Mientras tanto,
esta fuerza que arrasó con las mentes y los corazones de nuestros pensadores,
tomaba la forma de cartas como la que escribió Hölderlin a su único hermano
Carl Gock en 1793:
Pues
ésta es mi más profunda esperanza, […], la de que nuestros
nietos serán mejores que nosotros, que la libertad tendrá que llegar alumbrada
por sagradas luces que den calor, en la helada región del despotismo. Vivimos
en una época en la que todo está trabajando para lograr días mejores. Este
germen de ilustración, estos callados deseos y esfuerzos de algunos por formar
el género humano, se extenderán y fortalecerán y darán hermosos frutos… Esto es
lo único a lo que se apega mi corazón.[14]
Quizá, tras leer este pequeño fragmento,
podemos atisbar la decepción de un juramento no cumplido. Así, toda la pasión
que surgió a partir de este momento, iba en contra del poder, en contra de la
razón y de un Estado que había traído violencia y guerra, una cultura que había
dejado al hombre destrozado, fragmentado, despojado de sus pasiones, había
dejado a un hombre que era puramente “funcional” y había dejado del lado su
integridad. Por una parte, el movimiento romántico es un reclamo político y
social que busca levantar a ese hombre perdido y devolverle la naturaleza que
había dejado atrás:
[…]
El problema esencial de su evolución era, a sus propios ojos, esa partición
entre dos mundos, un mundo real que lo hería y un mundo ‘ideal’, una existencia
de sueño en que se refugiaba. Esa creación de un mundo arbitrario en que pueda
dilatarse el yo, lastimado por la dura realidad, es el primer movimiento del
alma romántica.[15]
Esto
lo podemos observar, por ejemplo en el pensamiento de Schiller, en especial en
sus Cartas sobre la educación estética
del hombre, en donde escribe que “[…] en la misma medida en que la sociedad
[moderna]
se hace más rica y compleja, conduce al empobrecimiento del individuo”[16]
El reclamo del romanticismo incluye un reclamo hacia la nueva concepción de
hombre. El ser humano estaba fragmentado: sus pasiones habían sido denigradas y
la racionalidad había sido puesta en lo alto de la cima de la humanidad, como
si ello fuese lo único importante en el hombre. Una de las curas o formas de
salida de esta fragmentación es la propuesta de Schiller acerca del juego que
veremos más adelante.
Freud
por su parte, también estaba preocupado por la fragmentación del sujeto. De forma
constante escribe que la medicina o ciencia moderna había dejado de lado las
inquietudes sobre lo psíquico, mismas que eran incluso más importantes y
poderosas que las de la conciencia. Los médicos de ese tiempo, escribe Freud,
habían sido educados en el respecto exclusivo por los factores anatómicos,
químicos y físicos, y no estaban preparados para aquello que dotaba a lo
psíquico de significado. “En este período materialista —o, mejor, mecanicista—,
la medicina hizo grandes progresos, pero también exhibió un miope
desconocimiento de lo supremo y más difícil entre los problemas de la vida.” ¿Y
qué era lo más difícil entre los problemas de la vida? La vida psíquica, el
inconsciente, claro.
Asimismo,
en el pensamiento de Freud resulta bastante claro su reclamo a la sociedad y al
empobrecimiento que la modernidad ha traído al sujeto. En su texto Malestar en la cultura, el médico lleva
a cabo una descripción de la sociedad a la luz de la teoría psicoanalítica.
Freud escribió el Malestar en la cultura
en 1929, una época precedida por la Primera Guerra Mundial, misma que trajo
consigo consecuencias catastróficas. Su visión general del mundo fue atravesada
por esta guerra y poco después, por lo inicios de la Segunda. Freud toma una
posición “pesimista” del mundo que lo rodea. Para él, la cultura moderna había
enfermado al hombre. Con la introducción del pensamiento calculador y la
primacía del sentimiento sobre la razón, el ser humano había quedado desvalido
y debilitado, mientras que fuerzas oscuras y desconocidas por él mismo, lo
atormentaban en sus noches. Ya desde sus primeros textos podemos leer una
fuerte crítica a la ciencia de su tiempo y la Razón imperante. La verdad del
ser no está en la conciencia, ésta se encuentra, más bien, en una “región”
oscura, a la que hay que descender, porque ahí es en donde reside el conflicto.
