Crimen de letras. Un caso del inspector Antúnez. Jordi Rocandio Clua



"Trust Issue". Heidy Taillefer


Jordi Rocandio Clua

Estaban discutiendo de nuevo, por un motivo u otro, ella siempre lo acababa arrinconando contra la pared, sin salida, apretándole el pecho con el dedo índice y soltando toda clase de improperios por la boca. En esos momentos era cuando más guapa estaba, lástima que su mal carácter la afease de esa manera.
Él intentaba salir de la encerrona, pero no había manera. Había empezado a sudar y ya no era capaz de articular palabra, ella estaba demasiado fuera de sí.
"¡Riiiiing! ¡Riiiiing!"
–¡Antúnez!
Ella seguía gritando, cada vez más fuerte, enrojeciendo por momentos, era insoportable.
–¡Antúnez, joder! Coge el teléfono, que molestas a los clientes.
El inspector Antúnez se incorporó de golpe y miró a su alrededor. Abrió y cerró los ojos un par de veces, miró la botella vacía de encima de la barra, el tocadiscos pegajoso, a los desalmados sentados en las andrajosas mesas y al rudo barman que lo increpaba. Sonrió. Sus pulsaciones bajaron de golpe y sintió un alivio inmediato. Había sido una pesadilla, seguía felizmente divorciado.
–¡El puto teléfono! –exclamó Bruto señalando el bolsillo de la gabardina.
El estridente sonido no cesaba, debía ser de la central, nadie más se molestaba en llamarlo. Rebuscó en los bolsillos hasta dar con el móvil. Miró la pantalla, era la capitana. Apartó el vaso y la botella y apoyó el codo en la barra.
–Aquí Antúnez. No me vas a dejar ni diez minutos tranquilo.
–Calla y escucha. Te necesito ahora mismo, ¿estás en condiciones o te envío a alguien?
–Estoy bien, Laura, ¿por quién me tomas? Me doy una ducha y voy para allá.
–Eso está bien, no tardes, es urgente.
La capitana Ramírez colgó. Se conocían de hacía muchos años, eran íntimos amigos. De hecho, ella ocupaba el lugar que debería haber sido para él. No le importaba, no estaba ni quería estar preparado, no le iba tanta responsabilidad y, menos todavía, la presión de tener que ejercer todos los métodos dentro de la legalidad.
Puso un par de billetes arrugados en la barra, se levantó y se dirigió a la salida de aquel antro dando más tumbos de los que hubiera deseado.
Salió al asqueroso callejón. Olía a meados y vómito, pero el poco aire fresco que circulaba lo despejó. Esquivó a un par de vagabundos y se subió a su Seat Córdoba.
Había pasado toda la noche en el bar de Bruto, necesitaba asearse un poco para que los compañeros de la central no huyeran a su paso.
Una hora después y con un aspecto algo más decente, entraba en el despacho de Laura Ramírez.
–¿Qué tenemos, capitana?
–Siéntate y escucha, este caso te va a gustar. No hay nadie mejor que tú para averiguar qué coño está pasando.
–Soy todo oídos. –dijo el inspector mientras posaba su corpachón en una silla.
–Esto viene de arriba, así que no me la líes, intenta tener el procedimiento siempre presente.
–Por supuesto.
–En la última semana se han producido cuatro misteriosas muertes, aquí están los expedientes.
–¿Cuatro muertes? ¡¿Por qué no se me ha informado?! –preguntó incorporándose un poco.
–Porque no se han producido en Madrid, vienen de diferentes comunidades autónomas.
El inspector Antúnez se relajó un poco.
Continúa, por favor.
–Al introducir la causa de la muerte en la base de datos, saltó una alarma de coincidencia. Se trata de algo muy extraño, clasificado como un agente químico. Cuando sucede eso, el caso pasa a nivel de posible amenaza terrorista y llega a los jefes sin que nadie lo pueda controlar.
–¡Joder!
–El subcomisario me ha llamado esta mañana para que le echemos un vistazo.
–¿Y me ha escogido a mí? Ese hombre me odia.
–No te odia. Es un capullo, que es diferente. Sabe a la perfección que eres mi mejor hombre, si me ha llamado es porque quiere que lo estudies.
–Me pongo a ello ahora mismo, ¿me puedes asignar al chico?
–Lo que necesites, pero recuerda. Compórtate. No respondes ante mí, con este caso te la juegas.
–Haré lo que pueda. –le dijo guiñándole un ojo.
Antúnez se levantó, cogió los expedientes y salió del despacho. Se acercó a una mesa donde trabajaba un joven agente.
Hola, novato.
–¿En serio, Antúnez? ¿Otra vez con las mismas?
–Tranquilo, muchacho. Era una broma. ¿Me acompañas?
–¿En un caso?
Correcto.
–Eso ni se pregunta, vamos.
El agente Díaz se levantó y siguió al inspector Antúnez.
Entraron en un despacho y se sentaron alrededor de los cuatro expedientes.
–Eres un chico listo, Díaz. Necesito que miremos con lupa estas muertes.
–Claro, veamos de qué se trata.
Pasaron varias horas leyendo y releyendo los informes. Las muertes seguían el mismo patrón en todos los casos. Los cuerpos habían sido hallados en el suelo después de que las víctimas se hubieran desvanecido. Se habían encontrado cuatro notas que descansaban en el suelo junto a los cuerpos. Dichas notas venían en un sobre matasellado en diferentes localidades. No se habían encontrado huellas por ninguna parte. Al analizarlos, habían encontrado una toxina muy potente producida por algunas ranas del oeste de Colombia, la Batracotoxina, una sustancia mortal al contacto con la piel. Las víctimas habían sucumbido en cuestión de segundos después de unas potentes convulsiones, parálisis y la posterior muerte, puesto que dicha sustancia provocaba una inhibición de la conducción neuromuscular.
–¡Joder, Antúnez!, es terrible.
–Sí, chico, lo es.
–Este tipo de ranas tienen que haber entrado a escondidas en el país. ¿Cómo lo habrán conseguido?
–El contrabando se abre camino, hijo. Podemos incautar una parte, pero siempre acaba pasando. Las mafias son muy poderosas y su abrazo abarca a mucha gente. No podemos descartar nada.
Claro. ¿Por dónde quieres que siga investigando?
–Nos tenemos que centrar en los puntos que unen a estas personas. No creo que fueran escogidas al azar, tiene que haber algo. Busquemos eso y nos acercaremos un poco más al autor o autores de esta atrocidad. ¿Algo más en las escenas de los crímenes que te llame la atención?

