La máquina de proyectar sueños. Cecilia Szperling (Fragmento)


La máquina de proyectar sueños. Cecilia Szperling (Interzona) .Ilustración de tapa: Flavia Da Rin

(Fragmento)

Fábula autobiográfica


A León, Rosa, Silvina y Su.


Noche 1


Tengo siete años. Todavía conservo los miedos, las fantasías y las pesadillas de una niña de cuatro o cinco. Deambulo sola por la casa en la noche. Todos duermen. Y yo quedo ahí, con este camisón rosa un poco quemado por un experimento fallido con mi juego de química. Culpa de Mayor que me encargó la confección urgente de un veneno, para una amiga que la traicionó y decepcionó como nunca lo hubiera imaginado. Traté de lograr mi mejor mezcla esta vez. La lava alquímica color verde turquesa tornasolado combustionó y saltó una llama que tomó el borde de la manga de mi camisón. Padre rápidamente la apagó. ¿Qué hizo Padre con ese fuego? ¿Se lo comió como un lanzallamas? Tan veloz fue su maniobra que si no fuera por el pequeño rastro negro en el puño rosa, una pequeña marca en mi camisón preferido, hubiera pensado que aluciné. Que mis ojos y oídos, cansados de tantas noches en vela, arrebatados, inventaron esa ráfaga eléctrica de fuego quemante y enceguecedor. Padre y yo nos miramos con ojos aturdidos –aún encandilados por el estallido de luz repentina– y la mirada reluciente, con ese brillo especial que deja una descarga súbita de adrenalina.
 Sin acomodar el azufre turquesa, ni esos polvitos transparentes que forman pequeños cristales, sin guardar los tubos de ensayo y las pipetas de vidrio de formas alucinadas que Madre me regaló y que eran reliquias de su laboratorio, Padre me levantó y me subió por las escaleras en sus brazos dejando todos mis tesoros a la intemperie. Me acostó en mi cama junto a las de mis hermanas. En ese cuarto que era el que nos correspondía de acuerdo a nuestra edad. Las tres juntas en la habitación lindera a la de ellos.
 Nuestros sueños podrían juntarse a la noche, me gustaba pensar.


Noche 2


Hay tres ventanas en nuestra habitación, una para cada una. Tres rectángulos que terminan en arcos. Nos gusta subirnos a la mesada en la base de las tres ventanas que, como son casi de nuestro tamaño, parecen nuestro marco, nuestro contorno; como esas naves donde se exhiben los santos en las iglesias. ¿Nos verán desde la calle? ¿Alguien mirará hacia arriba, al primer piso de esa casa de frente de piedra, y verá a tres niñas tras los vidrios?
 Desde mi ventana veo una calle desierta, oscura, muy poco iluminada. Menor y Mayor duermen. Vuelvo a mi cama. No logro dormirme. ¿Qué hago? ¿Adónde ir? Me levanto. Camino unos pasos y, sin pensarlo, bajo las escaleras corriendo con miedo pero con decisión.
 ¿Cómo será nuestro jardín salvaje de noche? La oscuridad le sienta bien. Árboles y plantas en sombra ya no se ven verdes, lucen distintos tipos de negros. Tienen otra luz, parecen otros, me digo, pero son los mismos.
 Sin linterna, mis ojos se adecuan a la oscuridad y cada vez veo más. Las orejas de elefante brillan en la negrura sobre la tierra de un pasto raquítico al que no dejan crecer porque le tapan el sol. Las hortensias despiden una fluorescencia blanquecina. Son cinco arbustos iguales en altura y en copos de flores que alcanzo a divisar recortados por la luz que llega de una casa vecina. Dicen que en las casas con hortensias las niñas no se casan. Nadie le da importancia a ese comentario.
 En mi jardín nada se cuida ni se corta, árboles, enredaderas, flores y frutos crecen a su antojo. La magnolia fucsia, la reina del jardín, ocupa todo lo que puede de forma desprolija. Estira su cuerpo hacia los costados y hacia arriba hasta deformarse. Para dominar la escena, hincha sus flores rosadas hasta lograr que las ramitas flacas ya no puedan sostenerlas y caigan desplomadas contra el césped. Muchas quedan ahí rígidas, enteritas y, como sus pétalos son blancos por dentro, parecen bebés pingüinos rosas. A otras el viento las desarma y forman esta alfombra de pétalos suaves sobre la que camino. Resbalo. Se rompe el encantamiento. Caigo al suelo culpa de la baba resbalosa de un caqui derretido abajo. Me duele un poco pero el frío de la noche me anestesia y, casi sin sentir la caída, me levanto rapidísimo. Y corro. Me clavo un níspero seco, duro, como una pequeña roca, en el pie. ¡Ay! Hojas secas, frutos podridos, babosas y caracoles se las arreglan para habitar sin ayuda humana. Nadie cuida nuestro jardín. Los caquis aquí y allí, caen en cualquier lugar y se dejan, porque a nadie le interesa comerlos o levantarlos. Misma suerte corren los nísperos amargos. Me da un poco de vergüenza cuando alguien viene a visitarnos: caquis y nísperos son raros… ¡Nadie conoce los frutos de nuestro jardín!