Descender a los infiernos del alma: el inconsciente. Desde que Freud sitúa la
esencia de lo psíquico en el inconsciente y lo llama la shibbólet[17]
de su pensamiento, podemos estar seguros de que el camino que tomará todo su
edificio teórico no será para darle más poder a la Razón y para convertirla,
nuevamente, en la tirana que reinó por tantos siglos.
Después
de El porvenir de una ilusión, en
donde critica con mucho detenimiento y dureza a la religión, en El malestar en la cultura no es menos
espinoso. El tema principal de este libro es el irremediable antagonismo entre
las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura. Una de
las premisas iniciales para introducirnos en el pensamiento psicoanalítico es
la posición de Freud en cuanto al Yo. Para los pensadores de la modernidad, el
Yo representaba el cogito cartesiano,
un yo poderoso, capaz de (casi) todo. Una de las preguntas que surgieron de
este momento, en especial de Kant, es ¿qué pasa con una sensación que no puede
ser representada (la experiencia de lo sublime)? Esta pregunta que Kant no pudo
responder, es una de las elaboraciones principales de la teoría psicoanalítica.
El proyecto de la modernidad perseguía las condiciones universales del juicio
científico y moral, a saber, condiciones racionales que puedan garantizar el
bien común y la paz perpetua, ya que la pasión y el deseo no podían
garantizarlo. Pero la razón tampoco pudo.
El
Yo para Freud es complicado y enredado. Primeramente porque a lo largo de su
obra va cambiando; no obstante, podríamos rápidamente señalar diciendo que el Yo
sirve al ello “como fachada” a pesar de que nos “aparece autónomo, unitario,
bien deslindado de todo lo otro”. El Yo “continúa hacia adentro, sin frontera
tajante, en un ser anímico inconsciente que designamos ello.” [18]
Un concepto de ello que tiene ecos en la concepción del sí-mismo de Nietzsche,
así como Freud mismo lo refiere[19].
A
partir de estas ideas y de muchas otras, el psicoanalista explora el mundo con
un tono shopenhaueriano: profundamente pesimista. La cultura (moderna) nos ha
enfermado, nos ha traído un dolor tal que ya no es soportable, por lo que nos
vemos en la necesidad de buscar salidas. “La vida, como nos es impuesta,
resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles”.
Nuestra constitución limita nuestras posibilidades de dicha. Así, el ser humano
se ve amenazado por el sufrimiento desde tres lugares: desde el cuerpo propio
que está destinado a la ruina y a la muerte nos envía señales de angustia como
alarma. El mundo exterior también nos trae un gran monto de sufrimiento porque
puede destruirnos con sus fuerzas hiperpotentes, y, finalmente, el sufrimiento
está presente cuando nos relacionamos con otras personas. Esta última fuente
es, a su parecer, la que más sufrimiento nos causa, aunque nos inclinemos a
verlo como “un suplemento superfluo”. Para soportar la vida, entonces, no
podemos prescindir de calmantes. Hay tres tipos: fuertes distracciones por
medio de las cuales podamos olvidar de nuestra miseria. Esto lo encontramos en
la actividad científica y en el Cándido
de Voltaire, cuando aconseja que cada cual cultive su jardín. En segundo lugar,
buscamos satisfacciones sustitutivas que reduzcan esa miseria, como el arte,
aunque este es ilusorio respecto de la realidad, pero no por ello menos
efectivo psíquicamente. Ahí encontramos el papel que la fantasía ha tenido en
la vida anímica. Y, por último, sustancias embriagadoras que amortigüen el
dolor o que nos vuelvan impasibles a él.
Así,
el hombre sufre por la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad del cuerpo
y, también, por las normas que regulan la cultura y los vínculos con los otros.
