Ella es tan fría. Alejandro Leibowich





Alejandro Leibowich

No acostumbrar ir a ciertos eventos, tampoco implica desentonar. Pero qué sería en realidad desentonar, si ser incluso una sombra, tampoco obliga a eclipsar la luz. Pero era un sábado gris ahí por Laprida. Había llamado tres veces.


-Ah, sí… ahora te paso. Julieta te buscan acá.
Varios minutos, estática, y no tenía celular. El tipo de la cabina de al lado no paraba de hacer ruido. O tal vez, sólo me parecía.
-¿Quién es, Pá?
-Ah, tu amigo el guitarrero ese de Bahía.
Unos minutos, y pude darme cuenta que estaba conteniendo el aire.
-Hola, ¿quién habla?
-Soy yo... soy Borges... No, digo... Darío.
-Siempre diciendo pavadas. ¿Qué estuviste haciendo?
-No, Beatriz, digo, Julieta... Yo nada, pero pará, me quedo ciego, me quedé ciego, no veo nada…
-¿Qué te pasa?
-No, creo que el alcohol barato que compra Keith tiene metil.
-No. No, que ese amigo tuyo está reloco. Seguro lo fabrica en la bañadera como en las pelis de mafiosos.
-Puede ser, pero no es mi amigo. Digamos que es un proveedor de tiempo. Además vende ilusiones.
-¿Vos acaso no?
-Depende, ¿qué sería para vos una ilusión?
-Ay, no me hables más, creo que tengo fiebre y me duele la cabeza…
-Entiendo, entonces, no vas…
-Dejámelo pensar.
-Pero… pero… pero… Te llamo, te lamo, te amo, te mo, te o.
-Basta, jajaja.


El tipo de al lado, el que antes hacía ruido o me parecía que lo hacía, empezó a golpear una delgada madera, la que nos dividía. Se ve que yo estaba gritando. Pagué, aunque casi me echaron. De todos modos debo haber roto algo en su monótono día. La gente es muy desagradecida en estas fechas.


Keith estaba tirado en el piso. Había sillas, había mesa, un billar, un televisor encendido en NatGeo. Había muebles, había una casa. Pero él tenía que estar en el piso. La mano derecha sostenía una cerveza como si fuese una extensión de su anatomía hecha de cebada, burbujas y vidrio.


-Hablaste con la Julieta
-Ja... -me quedé congelado, me quedé sin palabras, me abdujo el pensamiento, era un maldito imán. No sé por qué no podía emitir sonido alguno. Aunque...
-¿Por qué te quedás ahí parado?
-Eh, no... nada. She, so cold. She, so cold. -yo no dije eso. La última parte es la que no dije. ¿El suelo se mueve?
-No, es el vinilo que gira y gira.


Varias vueltas después y dos días de aviso justificaban algunas cosas. Julieta mejoró de la fiebre, al padre no tengo idea cuál era el motivo, pero le caía bien. Me habían contado de su ex, al que le había fracturado un brazo…
Las mesas estaban reservadas, pero yo tenía una pariente lejana que nunca había visto, y nos tocaba en la misma mesa, la 9.
El famoso abogado al que todos llamaban Petrocelli, estaba bailando, no paraba de fulminar el piso, las chispas invisibles se veían. Parece que había terminado con un juicio importante. La verdad no sé, nunca me cayeron bien los abogados.
Juli estaba vestida de negro, aunque creo que le quedaba mejor el rojo. Pero el rojo sólo quedaba bien en Juli los sábados, el resto del tiempo era informal, ropa incluída. Escote, sin escote.


