En la cabeza. Vera Fogwill



Vera Fogwill


Vera Fogwill

Cuando en tu cabeza la vida es mucho mejor que la vida que llevás. Cuando los problemas se resuelven ahí, conseguís el trabajo que soñas, ganás lo que precisás, tenés lo que sentís que te hace falta, estás viviendo. A veces no consideremos que si no tenemos insomnio crónico y dormimos entre seis y ocho horas soñamos, aunque la mayoría de las veces no lo recordemos. El resto de la vida diurna, la mitad de las horas estamos pensando -digo la mitad para ponerle un margen de tiempo pero puede ser durante todo el día y a veces, nada más que un rato-. Pero seguro el cálculo da más tiempo de cabeza que de realidad.
Cuando en tu cabeza la vida es mucho peor que la que tenés, cuando estás conectado con lo que podés perder, con lo que se puede ir, con los que se pueden ir de tu vida por las distintas tragedias que te puedas permitir imaginar y si le agregamos que cuando dormís, las pocas horas que dormís, sufrís de insomnio crónico y tenés pesadillas por las cuales te despertás y por ese motivo exaltado encima las recordás, vivís con miedo. Eso es no poder vivir.
Me quedo con la primer opción en la que aún se puede soñar. Es una opción mediocre y poco ambiciosa pero es mejor que tener miedo. Y no es una elección, es lo que me toca, que me falten cosas y no me sobren.
No pude escribir nada en este tiempo, apenas algunas cartas en un pedido solidario a los enfermos de Covid-19 -un espanto literario del que me avergüenzo porque una carta donde se da esperanzas es una carta falsa para alguien como yo, aunque admito haberlas escrito y no me arrepiento de haber sido y de ser cursi porque sé que tuvieron un gran motivo-. Pero sí reflexiono. Y estaba pensando en Shanti. No en mi perra, que se llama así, tiene 19 años y sigue queriendo pasear, en la otra Shanti.
Conocí a Shanti hace cuatro años. Su nombre era el cuarto que llevaba en su vida, que había sido cuatro veces distinta, por eso tenía diferentes nombres acorde a las etapas y puestos cada uno por un maestro nuevo. Ella había estado internada en su infancia en un colegio pupilo en Los Cocos, en Córdoba, junto a mi mamá, aunque no se volvieron a ver. Un día ella envió un mail, buscaba a alguien que le cuidara su jardín en su casa bajo el cerro Uritorco durante los seis meses que se iba, como cada año, a su retiro en la India, a un claustro a encerrarse sola en cuatro paredes. A cambio, pedía que se pagaran las cuentas de la casa y se le cuidara el jardín. Mi mamá, sabiendo que ese tipo de cosas me encantan (retirarme) me avisó. A la semana me fui a vivir seis meses a Córdoba, a la casa de Shanti, sin wifi, con apenas tres platos, tres vasos, tres sillas y unos colchones realizados por ella con heno. Yo no necesitaba nada más. Porque salir a ese jardín que debía cuidar y mirar el cerro cada mañana, era un regalo demasiado impagable. De jardinería no sabía nada. Shanti me indicó todo por carta pero la sequía que llegaría pronto me iba a impedir seguir sus planes. Sin embargo lo cuidé, ningún árbol perdió sus frutos, nada se murió, las flores nacieron -incluso murieron- y volvieron a nacer. Shanti había sido la encargada del jardín de Osho, fue él quien le enseñó cómo debía ser un jardín. Luego, fue la encargada del ashram de Osho en Inglaterra para los que no podían obtener la visa cuando se montó el ashram en Estados Unidos. Muchos habrán visto la serie. Yo tuve la posibilidad de que ella me contara la otra serie, la del otro ashram. Ella fue ahí la sanadora, la “given session”. Jamás cobró por dar terapia ni nada y detestaba a los de Capilla del Monte que lucraban con las terapias alternativas. No leía un libro hace 40 años, tampoco veía televisión y menos leía un diario. Hoy debe tener casi 80 años. Muy flaca, rubia natural, su pelo largo ya blanco, sin corpiño (jamás lo usó). Bella.
Conocer a Santhi, habitar su casa, encontrarme con su vida diaria, fue muy revelador. Mi papá me leía de chica el libro naranja de Osho. Con ella entendí que Osho no era una persona que buscara la paz interior, lejos de eso, más bien interpelaba a los demás para que encuentren su furia porque ahí estaba ahí el motor de la vida. Furia no es odio. Es fuerza oponente. Osho provocaba, era un sabio no un santo.
La reflexión es la siguiente: subiendo el cerro todos los días nunca llegué a la cima. Sin embargo cuando Shanti volvió me dijo que ella subía y llegaba a la cima todos los días. Yo la miré y pensé: ¿cómo?. Y me gritó: “En la cabeza nena, subo todos los días en mi cabeza”.
Espectacular enseñanza. En la cabeza, la vida está en la cabeza. Por eso llevo bien el encierro, de alguna manera siempre viví así.







2 comentarios:

  1. Me encantó la anécdota de Vera, además de sus fotos,claro!

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    1. Al alinearse un valle de espíritus y Vera supongo que en la anécdota va a ver dinamita. Y parece que así resulta. Saludos!

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