Parece ser, pues, que la solución a este problema es resignar a la cultura y
volver a encontrarnos en condiciones primitivas. Pero, dice el autor, todo
aquello con lo que intentamos salir de la rueda del sufrimiento que nos causa
la cultura, pertenece, justamente, a ella misma. Aquí, los progreses técnicos y
científicos han tenido un gran peso. Por medio de ellos hemos buscado una forma
más fácil de vivir, que aligere nuestra pena. “En el curso de las últimas
generaciones, los seres humanos han hecho extraordinarios progresos en las
ciencias naturales y su aplicación técnica, consolidando su gobierno sobre la
naturaleza en una medida antes inimaginable.”[20]
Pero sienten que estos avances no los han hecho más felices. Sin embargo, no
podemos dejar de lado estos beneficios y no podemos extraer la conclusión de
que los procesos técnicos tienen un valor nulo para nuestra felicidad. ¿Acaso
no es una ganancia de felicidad que cada vez que quiera pueda viajar en
ferrocarril para visitar a mi amigo en un país lejano? ¿O que pueda escuchar la
voz de mi hijo a cientos de kilómetros? ¿O no podemos estar felices de que con
los avances de la medicina hayamos reducido el índice de mortalidad infantil y
que hayamos podido prologar la vida del los hombres? ¡Hemos conquistado el
espacio y el tiempo! Y no sólo eso, ¡también la muerte! Podemos escuchar la
pluma cínica de Freud: “Se hace oír la voz de la crítica pesimista y advierte
que la mayoría de estas satisfacciones siguieron el modelo de aquel ‘contento
barato’ […].”[21]:
Si
no hubiera ferrocarriles que vencieran las distancias, el hijo jamás habría
abandonado la ciudad paterna, y no haría falta teléfono alguno para escuchar su
voz. De no haberse organizado los viajes transoceánicos, mi amigo no habría
emprendido ese viaje por mar y yo no necesitaría del telégrafo para calmar mi
inquietud por su suerte. Y de qué nos sirve haber limitado la mortalidad
infantil, si justamente eso nos obliga a la máxima reserva en la concepción de
hijos, de suerte que en el conjunto no criamos más niños que en las épocas
anteriores al reinado de la higiene […]. Y en definitiva,
¿de qué nos vale una larga vida, si ella es fatigosa, huera de alegrías y tan
afligente que no podemos sino saludar a la muerte como redentora?[22]
Para
Freud, la cultura es el conjunto de reglas y operaciones que distancian nuestra
vida de nuestros antepasados animales, que sirven para proteger al ser humano
de la naturaleza y para regular los vínculos entre los hombres. Las actividades
culturales son aquellas que ponen a la tierra al servicio del ser humano por
medio del uso de instrumentos, domesticación del fuego y construcción de
viviendas. Los motores, por ejemplo, ponen a nuestra disposición enormes
cantidades de energía que podemos direccionar a donde queramos, así como el
barco y el avión que hacen que ni el agua ni el aire sea un obstáculo para
nuestra marcha. En síntesis, la cultura es todo cuanto puede ponerse al
servicio de la explotación de la tierra, es decir, todo lo que es útil para el
hombre. Todo en cuanto pueda serle útil al hombre, es decir, todos los instrumentos
técnicos por medio de los cuales el hombre pueda servirse para controlar a la
naturaleza, es cultura moderna. La naturaleza había sido tan tormentosa,
azarosa e imperante, que el hombre moderno tuvo que hacer algo para mostrar que
él podía ser más poderoso que aquella.
Así
vemos cómo la cultura es un factor importante en la lucha del hombre consigo
mismo. Tanto para algunos románticos como para el psicoanalista, la cultura de
la época moderna había tenido una gran influencia en el devenir del sujeto.
Ahora, el ser humano estaba atravesado por una tendencia imposible de evadir,
una fuerza que había aplastado al hombre mismo y que lo había destrozado por
dentro. La sociedad y sus formas regulatorias había sido la causa principal de
la división del sujeto: por un lado estaban las pasiones y por otro, el
pensamiento. Herder, acerca de esto último escribe que “[…]
a la filosofía le resultó inevitablemente cómodo postular una única fuerza del
alma, el pensamiento, y el querer
derivar de él todo, hasta la más oscura y arbitraria sensación.”[23]
Asimismo,
Hölderlin, mediante su poesía escribe la forma en que la necesidad, como
referencia íntima al pathos, aquello
que deleita el corazón, destruye montañas y pasa por encima de gigantes:
Todo placer ha
surgido de la necesidad,
y sólo entre dolores
prospera
lo más querido, lo
que deleita a mi corazón,
el
sublime encanto de la humanidad…[24]
…la
necesidad viene, como rayo de Dios,
convirtiendo
gruesas montañas en polvo
y
despliega su curso por encima de gigantes.[25]
La
necesidad o, podríamos decir, las pulsiones, es tan poderosa, que pasa
inclusive por encima de gigantes, que pueden ser entendidos como la
racionalidad o el pensamiento del que
Herder habla.