"El día de la bestia". Alex de la Iglesia

–No, eso es lo raro. Las víctimas son de diferentes edades y condición social, con niveles y ritmos de vida distintos. Decías que no es una casualidad, pero parecen escogidos aleatoriamente.
–Voy a pedir a la capitana que nos envíen el resto de fotografías de las escenas de los crímenes, no puede ser que haya tan pocas, tiene que haber algo. Tú ponte con los ordenadores personales, revisa las webs que visitaban, los correos electrónicos, sus aficiones, todo. Si eran colegas de la asociación de jilgueros silvestres quiero saberlo.
–¿Han enviado los discos duros?
–Eso espero, joder.
Salieron juntos del despacho. El agente Díaz se dirigió al cuarto de pruebas y el inspector Antúnez fue a ver a la capitana. Entró en el despacho sin decir nada.
–¿Por qué no tenemos todo el material?
–¿A qué te refieres?
–Necesito todas las fotografías de las escenas de los crímenes, esto parece una broma. –dijo tirando los expedientes encima de la mesa.
–Tranquilo, ya sabes cómo funciona esto. Las cosas van despacio. Ahora les diré que me las pasen por correo electrónico. ¿Te sirve?
–Sí. Lo siento, es que no pinta nada bien. El que está matando a estas personas es muy peligroso, no tardará en aparecer otro cadáver.
Lo sé. Me pongo a ello, pero tardarán unas horas. ¿Qué tienes pensado?
En ese momento entró por la puerta el inspector Cañizares.
–Nos acaban de informar de dos muertes muy extrañas, capitana.
–¡¿De qué se trata?! –preguntó la capitana visiblemente alarmada.
–Ha llamado a emergencias un adolescente. Cuando su madre y él han llegado a casa de comprar, han encontrado el cuerpo sin vida de su padre. Su madre ha intentado ayudarlo, pero al poco rato ha empezado a convulsionar y ha muerto. El chico ha salido corriendo y nos ha llamado. Ya va para allí una patrulla.
–¡Joder! ponte en contacto con ellos y que no toquen nada, que no entren en casa. Da órdenes de desalojar el edificio y acordonad la zona. Enviad al equipo especial de prevención de emergencias químicas. Hasta que ellos no comprueben si hay riesgo no quiero a nadie por allí. ¿Entendido?
–Sí, capitana.
–Antúnez, ves para allá. Quiero que seas el primero en entrar cuando no haya peligro.
–Ya lo tenemos aquí. Pienso encontrar a ese cabrón.
Antúnez salió del despacho, entró en la sala de trabajo y se encontró al agente Díaz con los discos duros.
–Creo que el primer caso en Madrid acaba de suceder.
–¿Estáis seguros?
–Todavía no. Voy de camino. Quédate aquí y sigue con eso. Tardarán horas en dejarnos entrar a la vivienda. Te aviso en un rato para que te unas a mí.
–De acuerdo, no es necesario que estemos los dos allí perdiendo el tiempo.
Antúnez asintió con la cabeza y salió de la sala.
Dos horas después, el espectáculo que había a pie de calle del edificio de la escena del crimen era de vértigo. Los agentes habían desalojado la zona y marcado un perímetro de seguridad que estaba a rebosar de gente y medios de comunicación. Antúnez se lo miraba todo desde la portería, apoyado en la pared, esperando a que le dejaran subir a la segunda planta. Había podido hablar con los de la científica y ya no cabía ninguna duda de que se trataba del mismo modus operandi. Al instante les había informado de que posiblemente la carta y el sobre estuviesen contaminados. Necesitaba que fotografiaran toda la escena con detalle antes de levantar el cadáver y llevarse las pruebas.
La comitiva judicial había llegado, así que no tardarían en despejar la vivienda para que él pudiera entrar.
–¿Inspector?
Al girarse, vio a Felipe, iba enfundado en un traje blanco protector.
Llámame Antúnez, joder.
El hombre no se dio por aludido.
–Ya hemos acabado, le he enviado las fotografías de los cuerpos y las pruebas a su correo electrónico personal. Ahora bajan con los cuerpos. El resto del piso está limpio.
–Gracias, Felipe.
–Encontrad a ese cabronazo. Estas muertes por envenenamiento son terribles. Nadie merece morir así. Solo de pensar lo que ha tenido que presenciar ese chico.
–Haré todo lo que pueda, ya lo sabes.
Se despidieron y el inspector esperó a que pasaran las camillas con los cuerpos para subir lentamente por las escaleras hasta la segunda planta. En el trayecto llamó a Díaz para que se acercara lo antes posible.
Al llegar al rellano, saludó a los dos agentes que flanqueaban la entrada, se puso las protecciones para no contaminar la escena y entró.
Era un piso de tres habitaciones, los cuerpos habían estado cerca de la entrada, en medio del salón. Se fijó en la decoración, nada del otro mundo, un piso corriente de una familia de clase media. Sacó el móvil del bolsillo de la gabardina y abrió el correo electrónico par descargar las fotografías. Se situó en posición y empezó a observar.
El cuerpo del hombre estaba tumbado en el suelo, justo al lado se encontraba la mujer con una hoja de papel arrugada en la mano. Sus expresiones eran dantescas, sin duda debido a las fuertes convulsiones producidas por la toxina. Pasó a la siguiente imagen, se veía un sobre blanco con un matasellos de Barcelona. El asesino estaba moviéndose por todo el territorio. Observó la caligrafía de la dirección. Era la misma que en las cuatro anteriores. Estaban ante un jodido asesino en serie. Apagó el móvil y empezó a inspeccionar el salón. Un mueble sencillo presidía el espacio, un sofá justo delante del televisor. En la parte trasera, junto a la puerta de la cocina, estaba la mesa donde habían encontrado el sobre, cuatro cómodas sillas acompañaban al conjunto. En las paredes había cuadros de paisajes y varias estanterías repletas de libros. El inspector se acercó a leer los títulos, una costumbre arraigada desde hacía tiempo.

