Carta a Stockhausen, Alejandro Leibowich
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Carta a Stockhausen:
Por Alejandro Leibowich
Me dirijo a
usted de forma epistolaria, y como sabrá entenderme, (o eso añoro),
completamente absurda.
Me dirijo a usted, simplemente porque siento la
imperiosa necesidad de comunicarle lo que he notado.
Quiero decirlo, y me tortura que no se entienda bien
ni se explique adecuadamente.
Usted lo sabe, mire, estamos en el año 2010. Como ya
estaremos todos enterados, usted está bien muerto y enterrado. Pero yo, siento
vivo su pensamiento, aunque confieso no entenderlo del todo.
Usted es un mago y a la vez es un parásito, igual que
casi todos nosotros.
Toda esta cofradía misteriosa que busca sentidos, que
se parece a ciegos frente a la marea, que sostiene una permanente alergia
porque no encuentra las razones.
Entonces usted dirá, ¿qué quiere este tipo?, ¿este don
nadie?.
¿Por qué le pregunta cosas a un muerto? ¿ Por qué me
importuna?
Es que no se trata de arrojar palabras al vacío, sabrá
usted. Yo me siento como en un desierto buscando la columna vertebral, que me
guie hacia el fósil. El fósil que reacciona como un Golem. Y no pido más “magia”,
no existe seguramente esa palabra para despertar al animal que me refiero. Pero
estoy seguro que existen aproximaciones.
Mozart, Tchaicovsky o Stravinski estaban cerca de la
clave, es más…Mozart era quizás lo más próximo a esa palabra mágica que no
existe. Despertar a la bestia, la bestia mágica que no existe. Despertar a la
bestia, la bestia que camina con pies de corcheas…pero creame Stockhausen, y
usted también lo sabía: piensa con palabras, usa la lógica, la lógica es real.
Necesitamos a la razón, por lo tanto la lógica es
real.
Leí vagamente una nota suya del 2003, cuando cumplió
75 años, y en ella hablaba sobre obras suyas presentadas por esas fechas.
Tenía material en al menos cinco idiomas, y no eran
necesariamente de los más hablados todos ellos.
¿Qué buscaba? ¿El ritmo? ¡Tenemos que decirlo de una
vez! La gente en la universidad no guía a sus becerros.
La verdad es que el ritmo es racional. Tiene una
lógica discursiva intrínseca, y forma unidades, células.
El ritmo está vivo y es racional, porque es una
abtracción de la que tenemos consciencia. Se quiera o no. No me lo niegue.
¿Acaso no se puede mensurar y escribir como las palabras?
¿Qué es el ritmo?, digame Stockhausen, ¿acaso el ritmo
no es todo?
El ritmo lleva a la melodía, y esto puede sonar muy
tonto. ¿Pero por qué la lleva?
La lleva porque tiene sentido, una lógica y una
dirección. La melodía que nadie puede explicar bien que es, sin hacer poesía
barata, hay que decirlo, es ritmo con vuelo.
Seamos bestias, primitivos, beethovenianos; es
golpeteo con alturas.
En esto nada ha cambiado desde la época de las
cavernas a Hindemith.
El aparato armónico trata de ser una golosina lógica
para explicarnos las alturas. Hay que reconocer que es un aparato excelente.
Es un clásico exponente de la razón europea, la
armonía es digna hija de lo que los ingleses en el iluminismo bautizaron como
sentido común.
No se dejen desanimar por el estrujamiento que sufrió
la armonía durante y después del período romántico.
Todo es muy interesante, y usted lo sabe, al mismo
tiempo todas son baratijas.
No podemos parar de pensar el ritmo salvo cuando
estamos muertos, el guía univoco y que se caracteriza por una imponente
ubicuidad es él.
Razonar, la palabra y el ritmo.
El ritmo es tu guía, tu buda, tu pastor. Tu urgencia
de mensaje. Usted lo sabe.
Pero el ritmo solo, ¿qué es?, se ahoga, se pierde.
Incluso los que se dedican de por vida a la percusión,
piensan en estructuras melódicas y armónicas para guiarse.
¿Y qué esconde esto?
No hagamos silencio, porque esconde justamente a la
palabra.
