Pruebas sobre Kant. Fragmento de ensayoficción. Alejandro Leibowich




Arthur Schopenhauer

"En definitiva lo que vemos no es el mundo en sí, sino el velo de Maya, que envuelve los ojos de los mortales y los hace ver un mundo del que no se puede decir que sea ni que no sea: pues se asemeja al sueño"

Arthur Schopenhauer


  Alejandro Leibowich



  Se estaba bastante bien en ese boliche de Belgrano. Las luces dispuestas en el local, hasta te hacían parecer una estrella “at the stage”. La moza atendía con presteza, mientras la sed se acallaba con cerveza alemana. Recién traída por Wolfgang, decía Carla. Y Carla hablaba y discurría sobre Schopenhauer y su relación con el tema de “la cosa-en-sí”.
Los espectadores de nuestro propio modesto espectáculo éramos nosotros. Y, ¿de dónde le vino todo ese pesimismo a Schopenhauer? Para saberlo hay que volver a Kant. El dividió el mundo en dos mitades, seguía Carla. Y yo sabía la respuesta y le disparé que el prusiano separaba el mundo de los fenómenos, conocibles por el entendimiento, y “la cosa-en sí”. Ahí se agotaba mi tiro con un más allá de las categorías aplicables por la razón.
El noúmeno, quedaría envuelto en las tinieblas si no fuera por Schopenhauer, casi me gritó Carla, mientras Luis y María miraban en silencio. Yo pensaba en la feria del libro, en Borges, y su relación con la obra del filósofo. Parerga y Paralipómena, ¿no? Le dije.
Parecía como si el calor o la euforia o ambos, le dilataran las pupilas y los vasos capilares. Sentados frente a la vidriera, cerveza en mano, veíamos los televisores a los costados y la gente. Asistíamos a todas las tragedias naturales y no naturales. Atentados y matanzas. Ese Schopenhauer es el pesimista que fue maestro de Nietzsche, ¿no, Carla? decía Luis y asentía María.
La cosa-en-sí es una pregunta retórica en Schopenhauer, o mejor dicho ¿qué es la cosa-en-sí?, para contestarse sobre la “voluntad”. En esta forma entra en el universo una fuerza que se halla fuera de la cadena de causas y en general del dominio del principio de la razón. Este elemento común forma la base de todo lo existente y se halla en todos los seres.
O sea, vos decís, que hay un potencial Beethoven en todos nosotros, por más sordos que estemos hacia la realidad. ¿No es así? le contesté. Bonísimo, dijo Luis, nunca creí que lo que estaba fuera de la razón tuviera ese nombre, número, noúmeno. Noúmeno subrayó Carla y golpeó sobre la mesa con una sonrisa cómplice y diciendo: fuera del dominio de la razón está la voluntad. Y si intentamos entenderla, agregó Luís. Puede que enloquezcamos sumó María y hubo un exacto a destiempo entre Carla y yo.
Entonces el tratar de conocer verdades absolutas, como el amor y el odio te lleva al manicomio…
Todo esto que vemos, el televisor escupiendo una realidad en vivo que duele, y la gente... ¿Para qué pensar? atestiguaba María.
Las verdades absolutas, o sea que son irreductibles a la razón como decía un viejo compositor, sólo son asequibles por los niños. Ellos las pueden entender. El tema es que después crecen y deberían explicárselas a los demás y lo peor de todo a sí mismos.
Todo se construye y se destruye tan rápidamente, que no pueden dejar de repartir sonrisas, como decía alguna vieja canción folclórica lituana. Claro, Luis, y vos sos músico, vos entendés la melodía. ¿Es otra verdad absoluta, Carla? Y...viene del mundo nouménico también.
Basta, Carla. Pasáme más maníes. Vamos a destripar a Jack, como siempre, eso pensamos Luis y yo de tus charlas. Y la moza trajo la cuenta.
Caminamos por la avenida. Creía que hacía calor, o que Carla emitía altas temperaturas. Como sea, los pasos sonaban vacíos y por una ventana se escuchaban los gritos de una pareja junto con Rachmaninoff saliendo de a borbotones de un piano. Tal vez un Yamaha, dijo María. Sí, como que reverbera y el cuarto se siente hueco, como nuestros pasos, experimentaba Luis.
Todo estaba como segmentado en esa caminata, pero no, calculaba Carla. A grandes rasgos todo se explica con el racionalismo kantiano. Como decía la realidad es dual. Por un lado, el mundo de los fenómenos que el sujeto puede experimentar gracias a tres leyes: tiempo, espacio, causalidad. Por ejemplo, si pienso en un piano, lo pienso en un espacio y tiempo determinados, no en un vacío o en un abstracto.
Claro, dijo María. Estas tres determinantes no pertenecen al mundo, a las cosas, sino que son formas de nuestro entendimiento. Y sigo con Kant. Las entes que escapan a estos tres conceptos: por ejemplo Dios o la libertad. El primero porque al ser eterno no tiene causa, y la segunda que por naturaleza rompe la causalidad, quedan fuera de nuestro campo de percepción y sobre todo, de comprensión, también forman la cosa-en-sí o noúmeno. O sea la voluntad en sus distintas formas sostuvo Luis.
Pateando tachos por la calle, pateando cosas. Subjetivo todo, me defendí.
A lo que iba en mi apología de Schopenhauer es que él, como sostuvo Thomas Mann, hizo algo “ilícito y audaz”, le dio nombre a la cosa-en-sí. Brillante este Arthur, tosió Luis, y encendió un cigarrillo.



No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.