Por
otro lado, este descontento con la época y la división del hombre entre
sentimiento y razón puede ser rastreado a algunos textos de Goethe. Encontramos
en Fausto, una fuerte crítica al
mecanicismo, un poderoso descontento y un retorno a lo oscuro. Leemos en la
boca de Mefistófeles: “Un poco mejor viviera si no le hubieses dado esa
vislumbre de la luz celeste, a la que da el nombre de Razón y que no utiliza
sino para ser más bestial que toda bestia.”[26]
También en la boca de Fausto: “Vosotros, instrumentos, sin duda os burláis de
mí con esas ruedas y esos dientes, cilindros y arcos. Yo estaba ante la puerta;
vosotros debíais de ser las llaves […]”[27]
De la misma pluma goethiana, encontramos en el diario joven Werther un fuerte
contraste entre el ambiente que lo rodea, a saber, una realidad asfixiante de
la sociedad, y el aire que se respira en la vida cercana a la naturaleza.
Goethe, mediante de la vez de este personaje, nos pone en relieve a una
sociedad preocupada por la grandeza y atemorizada por la libertad:
La
raza humana es harto uniforme. La inmensa mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para
vivir, y la poca libertad que les queda les asusta tanto, que hacen cuanto
pueden por perderla. ¡Oh, destino del hombre! [28]
En
contraste con esta vida burguesa, la vida en la naturaleza “ofrece al alma
noble un espacio para los sentimientos más elevados que un ser humano puede
poseer.”[29]
Por
otro lado, Schleiermacher también nos puede aportar grandes ideas acerca de
este tema. En su libro Monólogos, considerado
para muchos románticos una especie de Biblia, escribe acerca del
autoconocimiento, la libertad, la reflexión y también nos trae un reclamo más
acerca de la sociedad moderna: los hombres modernos “consideran que si pudieran
explicar sus representaciones y sensaciones de forma mecánica, se encontrarían
sobre la cúspide de la humanidad y de la autocomprensión.”[30]
En
estas citas alcanzamos a vislumbrar un descontento muy parecido al del Malestar, en donde se destaca un cierto
repudio al mundo, en especial a un tipo de racionalidad que se expresa en
contra del hombre y sus valores, una racionalidad que “debió de haber sido la
llave” ante esa puerta en donde el hombre esperaba. La obra romántica es un
descontento que más bien se expresa con la tonada melancólica de algo que se ha
perdido ya para siempre. Se habla de la pérdida de un naturaleza que ahora el
hombre cree poseer: “Los hombres se creen incluso dueños de la naturaleza, sus
dominadores, agazapándose juntos en el nido de sus reducidas moradas, pero no
advierten su auténtica pequeñez.”[31]
En
este sentido, la preocupación por el hombre y sus pasiones están íntimamente
relacionadas con un carácter social, cultural o incluso político. Tanto en
algunos románticos como en la obra de Freud mencionada, hay un reclamo a la
sociedad moderna puesto que ha mecanizado al hombre y a sus relaciones, y en
consecuencia lo ha llevado a la enfermedad. A partir de esta “nueva” sociedad y
en contraposición a una, quizás, más primitiva, antigua o, por lo menos,
pre-moderna, el sujeto cayó en un abismo, su racionalidad ha fragmentado a su
cuerpo, y éste no ha podido hacer nada más que enfermar. El hombre moderno como
un hombre enfermo es un punto muy interesante y se puede leer en las Cartas sobre la educación estética de
Schiller, en donde propone una nueva forma de cura. Schiller, quien después de
una enorme matanza repelió la revolución, se empeñó en formular una “terapia
estética”[32]
que tendría la tarea de hacer a los hombres capaces de libertad, todo esto por
medio de una vía que tanto interesó a estos autores: el arte. El juego con el
arte podría hacer a los hombres verdaderamente libres. ¿Qué es ser libre? Ser
libre, según Schiller, sería la independencia de las pasiones: “El hombre, está
dominado por la naturaleza sin poder dominarse a sí mismo.”[33]
Pero ¿no es esta época ilustrada un periodo de florecimiento del espíritu? “La
ciencia y la Ilustración no son más que una cultura teórica para gentes que
interiormente siguen siendo bárbaros”[34]
En estas palabras de Schiller podemos distinguir varias cuestiones: un
descontento con la Ilustración, la búsqueda de libertad que prometía esa
revolución pero que no pudo cumplir, es decir, que se tenía la esperanza o el
anhelo de que ocurriese algo que nunca llegó, y también una preocupación por la
interioridad. Safranski, siguiendo el pensamiento de Schiller, escribe que el