La palabra está conformada por alturas, los simbolistas,
sabían lo que decían a su manera. Y esas “alturas” ¿qué son?
Creo que a este nivel de discursiva, se dará usted
cuenta de lo que le trato de decir: ¿no es la melodía acaso un nivel de
energía?
Cuando hablamos “cantamos”, usted cuando estaba vivo
también lo hacía mucho, ¿o me equivoco?
Entonces estamos hablando de distintos niveles de
energía, el ritmo, como el pensamiento, es un motor que usa energía vital y que
no se puede detener.
Salvo la muerte, nuestro supuesto “ente abstracto”: el
ritmo, desde nuestra subjetividad nos acompaña permanentemente.
Y el “ente más abstracto”, es algo así como ritmo con
aura. Ritmo con alas, pero nunca pierde la lógica ni la razón, a no
confundirse.
Entonces estamos frente a un plano horizontal permanente,
en constante dirección llamado ritmo. Y se parte de un punto para formar un
ángulo de noventa grados.
El gráfico adjunto intenta poner en efecto, la
situación ritmo-alturas, desde una óptica mecanicista sómeramente orientativa.
Pero la misma ya cualifica y cuantifica los posibles fenómenos sonoros dentro
de una maquinaria occidental adecuada, para el tratamiento de la melodía, tal
como un occidental podría percibir.
En el ángulo se ven numerados, en progresión
ascendente, los doce cielos.
Los doce cielos, o la afinación temperada, o el
sistema tonomodal en la práctica común; es tan sagrado como imperfecto en los
lineamientos del auditor occidental.
Se podría decir que actualmente es parte del ADN cultural,
y está tan sólidamente enraizado con la actividad congnitica consciente del
individuo, que intentar cambiar esto podría llevar cientos de generaciones lo
cual no es poco. El sistema tonomodal, es la canción de cuna que le cantan
todas las madres a sus hijos en la cuna, parece inexorable.
El asunto central de esta genealogía del pensamiento
occidental es que hay que tomar en cuenta que los sonidos tienen peso
específico para la audición.
Hay una relación entre la noción de peso y los sonidos
graves, que es tan gravitacional que se hace ineludible.
Debemos analizar esta ontología sin caer en el ontologismo.
El ontologismo es una teoría filosófica que pretende
explicar el origen de las ideas por la intuición del Ser absoluto.
Y no me he olvidado de usted señor Stockhausen, al no
referir todo esto siguiendo rigurosamente la linealidad de epístola a su
persona.
Lo que sucede es que los doce cielos son patrimonio de
todos. Son la teoría de los afectos, son linajes para nuestra percepción. Y al
referirme a estos hechos, tal vez caí en la irregularidad de no seguir clamando
por sus respuestas. Las cuales sabemos tanto usted como yo, que no pueden ser
dadas en forma convencional, no hagamos de esto un nuevo “Caso del señor
Valdemar”, usted no está con nosotros, pero si puede iluminar con su
pensamiento mi tendal de ignorancia. Si no puedo develar “el secreto”, al menos
puedo dibujar algunas luces en esta oscuridad que me abruma.
Con respecto a usted, igualmente quiero aclarar que
como lo enuncié anteriormente, el ontologismo no satisface mis expectativas. Y
si así fuese esta epístola ni siquiera existiría, si no me equivoco.
Entonces tenemos: grave=peso, alturas=elevación o vuelo.
¿A dónde nos lleva todo esto?
Nos lleva a revisar lo que hemos aprendido
perceptualmente, nos lleva a desconfiar de siniestros manuales pero sin llegar
a ser anárquicos y disolutos.
Tenemos que manejar muy bien la materia que nos
planteamos, para animarnos a hacer ni siquiera el menos atisbo en cambiar algo.
Necesitamos mantener lo primeramente enunciado porque
necesitamos a la razón, y la materia que abordamos está viva y es racional.
Es interesante al menos saber que tratamos con un apartado que busca enunciados desde la noche de los tiempos, y sigue preguntando y preguntándose.
Es interesante al menos saber que tratamos con un apartado que busca enunciados desde la noche de los tiempos, y sigue preguntando y preguntándose.
Stockhausen-Mantra (Part 1)
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