A un lector en busca de consejo, Herman Hesse


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  Quiero responder a su carta en pocas palabras, aún cuando ésta, como todas las cartas similares, me encuentra en una posición de defensa.
  Muchos de los lectores de mis obras me toman de una manera completamente personal como amigo, como conductor, a menudo directamente como médico y padre espiritual, confesor o consejero, sin contemplaciones hacia mi persona y mi trabajo, sin tener en cuenta que todas estas funciones (consejero, médico, etcétera) sólo tienen sentido en un íntimo contacto personal y que sin el conocimiento de las personas, cultivadas a la distancia, a través de un intercambio epistolar, carecen de valor.
  Cuando a veces contesto por excepción algunas de estas cartas porque me ha emocionado la desgracia o la aflicción en ellas expuestas, por lo general estos corresponsales me envían enseguida cartas a intervalos regulares, a veces casi a diario y se acostumbran a utilizarme como descargadero de todo estado de ánimo.
  Con bastante frecuencia, si rechazo tales pretensiones, se suceden de parte de los remitentes explosiones de desórdenes psíquicos de carácter tan desagradable y deprimente que durante días quedo como baldado e incapacitado para realizar mi labor. Se muestra entonces lo feo: precisamente, los mismos lectores que más profundizan en mis libros, los que en su mayoría se encuentran en ellos a sí mismos, son quienes no tienen el menor respeto por la personalidad de los ajenos, no tienen para el escritor un ápice de comprensión. Si éste, como persona, se resiste a sus exigencias a menudo desvergonzadas, se irritan y enojan y con frecuencia reaccionan como descargas de verdadera hostilidad. Precisamente, lo único que quisiera "enseñar" o a lo que quisiera apelar como escritor, el respeto, falta por completo y la juventud alemana de estos días parece dejar bastante que desear en este sentido. No pretendo significar que el lector debería contemplar al escritor como a un ser superior a él, sino al contrario, considerarlo como un igual y no exigirle lo que él mismo no está dispuesto a dar de sí por ningún motivo.
  Ya conoce pues mi postura y mi relación respecto a estas cartas, como la que me escribió.
  Sin embargo, creo poder decirle algo que tal vez le confortará. Si por un momento pudiera ver su relación hacia mí desde afuera, en forma "objetiva", percibirá algo que le permitirá corregir esta relación. Usted verá lo siguiente: el Hesse al cual llama, al cual lee, al cual ama o acusa, es una imagen de su propio yo, existe para usted hasta donde le parezca semejante y estrechamente emparentado. Usted quisiera saberse confirmado por ese Hesse. Usted quisiera escuchar una que otra palabra de él, a él le dirige usted de vez en cuando exteriorizaciones de su enojo con la intención de lastimarlo o mostrarle su desprecio.
  Pero este Hesse es su espejo y lo que a él le grita, debería gritárselo a sí mismo, lo bueno y lo malo. Si una parte de su camino a Hesse es realmente un camino a sí mismo, por momentos su camino a Hesse, es al fin y al cabo un desvío, un cambio de dirección, un apartar sus impulsos de sí mismo hacia un objeto aparentemente extraño: en resumen, una huida hacia el exterior de su propio interior.
  Por supuesto, todo lo que digo puede rebatirse fácilmente. Es apenas una pequeña parte de la verdad, como todo lo que se dice con palabras. No obstante quizá vea en esta carta a la cual he dedicado una mañana, algo que le sirva, quizá vea también que Hesse no le tiene mala voluntad.

Cartas escogidas



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