autor lleva a cabo una crítica a la sociedad moderna, pues “[…] en la misma
medida en que la sociedad se hace más rica y compleja, conduce al
empobrecimiento del individuo”[35]
Schiller buscaba una “cura”
mediante el juego de la literatura y el arte, como si hubiera un hombre enfermo
de razón, un sujeto dividido y fragmentado al que habría de “curar”, pero no
sólo curar al hombre en particular, sino que a toda la cultura. La sociedad
había enfermado. Las cartas sobre la educación estética del hombre muestran en
Schiller un interés terapéutico, en donde se podrían abrir espacios de
libertad. Asimismo, para este autor, el arte debía tener un lugar importante en
la vida interior de las personas, puesto que era parte de su llamada “terapia
estética”. Sin embargo, escribe, que las “fronteras del arte se van estrechando
a compás del crecimiento de las ciencias.”[36]
En
este mismo texto, Schiller, preocupado por los intereses del hombre y los
intereses del estado o la ley, postula dos impulsos, el moral (ley del Estado)
y el sensible (naturaleza) y escribe que estos dos están en conflicto
constante, ya que “[…]
el carácter natural del hombre, el cual, egoísta y violento, más tiende a la
destrucción que a la conservación de la sociedad.”[37]
El camino a un Estado político o a la libertad, no es ni por medio de la libre
naturaleza, puesto que ésta es violenta, pero tampoco por medio de la moral
total porque se ignoraría a la naturaleza. Sólo el “ser absoluto” puede unir a
la necesidad física y a la necesidad moral, y si el hombre logra esta
unificación, será libre. Para esta
unificación de impulsos o instintos, escribe que habría que introducir un
tercer instinto que permite la unión (siempre fallida) de los otros dos: el
“impulso de juego”, cuyo objetivo es la libertad física y moral, la “belleza” y
la “figura viva”. Dice Schiller: “El hombre es sólo plenamente hombre cuando
juega.”[38]
Según este autor, el hombre está perdido, es decir, el hombre ya no juega y
para que pueda ser plenamente hombre se tiene que agregar o recatar el
componente lúdico que lo caracteriza. Schiller sabe que la unión total de estos
dos impulsos nunca será posible de efectuar, pero propone llegar a un tipo de
equilibrio desequilibrado, que logre defender tanto a las pasiones del hombre
como a la ley al que este tiene que responder. Asimismo, escribe que
la
razón destruye el Estado natural —como forzosamente ha de hacerlo, para poner
en su lugar al Estado moral—, arriesga al hombre físico y efectivo, por un
hombre moral problemático; arriesga la existencia de la sociedad, por un ideal
de sociedad meramente posible, aun cuando moralmente necesario; le quita al
hombre algo que posee efectivamente, algo sin lo cual nada tendría, a cambio de
enseñarle lo que podría y debería poseer.[39]
¿No
encontramos ecos en la obra del psicoanalista? Freud en el Malestar
escribe que hay una constante riña entre las exigencias pulsionales y las
restricciones que la cultura impone. Claramente, Freud no es está proponiendo
retornar a un estado primitivo en donde todas las exigencias pulsionales sean
resueltas, porque eso llevaría a la destrucción del mismo sujeto y de su mundo,
puesto que la pulsión de muerte imperaría. Tampoco Schiller propone semejante
cuestión, ya que por su parte él también escribe que el carácter natural de
hombre es egoísta y violento, y más tiende a la destrucción que a la
conservación de una vida social.[40]
Pero ni Freud ni Schiller proponen que hay que resignar a estas últimas y
acatarse al ejercicio de la ley en su máxima plenitud. Para Schiller, dejarse
regir por la cultura, es decir, por la ley y la autoridad, solamente llevarían
al hombre a alejarse todavía más de la libertad. La cultura, escribe, no nos
otorga ni nos abre los espacio a la libertad, sino que desarrolla, cada vez con
más fuerza, una nueva exigencia. De manera muy similar a este último gran poeta
y filósofo, cuando el médico habla de las exigencias de la pasión o de la
pulsión, está refiriéndose a lo que compete al ello, y cuando se refiere a
cumplir con la ley exterior y con la autoridad, se refiere al superyó en
definitiva. ¿Qué es lo que Freud propone? ¿Cuál es la salida a este
inextricable conflicto? Freud no tiene mucho para dónde mirar. Hacia el final
del Malestar, su pluma pesimista
cobra acción nuevamente y nos recuerda que él no tiene la solución a este
problema y quizá ni siquiera la haya. Para el psicoanálisis la psique siempre
estará en conflicto y es este mismo conflicto el que caracteriza al sujeto.