-¿Qué te pasa, pelotudo, parecés un pastor protestante? ¿Me vas a controlar todo?
-No, Juli, no soy la aduana.
-Ok.
Sus enojos duraban según una seguidilla de inercias y velocímetros. Keith debía estar vomitando en su jardín. No sé por qué lo recordé. Incluso con afecto. “Es un fertilizante natural”. “Sí, claro, claro… Me tengo que ir, salgo por la puerta, porque la ventana está trabada”.
Después del segundo plato, todos se distendían, las fiestas están para eso. Para hacer amigos, para quererse entre todos. Ser confiados, ser como hermanos. Todos menos yo. Recién aparecía Romina con su novio apodado Kairos. “Soy tu primita lejana, ¿no me vas a saludar?” De pronto sonó un ruido en la parte del patio, como que caía algo realmente pesado. Hasta ese momento el patio no existía, porque nadie pensaba en él. ¿Una estantería? Todo el mundo giró sus cabezas, salvo Petrocelli, que no paraba de bailar, y creo que bailaba solo, porque su pareja la de vestido verde estaba sentada y le reclamaba cosas a un mozo. “Tengo lo último de Elsa Serrano”. Estaba alterandose, todo se alteraba, salvo Petrocelli y su aparente sangre fría. Después de muchos pasos, y espuelas que hacían cicatrices en el suelo se acercó a mí.


-¿Vos sos de Bahía, no? Tuve varios amigos y socios que eran de allá. -me mostró su más blanca sonrisa y un candor falsificado
-Sí, acá Julieta que deja todo tirado, sabé disculpar (regla de culpar al otro cuando no se sabe qué decir).
-No, claro... sí, ¿de qué parte?
-Vivía cerca de una avenida, una de las más nombradas…
-¿Alem?
-Algo así. Che, una pregunta que nada que ver pero, ¿conocés a Geniol?
-¿La aspirina?, no sé de qué me hablás.


Algo en mí relacionaba el ruido en el patio, con Geniol. Sonreí sin sonreír. Pero fue una gran sonrisa, más que todo porque iluminaba.
“Mi madre había ido a un manicomio a visitar a no se quién y se conocieron. Mi vieja quedó embarazada de este señor, Héctor y ahí me pusieron el nombre. Murió el tipo en el manicomio y me llamaron para decirme que tenía que pagar como $ 2500 por el entierro. Lo había visto dos veces en mi vida, una fue para manosearme y otra para masturbarse delante mio”. Pobre tipo, tan sufrido, y tan original, y tan amigo de Luca. Lo recordaba muy bien, en una foto que salían juntos. Un recuerdo a veces es más emoción que cuestiones concretas. Los locos, los locos no existen… menos en su caso.
Petrocelli estaba sentado, se había hecho su espacio propio. Pedía whisky importado y paella. Me pareció que me hacía una sonrisa oblicua y me guiñaba un ojo con actitud de ganador. Ahí desde lejos, pero al lado.
“No encuentro la cartera, la dejé por acá, te digo que la dejé en esa silla”. “Hay un vestidor, o algo así, ¿no sirve para esas cosas?”
-Mirá bien a tu primita, mirala a los ojos. Tiene las “pupilas tristes”, la gente así sufre de asma…
-¡Eh? Mirá, ahí viene el mozo, pedile algunas espinas, suelen venir con pescado.
-Tarado.


¿Cómo será un día en la vida de Petrocelli? Levantarse “temprano”, cambiar de mujer cada tres días (aprox.). No pagar algunos impuestos, tener varios civil servants. Tengo algo de sueño, eso es culpa de Keith, no paraba de hablar del capitán América, su “obra magna”. Ahora debe estar bosquejandola. A mí siempre me gustó Batman, era el mejor superheroe, porque no tenía superpoderes. Y menos simbología que remita a países con superpoder, el verdadero superpoder.
Keith, le daba aliento a una bic. Su cuaderno Gloria del Pleistoceno todavía tenía espacio. “Uno escribe con los nervios, no sólo con la tinta que precede a las ideas, es eso que ves ahí en el papel. El idioma nace en la persona seis micronésimas antes de que respire por primera vez y no lo sabe”. Eso lo tenía grabado a fuego en mi soul tape, por siempre. Iba a ser lo único no biodegradable en mí cuando muriese.
El día que mataron al capitán América no era un día como los otros. El cielo era gris, era plomizo. Las nubes se desmembraban sobre el horizonte y caía sobre mí un niebla invisible.
Atormentado, juguete de la vida puerca, me dejé atrapar por dos o más recuerdos.


