Astor Piazzolla: Retrato de mí mismo (segunda parte). Natalio Gorin




  La gente no conoce ni le importa quién es el empresario que lo pone a la venta, pero sí sabe y admira al artista que lo hizo. La verdad, después de tantos años, pasa por un bobo que puso el dinero de su bolsillo para pagar a la mayoría de los músicos que hicieron la grabación, soy yo, mientras que la ganancia desde entonces se la llevan otros. Todavía estamos en litigio, ¿pero a quién le interesa, quién defiende a los creadores? Hice muchas macanas como ésta en mi vida, y no me arrepiento absolutamente de nada. A la larga tuve la suerte de levantar una cosecha, aunque para eso debieron pasar muchos años, peleando sin bajar los brazos, como me enseñaron en las calles de Nueva York, a trompada limpia.
  Parecía escrito que debía volver a Nueva York. Primero viajé yo, le dije a Dedé que vendiera todo lo que teníamos en Buenos Aires y que después se viniera con los chicos. Si lo hubiera pensado un poco seguramente habría actuado de otra manera; pero yo soy así, impulsivo, audaz. Sólo en los últimos años levanté un poco el pie del acelerador. Mi proyecto de hacer música para el cine de Hollywood se cayó como un castillo de naipes. Entonces nació lo del Jazz Tango, el Quinteto J-T, que era un híbrido, aunque tuviera una semilla de Piazzolla. Hay un L.P. que nunca se editó en la Argentina, donde está la prueba del delito, allí se mezclaron cosas mías, "Triunfal", "Para lucirse", con temas de jazz, "Abril en París" o "Dama Sofisticada". Pero hay uno peor, que no figura en ningún catálogo, que incluye "A media luz" y otros tangos horrendos. La única copia que había en el país se la regalé a Pipo Mancera y él dice que la perdió. A veces me dan ganas de escucharlo, porque uno tiene que asumir sus atrocidades.
  Para volver de Nueva York en 1960 tuve que firmar un contrato leonino, pero no me quedaba otra, no tenía ni para los pasajes. Vinieron a verme de una editorial francesa, Universelle, y por 1200 dólares a cuenta de derechos acepté un contrato de exclusividad por doce años. Ahí entró otra obra fantástica, empezando por "Adios Nonino" y lo que luego fui escribiendo para el Quinteto: "Calambre", "Los Poseídos", "Nuestro tiempo", "Verano Porteño". Absolutamente todo lo que hice en los doce años siguientes y tiene que ver con una de mis etapas más creativas. No sería la única vez. Después de "María de Buenos Aires" (1968), del repertorio que escribí con Horacio Ferrer, del Noneto (1971), que fue uno de los conjuntos más lindos que tuve, y de un infarto (1973), quedé otra vez en cero. Había pasado la línea de los 50 años y tenía que empezar de nuevo. Entonces recibí una propuesta de Aldo Pagani, un productor italiano, socio de Gurci-Pagani Music. Me ofrecía un contrato por quince años, el alquiler de un pequeño departamento en Roma, 500 dólares por mes para comer y la posibilidad de grabar todo lo que escribiera. Es la etapa que arranca en "Libertango", y sigue con "Suite Troileana", "Reunión Cumbre" con Gerry Mulligan y muchas cosas más, incluyendo la música de varias películas. Es otro ciclo tanto o más creativo que el anterior, el que quedó en posesión de Universelles. Los contratos tenían principio y final, pero mi obra como compositor quedaba comprometida de por vida; está firmado. Cada vez que se toca "Adios Nonino" en algún lugar del mundo, yo cobro el 25% del derecho de autor, y Universelle recibe el 75%. El contrato con la Curci-Pagani me beneficia un poco más: vamos al cincuenta y cincuenta. En ningún caso comprendía las actuaciones personales, eso quedaba integramente para mí y obviamente mis músicos.
