"Progenie". Carolina Diez



Carolina Diez



Carolina Diez

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Vos vivías en la otra punta de Rosario, en el sur, y dijiste que tenías algo que visitabas cada tanto en Pueblo Esther, siempre me acuerdo de que ahí viajaba de chiquita en el fitito que manejaba mamá y nos internábamos en un campo donde el destacamento era sólo un cuartito con baño y las paredes chapas y la cama una mesa que en realidad era para comer y encima le ponían la manta aunque ya no sé si eso me lo acuerdo o lo inventé en algún momento después de la Navidad que pasamos los tres ahí, los tres y el fitito y los fuegos artificiales en un lejos infinito y la noche eterna y yo que seguro tiré dos o tres petardos porque allá por entonces todavía. Y me acordé también que Esther, como me acuerdo siempre que dicen el nombre, era el segundo nombre de mi abuela Lilí que se llamaba Adela. Y me dio un escalofrío mínimo. También pensé que como ya estábamos en diciembre casi seguro que ahora se ponía muy lindo y el calor y el verano, y los árboles y las cervezas debajo de sus copas y dentro de sus vasos y las vueltas locas del sur que yo, como estoy en la costa norte, no tengo ni idea de cómo serán pero, alguna que otra vez, anduve por aquellos lados y, vamos, nada está tan lejos de nada. Y también pensé qué divertido bailar, usar tu pileta, porque seguro ahí habría una pileta, y beber de los vasos lavados con agua un poco más salada; pensé estar escuchando esta música de la que me hablaste, la que me compartiste y no olvidé el nombre, lo que me da la pauta de haberte escuchado. No sólo haberte escuchado, haber sido toda atención. Ahora pasaron dos meses; me imaginé bailando al costado de tu pileta, riendo ambos mientras oímos la música que todavía podría nombrarla, tomando de un vaso no importa si agua, no importa si toda la escena salada, si adentro o afuera del agua es que nos abrazamos, no importa ya si nos besamos, importa tu boca que dice el nombre de una banda y después dice que escribe porque escribe sobre todo, sobre lo que aparece, sobre lo que ve, y yo pienso que yo escribo también, te digo pero no te digo qué; siempre digo cuentos, siempre digo prosa, siempre digo algo así como pero no más y pienso que yo no, que yo no escribo sobre lo que aparece aunque sí, pero sobre lo que aparece ante mí como yo lo siento, sobre lo que choca y cercena en mí, sobre las impresiones que lo que veo deja en mí, escribo sobre mí, en el fondo a lo Onetti, pero muchísimo menos, no sé escribir pero escribo de mí misma y pasé tiempo acostándome por escrito como Fogwill pero él sí sabe escribir y vos y yo podríamos haber estado leyendo Fogwill u Onetti o Kafka pero estábamos justo leyendo Bolaño y algún romántico y el guión de turno. Estábamos actuando y no te dije todo lo que pensé cuando dijiste no sé porqué Pueblo Esther y mi boca masculló palabras no premeditadas, torpes, enredadas para rellenar el tiempo que demoraba en invocar las imágenes de lo que podía ser, de lo que sería posible de ser, de lo que pasaría ahí en el pueblo de segundo nombre de mi abuela, de connotación de helado, de recurso de verano, y ahora, dos meses después, te sonrío y te digo que soy casi del suburbio de zona norte, aunque nací en el centro y viví por todos los barrios y, antes que puedas preguntarme más, ya de nuevo estamos cortando la comunicación, accionando la ficción y volviendo al plató que no es más que una cocinita sofocante donde tu personaje y el mío juegan al amor. Y no se dicen nada.

(2013)



250 (Gozar)

Dicen primero yo y al lado alguien agoniza. Dicen disfrutar la vida y el mundo muere de hambre. Dicen rodéate de gente feliz y sonríe, y sonríen todo el tiempo para el resto mientras bailan y suben la música, y comen, y no importa el odio carcomiendo al mundo. No importan las voces elevándose en protestas y no importan las muertes innumerables, incontables, en manos de otros. Dicen que a mí nunca me pase, que a los míos, que a los que amo no nos pase. Y no importa, aún cuando pase, no importa, porque hay que gozar la vida, dicen. Y dicen este es mi nombre, este es mi título, esta es mi identidad, este es mi DNI, y mi pasaporte, y mi auto, y mi mascota, y mi familia y se olvidan de que el mundo es de nadie. De que todos andamos solos, buscando y queriendo encontrarnos, y el goce solo para unos pocos, el goce mediocre del promedio, del jet set, del proletariado, del ego. Y qué si mi ego sufre con el daño del año tras año, del siglo desbarrancado en la sangre de un hermano. Y qué si lloro mientras la tierra se parte con tantos cantos, bajo los estruendos, perdidos, en los campos, y dicen bailemos, vamos, y dicen la revolución de la alegría pero no, señoras y señores, no hay revelación posible lejos del llanto, no hay revolución exenta de llanto. No hay risa verdadera antes del llanto. No. Pero no, dicen.

(2016)



Progenie

Hijos de ricos que no piden permiso ni perdón
Hijos de pudientes, de terratenientes, del horror
Hijos de la milicia, de la perfidia, del deshonor
Hijos de burgueses, del dólar, del colonizador.

Hijos de padres nobles explotando los campos del padre anterior
Hijos de viajes en avión comprando sonrisas para comparar
Hijos de conciencias chatas que solo viven para gozar
Hijos de la plata que gastan para creer significar.

Hijos de mentira, de la historia, de la tradición, de la patria,
Hijos de la conveniencia, de los contratos, de la religión falsa,
Hijos de apellidos fuertes, de nombres de moda, de la globalización en redes
Hijos del genoma huecos construyendo fantoches de ciencia ficción.

Hijos de padres ausentes, de padres ateos, de padres con profesión
Hijos de padres idos, de madres fuertes, de secretos velados en el televisor
Hijos y nietos de alguien, enseñados a ser alguien mirando por encima de vos
Hijos del privilegio, de los feudos, de la paja en el ojo ajeno, de uno en un montón.

Hijos del egocentro, del consumo, de la fetichización
Hijos de Facebook, de Narciso, del crédito virtual
Hijos de su imagen, de su dinero, de su oquedad
Hijos y nietos de gente que no supo, no quiso aprender a amar.

Hijos de milagros que no entienden
De verdades que no trascienden
De historias que no aprenden
De otros que no están.

Hijos que buscan, entre tantos hijos perdidos,
Entre tantos padres dormidos,
Entre tantas familias en pose
Un nuevo Cristo, tal vez, un hijo del amor.

(2017)





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