La filosofía de la composición, Abelardo Castillo


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Abelardo Castillo

  Hay una página teórica de Edgar Poe que es realmente más fantástica que sus cuentos.
  Poe compone "El cuervo" y más tarde lo analiza palabra por palabra. Escribe aquel texto llamado Filosofía de la composición, donde explica cómo previó el número de versos, por qué se propuso las rimas internas, cómo eligió la música del ritornello antes, incluso, de saber la palabra que se repetía. Necesitaba una palabra oscura, con un sonido grave, de tal modo que ese sonido casi no podía ser otro que "nevermore". Necesitaba, además, que lo repitiera un ser vivo, aunque irracional, no un instrumento o un mecanismo cualquiera. Confiesa, sin pudor, que el primer animal en que pensó fue un loro, pero más tarde recordó que los cuervos también son capaces de imitar la voz humana, y que, por lo tanto, ese pájaro funerario se ajustaba mucho mejor a su propósito. Explica el poema, en suma, como si fuera un mecanismo de relojería, un teorema, una partida de ajedrez. Pero antes ha establecido como principio general que la belleza es el único territorio legítimo de la poesía, que la belleza es siempre melancólica y que no hay sentimiento más melancólico, para un poeta, que el causado por una mujer hermosa, muerta en plena juventud.
  El análisis se desarrolla con una lucidez casi demencial. Nada ha sido dejado al azar. El cuervo está posado sobre el busto de Palas para contrastar su plumaje con el mármol, y el busto es de Palas porque emblematiza la serenidad clásica, opuesta al pájaro irracional, al caos de la tormenta -en realidad no recuerdo si esto lo dice Poe, pero debió decirlo-, y las preguntas del amante, distantes e irónicas al principio, serán cada vez más sombrías, de modo que la invariable respuesta, signifique, poco a poco, algo fatal y ominoso. No hay un poema, nos dice Poe, más que una metáfora, hacia el final. Cuando el amante le grita al cuervo que quite el pico de su corazón, ese cuervo ya ha dejado de ser un pájaro posible, traído por la tempestad, y es un emisario del Demonio, un símbolo, un pájaro quizá inexistente. Uno lee todo esto, acepta o no que Poe escribió su poema de ese modo, pero no puede sustraerse al prodigio de una inteligencia puesta a explicar lo inexpresable, a razonar lo que hasta ahora se llamaba inspiración.
  Y entonces empieza a pensar: ¿de dónde partió Poe? De un axioma absoluto y del todo inverificable: el considerar a una mujer muerta en plena juventud como el non plus ultra de la belleza. ¿Quién está hablando ahí? ¿El hombre que razona la Filosofía de la composición? ¿El hombre que escribió el poema? ¿O está hablando el inconsciente de Poe? ¿Por qué sucede eso?
  Yo tengo una explicación personal y quizá herética. Edgar Poe, por más que conociera la escritura de "El cuervo", ignoraba el significado secreto de su poema. Era consciente de cómo lo hacía sin ser consciente de qué estaba haciendo. Porque la muerta, la bella muerta en plena juventud, no era ninguna abstracción poética, ninguna cifra absoluta de la belleza, sino su propia mujer de veinte años, todavía viva, que agonizaba a unos pasos de su mesa de trabajo. Virginia Clemm estaba tuberculosa y Poe lo sabía. El poema, entonces, empieza a ser menos una tarea de la inteligencia que un rito encantatorio, un texto mágico, un exorcismo donde Poe conjura por anticipado la muerte de Lenore, para que su propia mujer, Virginia, no se muera. Una especie de retrato de Dorian Gray en verso. Poe mata a la mujer del poema para mantener a su esposa viva.
  Todo esto, me doy cuenta, es adivinatorio y antiacadémico. Parece más probable una segunda hipótesis, prosaica, Poe razona una helada teoría acerca de cómo opera la imaginación poética, pero al escribir "El cuervo", está hablando de lo que ya sabe que sentirá cuando muera su esposa.
  Más raro es lo que sigue, ese tipo de cosas que llamamos casualidad. El cuervo se publica en 1942 y un año después, exactamente el mismo día, muere Virginia.

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Ver película: "El enigma del cuervo"

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