Entrevista a Marcelo Rubio por su novela "El Cristo roto", ¿Sos creyente o restaurador? (Todos están mintiendo). Alejandro Leibowich



"El Cristo Roto" de Marcelo Rubio


Alejandro Leibowich


“¿Sos creyente o restaurador?” Esta podría ser una de las presentación del personaje principal, Carlos Andrada, de “El Cristo roto” de Marcelo Rubio. Un restaurador de arte, pero también alguien que trata de encontrar respuestas de existencia. Algún retorno, un eco que le asegure o al menos le mienta que no está tan solo. Hay una famosa anécdota sobre Lutero y el diablo. Lutero resultaba ser otro restaurador, intentaba reformar la vieja iglesia, no lo logró con todo lo que se proponía, pero creo la iglesia protestante. Para su época resulta toda una revolución en la forma de pensar. La anécdota con variantes dice que mientras estaba sumergido en su trabajo se le apareció el diablo. Tanto se quería oponer a su labor que le tiró el tintero. Una pared durante mucho tiempo conservó la mancha de tinta. La cual, de tanto cumplir con su función testigo de epifanía e imagen, terminó desapareciendo.
El epígrafe del libro de Rubio advierte: “Tout est mensonge” (todos están mintiendo), que pertenece a la Marche Blonde (una broma del autor). Pero tomemos la cuestión idiomática del país galo. Con los himnos, marchas y canciones patrias, en este caso de Francia, las fuentes originales parecen difusas. La Marsellesa (Marseillaise) es considerada un himno defensivo por muchos, y la versión original fue compuesta por un ingeniero, un músico aficionado (Rouget de Lisle). Vi el original, parece un standard de jazz. Cuando una sentencia apunta a una totalidad, hace dudar, y ahí puede empezar lo existencial. Hace mucho tiempo estaba en el aeropuerto de Roma. Estaba hablando con una persona. Alguien que sólo traté en esa ocasión y creo que no estuvimos hablando más de dos horas. Por esa época había fotos impresas. Las sigue habiendo pero sabemos que muchas en formato virtual. Por esa época sólo estaba la opción soporte papel. Mientras decía cosas empezó a pasar fotos. Para él mismo, pero estábamos en un bar de aeropuerto, y había una mesa. Las dejaba ahí, al lado de lo que se toma, café y lo que acompañe. Una foto me llamó mucho la atención, yo volvía creo que vía Egipto, y él había estado entre otros lugares en Jerusalén, en la parte antigua, conocida como ciudad vieja, (toda ciudad y sobre todo ésta creo que será también en cierta forma siempre un pueblo). Ahí se sacó una foto en la vía Dolorosa, que se conoce por Cristo y la pasión. Parece que para llamar la atención, o por la carga histórica o emocional que tiene el lugar, aunque no creas en nada, se puso en una posición con los brazos en extremo. Como te dije fue hace mucho y no recuerdo bien la cara y todas estas cuestiones, pero parecía como asustado y apurado. Esa impresión sí la captó la foto, la verdad no me la pude olvidar nunca, como impresión. Si vos ves fotos de la vía Dolorosa donde las calles son angostas y todo o casi todo fue construido sobre piedra, no te llamará la atención que, bajo ese sol semi obturado, esta persona proyectaba una sombra. En la pared mediata a él. Y la recuerdo tanto como a él mismo. Parecía casi independiente de quién la provocaba. También como duplicados desde su proyección los brazos extendidos en cruz no servían de mucho. Así que cuando me encontré con la primer cita de tu epígrafe, son dos, recordé esto dado que una sombra de algo que representaba en cierta forma un desfasaje por los gestos que recordaba no podía resultar más que alguien con brazos que no cumplen función. Y además ésta no existía de por sí. Vos escribiste “Hay milagros que no se pueden hacer con los brazos rotos”. Y resultaba más o menos lo mismo.

-Son dos frases que buscan darle alguna pista al lector, digo por si alguien llega a la novela con la peregrina idea de leer un texto religioso. Ese es el objetivo, y también, al terminar de leer la novela, uno pueda darle el sentido total a esas frases.