  Me acuerdo que una vez vino Menotti a mi departamento de París -yo vivía con Laura- y para pasar por la puerta tuvo que agachar la cabeza. No me dijo nada, pero seguramente habrá pensado: "¿Cómo, así vive Piazzolla?" La verdad, era una vivienda muy modesta, un reflejo de años muy duros, no digo de necesidades. Se trataba de un gran desafío: o daba el gran salto hacia adelante o me quedaba para siempre. Muchos podrán pensar que pagué muy caro esos contratos que firmé. Es posible. Pero yo les doy otra lectura. Uno me sirvió para volver a la Argentina, dejar atrás la pesadilla del Jazz Tango. El otro me permitió abrir la puerta de Europa, conocer mucha gente, hizo trascender mi música. No fue fácil. También sufrí la soledad, la angustia de no tener a quién llamar para ir a comer un plato de spaguetti. Por suerte conocí a Laura y ella fue mi gran compañera en una segunda etapa, cuando elegí vivir en París.
  Aquel Quinteto J-T fue la base del que después formé en Buenos Aires, en 1960. Incluso hice un programa de televisión por Canal 9, que se llamó "Welcome Mr. Piazzolla", con un vibrafón en el Quinteto; todavía no me había decidido por el violín. Así son todas las cosas, a veces un cambio lo decide un hecho fortuito y no la visión del artista. Con el tiempo, el violín sería fundamental para el sonido del Quinteto, pero yo lo incorporo porque no encontraba en Buenos Aires un vibrafonista con polenta. Empezó de nuevo la lucha para poder grabar. Fui a la RCA con mis cosas nuevas. "Nonino", que es el origen de "Adios Nonino", "La Calle 92", "Calambre", pero las aceptaron con la condición de que hiciera otro L.P. con temas bailables, "Tierrita", "Chique", "Redención" y algunos tangos cantados por Nelly Vázquez, que empezó su carrera conmigo. Tuve que aceptar, y ocurrió algo muy significativo, un espaldarazo a mis ideas: se vendió mucho más el L.P. que tenía música para escuchar.
  Y ahí arranca otra etapa bohemia. Tocabamos en boliches muy pequeños- En "Jamaica", por ejemplo, que estaba en el bajo, no entraban más de 30 personas. Después viene la época de "676". Mucho trabajo y poca plata. A veces pagaban, a veces no. Lo lindo era el aplauso de la gente y de los grandes músicos que venían a escucharnos: Isaac Stern, Frederich Goulda, o toda la banda de Tommy Dorsey, como cayó una noche, Stan Getz, y la presencia infaltable de un personaje de Buenos Aires que quise mucho. el Mono Villegas. También venían snobs, esos que al otro día iban a decir en la oficina. anoche fui a escuchar a Piazzolla. Pero también había gente linda, que transmitía amor. Le miraba la cara a algunos tipos y me veía yo mismo escuchando a Bill Evans tocando el piano en un boliche de Nueva York.
  También inauguramos con Pipo Mancera un local que se llamó "La Noche" donde hice una experiencia con un nuevo Octeto Contemporáneo, que fue muy fugaz, fundamentalmente por la falta de presupuesto. Yo necesitaba trabajar y con tal de que me dejaran tocar mi música era capaz de salir desnudo. Hice televisión con Tato Bores y muchas giras por el interior del país. A veces pagaban arriba del avión como si fuéramos chacareros; también hubo algún empresario que se hizo el distraído y nunca nos dio lo convenido. Era feo pero necesario. Yo lo volvería a repetir. Y siempre con la vieja bronca, y también una alegría íntima porque era peleador y provocaba a la gente. Una vez, tocando en las Termas de Río Hondo, un tipo me mandó una cartita al escenario. Decía "Mucho ruido y poco tango", yo le contesté una barbaridad. Pero como soy un tipo con humor, capaz hoy mismo de ponerme una máscara de Frankenstein y asustar a gente por las calles de Punta del Este, me reía mucho con estas reacciones. Esa misma vez, en Río Hondo, un señor mayor, mirando la amplificación eléctrica que había puesto en el bandoneón, dijo en voz alta. "Qué degeneramiento, ya no respetan nada."
  Fui a tocar a todas partes, por convicción y porque en varios momentos de mi vida no me podía dar el gusto de elegir. Lo mismo daba un prostíbulo en Tucumán, porque el dueño estaba lleno de plata y quería darse el gusto de que Piazzolla tocara para su clientela, que el Philarmonic Hall de Nueva York. Tampoco fui amigo de los extremos. Ni ese prostíbulo tucumano, ni "Jamaica", donde había coperas, pero tampoco lugares enormes. Considero que mi música, la que expresaba el Quinteto, o el Noneto, es de cámara, que significa habitación. Por eso me gustó siempre tocar en lugares chicos, como el Teatro Regina. Me costó hacerme la idea del Gran Rex o del Ópera. Ni que hablar del Luna Park. Sufrí cada vez que en Europa fui a actuar a un Festival de Jazz. No soportaba las órdenes mientras tocaba, o que el viento se llevara las partituras, o que me mirara gente borracha o drogadicta.