Noche 3


Las noches empiezan siempre bien. Nos bañamos las tres juntas. Las tres, muy despiertas y animadas, corremos por el baño desnudas con rastros de espuma. Y cuando se acaban los juegos, permanecemos en el agua en silencio largo rato…
 El asunto es después del baño cuando, ya sumergidas en nuestros camisones y dentro de las sábanas, me invade la desazón y la tristeza de lo que ya sé que va a seguir y que quisiera evitar con todas mis fuerzas y nunca puedo. Recién metiditas, percibo cómo les va entrando el sueño y practico Scherezade. Practico cada noche depositarles un enigma, una intriga que sea como el veneno de la curiosidad que las hipnotice y las domine…
 Hablo y hablo y hablo, para que no se duerman. La mamá de Juana la vino a buscar al colegio con una peluca rubia de rulos. No soy la mamá de Juana, soy la hermana de la mamá de Juana. Mis hermanas se ríen. Sigo. ¿Saben cómo se besa de verdad? No es como las chicas creen. Inclino la cabeza de Menor y luego la mía hacia el lado opuesto y le digo que debería abrir la boca y que juntemos las lenguas. Mayor, ignorándome, gira su cuerpo porque va a dormirse. Refuerzo mi blablablá, inventando, exagerando y mintiendo mucho. Echo mano a todos mis recursos. Cualquier cosa con tal de retenerlas. A veces consigo mucho, gano mucho terreno al mar… pero igual… ¡la noche es tan larga!

Tienen sueño. Menor se durmió. Respira suave, elevando y bajando apenas su pecho. Los ojos muy cerrados, ya no puede verme.
  No sienten mi presencia ni mi calor corporal. Mis dos hermanas duermen exageradamente, como si estuvieran en las profundidades de un océano, rodeadas de peces, barcos oxidados, muy abajo, muy lejos de la superficie. Mis hermanas duermen como muertas. Inaccesibles, lejanas, en otro mundo. Auroras, pincharon el huso envenenado, dormirán cien años. Hechizadas. Bellas Durmientes.
 Anhelo llegar con ellas despiertas hasta la madrugada, atravesando juntas lo oscuro de la noche de la mano, para no perdernos, como si estuviéramos en un bosque cerrado y frondoso con enormes árboles y ruidos de animales nocturnos. Pero nunca llegamos hasta ahí, quiero decir despiertas las tres, hasta la salida del sol.
 En mi cama sueño que somos siete hermanas en vez de tres. Cada una tiene una especie de doble de sí y hay una completamente distinta que también es hermana. Dormimos las siete juntas en una cama grande. La hermana desconocida se levanta. Dice que está incómoda y que quiere dormir ahí. Señala un caramelo tirado en el piso. Es un caramelo de miel, duro y cristalino. Como si fuera la tapa de una cabina o más bien el sarcófago de Blanca Nieves, levanta la mitad superior del caramelo. La veo esforzarse por entrar allí a dormir. Me despierto preguntándome si lo habrá logrado o habrá vuelto a la cama con sus hermanas. ¿Con qué sueñan las niñas que quieren entrar en un caramelo?


Noche 4


Sueño otra vez que somos siete hermanas durmiendo en la cama grande. Esta vez, todas iguales. Iguales a mí. Sueño que salgo al pasillo. Madre viene a buscarme. Me detengo y mi detención la deja dura y ya no avanza. Hago un gesto de recitadora con los brazos y digo: Madre, decime quién soy. ¿Soy yo o soy mi hermana… o ese escarabajo oscuro?


Noche 5
No puedo dormirme. Me levanto. Salgo al pasillo.
 Sobre la baranda de madera que bordea la escalera me poso como un pájaro. ¿Un cuervo negro? Aprieto mi estómago y me dejo caer hasta quedar cabeza abajo. Desde esta posición, medio cuerpo volcado, veo la escalera que sube desde la planta baja con sus pasamanos y sus escalones curvados: ¡parece un langostino!
 Me incorporo. Siento un leve mareo. Pasa. Miro hacia arriba, el paisaje se repite en espejo. ¡Un langostino en el techo!
 Vuelvo a mi camita. Me acuesto y me duermo. En mi sueño… ¡soy un langostino! Conservo mi cara, mi pelo y unas manitos pequeñas.