-¿El protagonista es un creyente de su labor? ,¿un restaurador de cierta forma de ver el mundo? Y agregado a esto, ¿resulta portador de una forma de verdad plural, o es sólo una forma de ver las cosas que carga en su persona? Digo esto porque recordaba un poco la frase de Soriano que podría ser la letra de un tango en “Una sombra ya pronto serás”: “Usted es un hombre cansado de llevarse puesto”. Resulta una buena síntesis existencial, y tu libro me llevó un poco en plano espiritual a la misma. Que elegís pueblos como hacía el autor antes mencionado o Onetti (O’Nety, en su versión original irlandesa), resulta ya una de tus cartas de presentación como novelista.

––Voy a dividir esta respuesta en dos frases. Este protagonista, Andrada, no tiene una búsqueda espiritual, ni nada que lo vaya a atar al pueblo. Llega y ya tiene en mente que viene a hacer un negocio, que luego será más redondo, más concreto. Ahora, en cuanto a la elección de un pueblo pequeño,  obedece a mi pasión por esos lugares casi olvidados o alejados. Sitios donde las historias mínimas, menores, son, ni más ni menos, que “la historia del lugar”.

-Se nota que manejaste una gran cantidad de información para construir al personaje de Andrada. Desde lo técnico y teórico que maneja un restaurador hasta lo histórico de la zona peninsular itálica y alrededores. En algunas partes interesantes me recordó un poco a Umberto Eco, que como novelista era extremadamente puntilloso en detalles.
-“-Parece que aquí se esconde más de lo que se cuenta.
-Como en un partido de truco -comentó él, pero desvió la conversación-. No sé si sabe acá es de llover poco, siempre hace buen clima”.
Marcelo, cuando escribís, ¿cuán presente crees que tenés conscientemente o no la teoría del iceberg de Hemingway?

––Hemingway, creo, inauguró la nueva literatura, cambió todas las formas de escribir. La teoría del iceberg es algo que uno maneja con cierta inconsciencia, no lo tiene presente todo el tiempo. Está allí, como una pelota picando frente al arco vacío, uno decide dónde ubicar. Pero, en lo personal, no soy consciente al momento de aplicarlo. Surge, está allí para ser usado y uno, al menos yo, lo uso buscando hacer cómplice a lector.

-Con o sin “síndrome de la capital”, (cierta “grasa de las capitales” diría García), ¿de dónde te surgen personajes complementarios y que toman tanto terreno en el relato casi a la fuerza como el Peluquero? Natalia Smirnoff, cuando la entrevisté por su última película “La afinadora de árboles”, entre muchas apreciaciones interesantes me dijo algo que no sé si todos toman en línea: “Las ideas las tomo más de la vida misma no tanto del cine, es un lenguaje para contar historias, después sí se proyectan ahí” (...) “Creo más en algo en estado salvaje, en lo emocional, y me parece que lo demasiado racional está sobrevalorado”. Paráfrasis más, paráfrasis menos ella dijo eso como concepto y creo que tienen cosas en común, independientemente de la temática, y del lenguaje visual o escrito como medio de proyección de la ficción. ¿Qué opinás?

––Bueno, Natalia Smirnoff, a mi gusto, es unas de las grandes creadoras de este país. Eso para empezar. Cuenta con mi admiración absoluta. Ahora yendo a los personajes, coincido con eso de “lo racional está demasiado sobrevalorado”, no hay dudas, y lo digo como crítica personal. Por eso busco, en algunos momentos, personajes que desborden esa racionalidad. Nadie se bancaría la compañía de un personaje como el Peluquero, un parlanchín insoportable, pero, y aquí hago una pausa, cuando uno llega a un sitio del que no conoce nada, se aferra a quién se le acerque. Es decir, lo usa como referente. Por caso, uno llega a una ciudad de vacaciones, y la primera referencia que tenemos es la del taxista o remisero que nos lleva al hotel o casa. ¿Por qué? Por el sencillo hecho que uno necesita datos mínimos, cómo va el tiempo, dónde ir a comer, etc. Y esa información nos llega por un personaje que está dispuesto a “vendernos” una historia. Soy un comprador de historia, y el Peluquero hace eso, le cuenta a lector las historias mínimas que le dan “volumen” al pueblo.