Podríamos decir que la neurosis es el precio que el sujeto tiene que pagar para
ser, es decir, que un conflicto constante es la única manera de estar en el
mundo, dentro de la sociedad. Por otro lado, a lo largo de su obra, Freud sí
propone que por medio de un tratamiento psicoanalítico se reducirían las
exigencias del superyó y se levantarían, hasta cierto punto, las barreras de la
represión, teniendo como resultado la cura psicoanalítica. El tema de la cura
en el psicoanálisis freudiano es uno muy importante e interesante y podría ser
fruto de una amplia investigación futura. En cuanto al concepto de juego en
Schiller, se podría llevar a cabo una comparación con la teoría psicoanalítica
y quizá con la asociación libre que es característica del psicoanálisis. Según
Schiller, la cura del hombre es posible encontrarla cuando éste recupera su
instinto lúdico. Freud plantea un
problema similar cuando dice que el adulto, “en vez de jugar, ahora fantasea”[41].
El adulto ha dejado de jugar para hacer otra cosa en su lugar, ha dejado el
acto para dedicarse a la fantasía. La fantasía sustituye al juego pero no
cualquier tipo de fantasías, sino las fantasías inconscientes. En lugar de
representar fantasías concientes en forma de juego, el adulto ya no juega y
fantasea de forma inconsciente. ¿Por qué ya no puede jugar? Ahora tiene que
dedicarse a la vida adulta en donde lo que hace tiene que ser serio, calculado,
entregado al azar de la vida y los ideales de la sociedad. Las fantasías que
antaño eran concientes y que se representaba en el juego, ahora han sido
reprimidas por la conciencia o por el superyó. Asimismo, este es tema muy
interesante que se podría desarrollar con mayor extensión pero no lo llevaremos
a cabo en este texto.
Podemos
leer en Freud restos de un pensamiento romántico, retoños de un romanticismo que
lanzó el diagnóstico de la época: el hombre se encuentra fragmentado, dividido
y roto. El hombre está inmerso en una sociedad que no complace sus deseos, que
de hecho, le están prohibidos y por lo tanto siempre estará insatisfecho. El
hombre permanece en conflicto constante entre esos “caprichos” y la ley del
Estado, entre su naturaleza y la razón que se le ha impuesto.
El
diagnóstico que emiten los románticos no se aleja del que Freud postula. El
hombre se encuentra en un problema porque la modernidad ha tratado de ocultar y
ha desvalorizado la verdadera esencia del sujeto, aquella que no se encuentra
en la conciencia. A partir de ello permanece en un estado de insatisfacción y
fragmentación. Jean Paul piensa que si el entorno no es suficiente o de hecho
es violento para el hombre, hay que llevar a cabo un retorno a los sueños, a un
momento en donde la razón no está presente y en donde está la verdadera
naturaleza del sujeto. Jean Paul amó el sueño porque lo “trasportaba a las
regiones de la infancia; el retorno a la ingenuidad estupefacta de la primera
edad fue siempre su respuesta a las ansiedades del hombre maduro.”[42]
El
retorno es una característica del romanticismo que se puede leer en muchos de
los autores de este movimiento, cuya condición es la insatisfacción y la
fragmentación del hombre. Pero, ¿por qué es esto tan importante? El sentido de
la existencia está en problemas, es éste el que hay que rescatar, incluso
redefinir. Éste no se encuentra en el progreso, no está en la medición y el
cálculo, ni en la creación de nuevas ramas de la ciencia. Tampoco se encuentra
en el escape total al salvajismo de la naturaleza. El sentido se encuentra en
el retorno. Pero aquí la palabra “retorno” es importante, ya que no se está
diciendo que el sentido está en el pasado mismo, sino en el acto de regresar y
en este acto se encuentra la unidad. ¿Qué es este acto? ¿Cómo llevarlo a cabo?
