"Servir a los sirvientes". Alejandro Leibowich


La bodeguita del medio. Ernest Hemingway


“En la fecha, Ernest Hemingway, murió de muerte natural”.


Gabriel García Márquez


La angustia adolescente ha valido la pena. (...)
Los jueces autodenominados juzgan 
más de lo que han vendido. 
Si ella flota, entonces no es 
una bruja como pensamos. 
Un pago inicial para otro 
en el lote de Salem. (...)
Servir a los sirvientes, oh no (...) 
A medida que mis huesos crecían, me dolían. 
Me dolían mucho. 
Intenté mucho tener un padre. 
Pero, en cambio, tenía un padre.
Solo quiero que sepas que ya 
no te odio. 
No hay nada que pueda decir 
que no tenga. Ya te he pensado antes
Servir a los sirvientes, oh no 


Kurt Cobain


Cuenta la leyenda que Franz Schubert en su lecho de muerte a la manera de Balzac desde un personaje que todo lo podía ver con un ojo, ya muerto, podía escuchar con su oído (derecho, izquierdo, ¡qué más da?). Era lo único que le respondía como sentido de percepción. Dicen que podía oír escritas en el aire, casi difusas, las palabras de sus amigos. Eran como una especie de humareda que invadía su mente y que se mezclaba entre voces de ángeles que le dictaban las canciones más elevadas y perfectas que escuchó jamás. Desesperado pedía papel para atrapar al menos algo de eso. Franz murió de tuberculosis y sífilis tirado en la cama de un prostíbulo. Cuidado por las meretrices, no había médicos. El más importante compositor romántico de las "formas breves", que pergeñó de cierta manera lo que ahora llamamos canción (el lied), murió a una edad muy temprana y no tenía un centavo. No se le conocieron reales enemigos aunque se le critica su desprolijidad.
Fragmentos R.S.


Alejandro Leibowich

I
Pensando en las profundidades, dado que los abismos no piensan en mí, te aplastaré hasta las mil sombras que se hunden en tintes negros progresivos. Recortaré con fuego helado tu perfil de horizonte y lo volveré incandescente. Al menos te nombraré persona. Seré la mejor mentira, la más muda, que es la que grita las mejores verdades.
Sin embargo, todo sistema exige un método, y no necesariamente traen manuales. ¿Acaso alguien nació con un libro con instrucciones de conducta?
Entramos a la zona de Yure, es la zona Ucrania, y no queda tan lejos. Más dado que los espacios actualmente son casi ilusorios, y lo que antes era rumor ahora se convirtió en sobreexposición o prueba y eso mata al rumor, además de ridiculizarlo. También era el Gran Buenos Aires, resultaba una misteriosa isla, había una aislación “no material”. El agua en los alrededores parecía ser de central hidroeléctrica. Tocarla significaría dejar de vivir, cual Medusa, que en el espejo se volvió piedra. Sin embargo, ¿qué era una frontera hoy? ¿Qué significaba? Si tomamos en cuenta que los sistemas, los países, y los dogmas todos, son quimeras con “pruebas”. ¿Qué es el hoy?, ¿a qué atenerse? Nos volveríamos como Tomás Moro pero sin un Dios claro. Esta Utopía pero… “Os percataréis, pues, de que a nadie le está permitido andar ocioso y que no hay pretexto que valga para la holgazanería: ni tabernas, ni cervecerías, ni rastro de burdeles, ni lugares de corrupción, ni garitos, ni escondrijos para reunirse (...) Un pueblo que observa tales costumbres, por fuerza tendrá abundancia de todo; y si esa abundancia se distribuye equitativamente entre todos el resultado es que no existirá un solo pobre o mendigo”. Desde la contracara de Mind Games de Lennon, desde su Nutopia, se decían cosas muy parecidas, que parecían incluso antagónicas. Sin embargo “Ustedes los que escriben esos libros extensos y que están ‘llenos’ de ideas, se creen muy ‘importantes’, son los más inteligentes, los más intelectuales, pero… nadie los lee…”. Cierto tipo de lucidez, sea intuitiva, o semi adquirida, acertada o equivocada, asusta. Lennon a veces asustaba. Asustar no necesariamente es infundir miedo, también puede ser un generar distancias que presta garantías. Como suele usarse el usted en español, en lugar del vos que permite volverse confidente.
Pasando lo líquido, un terreno de peces muertos que sabe quién controlaría, se empezaban a divisar las primeras manzanas habitadas. Se veían garrafas, se veía angustia y también miedo y rencor. “¿Y a vos no te preocupa andar por acá siendo tan rubia?” Alguna vez le había preguntado. “Es difícil, pero, bueno, no son malos. Nosotros somos los villanos”. Y era un poco cierto porque muchas veces se puede contar la historia al revés. No necesariamente la de los vencedores, sino la de la brújula de turno y el norte más conveniente. Porque seamos sinceros en que el nihilismo tampoco existe porque resulta un imposible, y cae también en la bolsa de dogmas e ilusiones teóricas. “¿Y a qué nos atenemos si está todo mal?”. “Algo tenemos que enseñar, la gente tiene que saber que existe la gravedad, que pisa sobre la tierra, que respira, y cosas más puntuales”. Cierto. El ágora o la plaza que antes era el debate de ideas, lo que se conocía como el amor al saber, o filosofía, actualmente se limita a ser la pileta del fondo en una gran casa. Al menos todavía existe, ¿su función cuál sería? Tal vez resultar una fe de espejo, siempre con riesgos de Perseo. En los mapas aéreos de Google que usan las empresas para recaudar, dice claramente “espejo de agua”, foto adjuntada. Y bien, al fin y al cabo nadie tolera a Medusa. 