Marcelo Rubio

-Hay un personaje, una viuda con aroma a frutos dulces, llamada Carmen. En su casona (por cierto muy bien pensada, a nivel formal) se hospeda Andrada. Resulta un personaje muy interesante en muchos sentidos, con muchos matices de conducta y muy bien descripto. ¿Habrá más religiosidad, será realmente más beata, si realmente se sabe entender el sentido intrínseco de esto que alguien como el padre Braccelli, un religioso de profesión? ¿Por auténtica vocación? ¿Qué me podrías decir al respecto?

––Carmen es el nexo para introducir la mitología, es la puerta de acceso a la historia más oculta de la novela. Creo que como mujer, Carmen carga con la historia, conduce al lector por el laberinto que es parte de la historia. Pero la salida, el momento de abandonar esa parte del laberinto está a cargo del perro Teufel. Braccelli es un cura que nunca tuvo la fe como bandera, tiene otros signos en los que cree profundamente y luego de esos, está la religiosidad. No hay creencia concreta, no hay fe sin detalles de corrupción. La fe está en ese pueblo con o sin la presencia de Braccelli, el cura no garantiza nada, solo da testimonio, brinda al hecho, al dogma, una corporeidad. La religión está en el mundo por tradición, necesidad, no por mérito de curas, ni pastores, ni rabinos. Quienes creen no lo hacen porque esos personajes estén, y quienes no creen ven a esos personajes como vulgares estafadores, desde allí surge la idea de corrupción en la religión.

-Hay una suerte de realimentación, de feedback y flashback, en la página 42, donde el personaje, que por cierto si no me equivoco se da su nombre completo sólo una vez en todo el libro, vive una escena retrospectiva. Y haciendo un paralelismo como diría en sus frases breves Nietzsche: “Si miras fijamente a un abismo, el abismo te devolverá la mirada”. “Me senté, Teufel se acercó, bostezó y se recostó a un lado, hice el amague de tocarlo y movió el lomo para evitar cualquier contacto. Resoplé, dejé los ojos fijos en los durmientes. Esas vías ya no volverían a ser útiles; sin embargo seguían mostrando una bravura que solo podía emocionar a los sensibles”. Ahí es cuando las vías empiezan un poco a contar su historia desde tu historia. Se vuelven objeto que remite a sujetos, a personas, con sus vidas y todo lo que eso significa. Hay un libro de Bertrand Russell que me acompañó mucho una época, se llama “Introducción a la filosofía occidental”. Más tarde me enteré de que era uno de los preferidos de Borges. No vas a creerlo, pero está como dos capítulos tratando de explicar por qué una mesa no puede mantener nuestras impresiones de y sobre ella (el haber apoyado las manos, etc), que sólo es un objeto de madera construido para apoyar cosas, pero las anteriormente mencionadas en nosotros quedan para siempre cuál huellas digitales, son anteriores a las ideas, son impresiones. “Uno puede comprar una mesa, pero no las impresiones que sobre ella hubo”. Russell era un empirista, que seguía mucho más cerca de nosotros en la línea del tiempo la tradición de Berkeley y Hume. Entonces… según esto pensamos primero más a nivel coure, ¿no? Después habrá tiempo para aguafuertes de recuerdos, que encima no necesariamente son estáticos, pueden variar. El ejemplo clásico es lo que se siente cuando se ven fotos viejas, suele pasar que te recuerden cosas completamente distintas según la etapa en que las veas.

––Las vías abren la novela, en la primera frase están presentes y luego, a mi entender, están latentes. En esa parte de la novela busqué introducir un cuento, cuento que fue escrito mucho tiempo después de haber escrito la novela. Así que tuve que acomodar algunos verbos para que la historia pudiera crecer en ese lugar. Y ese cuento busca dos cosas, primero darle un poco de calma al vértigo que tiene la novela, y por otro es una posición política antes los cierres de ramales ferroviarios que, durante los noventa, se hizo en Argentina y que, además, me permito pensar como una de las grandes tragedias  de nuestro país. Se condenó a la muerte a mucha gente, no una muerte violenta, sino lenta y cargada de olvidos.