"Jennifer 8" Uma Thurman, Andy García. Bruce Robinson

Una voz lo sobresaltó.
Hola, Antúnez.
Hombre, Díaz. Veo que has podido atravesar a la marabunta sin problemas.
–No ha sido fácil, los compañeros me han ayudado.
–¿Has podido avanzar con los discos duros?
–He analizado tres, me quedaba uno antes de que que llamaras. Ahora te explico.
Antúnez vio como Díaz se acercaba a las estanterías y empezaba a observar los títulos tal como había hecho él hacía tan solo unos instantes.
–¿Qué buscas?
–Solo quiero comprobar una cosa. –dijo Díaz levantando un dedo para que su compañero no lo molestara.
El inspector se encogió de hombros y siguió peinando el salón. Los dueños de la vivienda debían ser grandes amantes de la literatura, había viejas enciclopedias, biografías y libros de todos los géneros imaginables. En una esquina había una vieja máquina de escribir y un montón de folios escritos a su lado.
–Aquí está otra vez. –oyó que decía su compañero.
Antúnez volvió a la librería.
–¿El qué?
–¿Ves esta especie de flecha en la parte de arriba de la portada y en el lomo de este libro?
–Déjame ver. Sí, ya veo, debe ser el logo de una editorial. –dijo el inspector cogiendo el libro y examinándolo con cuidado.
–Correcto. La cuestión es que ya lo he visto antes, de hecho, lo he visto muchas veces en los correos electrónicos de las otras víctimas. Quería comprobar si esta pobre gente también estaba relacionada, seguro que encuentro lo mismo en sus correos electrónicos.
–¿Las seis víctimas tienen relación con esta editorial? Es una coincidencia importante, sin duda. Vamos, ya he visto todo lo que necesitaba ver.