-Dejame que hable con él… -¿con quién, Juli?
-¿Dónde estamos, dónde estamos? -dijo el mimo. Los mimos sin embargo no hablan, pero... sin embargo lo hacen.


El ruido del patio se había suspendido. Geniol y un fantasma recorrían el salón. El espectro tenía mucha presencia y acento de Parma (igual no importa). No fue muy bienvenido para los burgos que recorría, la monarquía no siempre languidece y ciertos anacronismos son relativos. A Geniol tampoco le importaba parecer Marcel Marceau. Él sólo era Geniol y sus aspirinetas. Él era, el mejor de su barrio, era él. Capicúa y todo.


-Romina, es tranquilo por Roma, aunque el temperamento de esa gente... Y esos cielos, peninsulares, mediterráneos. Me dijo mi querida amiga Valeria que últimamente está todo muy cambiado. No le voy a preguntar al volado de Darío, siempre está en otro lado, como lejos.
-No parece malo Darío, conozco gente que me habló muy bien de él. Estar como ausente no es no estar necesariamente.
“No la tolero... Hablan parecido, deben pensar igual”.


-¿Pedimos un lemon? No sea cosa de la parolacchia. -pone cara de ángel pensando en Boticcelli antes de un apocalipsis- Creo que lo leí entre las cosas que sirven. Aunque todo está muy caro eso no lo pagás, aunque hay extras como el vino importado.


La brutta parola no existía, y la ragazza no podía más de no ser ella misma.
-Sí, el otro día en cable pasaban cosas viejas de Eastwood. ¿Te gusta, “Dirty Harry”? -dijo él
-Do you feel lucky, punk? -no nada, nada me acordé… “Hablo en voz alta, con ‘vos’ de cuello, porque él es el más punk”.
-Porque antes su vida era cualquier cosa, decí que yo le puse los “puntos sobre las íes”. Ahora al menos sabe ponerse los zapatos solo. -decía en ese momento una reveladora y maternal Julieta.
Romina, hablaba bajo, incluso inclinaba un poco la cabeza. En realidad no hablaba del todo porque se callaba las consonantes. Su paladar estaba apagado. Era todo como una mezcla de cinco sonidos, todo vocales. Miró a su plato, miró su reloj, lo miró a Darío, miró un perchero. Dejó de mirar, y ahí todo el salón de cierta forma la miró a ella. Se resignó.
“Conocí a Luca en el Einstein, le decía Lucas, para molestarlo. Él me decía Geniolo, nos queríamos mucho en realidad. ‘Me llamo Luca, me llamo Luca’, se ponía loco. Sonríe. ¿Me das un poquito de Ginebra?, lo increpaba. Entre hablar de muertes, drogas, un afinador que alquilaba habitaciones, la “araña negra”, Pappo, García, Silvita y una tal Caperucita, le pidió unos pesos prestados a alguien”.
-Dicen que la necesidad “tiene cara de hereje”.


La blasfemia no tiene rostros y Keith seguía escribiendo.
Perdido en el espiral de humo que es el tiempo, me afianzaba en una especie de angustia lejana... Tuvo nuevas ganas de vomitar… Sin embargo seguía escribiendo... Era tal vez un tiempo que quería contar (porque podía entender como feliz). Pensó… Darío no conoce la palabra feliz… pobre tipo. Siguió y justo entró una polilla que se pegaba sola contra la luz... Pero se ahogan en esas cataratas que nos ahogan desde el pasado (pasado en que somos peces con pulmones). Se detuvo.
En ‘la rubia tarada’, el verso de ‘el pseudo punkito con el acento finito’, lo hicimos con Luca. Hicimos los dos el tema y cuando Mollo entra a Sumo, ya hacía dos años que estaba la banda. Cuando se va Sokol y entra Superman… pero yo ya estaba. Tenía muchos años en el grupo y ellos llegaban con el grupo ya hecho”.
La gente suele ser desagradecida por comodidad, conformista por convención. Rebelde por moda y generosa por conveniencia. La noche se acababa, Juli tenía el pelo más largo y estaba tremendamente ensañada con Romina. Los antiguos egipcios contraían matrimonio entre parientes directos. Y desconocían los efectos físicos y mentales que estas cuestiones podrían conllevar. Nefertiti me miraba sin ver desde un cuadro, una copia de copia. Se me vencía el horario y el estacionamiento. También la paciencia. Petrocelli me dio la mano, hablamos bastante, un bastante que no debía tener gran significado, ya que no recuerdo palabra.