II
-Yure se acerca, se sonríe, y comenta que “el mejor baterista” de la ciudad está internado. Porque toca tan bien que rompe los platillos.
-¿De verdad? ¿Y eso sería tocar bien? A ese tipo, ¿de dónde lo conocés?
-No que mi viejo vendía miel con el suyo, y me hice amigo del psiquiatra de la clínica. Es la de la zona.
-... Ah, sí, ya sé a cuál te referís. ¿Y de qué hablan?
-No que es un tipo muy copado y sabe de todo. Hablamos horas.
-¿Sólo hablan? 
-Bueno, también me da cosas. Me presta libros, a vos te caería bien, se dejó la barba muy larga. Parece un profeta, y yo detesto todo lo religioso.
-Sí, pero adivinar algo futuro no implica religiones, es casi una forma de actitud, de encare. Un impulso antes de la misma acción, sólo que nadie lo ve. Eso es profecía, no lo que dice el diccionario.
-Puede ser, la verdad ahora no me importa. Me gustaría tocar acordes oscuros y leer sobre jazz. Al menos podemos armar algo II-V-I II-V-I.
-Cierto, cadencias, caer. La verdad lo más oscuro que conozco son las teclas negras, podrías componer clusters sobre ellas. Pero creo que gente como Ives ya se te adelantó. Al menos, te podrían servir de pentatónicas.


III
La televisión estaba encendida y Yure sentado en una de las sillas que componían el magro cuadro mobiliario bañado por una tímida luz solar. Trataba de copiar los acordes de un comercial. Ni me miró cuando entré. Noté que tenía las alas nasales irritadas. Cuando uno no es observado y observa se cree dueño de cierto poder, es en cierta forma el que “maneja” la situación, o realidad. Eso dicen, pero no estaría tan seguro.
-Esta es la oscuridad que andaba buscando. Bien oscura, bien vikinga. Cuando yo me muera invitaré a mis amigos a una ronda secreta con vodka. Vos estás invitado, León. Claro que sí, pero no me molestes ahora. 
-Gracias, Yure. Por cierto los vikingos se hacían algo así como el harakiri japonés ¿no?
-Eso sólo cuando decidían suicidarse, pero antes organizaban fiestas con muchas mujeres y alcohol. A veces me parece buena idea. Pero no hoy, no molestes. Esos rojos bermejo o carmesí suena muy bien. ¡Más rojo, más rojo!
(El honor), pensé.