***

–El proyecto es apasionante, una de las mejores novelas que ha caído en nuestras manos. –dijo Víctor.
–Y los números de momento son buenos, si sigue así llegaremos al objetivo en pocos días. El chico se lo merece. –dijo Escribano.
–Pero que no se relaje, lo ha estado haciendo bien hasta ahora y la gente ha respondido, sería una lástima un parón con lo poco que le queda. –dijo Guillermo.
Se oyeron unos golpes en la puerta de la sala de reuniones. La puerta se abrió y un joven asomó la cabeza.
–Hola, muchachos. Siento interrumpir, pero han venido un par de agentes a hablar con nosotros. –dijo Roberto.
–¿Cómo? ¿La policía? –preguntó Escribano.
–¡Qué extraño! Hazles pasar, por supuesto. –dijo Guillermo.
Roberto desapareció por el umbral. Los tres hombres de la sala se miraron con cara de interrogación. Desconocían el motivo de esa repentina visita.
A los pocos minutos entraron por la puerta el inspector Antúnez y el agente Díaz. Los tres jóvenes se levantaron a saludar.
Hola. ¿En qué podemos ayudarles, agentes? –preguntó Guillermo un tanto nervioso.
–Hola, mi nombre es Antúnez y él es mi compañero, el agente Díaz. Siéntense, por favor. Necesitamos hablar con ustedes urgentemente.
Obedecieron y se sentaron esperando a que los agentes les aclararan el motivo de la visita.
–Estamos ante un caso un tanto delicado. Necesitamos su total discreción, ya que no se ha hecho público en ningún momento y esperamos que siga así.
Continúe, por favor. ¿De qué se trata? –preguntó Víctor.
–Se han producido una serie de misteriosas muertes, para ser más concreto, seis víctimas, dos de las cuales aquí en Madrid.
–¡Oh, no. Eso es terrible! –exclamó Escribano.
–La causa de la muerte es una potente toxina que solo la produce una rana del oeste de Colombia. Dicha toxina impregna el sobre y el papel de unas cartas que han recibido. Esto hizo saltar todas las alarmas y se centralizó el caso en nuestra sede.
–Perdone, inspector, pero ¿qué tenemos que ver nosotros en todo esto? –preguntó Guillermo.
Antúnez lo miró directo a los ojos.
–Si me deja terminar se lo explicaremos encantados.
–Disculpe. Continúe. –dijo un tanto avergonzado.
–Bien. Analizando el entorno familiar y social de las víctimas, encontramos una relación entre todos ellos. En sus correos electrónicos hayamos algunos mensajes de esta editorial.
–Por cierto, me encanta su logo. Al principio pensaba que era una flecha, pero no lo es, tardé un rato en darme cuenta que es la L” de Libros.com. Directo, conciso e identificable con una sola mirada, enhorabuena –dijo el agente Díaz.
Gracias. –dijo Escribano tragando saliva.
–Entonces, ¿Nos están diciendo que todos han sido o son mecenas de alguno de nuestros proyectos? –preguntó Víctor. –No puede ser.
–Eso me temo. Lo sentimos mucho. No sabemos todavía lo que está pasando, pero necesitamos saber qué proyecto estaban apoyando. Hay que alertar al resto de mecenas de que no toquen el correo postal que reciban y, tenemos que hacerlo ya.
–Claro, si nos facilitan los nombres de las… –a Guillermo se le quebró la voz. – Víctimas, le digo ahora mismo el proyecto en el que participaban.
A los pocos minutos tenían toda la información encima de la mesa.
–Colaboraban en uno de los proyectos más exitosos, en pocos días casi ha alcanzado el objetivo. Estábamos hablando de él cuando han llegado ustedes. –dijo Escribano.
–¿Cómo ha podido el asesino acceder a sus direcciones personales? –preguntó Antúnez.
–Hoy en día no es complicado, gracias a las redes sociales podemos encontrar información de casi todo el mundo. –dijo Guillermo.
–Cierto. Si te fijas, muchos ponen su nombre completo cuando se hacen mecenas. Con eso es fácil acceder a su información personal. –dijo el agente Díaz.
–Envía este listado a la central ahora mismo, que se pongan en contacto con los mecenas y los adviertan.
–Ya lo he hecho.
–Gracias, Díaz.
–Envidia, claro que sí. –dijo de repente, Víctor.
–¿Cómo dice?
–¿Y si el asesino fuera otro escritor? Tal vez se siente movido por la ira al ver que otros proyectos avanzan más que el suyo. Fijaos.
