Un sueño hecho realidad. Jordi Rocandio Clua
Dustin Hoffman - "Lenny Bruce". Bob Fosse |
Jordi Rocandio Clua
Me ilusionaba lo
que estaba a punto de vivir, el ambiente que me rodeaba era algo que tenía años
esperando. Estaba sentado delante del espejo del camerino que me habían
asignado junto a otros artistas. El típico espejo rodeado de bombillas
redondas. Retoqué un poco mi maquillaje para evitar reflejos. Tenía que estar
perfecto. La primera impresión era lo que contaba, nada podía fallar, ahora que
por fin iba a hacer realidad mi sueño.
Los nervios
estaban a flor de piel. Notaba la espalda un poco sudada, nadie se libraba de
eso y el que dijera lo contrario, simplemente mentía.
Por mucho que
ensayases, que dominases tu campo, siempre tenías esa sensación en el estómago
que te preparaba para los posibles fallos de memoria o blancazos, como yo los
llamaba.
Mis padres sabían
de mi actuación por los mensajes que les había enviado. No habían podido venir,
pero su apoyo no me faltaba. También estaban ilusionados.
Me presentaré.
Mi nombre era Juan Bernardo, monologuista de profesión y hoy, si todo salía
bien, debutaría.
El camino que
había recorrido había sido largo y difícil, lleno de obstáculos. Todo artista
sabía que se necesitaba mucho trabajo y dedicación para triunfar en cualquier ámbito.
Además, tenías que tener suerte, esa suerte que te llevaba al lugar y al
momento oportuno. Eso era lo que me había pasado a mí.
Desde bien
jovencito se me dio bien contar chistes, anécdotas, pequeñas historias, no sé,
me salía de manera natural. Hay gente que en dos minutos te podría contar seis
o siete chistes y otros que necesitarían todo el día para explicarte uno solo.
Yo siempre fui de los primeros.
Mis familiares y
amigos disfrutaban mucho con lo que les relataba y poco a poco, fue creciendo
en mi interior la idea de dedicarme a ello de forma profesional. Conforme
pasaban los años, mis historias llegaron a ser más elaboradas, con más detalles
y siempre con los toques de humor que hacían que te quedases enganchado hasta
el final, vamos, sin ganas de que la historia se acabase. Me animaban a que
buscase actuaciones en salas que se dedicaban a eso y así empecé mi camino de
artista.
No hace falta
decir que no fue coser y cantar, de hecho, fue un calvario. Me presenté a
varias pruebas en diferentes salas. Me conformaba con una pequeña actuación. Me
llevé una desagradable sorpresa al comprobar que no era tan bueno como había
creído en un principio.
Los miembros del
jurado eran profesionales que recibían muchas solicitudes y me decían que todavía
no estaba preparado, que tenía que elaborar más mis monólogos, que tenía que
actuar mejor, que me faltaban tablas y cosas por el estilo, así que empecé mi
larga formación en varias academias de interpretación. En ellas destaqué por
encima de mis compañeros. Me enseñaron nuevas técnicas de oración y saber estar
en el escenario, la manera de llevar mejor mis historias, cómo atrapar más al
oyente y sonsacar esas preciadas carcajadas.
Después de
varios años de arduo trabajo, decidí volver a presentar solicitudes donde en
ocasiones anteriores había fracasado. Esta vez les gusté más. Me decían que
ahora sí me tendrían en cuenta, pero que no me podían contratar porque había
mucha competencia y no tenían sitio para mí en sus carteles. Por una parte,
estaba contento porque me valoraban mucho más que antes. Por otra, mi desesperación
iba en aumento. El dinero que mis padres me habían dado para cumplir mi sueño
se había acabado debido a los gastos de mi formación y no podía volver a casa
con las manos vacías y siendo un fracasado. Así que decidí hacer un esfuerzo más
y presentarme a una última prueba. Puse todas mis esperanzas en un gran local
que era famoso por sus buenas actuaciones.
El recibimiento
no pudo ser mejor. Eran muy simpáticos y competentes. Me hicieron la prueba y
la pasé sin problemas. Se rieron mucho y no se les hizo pesado. Al contrario,
querían escuchar más. Yo no me lo podía creer, después de tan duro trabajo,
alcanzaba mi meta, me iban a meter en su cartel de manera fija. Pero la entrada
en el mundo del espectáculo no iba a ser tan fácil.
En el contrato, me
pusieron una cláusula un poco abusiva, pero que, debido a la situación de aquel
entonces, me pareció aceptable. Necesitaba el dinero y tenía unas ganas locas
de subir al escenario. Me ofrecieron trabajar con ellos haciendo de camarero,
de segurata o chico de los recados, lo que ellos quisieran. Tenía que estar
disponible siempre que me llamasen. A cambio, me pagarían bastante bien y me
incluirían en las actuaciones del sábado noche. Está claro que se aprovecharon
de la ilusión de un artista novel.
No obstante,
acepté. Ese dinero me venía de perlas para poder seguir con mi alquiler y
centrarme en lo que realmente era mi pasión, escribir y presentar monólogos.
Además, tampoco era tan grave trabajar allí. Me trataban con respeto, me daban
lo que necesitaba y aprendí el oficio de camarero, lo que, desde ese instante,
me hizo respetar mucho más a los trabajadores de la restauración.
El jueves de la
semana que iba a debutar con mis monólogos, mientras limpiaba la barra del bar,
el jefe me llamó a su despacho. Quería que volviera a llevar un paquete a una
dirección determinada. No me pareció nada extraño, ya que era la tercera vez
que lo hacía esa semana. Era un recado más. Cogí el paquete, lo metí en mi
mochila y me dirigí a mi destino. Me subí al metro como en anteriores
ocasiones, cosa que me iba de fábula porque así podía repasar los monólogos en
mi iPod y, entre audio y audio, llegué a mi parada. Salí del metro con paso
decidido y me encaminé hacia mi destino sin despistarme. Todavía me quedaba
trabajo en el bar y quería volver cuanto antes.
La sorpresa me
la llevé cuando, a punto de entregar el paquete, me rodearon cuatro agentes de
policía. Se identificaron como miembros de la brigada antidrogas.
Me inmovilizaron contra la pared, me pidieron
mi identificación y el paquete que llevaba. Allí mismo lo abrieron y
analizaron. Era cocaína y me acababa de meter en un buen lío.
—Venga, chicos,
quedan cinco minutos —gritó el director de sala.
—Ya estoy
preparado. Cuando oiga que me presentáis, salgo —respondí algo nervioso.
—Perfecto. Eres
el primero, así que no tardes.
El resto de
artistas se reunieron a mi alrededor y me desearon «mucha mierda». Ellos ya habían
actuado en más ocasiones y sabían por lo que estaba pasando.
Apenas quedaban
dos minutos. Hice los últimos ejercicios para concentrarme e intentar sacar los
nervios fuera de mí. Allá iba, era sábado noche y mi ansiado debut había
llegado. La sala estaba abarrotada y se les veía bastante predispuestos a pasárselo
bien. Esperaba que no fuera un público muy exigente. Oí como me presentaban.
Cerré los ojos, suspiré y salí al escenario.
—Bienvenidos al
III Festival Anual de Artistas Reclusos de la Prisión Morón de la Frontera.
Este sábado, sin duda, va a ser muy especial. Hoy debuta con nosotros un gran
artista. Demos una calurosa bienvenida y un fuerte aplauso a Juan Bernardo.
Disfrutad del
espectáculo.
Dustin Hoffman. "Lenny Bruce". Bob Fosse |
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