Si
existe un descontento con el mundo, la solución de muchos de nuestros
románticos se ha dirigido a buscar una salida del mundo, la cual implica este
retorno del que hablamos, una salida, también, que trae una importante
desligadura con el mundo moderno y que los lleva a alojarse, como bien Jean
Paul ya dijo, en los sueños.
Tanto
en el romanticismo como en el psicoanálisis, el inconsciente —acompañado de los
sueños, la fantasía, la mitología y la infancia— surge como un problema
imprescindible de abordar. En ambos
movimientos podemos observar importantes similitudes como diferencias; no
obstante, no nos dedicaremos a realizar vínculo en el presente trabajo por
cuestiones de espacio.
La
visión que se desprende de un psicoanálisis con una fuerte influencia del
romanticismo, tiene una profunda repercusión en la visión acerca del sujeto.
Freud, al sospechar de la conciencia y de la tiranía de la razón, así como los
románticos, emprende el viaje a exponer a un sujeto que ya no está determinado
por lo que piensa, por sus
pensamientos y el conocimiento del contenido de su conciencia, sino que será un
sujeto que estará determinado por la raíz más profunda de su alma: el
inconsciente. Un sujeto, pues, ya no de la conciencia, sino del inconsciente,
que está prendido por otra escena y
que es movido por infiernos interiores a los que habrá que descender.
Al
entrelazar romanticismo y psicoanálisis, se desprende la exaltación de la
subjetividad, de los abismos interiores y de la expresión del pathos que se encuentra sumergido en
ellos. Se rescata a un psicoanálisis que por su método se encuentra cercano a
la ciencia, pero por su contenido en diálogo constante con el romanticismo
alemán.
Desde
una visión freudiana, los románticos representarán precisamente al sujeto
neurótico moderno, aquel en donde la melancolía, la tragedia y la vida interior
sacuden y ponen en conflicto constante; un sujeto que es aquejado por síntomas
neuróticos al igual que Hamlet. Un sujeto que Freud querrá curar, pero no por
medio de un método ilustrado de normalización y “anonimización”, sino que por
un método romántico mismo.
Freud,
como heredero del romanticismo alemán, nos trae a la luz una forma de
adentrarnos en el inconsciente y de rescatar lo más recóndito y oscuro de la
subjetividad, para historizarlo, reelaborarlo y tratar de conseguir una cura
que se aleja de la Ilustración, una cura, pues, interior, que pasa por el
cuerpo y sus afectos.
Este
texto trae a la luz a un Freud más cercano a una filosofía de tradición
romántica, en donde se descubre a un sujeto dividido, arrebatado por pulsiones,
arrastrado hacia su propia infancia; un sujeto del inconsciente, un Yo que
se ve arrebatado por fuerzas pulsionales o por “una mano invisible”; un Yo que
nunca podrá conocerse a sí mismo del todo. A partir de todo esto, se formará un
pensamiento en donde la conciencia no es la región que nos llevará a conocer la
verdad. La teoría freudiana entretejida con la
herencia romántica trae a la luz un sujeto que podemos incluso caracterizar de
contemporáneo.
[1] Assoun, P.L., Freud. La filosofía y los filósofos. Tr.
Alberto Luis Bixio Buenos Aires:
Paidós, 1982, p.12.
[2] Freud, citado por
Assoun, P.L., op. cit., p. 19.
[3] Gay, P. Freud, una vida de nuestro tiempo. Tr.
Jorge Piatigorsky, México: Paidós, 1ª edición,
1989, p. 91.
[4] Véase Ricoeur, P. Freud: una interpretación de la cultura.
México: Siglo XXI, 2004.
[5] Existen
algunos textos que hablan sobre la relación o diferencia de Freud con algunos
románticos, pero especialmente los del periodo tardío, como Nietzsche y
Schopenhauer. En este texto nos enfocaremos a otros autores que no han sido
desarrollados con puntualidad, como lo son Schiller, Herder, Schleiermacher,
Jean Paul, entre otros.