IV
Había olvidado que Yure no leía bien las notas, aunque sí un poco los cifrados. Él veía todo en tonos, colores e intensidades. Que al fin y al cabo es lo que quieren transmitir las notas o cualquier lenguaje. Cuestión de posturas.
En la esquina, en un estante había una pila de diarios. Yure hacía poco que había aprendido español. Lo hizo de una manera ultraveloz leyendo cosas, más que todo folletos y diarios. Por cierto también era dibujante y diseñador. Creo que uno de los mejores “no famosos” que conocí. De pronto, tiraba su guitarra acústica “made in Kiev” y notabas que te miraba de una forma extraña. Como que no comprendía qué decías. Te miraba los labios, como si estuviera sordo y quisiera adivinar palabras. P a l a b r a s. No decía nada. Cambiaba de lugar y se ponía a leer algo en esos diarios de fecha y noticias que sólo él parecía entender. A los quince minutos volvía hablando un español mucho mejor que él mío, si no fuera por cuestiones ínfimas como la p que sonaba como b, etcétera. Pero tenía razón, todos éramos unos bayasos. Y también la r y la articulación de las palabras graves y agudas sonaban en concordancia eslava.
Además de saquear librerías de usados por la avenida 7, llevarse desde Wells a Graham Greene y tomar café irlandés/cuasimetílico, frente a la estación de trenes de la ciudad de La Plata, comprabamos todo tipo de copias piratas de discos de mil autores. Que iban de Art Tatum a Living Colors. Todas o casi todas sonaban con cargas eléctricas de fondo, más conocidas como “frituras”. A un amigo, un tal Luis que a veces aparecía, se le daba por comprar audios hot con relatos eróticos. Eran de la época de Isabel Sarli y tal vez vestigios de cuando Mirtha Legrand actuaba como maestra rural. Los escuchaba una y otra vez en equipos prestados. Solía cambiar de pensión, y su situación económica no parecía nada buena. Su relación con su padre tampoco (tenía hermanastros), y sus conocimientos sobre historia de la música menos. Para él Mozart, Schumann y Alejandro Lerner podrían ser contemporáneos. De todos modos eso era lo de menos y resultaba buen tipo.
No recuerdo bien si conocí primero a Yure o a Luis. La cuestión es que uno de los dos me hizo de puente, de intermedio para el otro. Yure era muy diestro (aunque era zurdo), y muy allegado a Luis. Sin que yo me muestre interesado, su trato un poco se desniveló, y al poco tiempo tenía casi permanentemente pegado a Yure. Aunque su ego vikingo te lo iba a negar contaba los mensajes. Pedía consejos, hacía bromas, me mostraba dibujos. Decía que las moscovitas eran más mucho más lindas que las argentinas. De todos modos se contradecía, y al poco tiempo estaba saliendo con una no tan eslava, y no tan rubia.
El tipo resultaba tremendamente visceral, y si bien parecía un poco lunático, cuando se comprometía en algo realmente se comprometía. Eso incluía a Valeria, la chica de La Pampa. Lugares perdidos si no se conocen y nombres repetidos si no hay trato personal.

V
La noche del 21 apremiaba un poco según un amigo de Yure. Él llevaba tabaco y cigarrillos (con papel sin químicos para armar) comprados por Valeria en La Quinta, allá por Laferrere. Llegamos ahí con Luis, también participante, pero yo sólo quería escuchar a la banda. No me importaba pelear por cosas que no me interesaban, ni me representaban, y no me agradan los hospitales (menos en largas estadías). Desde el oscuro entrabamos en los más oscuro atravesando unas fauces cruzadas por luces que se cruzaban, y un tipo gritando Death metal. Román gustaba de esa música, Luis quería quedar bien. Yo detestaba todo eso, y no solía ser muy diplomático porque lo decía. De todos modos tanta carga en decibeles asesina cualquier discurso y opinión.
Dos guitarras repetían las mismas armonías y posiciones y la voz funcionaba de filo quirúrgico para arrancar la última fibra de esa textura estriada que podría llegar a intentar parecer música. El cantante me parecía un gran cirujano y sus oyentes fieles cadáveres que lo vivaban. La máxima del Death Metal podría ser “un cirujano se hace sobre una pila de muertos”.

VI
Algunas cosas más tarde no me quedaron bien claras. Yure tuvo una época errática antes de grabar sus dos primeros simples. Aparecía tirado tocando en su auto, y hundido en un olvido personal apestoso, según su novia. Al primero le fue muy bien, el segundo quedó a su sombra y ahora es olvido.
Tendría suficientes razones y argumentos para decir que Yure resultaría lo que algunos llaman genio. Que yo entiendo como alguien que ve lo que a todos suele pasarsenos por delante de lo tan tremendamente obvio que resulta. Si existe una adjetivación aplicada para esa palabra, que no sea producto de la adulación simpática y/o vacía, creo que para Yure podría ser usada. El tipo no sabía prácticamente de técnicas y no entendía lo que era tocar un solo. Sin embargo su manejo armónico resultaba sumamente original desde sus rústicos esquemas. ¿Cuántos poetas anónimos son tremendamente mejores que tantos publicados en costosas ediciones? Por poner un caso la España de la época de oro y la post franquista estuvo llena de ellos. Nadie los conocerá, y no creo que a ellos les importe mucho. Somos lenguajes. En el sur de U.S.A. en zonas rurales, en lagos de fuego, pasaban cosas similares entre chops que rebasaban de cerveza y árboles que caían con estruendos cercenados por el ruido de sierras eléctricas.
-¿Vos sabés León que mi hermana está en Capital? No se lleva bien con mi viejo. Pero sí, es un poco un bayaso, pero hay que poner control. Se fue sola de la casa hace tiempo.

VII
Yure odiaba a casi todo el establishment, sus comentarios eran corrosivos sobre todo lo que imponía el mismo: te hablaba de cuando le rompieron la cara en Rusia a Van Damme, de lo desagradable que resultaba Marilyn Manson. También de saqueos múltiples.


