Lucha de poder. Jordi Rocandio Clua






Jordi Rocandio Clua

La familia López Buendía disfrutaba de un delicioso desayuno. Los miércoles por la mañana era el mejor día de la semana. Podían estar los tres juntos alrededor de la mesa, puesto que Ramón entraba una hora más tarde a trabajar. Ese hecho hacía que Miryam, una eficiente enfermera del ambulatorio del barrio, tuviese el tiempo necesario para preparar el desayuno preferido de su marido, tostadas con tomate y embutidos, zumo de naranja natural y café solo.
El orgullo de la familia era Cristina, su hija, una dulce niña que estudiaba cuarto de primaria y era muy responsable en sus quehaceres.
Dieron buena cuenta de todo lo que había preparado Miryam, se acabaron de vestir y se marcharon cada uno hacia sus obligaciones diarias.
Miryam tenía que llevar a la niña al colegio e ir al ambulatorio a cumplir su turno. Su marido, por otra parte, afrontaría también su habitual jornada laboral.
Ramón entró en el garaje de la casa y miró los dos vehículos. Suspiró al tener que dejar de lado su potente moto negra y tener que coger el sedán. Todavía no era el momento de usarla. Hoy tenía que cumplir su papel de marido y padre responsable e ir a trabajar como cualquier día.


La empresa de seguros que le servía como tapadera era ideal para pasar inadvertido. Todos los empleados estaban al servicio del gran hombre, nadie sabía a ciencia cierta quién era, pero le eran leales y todos interpretaban su papel a la perfección.
Los falsos compañeros de trabajo tenían como misión cubrir los pasos del agente Ramón López y poner toda clase de pretextos a los que pudieran querer investigarle. Cualquiera de ellos se dejaría matar antes de desvelar el verdadero trabajo del agente más eficiente de la organización.
Cuando Ramón llegó a la oficina, la secretaria que filtraba sus “tareas”, le había dejado una carpeta sobre la mesa. El color de la cubierta solo podía significar una cosa, que tenía una delicada misión que cumplir.
Cerró la puerta, se sentó en la cómoda butaca de piel y leyó el informe. Una sonrisa apareció en su rostro, le encantaba aquel trabajo.
No perdió s tiempo y fue a hacer lo que se esperaba de él.
Dos horas después de abrir aquella carpeta, una potente moto negra aparcó delante de un selecto restaurante japonés.
Entró con decisión y desenfundó las dos nueve milímetros que siempre llevaba consigo. A esas horas no había clientes, sin embargo, en el local había más gente de la que esperaba. No le importó demasiado.
Cuando vieron las pistolas, los empleados corrieron en busca de sus armas y un brutal tiroteo empezó. Las mesas fueron colocadas a modo de defensa para evitar los proyectiles enemigos. Uno a uno, los empleados fueron asesinados con la precisión que solo un profesional podía ofrecer. Sus movimientos eran rápidos e impedían que las balas impactaran en su cuerpo, mientras, cargador tras cargador, acababa con toda la resistencia.
En pocos segundos se encontró enfrente de su objetivo. El líder de uno de los clanes de mafiosos más peligrosos de la ciudad estaba a sus pies.
–¿Quién eres?
Vuestra peor pesadilla.
Vació su cargador y le destrozó el cráneo a base de plomo.
Salió por la puerta como si nada hubiese pasado. Las primeras sirenas se oyeron a lo lejos. Subió a la moto y desapareció calle abajo.
Ramón volvió a la oficina después del rápido encargo y se tomó un café con Andrea, su secretaria.
–¿Cómo ha ido?
Bien, he encontrado algo de resistencia, pero el objetivo ha caído.
No esperábamos menos de ti. Enhorabuena.
Es mi trabajo y me gusta. Es lo que mejor sé hacer, para eso me entrenaron.
Suerte que tu familia desconoce lo que haces. No sería fácil explicárselo. ¿Cómo está Cristina, por cierto? Ya debe tener siete u ocho años, ¿no?
La semana pasada cumplió nueve. Se nos hace mayor.
Los años pasan rápido, Ramón. No malgastes más el tiempo hablando conmigo y vete a casa. Disfruta de tu familia.
Nos vemos mañana. Descansa tú también.
Enseguida. Redacto el informe para el gran hombre y me voy.
Perfecto.
Llegó temprano a casa. Todavía no habían vuelto las chicas. Miryam salía a las siete del ambulatorio y recogía a Cristina del Kárate, por lo que todavía tardarían un rato.