-Te llamo mañana, Darío.
-Dale, hablamos. ¿Saludaste a la demás gente?
Juli le sonrió. En realidad sé que le sonreía más a lo que él representaba y a su cotización en bolsa. Sin embargo, aunque la conozco bien, no puedo dejar de quererla.


El diario de unos meses después traía en su versión online a Petrocelli. Había habido un extraño ajuste de cuentas en Floresta. Apareció sin vida en su auto, detenido en medio de la calle. Se estaba investigando la situación. Hasta el momento no había pistas. Tampoco de la chica del vestido verde que alguna vez conocí. No aparecía su cara por ningún lado. A algunos muertos es mejor ignorarlos por seguridad, pensé.


Juli me miraba desde la cama.
-Te veo doble, ¿Cómo es eso del ojo dominante? ¿Cuál es el mío el derecho o el izquierdo?
-Ni idea, no soy oculista.
Bueno, la rubia Julieta me pedía un helado (bañado en chocolate sólido), y tuve que sacar algunos fondos que ni sé cómo conseguí por un tema del Güemes. Los otorrino tampoco tenemos tantos recursos, incluso aunque lo parezcamos. Recordé que Güemes era hemofílico, y murió desangrado. Le estaba siguiendo los pasos en cierta forma. Un soldado puede padecer hemofilia, todo puede ser.
“Tuve muchos parientes aventureros, marineros, gente baja, pero los quería. Uno se adapta a lo peor si desea vivir”. Geniol y Keith eran buenos amigos. Resultaban la mejor gota de agua, única, indivisible e individual. La que puede estar en muchos lados sin dejar de ser ella.


Me acordé del santacruceño ese que tocaba el bajo y probaba suerte. Vivía cerca de la avenida. No sabía ni escribir Bach, ponía Baj. No leía notas, veía tonalidades. “¡Más rojo, más rojo!”, vociferaba alucinado. Se decía músico. A su habitación, subían chicas aventureras que se turnaban. Parecía un tipo que sin esfuerzo conseguía sexo muy fácil. Recordé que noté que una de ellas, que no miraba a ningún lado en particular, salvo una escalera por la que se subía a su departamento, tenía la cara sucia. Se notaba que que no llevaba gran cuidado de sí misma aunque no vestía mal. El cuarto estaba presidido por un póster que decía “Luca Vive”.
-¿Qué te pasa, loco? ¿Cuál es tu vuelta? -le decía
-Ah, ¿viste la petisa brasilera? ¿La de intercambio? -contestaba
-Sí, no creo que se fije en alguien como vos, sin ofender.
-Ah, Ah, Ja. -tosía y se armaba un cigarrillo con saliva
Al otro día los vi en una de las plazas cercanas a los dos. La estudiante mestiza y el bajista semianalfabeto.


Todo debía ser mejor en el hoy. Ahora que manejo, y llego tarde. Son 9.25 a.m. No desayuné bien. Julieta come helados, y duerme. Las primas se van, se vuelven etéreas. Y Petrocelli se está pudriendo en su tumba de la Recoleta. En ese momento tuve ganas de que alguien me contase un buen chiste. No sé contarlos, y en el auto viajaba solo. El asir el volante me recordaba que existía.


Luca Prodan y Geniol




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