[6] Véase Mann, T. Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Madrid:
Editorial Alianza, 2006, p. 142 y p. 164.
[7] Véase Allouch, J., Erótica del duelo en el tiempo de la muerte
seca. México: Epeele, 2001.
[8] Véase Roudinesco, E. ¿Por qué el psicoanálisis?. Argentina:
Paidós, 2000, p. 57.
[9] Béguin, A. El alma romántica y el sueño.
México-Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,1996, p. 240.
[10] Béguin, A., op. cit., p. 77.
[11] Véase Guerreo, L. “La
melancolía como pasión romántica Werther y Kierkegaard” en La melancolía entre la psicología, la filosofía y la cultura.
México: Universidad Iberoamericana, p. 35.
[12] Basave, A. El Romanticismo Alemán. México: Centro
de estudios humanísticos de Nuevo León, 1964, p. 26.
[13] Ibidem, p. 19.
[14] Hölderlin, F. Correspondencia completa. Traducción e
introducción de Helena Cortés y Arturo Leyte, Ediciones Hiperión, Madrid, 1990. Citado por Onetto, B. Hölderlin. Revolución y memoria. Chile: Be-uve-dráis Editores, 2002, p.14.
[15] Béguin, A., op. cit., p. 65.
[16] Safranski, R., Romanticismo. Una odisea del espíritu
alemán. México: Tusquets, 2009, p.
44.
[17] Véase Freud, S. “El yo y
el ello” (1923) en Obras completas T.
XIX, p. 15.
[18] Freud, S. “El malestar
en la cultura” (1930 [1929]) en Obras completas T. XXI, pp. 66-67.
[19] En “El yo y el ello”
Freud escribe que su concepto de ello
fue retomado de la obra de Georg Groddeck, mismo que retomó este concepto de
Nietzsche. “El propio Groddeck sigue sin duda el ejemplo de Nietzsche, quien
usa habitualmente esta expresión gramatical para lo que es impersonal y
responde, por así decir, a una necesidad de la naturaleza, de nuestro ser.”
Nota al pie 12 en Freud, S. “El yo y el ello” (1923) en Obras Completas T. XIX. Respecto a la cuestión del sí-mismo de
Nietzsche véase “De los despreciadores del cuerpo” en Así habló Zaratustra, México, Alianza, 2008, pp. 64-66.
[20] Freud, S. “El malestar
en la cultura” (1930 [1929]) en Obras completas T. XXI, p. 86.
[21] Ibidem, p. 87.
[22] Idem.
[23] Herder, Philosophical writings. Traducido y
editado por Michael N. Forster, Reino Unido: Cambridge University Press, 2002,
p. 178 .Traducción mía.
[24] Onetto, B., op. cit., p. 51.
[25] Idem.
[26] Goethe, J.W., Fausto. Tr. José Roviralta Borrel,
Estados Unidos: W. M. Jackson, INC., 5ª edición, 1973, p. 12.
[27] Ibidem, p. 25.
[28] Goethe, J.W., Werther. España: Salvat, 1969, p. 26.
[29] Guerrero, L., op. cit., p. 38.
[30] Schleiermacher, F.E.D., Monólogos (1800). Tr. Ramón Castilla,
Argentina: Aguilar, 3ª edición, 1965. p.
24.
[31] Idem.
[32] El término de “terapia estética” no es utilizado directamente por
Schiller, sino que es Safranski quien introduce este concepto.
[33] Schiller, tomado de
Safranski, R., op.cit., p. 41.
[34] Idem.
[35] Ibidem, p. 44.
[36] Schiller, F., Cartas sobre la educación estética del hombre. Tr. J. Feijóo, Barcelona:
Anthropos, 1990, p.100.
[37] Ibidem, p.104.
[38] Ibidem, p. 155.
[39] Ibidem, p. 103.
[40] Véase Ibidem, p. 104.
[41] Freud, S. “El creador
literario y el fantaseo” (1908 [1907]) en Obras completas T. IX, p. 128.
[42] Béguin, A., op. cit., p. 240.
Fuente: "Revista de Filosofía". Universidad Iberoaméricana. "Debate, Hermenéutica, Cultura". N°137. Año 47. Julio-Diciembre 2014
Representación de las pulsiones Eros -Thanatos (vida y muerte) |
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