  Mi vida a tenido altibajos, como me lo anticipó una bruja hace muchos años. Tuve desilusiones, momentos de frustración artística, pero también gocé de muchos éxitos, a veces con la sombra del fracaso económico detrás, que significaba volver a empezar. Eso me pasó con "María de Buenos Aires", vendí un departamento y un auto para ponerla en el escenario, y me quedé sin nada. Todo a pérdida. Pero me di el gusto, hice la operita, para mí una de las obras más importantes de mi vida, algo colosal para la época (1968). Creo que ese ascenso musical ya venía insinuado en el Quinteto cuando grabamos el recital del Philarmonic Hall ("Tango Diablo", "Mar del Plata'70", "Milonga del Ángel", "La Mufa" y "El Tango" con poesías de Jorge Luis Borges). Hoy no podría escribir algo como "María de Buenos Aires", ya no me da el cuero. Pero como soy un soldado con muchas batallas encima, buscaría la pelea que más me conviene. Jamás la repetiría como un oratorio, tendría que ser una ópera con cantates líricos, que es lo que quiero hacer con "Gardel", sobre textos de Pierre Philip.
  Me fui de Roma en 1975, porque me traía malos recuerdos. Siempre preferí París, que es como la continuación de Buenos Aires, o viceversa. La diferencia es que allá se respira arte por todas partes. París es una ciudad que me dio mucho, especialmente respeto, y un consejo importante, en 1977: Piazolla hace buena música con el conjunto eléctrico, pero no es el verdadero Piazzolla. Fue como otro mensaje de Nadia Boulanger, veinte años después, de haberme ayudado a descubrir la verdad de mi música.
  París es también la ciudad donde más se venden mis discos, hablando de Europa, y allá está la Sociedad de Autores y Compositores (SACEM), que me recibió con los brazos abiertos, cuando tuve el enorme acierto de irme de SADAIC, de la Argentina.
  En 1978 formé un Quinteto y por muchos motivos tuve la sensación de estar ganando, por fin, la guerra. El Noneto me había dejado la cabeza llena de música, lo mismo que "María de Buenos Aires", y todo eso lo fui volcando en el Quinteto, en música más elaborada. Creo que crecimos todos, yo escribiendo cosas nuevas, y los músicos tocando mejor que nunca. Fueron los mejores diez años de Piazzolla. No puedo decir que mi obra sea tan popular como la de Sting, pero creció la difusión de mis discos en todo el mundo, y al mismo tiempo pude desarrollar mi repertorio sinfónico. Cuando grabé con Lalo Shifrin el "Concierto para Bandoneón y Orquesta", en Estados Unidos, en 1987, todos los músicos se pusieron de pie y nos aplaudieron, a Lalo y a mí, cosa que es algo muy difícil que ocurra en una grabación, por la frialdad del aislamiento, no hay público, no hay que quedar bien con nadie. Eso significa un reconocimiento muy lindo. Pasaron los años y mi música ha tomado cierta popularidad. Quiere decir que mi lucha no fue en vano, que la gente busca cosas buenas. Lo mismo ocurre con los pibes que empiezan en el tango, todos me piden consejo, hacen algunas cosas donde se nota mi influencia.
  No sé hasta cuándo voy a seguir tocando, los fingers tienen la palabra, si ellos aguantan, yo también. No le tengo miedo a la muerte. Los médicos que me hicieron el cuádruple bypass en 1988 me aseguraron que tenía para 12 o 13 años más. La verdad, no me puedo quejar, llegar hasta los 81/82 años es una buena noticia, quere decir que tengo cuerda para rato. Si ando bien hasta esa edad me voy a sentir regalado. ¡Qué problema existe! Mientras tenga mi familia, mis hijos, mis seis nietos bien, mi mujer bien, el perro bien, el bandoneón bien. ¡Qué más quiero! A lo único que le tengo miedo es a una enfermedad fulera, al sufrimiento. Eso no lo podría soportar.



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