-En el siglo XIX, e incluso a comienzos del XX, en algunos tratados teóricos sobre lo que es un cuento y qué es una novela. Sobre cómo diferenciar su esencia, se escribían cosas como éstas: “El cuento y la novela se diferencian principalmente porque el primero hace hincapié en los personajes y la segunda en las acciones y clima de la historia”. Habría que agregar a esto que en “El Cristo roto” nos balanceamos entre el Roman (novela en alemán), llevada a niveles que no parecen humanos por Goethe y la famosa nouvelette (o novela breve). Pero creo que una cosa es la lectura, que en el caso de tu libro puede resultar bastante rápida, por lo ameno y el uso del lector cómplice, que te acompaña a voluntad. Y otra es el reverb posterior. En música, partamos del uso que se hacía en la popular de USA ya en los 50 y el significado del término reverb: “Reverberación es el fenómeno acústico de reflexión que se produce en un recinto cuando un frente de onda o campo directo incide contra las paredes, suelo y techo del mismo. El conjunto de dichas reflexiones constituye lo que se denomina campo reverberante”. El fenómeno acústico y si querés en totalidad sensorial desde el protagonista, El Rengo, Carmen, el Peluquero, Braccelli, el intendente, el viejo desde el pasado o quién esté de turno y acapare más atención hacen a tu reflexión que se vuelve la del lector (lo que resuena, el campo reverberante). Y el recinto no tiene que ser necesariamente una sala o lugar reducido hecho con material y tratamientos especiales. Porque el recinto real de la historia somos nosotros. Bueno, de todas las historias y también las vivencias que no siempre quedan como historia.

––Es interesante este tema de la música, porque durante la escritura de la novela estuve escuchando mucho jazz y covers de rock en tiempo de jazz. Yo no creo que se note eso en la novela, pero cierto es que algunos episodios terminaron surgieron en una suerte de “jam”, es decir la novela giraba en la improvisación que es la escritura en sí. Uno, digo en este caso yo, me sentaba a trabajar algunos párrafos con una idea inicial y en la medida que avanzaba, esa idea se diluía y tomaba cuerpo una bien distinta.

-Siguiendo con esto, Cortázar decía que en “El perseguidor”, relato breve o nouvelette en que aparece Charlie Parker detrás de un casi anagramado Johnny Carter ya pensaba su novela Rayuela. “El perseguidor es como una pequeña Rayuela”. Y continuando con un amigo de él y a quién le confiara incluso algún manuscrito antes de publicarlo, el Osvaldo Soriano de las novelas, (que para mí por muchos motivos resulta una especie de Camus de Boedo). El de “Cuarteles de invierno” que llevó al cine Lautaro Murúa, sigue siendo el mismo que en sus crónicas periodísticas o en los “Cuentos de los años felices”. Creo conocer bien el material de ambos autores tan disímiles y que parecían entenderse bastante. Podría agregar a Osvaldo Bayer, que también escribía cosas más breves que “La Patagonia Rebelde”, obviamente. A lo que voy es que en estas obras relativamente breves se puede encontrar el germen de una obra más extensa. Eso ni siquiera lo sabe el propio autor, hasta mucho después y cuando ve todo desde cierta distancia de tiempo. ¿Vos qué opinás?

––Uno tiene para contar una historia, El Cristo roto surgió de esa manera, contar algo, pero no sabía que iba a terminar siendo una pequeña novela. En este caso yo quería meterme con un tema de la fe, reírme de algunas creencias y enfrentarlas a otras como las mitológicas. Ya lo he comentado varias veces, pero me resultaba admirable que la gente crea absurdo el nacimiento de Atenea (un hachazo en la cabeza de Zeus) y que les parezca creíble el nacimiento de Cristo, sin relaciones sexuales. Digo, que gran trabajo han hechos las religiones que nos dan por cierto situaciones imposibles. Es, a ojos vista, un trabajo de siglos, fino, delicado y a la vez perverso, pero desconocerlo no nos coloca en una posición superadora, muy por el contrario, nos lleva a minimizar uno de los grandes logros de la religión. Cuando digo grande, no es porque me parezca magnífico, sino porque me parece un trabajo soberbio que acorraló al hombre pensante y buscó sofocarlo.

