Krzysztof. Alejandro Leibowich




Roman Polanski, Mia Farrow

 Alejandro Leibowich

  Se había preparado un café, golpeaba la taza contra la mesada. Miraba por la ventana. El marco verde de la misma le recordaba ciertos aspectos rústicos de cuando niño. El pasto descubría destellos de sol desde el jardín. La infancia perdida. El paraíso perdido de Milton, los ecos de Wajda y Roman.
Habrá que esperar se dijo, y esperar no era su fuerte en ese momento.
Fue al piano y empezó a probar escalas en espejo. Después cromatismos, semitonos y ritmos de vals con rubato. Alguien había dejado un theremin en la entrada y él lo quería probar, pero luego desistió.
La charla por teléfono que tuvo con el productor le helaba la sangre. Las ideas no fluían, e improvisaba meticulosamente técnica, más técnica. Soñaba despierto. Congregar a las musas, ese tipo no tiene piedad, se dijo para sí.
Ya había visitado el Dakota como tres veces. En la década del 60, época que le tocaba vivir, la reiteración era moneda corriente en su trabajo. Prueba, error, volver a probar, error. ¡Maldito empirismo contemporáneo!


Se sentía cansado sin motivo. Prendió la proyectora y ahí se repetían las tomas. Una, mil veces. Se pesan las ideas. Cada vez que me distraigo, porque llaman al timbre, suena el teléfono, grita la secretaria, se rompe el lavaplatos. Siempre pasa algo y me resume el volver y ver otra vez la toma desde distinto ángulo, desde distinto tiempo, y el comienzo entonces es otro, yo soy otro, la toma es otra. Los recuerdos son otros, los sonidos terminan desde un comienzo y arrancan desde un final. No recuerdo cuando recuerdo y recuerdo cuando no recuerdo.
El proyector se estaba recalentando, incluso creyó ver humo en la sala.


No, si el trabajo es uno, es nada, es todo, es neutro.

-Vos Krzysztof, tenés que hipnotizar. La clave está en las secuencias narrativas del sonido.- dijo Roman.
-Voy a hablar con el director de fotografía, necesito terminar algunos recaudos de ideas.

-No seas torpe, vos encargate del piano, tengo que llamar a Sharon…
-Pero los arreglos. Soy un músico de jazz que trata con el ego de los clasicones académicos todos los días, Roman.-Mirá, te conozco hace mucho tiempo y sé que harás el mejor de tus trabajos.
-Trato de hacer lo que está en mis manos.

Roman se recostó en el sillón y estiró los brazos. Bostezó sin ganas. Cuchillos, siempre cuchillos. Como cuando estaban bajo el agua allá en Polonia -dijo levantándose de golpe.
-Solo cambia el idioma, dicen…
-Dicen.


Empezó a caminar de un lado para el otro de la sala.
Ese productor... menos mal que lo tienen amansado. Tengo que probar esos nuevos teclados analógicos que mandaron al estudio en Manhattan.
Es todo una cuestión de fe interna. No estoy perdido, carajo.
Ciertos arreglos viejos podrían servir para la toma Panic. Es bebop, bebop. Ya veremos.
En la mesa Roman había olvidado una revista y dentro había muchas fotos de Mia y John. Mia con el pelo corto y esa blanca palidez… Es como si su belleza hubiera sido absorbida. Un vampiro invisible la acosaba. No, si este tipo Roman es genial, por eso es mi amigo.
Sonaba el teléfono. No voy a atender, se dijo Krzysztof.


De pronto golpes en los cristales, Marek con cerveza.
-Hola viejo. ¿Trajiste el auto, o el auto te trajo a vos?
-Dejáte de joder, traé unos vasos.
-De inmediato, prendé el televisor, seguro que hay algo más aburrido que tus memorias para entretenerte.
Sacó las tapitas con los dientes como era su costumbre y sirvió en vacío para crear espuma.
-Resolveremos, ¿te alcanzo al estudio?
-Si no te jode.
-Pero, claro, Manhatan es una ciudad genial, llena de mujeres y ruido. ¿Cómo van las composiciones?
-Estoy comprometido con la angustia.
-¿Eh?
-¡Qué sí, joder, las ideas no fluyen como deberían a veces, sabé entender!
-Pero la obra es la cura para la neurosis, lo dijo Freud…
-Sí, Sigmund no me salva, camarada.
-¡Calláte maldito polaco comunista!
-Vamos a ver cómo se soluciona esto, se dijo y dijo Krzysztof.


Pasaron tres días. Algo parecía salir mejor. Había visto las tomas. Se sentaba en la sala de proyección y escribía, escribía. Tomaba apuntes.
Hacer bandas de sonido realmente es un buen trabajo, sólo que a veces hay productores…
-¡Vamos a la entrada del Dakota, te saco unas fotos! Sos un ganador, las polish girls estaban a tus pies. ¿Qué esperás de las americanas?
-Yo estudiaba medicina antes de ser un conductor de sonidos, Marek.
-Te conozco de hace siglos, a mí no me cuentes tu vida.
-Creo que me voy a tomar el día. Me voy a dormir a mi casa.
-Te llevo.
-Vamos.
-Lo tengo en la mente, el arreglo de cuerdas de More Panic es realmente bueno, o eso creo. Hasta mañana, me congelo en el tiempo.


Krzysztof durmió pesadamente.
Al otro día en dos horas y media estaba todo terminado, More Panic funcionaba. El piano sacaba chispas, el marfil de las teclas se estaba calando de tan fuerte que le pegaba.
Así los tracks iban saliendo, las ideas volvían a fluir.
Recordaba a Herrmann el compositor de Hitchcock diciendo que quería que lo recuerden por su música seria, no por la de las películas.
Veremos, cuál es la música seria.
Panic Again, diabulus in música, terminado.
Los días transcurrían, la mirada de Mia desde las cámaras. ¡Esa mujer es hermosa!
Recuerdo pedirle al mozo el pago de la cuenta ese día, y mirar desde la vidriera. Ahí vino Frank a buscarla. Vaya con Frank, cada día canta mejor.
Bueno, Roman me dijo que está todo listo, la película será un éxito. Las escenas surrealistas con el desnudo de Mia, me recuerdan a Buñuel. El más modesto de todos nosotros, había dicho Hitchcock con respecto a él.


Ya pasaron varios meses y las amenazas de satanistas, y espiritistas no opacaron el éxito de taquilla.
Levin realmente había escrito un buen libro y la adaptación era excelente. 1968 era un año con estrella.
Ahora no sé qué decir, ya no recuerdo. El tiempo se fragmenta a veces. Siempre pasa algo y me resume el volver y ver otra vez la toma desde distinto ángulo, desde distinto tiempo, y el comienzo entonces es otro, yo soy otro, la toma es otra. Los recuerdos son otros, los sonidos terminan desde un comienzo y arrancan desde un final. No recuerdo cuando recuerdo y recuerdo cuando no recuerdo.
La caída me había afectado. Perder el control del auto. Realmente me había afectado. Los golpes en la cabeza eran muy fuertes.
El comienzo y el fin. El barranco en Los Angeles. Las tiras cómicas de mi sobrino, los recuerdos residuales.
Las mañanas nocturnas, las noches en mañanas.
Veo no veo, el tiempo es un transcurso que no puedo descifrar. ¿Qué le han hecho a sus ojos? La música está terminada, Mía deja caer el cuchillo. Yo me enfrento con dejar caer los brazos. Marek, pobre tipo.
Dicen que pasó el tiempo. Los golpes en la cabeza eran muy fuertes.



Ruth Gordon



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