Thomas Mann, arte y vida. Adriana Santa Cruz






Adriana Santa Cruz
Thomas Mann (1875-1955), escritor alemán nacionalizado estadounidense, es uno de los novelistas europeos más importantes de su generación. En su obra se reflejan las influencias de Goethe, Freud, Nietzsche y Schopenhauer. En 1929 recibió el Premio Nobel en reconocimiento a Los Buddenbrook (1901) y a La montaña mágica, así como por sus numerosos relatos breves.
Con elementos autobiográficos, la novela Los Buddenbrook narra el declive de una familia de comerciantes de Lübeck a lo largo de tres generaciones. En esta etapa inicial de su obra, el autor centró la atención en la conflictiva relación entre el arte y la vida, que abordó en Muerte en Venecia, y culminaría con Doctor Faustus. En la primera, describe las vivencias de un escritor en una ciudad asolada por el cólera. Esta obra, además, supone la síntesis de las ideas estéticas del autor, que elaboró una particular psicología del artista.

La montaña mágica, con elementos del Bildungsroman o novela de aprendizaje, introduce reflexiones sobre el tiempo, la enfermedad, la muerte, la estética, la política, entre otros. Esta obra, además, es considerada como una pintura del decadente modo de vida de la burguesía europea en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial.

En 1971 Luchino Visconti adaptó la nouvelle Muerte en Venecia en una excelente versión con la música de Gustave Malher y protagonizaca por Dick Bogarde y Björn Andrésen.

A continuación, el fragmento de la novela sobre el que se basa la última escena de la película con la Sinfonia Nº 5 de Gustav Mahler de fondo.

Porque la belleza, Fedón, nótalo bien, sólo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el camino de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu. Pero ¿crees tú, amado mío, que podrá alcanzar alguna vez sabiduría y verdadera dignidad humana aquel para quien el camino que lleva al espíritu pasa por los sentidos? ¿O crees más bien (abandono la decisión a tu criterio) que éste es un camino peligroso, un camino de pecado y perdición, que necesariamente lleva al extravío? Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el camino de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si podemos ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras ansias han de ser de amor. Tal es nuestra gloria y tal es nuestra vergüenza. ¿Comprendes ahora cómo nosotros, los poetas, no podemos ser ni sabios ni dignos? ¿Comprendes que necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser necesariamente concupiscentes y aventureros de los sentidos? La maestría de nuestro estilo es falsa, fingida e insensata; nuestra gloria y estimación, pura farsa; altamente ridícula, la confianza que el pueblo nos otorga. Empresa desatinada y condenable es querer educar por el arte al pueblo y a la juventud. ¿Pues cómo habría de servir para educar a alguien aquel en quien alienta de un modo innato una tendencia natural e incorregible hacia el abismo? Cierto es que quisiéramos negarlo y adquirir una actitud de dignidad; pero, como quiera que procedamos, ese abismo nos atrae. Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento libertador, pues el conocimiento, Fedón, carece de severidad y disciplina; es sabio, comprensivo, perdona, no tiene forma ni decoro posibles, simpatiza con el abismo; es ya el mismo abismo. Lo rechazamos, pues, con decisión, y en adelante nuestros esfuerzos se dirigen tan sólo a la belleza; es decir, a la sencillez, a la grandeza y a la nueva disciplina, a la nueva inocencia y a la forma; pero inocencia y forma, Fedón, conduce a la embriaguez y al deseo, dirigen quizás al espíritu noble hacia el espantoso delito del sentimiento que condena como infame su propia severidad estética; lo llevan al abismo, ellos también, lo llevan al abismo. Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos emprender el vuelo hacia arriba rectamente, sólo podemos extraviarnos. Ahora me voy, Fedón; quédate tú aquí, y sólo cuando ya hayas dejado de verme, vete también tú.


El 16 de junio de 1973 se representó por primera vez la ópera basada en Muerte en Veneciacon música de Benjamin Britten y libreto en inglés de Myfawny Piper.


Fuente: Leedor

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.