Víctor encaró la pantalla de su ordenador hacia el centro de la mesa. Se veía la imagen de otra página de campaña. El autor tenía la tez morena.
–¡¿Osvaldo?! –exclamó Escribano. Es imposible, ha estado en continuo contacto con nosotros. No creo que hiciera algo así.
–A ver, no nos precipitemos. Puede ser cualquiera. Lo investigaremos para descartar sospechosos, pero es muy curioso. ¿Dónde nació? –preguntó Díaz.
–Es nacido aquí, español en toda regla. Sus padres emigraron hace muchos años.
–Necesito saber de dónde provienen. –dijo Antúnez.
–De acuerdo. Ahora lo miro. Muchos de sus familiares son mecenas del libro de Osvaldo.
Pasaron varios minutos de un tenso silencio. La situación era demasiado grave.
–Su familia es de Buenaventura. –dijo por fin, Guillermo.
El agente Díaz sacó el móvil y abrió el Google Maps.
Joder, del oeste de Colombia.
–Veo que en su página se ha hecho fotos con el logo de la editorial. ¿Viven aquí?
–Sí.
–¿Podéis pedirle a Osvaldo que venga? necesitamos hablar con él, no le digáis nada referente al caso.
Claro. Lo citaré para esta tarde. Le diré que tenemos que grabar un vídeo para la campaña. –dijo Guillermo.
–Gracias. Nos vemos en un par de horas. Vamos a comer. Vosotros actuad con normalidad, seguid trabajando, estáis haciendo una tarea maravillosa. Seguramente no sea nada, no os preocupéis.
Los agentes abandonaron la sede de la editorial.
–No me lo puedo creer. ¿Quién puede ser tan retorcido para hacer algo así? –preguntó Escribano.
–Nos rodean auténticos monstruos, convivimos con ellos sin sospechar nada. Esperemos que te equivoques, Víctor. –dijo Guillermo.
–Yo también.
Habían convocado a Osvaldo a las tres de la tarde. Faltaban cinco minutos. En la sala de reuniones estaban los mismos protagonistas que por la mañana.
–Hemos rastreado el teléfono de Osvaldo, en los últimos días no se ha movido de Madrid. –dijo Antúnez.
–Así que no ha podido ser él –dijo Escribano.
–No lo creemos, aún así me gustaría informarle de la situación. No sabemos si el asesino puede atacar otra lista de mecenas.
Osvaldo llamó a la puerta y entró con una sonrisa en la cara.
–Hola, compañeros. ¿Estáis listos para el vídeo que va a reventar las redes sociales?
Hola, Osvaldo. Siéntate, por favor. Luego hacemos un vídeo, pero antes te quiero presentar al agente Díaz y al inspector Antúnez. Tienen que informarte de algo que está pasando relacionado con la editorial.
Los diez minutos siguientes pasaron como un sueño para Osvaldo. Lo que oía lo aterrorizó de inmediato, era una historia dantesca, sacada de una novela de género negro. Poco a poco fue perdiendo el color de su tostada piel. No podía ser.
–¿Se encuentra bien, Osvaldo? –preguntó el agente Díaz.
–Sí, sí, es que es tan surrealista. Madre mía, ¿todos corremos peligro?
–No está de más tomar precauciones. Le aconsejamos que no manipule el correo que pueda llegar a su casa.
–De acuerdo. –dijo levantándose.
–¿A dónde va? –preguntó Antúnez.
–A casa, eh, mi madre es muy mayor, debo advertirla. Podría abrir una carta y... si no me necesitan, agentes.
–Claro, tranquilo, le avisaremos si hay novedades.
–Gracias, luego os llamo, chicos.
Osvaldo se levantó nervioso y abandonó la sala.
–Pobre, está muy asustado. No es para menos. –dijo Guillermo.
–Bueno, aclarado el asunto, nosotros nos vamos para que podáis trabajar. Os aconsejamos subir el nivel de seguridad de las páginas de campaña, al menos hasta que se aclare el asunto. No dejéis que personas ajenas a las listas de mecenas vean información sensible.
–Claro, agentes. Muchas gracias por todo.
Antúnez y Díaz salieron de la sala a buen ritmo.
–¿Te has fijado? –preguntó el inspector.
–Sí, Osvaldo trama algo. Tenemos que seguirlo.
Salieron a la calle y se subieron al Seat Córdoba. Osvaldo caminaba calle abajo. A los pocos metros se paró delante de una moto de gran cilindrada, sacó su teléfono móvil y empezó a gesticular con rabia. A continuación, se subió a la moto y se dirigió hacia el centro de la ciudad. Los agentes no dudaron en arrancar y seguirlo a cierta distancia.