Se puso a hacer la cena para pasar el rato. Encendió la televisión y puso las noticias. Primero informaron de un asalto a la embajada marroquí donde el cónsul había sido asesinado y luego hablaron de una matanza en un restaurante japonés. Estaba acostumbrado a que sus objetivos acaparasen los titulares, así que siguió a lo suyo.
Cuando su mujer y su hija llegaron a casa, se encontraron el plato en la mesa. La velada no pudo transcurrir de mejor manera.
Al día siguiente, una moto negra de gran cilindrada aparcó detrás de la mansión de Vladimir Dimitrov, el capo ruso más peligroso del sur de Europa.
Esta vez no podía entrar a cara descubierta y acabar con todos. La seguridad era demasiado elevada y tenía que actuar con sigilo. Si acababa con el objetivo, la circulación de estupefacientes descendería de una manera considerable.
Su entrenamiento le permitía burlar los sistemas de seguridad y liquidar a cualquiera que se interpusiera en su camino.
Y así lo hizo. Poco a poco fue penetrando en el laberíntico complejo. Los guardias no pudieron hacer gran cosa, dos murieron con sendos balazos en la cabeza, otros dos con el cuello roto al cogerlos desprevenidos por detrás. Los dos últimos los asfixió para que no alertaran al resto, puesto que estaban muy cerca del despacho de su jefe. Tras seis eficientes muertes, se plantó en la puerta de Vladimir. Picó con suavidad, una potente y autoritaria voz le dijo que pasara. Preparó la daga y cuando el capo abrió la puerta se la clavó entre los ojos. No tuvo tiempo para reaccionar, murió al instante con una mueca de incomprensión en el rostro. Ahora debía salir de allí.
Tal como entró en la finca, la abandonó. Tardarían horas en descubrir el cadáver. Otra misión que sumar a su larga lista de éxitos.
Pasaron los días y todo iba como se esperaba. Sin embargo, el gran hombre, que estaba al corriente de todo, un día lo llamó a su cuartel general. Así que hacia allí se dirigió.
Si el jefe lo quería ver en persona significaba que el siguiente trabajo tenía que ser importante y de alto nivel. No supo qué pensar de todo aquello, puesto que no era nada habitual.  Tal vez no estuviera contento con su último trabajo. Tal vezEmpezó a dudar.
Después de pensar durante unos minutos, tomó una decisión, esperaba que fuese la correcta.
No tardó en llegar a la ubicación que le habían enviado a su terminal. Después de leerlo, se borró automáticamente. No era prudente dejar ningún rastro.
En esta ocasión no habría supervivientes. Se bajó de la potente moto en el patio de la mansión. Sacó las nueve milímetros, les puso el silenciador y empezó la fiesta.