-Conocí gente que tuvo relación directa e indirecta con la guerra de Malvinas (para muchos Falklands). ¿Cómo nace para tu ficción el Rengo? Alguien que “Cuando la derrota se volvió irreversible, cayó en una trinchera llena de agua y se rompió la pierna. Cuenta que estuvo dos noches con el agua al cuello, viendo pasar sobre la cabeza balas y misiles”. Personalmente es uno de los personajes de “El Cristo... “ que más me atraen. A todo esto ¿qué opinás de novelas fundacionales sobre Malvinas como “Los pichiciegos” de Fogwill? Vera Fogwill, su hija, hace un interesante revisitado del tema en una novela pero con combatientes que estaban en el continente cuando todo pasaba y nadie o muy pocos los reconocía como tales. Me gustó mucho su idea y el tratamiento que hizo de eso. Tiene un vértice real lo que toma su ficción.

––Fogwill es y será, uno de los grandes escritores de este país. Y  a la fecha, creo, no se ha podido superar a “Los pichiciegos” (por cierto, uno de mis torpes orgullos es el de tener la primera edición de esa novela, la de tapa con la etiqueta de licor tres plumas). El Rengo en la novela sirve para contar parte de la historia olvidada, ignorada, tapada, de ese acto demencial de la dictadura. Y justamente por ser un acto tan infortunado y con un resultado que no podría nunca resultar diferente, es que termina por ser ocultada muchas veces. Malvinas, la guerra de Malvinas, existió y es uno de los puntos más duros para la sociedad argentina y un punto que muchas veces no quiere ser recordado. Y por los pibes que estuvieron ahí, por los que quedaron y los que volvieron, merece ser recordada, merece que se castigue a los traidores y que se reconozcan a los que fueron allí a dejar la vida, sin otro argumento que el de haber sido reclutados.




-”En medio de la pampa húmeda recordé a mi viejo y el último tren del sur” (...) Subí a la máquina para darle marcha. Los motores se quejaron, tosieron después de años de silencio. Toqué la bocina, sonó cascada. Mi viejo respondió con el silbato. Avancé con la máquina, en verdad era ella la que se deslizaba como aquél que busca un amigo. Nos movimos lento. Las vías se desperezaban al despertar de ese sueño que en el algún momento las convenció de que sería eterno. Algunos vecinos salieron a mirar, muchos lloraban, otros estaban atónitos” (...) Los trenes eran un recuerdo que ni las vías se permitían nombrar. La estación ferroviaria resultaba lúgubre, con el chaperío maltratado por el granizo y las lluvias”. No me gusta citar porque sí. Y básicamente lo hago por dos razones. Primero para que se note el nivel de vuelo poético y de crisis existencial que exuda la obra. Y segundo porque nada mejor que el propio autor para presentarse a sí mismo. La temática del tren tiene una carga simbólica muy fuerte desde el vamos. Los hermanos Lumière ya en 1895 filmaban “La llegada del tren”. También eso repercutiría en el primer y viejo cine de western de USA. Spinetta lo menciona en una canción “Yo quiero ver un tren” como algo perdido en medio de una distopía apocalíptica. Dentro de un cifrado rockero se hace un planteo muy profundo sobre el valor de las cosas en la infancia, las cosas perdidas. Y quiere volver a ver algo que le recuerda a sí mismo y nunca más tendrá. En una versión que hace del tema en un unplugged de la MTV se refiere al tren como una “fuckin’ Gioconda” en el medio de la nada. Por otro lado mencionás las pampa húmeda, y el tren fue señal de progreso. Tuvo cosas buenas y cosas malas. Los primeros licitantes, los primarios dueños de intereses en la cuestión fueron más que todo ingleses, con algún que otro interés francés a cargo. ¿El progreso en cierta forma se congeló? Y no lo digo sólo por el desasosiego del recuerdo del personaje de Carlos Andrada, sino porque él mismo parece presa de asombro al comienzo de la novela entrando a un terreno aparentemente virgen que haría lugar al pueblo. Vuelvo a lo del comienzo, ¿es un poco un creyente y un restaurador al mismo tiempo?