-Dostoievski, escribió sobre una vieja que prestaba plata y un tipo le partió un hacha en la cabeza. Me parece bien.
-Pero, Rodión, ese es un libro bastante largo y creo que quiere decir más que eso.
-Te hago un resumen, ¿acaso no se puede?
Un empleado de la librería nos miraba con mala cara, hablábamos fuerte.
-No, sí, claro, Raskolnivov. Sublimencias.
-Ja, palabras que no entiendo. ¿Viste el nuevo comercio en el centro en que pusieron un samovar y algunas mamushkas en la vidriera de entrada?
-Yure, estoy muy familiarizado con eso, desde muy chico. Tal vez desde antes de saber hablar.

VIII
-Vos tenías una prima que decidió matarse, ¿no? Se tiró de un sexto piso en una obra en construcción o algo parecido, creo.
-Algo parecido, pero dejó una carta. ¿Eso te tranquiliza?
-No sé, no sé si me tranquiliza pero yo entiendo a los suicidas y los siento un poco hermanos. Son buena gente. Como los drogones, hablo mal de ellos pero también son buena gente.
-Si vos decís. Tuve un pariente muy cercano que fue muy amigo de uno de esos outsiders. Lo aprendí a querer por él. Eso que él resultaba tremendamente establishment, y no sé cómo se podían llevar bien. Creo que lo voraces por lo cultural los hacía cómplices en algunas cosas.

IX
-Mirá el dibujo que hice de la moza, ¿no es igual? No para de comerse las uñas, jaja.
Había hecho un boceto en menos de 15 minutos, y era excelente, era ella, o todavía mejor que ella. No sé de dónde sacó el papel Romaní y los lápices, y la moza se comía las uñas desde el dibujo.
-Te lo regalo León. ¿Sabías que estuve tocando en el teclado por 48 horas y no dormí? Busco nuevas ideas llegando al estado Alfa.


Sí, ahí me explicaba sus tremendas ojeras. Sus ausencias porque estudiaba lo que quería. Y era para él, no para las instituciones, porque la institución somos nosotros, no los edificios. Somos nosotros, las personas. Que si bien alguna vez desapareceremos, seremos cáscara y contenido mientras dure. Después nos quemaremos en barcas.

X
Los viajes a Baires por esa época yo los hacía sin previo aviso, y de contrabando. En los micros los conductores reían solos y parecían borrachos de aislación, pero eso sí, su manejo resultaba impecable. La noche y el día se proyectaba en sombras desplazadas que competían y fluctuaban en ocasiones. Me quedaban sobras de los sueños de ayer cuando todavía no podía ni bostezar un nombre de estación. No tenía mucho para decir. La radio sonaba demasiado fuerte. Llevaba un libro de Bentrand Russell, un apartado de Descartes y unos escritos futuros de Laura (esos eran secretos, incluso para ella).
Todas estas cuestiones de parecer fuera del medio y la música me hacían sentir muy bien a pesar de lo que quisieran los que te querían incomodar. Resultaba difícil de clasificar. Mezclaba a Piston con Hume y llevaba a Kundera pegado a Donna Lee de Parker además de un amuleto de Fritz Lang. Y los consejos de la tana, que cómo la extrañaba. ¡Y la palabra me ahorca la muy parolaccia!: “Tenés que dejar cuestiones bohemias, también tenés que pagar impuestos y no te va a alcanzar”. Tenés, tenés, ostinanta...

XI
El azar se dio porque no es azar, sino a veces más bien destino. Mientras Yure pasaba unas minivacaciones con Valeria en el Pushkin Center yo en una estación de Subte, en la línea B, di con su hermana que se abstraía en un cartel de la universidad Austral. ¿Cómo la reconocí? Era igual a Yure.
-¿Vos sos de afuera, no?
Me miró divertida
-Sí, soy de Kiev, ucraniana, ¿se nota tanto?
-No, la verdad que no se nota en lo más mínimo, aunque si seguís hablando tu pronunciación te va a delatar.
-Jaja.


Casi un epílogo
Si algo aprendí con Yure es que la repulsión hacia el género humano, hacia nosotros mismos, puede volverse nuestro peor enemigo. Y decía que en sus diarios, luego de enterarse de un crimen, Dostoievski escribió carcomido por la epilepsia, que aunque se de con intermitencias la luz de la verdad es la suma de todas las noches, sobre todo las más oscuras, las que no tienen estrellas.

Nunca pude probar que en sus diarios haya escrito eso. Pero no creo que resulte tan importante. Tampoco nunca pude probar que Yure estaba realmente vivo. “La angustia adolescente ha valido la pena”.


El silencio de Lorna (2009). Hermanos Dardenne


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