Noche 6


Otra noche en la que no logro dormirme. Me levanto. ¡Al pasillo! Apuesto que es el centro de la casa. Padre me dijo una vez, que si trazásemos líneas imaginarias verticales, de piso a techo; horizontales, de pared a pared, y diagonales, de vértice a vértice; este sería el punto central en el que todas esas líneas se cruzan. Las imagino como líneas de luz con carga energética, cada una empujando en su dirección; me sujetan en ese centro de la casa. Podría recorrer la casa, los salones, el comedor, la cocina, la veredita, el jardín salvaje o los cuartos de arriba, reservados para la visita de mi tío o de mi abuela cuando vienen desde la provincia, pero ahora deshabitados. Podría recorrerlos y así hacer tiempo hasta el amanecer.
 Sin embargo permanezco en este estrecho pasillo. Me quedo cerca de esas respiraciones suaves que elevan y bajan los cuerpos de mis hermanas. Quisiera comprobar de qué modo cambia la respiración nocturna el aspecto de mis padres. Y si sus pieles se vuelven relucientes como la de Menor al dormir.
 Calculo estar a solo tres pasos de la pieza de mis papás. La puerta parece entreabierta. La empujo por completo. Entro. Veo las caras de Padre y Madre pálidas, de color lunar. Están iluminadas de manera tal que queda disimulado el rostro de Padre cada vez más amarillento. Los párpados cerrados tapan sus ojos enturbiados con unas manchitas pequeñas que lo van invadiendo poco a poco. Padre, bajo esa luz, luce mejor.
 Sigo la continuidad de ese haz brillante que los envuelve y descubro un proyector encendido. La presencia del objeto detiene mi respiración. Me quedo inmóvil. Me vuelvo estatua de sal. ¡Qué extraño! Por suerte vuelve el calor a mi cuerpo. ¡Justo ahí!, cerca de la cama de mis papás, un proyector.
 Lo veo perfectamente sobre sus patas largas y finas emanando un haz de luz tan blanca, que corta al medio con su filo la oscuridad de la habitación.
 No me animo a tocarlo. Solo a mirarlo. Se ve frágil. Podría romperlo, podría despertarlos y modificar el transcurso de esta noche. Mejor quedar como única testigo. Así funcionan las cosas a estas altas horas. Esa es la ley. No quisiera romper las reglas del sueño de los otros.
 ¿Adónde voy? ¿Qué hago? ¿Despierto a mis hermanas? ¿Denuncio a mis papás en plena noche?
 Mis hermanas duermen. No puedo despertarlas. En casa podrían decapitarme. Una ley impide interrumpir el sueño.
 En mi cama, me volteo de lado a lado. La máquina de proyectar sueños, pienso. Y me pregunto ¿Por qué mis padres me envían pesadillas, sueños oscuros, densos, sueños que no son para una niña de mi edad y dejan los plácidos, alegres y livianos para mis hermanas?
 La máquina de proyectar sueños, pienso. ¿Dónde la ocultarán durante el día?

Cortesía de Editorial Interzona



Cecilia Szperling

Cecilia Szperling nació en Buenos Aires. Es escritora, periodista, performer/recitadora y creadora de ciclos literarios, radio y TV. Publicó El futuro de los artistas, Relatos (1997) premio Fundación Antorchas. Selección natural (2006), novela finalista del Premio Clarín y traducida al inglés y publicada en UK. La máquina de proyectar sueños, (Editorial Interzona 2016). Como antóloga y prologuista, Confesionario 1 y 2, en Eudeba.
En 1998 creó los ciclos literarios “Lecturas + música”, “Confesionario, historia de mi vida privada” y “Libro marcado” –de los cuales es curadora, presentadora y performer– en MALBA, en el Centro Cultural Ricardo Rojas, Bibliotecas Municipales, Biblioteca Nacional, Palais de Glace, Fue curadora de Letras en el Encuentro de la Palabra en Tecnópolis. Publicó relatos, columnas y crónicas en Página/30, Verano/12, Clarín Cultural, Cronista Cultural, Con V de Vian y otros. “Confesionario TV” en el Canal de la Ciudad con dos temporadas, y conduce y produce “Confesionario Radio” desde 2010 hasta la actualidad en Radio UBA. En 2016 fue invitada a la feria Mic Sur Bogotá, en 2017 invitada a la Feria Liber, Madrid ciudad en la que presentó la novela en Tipos Infames, librería de Malasaña. También en 2017 Invitada la Feria del libro de Frankfurt, a la Universidad Goethe y a Köln Univ, en Colonia Alemania.
Lecturas expandidas, La máquina de proyectar sueños, Performance conjunto a los artistas María Ezquiaga, Bruno Dubner y Fernando Pereyra, fue parte de la programación de FIBA Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires 2017, en la sección Work in Progress. En febrero 2018 presentó una The Dream Projecting Machine, conferencia perfomática en Pittsburgh University US. Dictó talleres de Escritura Creativa en el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas durante mas de una década. Actualmente da talleres en el Programa de Cine en la Universidad Torcuato Di Tella Arte. 



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