––Los trenes, como comentamos antes, son parte de la gran tragedia Argentina. Ahora bien, Andrada es un típico porteño, tiene todo para hacer las cosas bien, pero las va a hacer mal, no le importa nada. Y cuando recuerda al último tren del sur, lo recuerda por su padre, por el dolor de ver morir a su padre. Creo que no busca reparar nada, no le interesa eso, busca hacer negocios turbios y solo procura la ganancia, lo moral es un detalle que, en este caso, es recordar los trenes. No es extraño que con los trenes haya llegado el progreso y sin ellos hayan arribados tiempos de olvido y miseria. Sería muy ingenuo no unir esas partes.

Sobre el por qué escribimos

-Hace unas semanas le hice un comentario en Facebook a Agustina Bazterrica porque se mostraba algo inquieta (o simulaba inquietud) porque estaba encarando un nuevo desafío literario. Pero al mismo tiempo ella se contestaba de manera muy certera y directa, “yo escribo porque quiero hacerlo”. Adscribí a su opinión dando la de Copland, que fue un compositor estadounidense contemporáneo que en el libro “Cómo escuchar la música”, dice la mejor y más simple definición que conozco sobre por qué se hace cualquier acto creativo, sea cual sea el lenguaje y recursos que dispongamos: “Miré usted señor lector, yo soy compositor. Compongo porque para mí es una necesidad. No sé si usted pueda entenderlo, pero trataré de explicarlo dejando de lado todo tecnicismo. Si yo tengo sed, voy y tomo un vaso de agua. Es una necesidad, porque necesito tomarla. Para mí, eso es componer”. A Agustina le gustó, claro, para ella eso era escribir. Y le dije, cuando se haga la entrevista por el nuevo libro de Marcelo Rubio voy a mencionar esto. Le gustó aún más. Por cierto, Bazterrica tiene frases que te descolocan, y te dejan sin saber qué decir, eso al menos a mí me fascina. Te digo una: “Bueno, la verdad no sé, pensar que estamos solos en el universo me parece tan descabellado como pensar que estamos acompañados”. En el momento me pareció algo sintonizada con ciertos recursos que usa el Indio Solari. Me gusta mucho el uso que ella hace del lenguaje. ¿Tu opinión sobre el por qué escribimos, o usamos otros lenguajes para hacer ficción, cuál sería? Alejandro Dolina haciendo eco de gente muy importante sintetiza: “Yo escribo para ser querido”, se refiere en el sentido del reconocimiento de lo que uno hace, claro. Dolto, en la línea freudiana acompañando su versión de la escuela francesa lacaniana, que es lo que más “pegó” acá, diría: “Escribo porque me centra, para estar acorde conmigo misma y con mis ideas”. Básicamente repetía la ecuación freudiana de la cura de la neurosis por el arte. Ella fue en cierta forma de las primeras apadrinadas por Freud, la primera tal vez fue su propia hija. Así que acá tenemos tres cuestiones: la necesidad, que señalan Bazterrica y Copland. El deseo de ser valorado que señala Dolina y el equilibro del “malestar cultural” del que se hace eco Dolto. Te estoy dando pie para un mini ensayo, o casi.

––Bazterrica es una de las mejores escritoras de este país, y además es una lectora enorme, y cuando ella analiza algún obra no queda otra que callar, escuchar y aprender. Así que su opinión y cada detalle que brinda me parecen necesarios y respetables. En cuanto a los motivos de escritura en lo personal lo hago en nombre la impunidad. Escribo por pura impunidad. Uno, no me refiero al nivel de prosa donde, seguramente, estaré varios escalones por debajo de cada escritor mencionado en esta charla. Retomo. Más allá del nivel o de la prosa, de escritura, uno es impune en el contar, en llegar al otro con la historia. Uno, en lo que cuenta, puede ser un asesino, un estafador, un gran tipo, salir con las chicas más lindas, con los chicos más bonitos y volver a esta realidad sin poder ser acusado de nada. Escribo desde la necesidad de sentirme impune y la exigencia, personal, de vivir otras vidas sin culpas. Es más barato que ir a psicólogo, profesión en la que el “cliente” nunca tiene la razón. En cuanto al mini ensayo, con seguridad habrá escritores que podrán hacerlo con más altura que la mía, por lo tanto, creo, hay que escribir sobre lo que se sabe que, en mi caso, es bastante poco.