Los dos hombres que guardaban la puerta principal no tuvieron tiempo ni de levantar sus armas. Dos disparos en la cabeza acabaron con ellos.
Abrió la gran puerta de roble macizo y entró en el vestíbulo. Un hombre del servicio, que con total seguridad se dirigía a la cocina, cayó al suelo de un tiro en la nuca. Subió las escaleras despacio y en completo silencio. Oyó varias voces en el piso superior. Guardó las pistolas y sacó dos dagas. Cuando vio a sus objetivos se los lanzó, perforando con precisión sus corazones. Sabía que el despacho del gran hombre estaba en la siguiente planta y que habría, como mínimo, tres hombres vigilando la entrada. Volvió a sacar las pistolas y subió las escaleras con decisión. La sorpresa les impediría reaccionar con rapidez, esa pequeña duda los condenaría a una muerte segura.
El primero de los hombres cayó al suelo sin haberse dado cuenta de nada; el segundo intentó levantar su ametralladora, pero no le dio tiempo y su cabeza explotó por el impacto de dos balas; el tercero, sin embargo, fue más rápido y logró disparar. Se movió para esquivar la bala, pero le rozó el hombro y la pistola se le escapó de las manos. Aprovechó la confusión para sacar otra daga y lanzarla justo cuando el hombre iba a dar el tiro de gracia. Se le clavó en el cuello y se desangró entre gorgoteos.
Recogió el arma del suelo y encaró la puerta del despacho.
La reventó de una patada y entró sin titubear. El gran hombre estaba acompañado de otra persona.
–¡Que nadie se mueva o será lo último que hagáis!
Los dos hombres se quedaron paralizados al comprobar quién les estaba apuntando. El acompañante del jefe perdió el color del rostro antes de hablar.
–¡¿Miryam?! ¡Pero qué coño…!
–¡Cierra la boca, Ramón! –exclamó su mujer.
Miryam miraba fijamente al gran hombre. Ramón se giró y vio como su jefe sonreía.
–¿Qué está pasando aquí?
Creo que tu marido necesita una explicación. ¿Puedo?
Miryam asintió sin dejar de apuntar en ningún momento.
Verás, Ramón. Te presento a Irina Valkova. Es originaria de Ucrania y es la persona responsable de haber desmantelado nuestra red de tráfico de estupefacientes. Hoy te he hecho venir porque tu siguiente misión era asesinarla antes de que ella acabase con todos nosotros, pero veo que se nos ha adelantado. Era una misión delicada y quería explicártelo en persona.
–¿Irina…? Miryam, es cierto lo que dice.
–Sí, Ramón, es cierto, deja que te lo aclare. Llegué a España hace quince años con la intención de acabar con él y su mezquina organización. Un tratado entre los gobiernos de España y Ucrania permitió que esta misión se pusiera en marcha. Tenía que acercarme a uno de sus hombres y simular una relación amorosa para poder estar lo más cerca posible de la acción. No fue difícil hacer que te enamoraras de mí, pero con lo que yo no contaba era con el amor que empecé a sentir por ti. Los años pasaron y llegó Cristina, nuestra princesa. No podemos hacerle esto.
–¿Siempre supiste cómo me ganaba la vida?
–Sí. Siempre os hemos vigilado de cerca, esperando el momento adecuado para intervenir. Cuando mataste al cónsul marroquí, recibí órdenes de acabar con los japoneses. Y después de tu último golpe, el asesinato del alcalde, ya no hubo marcha atrás. Conseguimos que el verdadero motivo de su muerte no llegara a los medios de comunicación, pero mis órdenes fueron claras. Tenía que acabar con todos vosotros. Entonces maté a Vladimir y, bueno, aquí estoy.
Y ¿toda mi vida ha sido una farsa? preguntó Ramón bajando la cabeza.
En un principio lo fue y siento haberte mentido. Pero escúchame, tú también me has engañado. Olvidemos lo sucedido. Ahora te digo la verdad. Te quiero, Ramón, en serio. Si todavía estáis vivos es porque no quiero separarme de ti ni dejar a nuestra hija sin padre. Eres un buen hombre, lo sé. No te juzgo por lo que has hecho. Yo también soy una asesina y espero que tampoco me juzgues. Empecemos de nuevo sabiendo la verdad y sin más mentiras.
No la escuches, Ramón. No dudará en matarte cuando no te necesite. Podemos hacer grandes cosas juntos, reconstruir lo que Irina ha destruido.
No me lo puedo creer, Miryam o Irina, o como coño te llames. Me has traicionado y has matado a muy buenos amigos míos. No tenías ningún derecho.
Ramón sacó su arma y apuntó a su mujer.
Baja tus armas. No voy a permitir que acabes con el trabajo de toda una vida. amenazó a su mujer. Lo que has hecho no tiene perdón.
Ramón, no lo hagas. No voy a matarte. Piensa en nuestra pequeña. No se merece crecer sin uno de sus padres, piénsalo. –Irina bajó las pistolas y miró hacia el suelo, derrotada. Cuida de nuestra pequeña, solo te pido eso.
No te preocupes, no le faltará de nada y nunca sabrá quién eras en realidad.
La detonación sonó por todo el despacho.
Irina se miró el pecho, pero no vio sangre por ninguna parte, nada le dolía. Levantó la mirada y vio el cuerpo del gran hombre encima de la mesa. Su cabeza estaba desparramada por todas partes.
Nunca me gustó este hombre. ¿Nos vamos, cariño?
Irina se acercó y saltó encima de su marido. Los dos se besaron con ternura.
No destruiría a mi familia por nada del mundo. Además, quiero escuchar tu historia desde el principio. Una trama de espías, que locura.
Por supuesto, Ramón. No más mentiras. Te lo prometo.
Ah, otra cosa. Vas a tener que convencer a tus jefes para que me fichen. Tengo información que estarán encantados de escuchar. Voy a cambiar. Acabemos con toda esta escoria. Nuestra niña se merece un futuro mejor.
Eso está hecho. Creo que tus habilidades serán bien recibidas. Si no acceden, siempre podemos empezar de nuevo en otra parte.
La pareja salió de la casa en dirección al centro de la ciudad.
Era la hora de recoger a su pequeña del Kárate y preparar la cena.
–¿Qué te parece si hoy pedimos unas pizzas?
Me parece una idea excelente. Creo que nos las hemos ganado. Por cierto, ¿Cómo debo llamarte a partir de ahora?
Hasta que nuestra pequeña no acabe su formación como agente deberíamos seguir como hasta ahora, ¿no crees?
Perfecto, no seré yo quien le lleve la contraria, señora Valkova.
Los dos se rieron mientras se alejaban de allí en la potente moto negra.








No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.