***

Dos días después, en la sala de reuniones de la editorial Libros.com, se reunían los trabajadores de la empresa con los agentes Antúnez y Díaz.
–¿Cómo supieron que algo pasaba? –preguntó Víctor.
–Hemos vivido demasiados casos como para identificar engaños y conductas sospechosas. –dijo Díaz.
–Pero Osvaldo es inocente, ¿le pasará algo? –preguntó Escribano.
–No, el pobre chico se dio cuenta enseguida que los viajes que había hecho su padre en las últimas semanas no eran de trabajo. Además, conocía las antiguas historias de su pueblo y el uso habitual de esa toxina para cazar. No tardó en atar cabos. Se reunió con su padre para recriminarle lo que había hecho. Empezaron a discutir en medio de la calle, Osvaldo lloraba desconsolado. Menos mal que estábamos allí, no sabemos lo que hubiera pasado si no los llegamos a detener. –dijo el inspector Antúnez.
–Una vez en comisaría, solo tuvimos que rastrear el teléfono del padre, no sabía que le pudieran seguir el rastro de esa manera. No tomó ninguna medida de protección a ese respecto. Sus ubicaciones coinciden con la de los matasellos encontrados en los sobres.
–¿Cómo consiguió su padre el veneno? –preguntó Roberto.
–En Madrid sigue habiendo un mercado negro muy potente de animales exóticos. Esto nos ha servido para poder detener a unos cuantos desalmados.
Debe de estar destrozado.  –dijo Guillermo.
–Sí. Su padre no llevó bien que otros escritores tuvieran más apoyos que su hijo. No se le ocurrió otra cosa que acabar con ellos. Son actos que escapan a toda comprensión. Le esperan muchos años en la cárcel. Con sus actos ha destrozado a muchas familias, incluyendo la suya.
–Es una lástima que algo tan bonito como una campaña de crowdfunding, que lo que busca es hacer realidad los sueños de tantos escritores, acabe de esta manera tan trágica. –dijo Víctor.
–Vosotros seguid así. Vuestra labor apoyando la cultura no tiene precio. Esto ha sido algo que jamás tendría que haber sucedido. Buena suerte a todos. –dijo el inspector Antúnez.
–Y ya saben, si alguna vez quieren explicar sus experiencias, estaremos encantados de ayudarles. –dijo Escribano.
–Tal vez algún día.
Los agentes abandonaron la editorial. Era bastante tarde.
–¿Te vienes al bar de Bruto? –preguntó Antúnez.
–No puedo, tengo órdenes de cuidar de usted. No beba demasiado.
–Esta capitana es la leche. Tengo que hablar con Laura seriamente.
El inspector Antúnez se subió al Córdoba e hizo chirriar las ruedas mientras se alejaba a toda prisa.
–Vaya personaje. –dijo el agente Díaz mientras caminaba calle abajo con la satisfacción que solo da el trabajo bien hecho.

Imagen clásica en la que se representa a Lucrecia Borgia



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