Sobre el por qué tenemos que creer en algo

-Saramago decía que la idea de Dios estaba en nosotros, y para dejarlo en claro una vez a un periodista le fue muy gráfico. La entrevista está filmada y en español: “Mire, Dios está acá, y se señalaba la cabeza”. ¿Por qué se nos hace tan necesario lo mágico y en cierta forma prerracional, que en este continente ya vivía en el pensamiento de los pueblos originarios? Rodolfo Kusch desde la antropología filosófica se detuvo en algunos de estos aspectos. ¿Vale para conseguir esto incluso una artimaña, un engaño?

––Todo vale, todo. Las religiones han sembrado el miedo en el mundo, sino haces esto, Dios se va a enojar. Hay que hacer aquello para que los Dioses no se enoje, incluso en el agradecimiento a un Dios, creo, se oculta el temor. Estoy lejos de poder dar una respuesta concreta sobre este punto, no soy filósofo, ni pensador, apenas puedo contar cada tanto una historia. Solo voy a dar una impresión desde mi experiencia. La religión es a posteriori, tal como la conocemos a modo de estructura, pero hay algo a priori, sospecho, algo que nos incita a justificar a entender el mundo. Las justicias y las injusticias, lo natural, lo bello y lo monstruoso. Y entonces nos (me surge) buscar confianza en algo, desde un boleto capicúa, al sacrificio de rezar sobre arroz. En frío digo, qué Dios tan perverso conocemos que no le importa el dolor y la tristeza y la muerte. ¿Puede un ser así ser adorado? Debe tratarse de un ser miserable que deja al mundo estrellarse en horror y muerte. Por eso es mejor creer en cábalas. Pero, finalmente, creemos porque es una manera de culpa a otro. Esto me salió mal porque no hice aquello, y listo, tema solucionado. Pero claro, la religión es un gran negocio y un gran controlador social, estos dos puntos, me parecen, no deben olvidarse nunca.

-Borges decía que somos muy provincianos. Modestamente yo opino que en algunas cosas sí y en otras no. Y en las buenas nos hemos vuelto más cosmopolitas que cuando él enunciaba eso (circa los 80), o será cuestión de “decisiones equivocadas en el momento justo” como le hacés decir a un personaje. Siempre reitero esto de que la historia muestra como más operativo al desconocimiento y al malentendido que a lo meticuloso y racional. Lamentablemente o no, hay demasiadas pruebas de esto. Tal vez lo sesgado, el lado oscuro de la Luna, sea uno de los atractivos que nos permite seguir teniendo voluntad de hacer cosas. Yo al menos quiero creer eso, ¿quién sabe?

––Borges sin duda fue un grande, un enorme. Pero su forma de ver al argentino siempre me molesto, igual, no es el tópico de la pregunta. A lo mejor creemos porque nos gusta la aventura, porque es necesario para vivir un poco más justificado. Si sabemos cuál es el fin, para qué estamos, no? Es posible que, para muchos, la religión sea un buen justificativo. Creer que hay un lugar después, o que uno puede reencarnar es más emocionante que sospechar que nadie se va a acordar de nosotros. Ojo, tal vez escribimos o escribo para eso, para lograr, por casualidad, hace algo que perdure en el tiempo y que obligue a alguien a pronunciar mi nombre. No sé. Nunca se sabe.

-Para despedirnos, te digo una cita de Stephen King: “un hombre que miente sobre la cerveza hace enemigos”. Algunos de los protagonistas de tu novela podrían entenderla. Marcelo, un gusto, y como siempre, gracias.

––Un  placer, como cada vez que charlamos. Me voy a quedar con la frase de Stephen King, pero voy adaptarla un poco, si me permitís, “un hombre que miente frente a un vaso de whisky, tiene mucho por contar”. Un abrazo.


Marcelo Rubio dedicando un ejemplar

Marcelo Omar RubioBuenos Aires, 1966. El Cristo Roto, 2019 Editorial también el caracol.

Publicó los libros de cuentos Bajo El Signo de Eva. Fútbol sin tiempo. La Strada (todos ellos por la Editorial Textos Intrusos), en 2018 publicó la novela Lo que trae la niebla (Editorial Indómita Luz).
Es uno de los conductores del programa radial Kriminal Mambo por AM530  








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