Jackie, Atropa belladonna, señal de ajuste (3). Diarios. Alejandro Leibowich






Alejandro Leibowich

El nombre de Belladonna, que hacía alusión a las damas romanas, antes pasó por muchos sinónimos idiomáticos. Gestos que decían lo mismo en palabras que serían transliteraciones consecuentes. Del idioma del antiguo Egipto, pasó al latín y después al italiano donde cristalizó el significado actual. Cleopatra pedía un extracto de Atropa belladonna y se aplicaba el jugo de su fruto en sus ojos para producir una dilatación de las pupilas. La belleza siempre fue un misterio, sin embargo a precio de ciertas cegueras personales, siempre se hallaban atajos para potenciar su efecto, el cual era inexorable en los otros. 


  -¿Te conté lo de la inglesa, ayer en el piso 3?

  -No, ahí está terapia intensiva… ¿Otra vez estás condicionando la cuestión profesional ante tus egoísmos “humanitarios”? ¡Hiciste un juramento!

  -Creo que no comprendés bien ciertas empatías, no condiciono la cuestión galena, sino que estoy sujeto a una conducta de salvación, de redención, tengo que ayudar…

  -Nosotros no ayudamos así, te hubieras ordenado en un monasterio, o hubieses estudiado filosofía, o qué sé yo. Pero no medicina.

  -Me quedé con la doctora Torres. ¡Cómo fuma esa mujer, y lo hace en terapia! ¡Incluso hasta lleva un set para saltar una cuerda, si se aburre!

  -Está medio loca Marcela, creo que hasta hace poco convivía con un enfermero entrerriano, pero ¿qué decías?

  -Una mujer rubia, caucásica, de estatura media. Se llamaba Mary Dodgson. La llevaron a eso de las dos de la mañana, y Torres la puso en una camilla cercana al cuarto de guardia. Le conectaron todo el equipo.

  -Entiendo, y ¿qué o cómo quedaste involucrado ahí?, si esta señora Dodgson no era tu paciente, y además vos no trabajás en terapia.

  -No, es que fui a pedir unos estudios para Vázquez y me quedé ahí hablando, a veces pasa. Se habla un poco para olvidarse de donde se está pisando. ¿Al menos podés entender eso?

  -Creo que sí, puedo entenderlo, ¡un express y dos medialunas!... ¿te pido a vos?

  -No, te agradezco, no tengo hambre…

  -¿Vos estás durmiendo bien? ¡Tremendas ojeras tenés! No quiero ser inquisitivo, pero, ¿cómo va tu vida?

  -Ahí va, podría ir peor, siempre hay un estado peor que amortigua la realidad. Y una queja que alivia, la ejerzo. ¿Puedo seguir hablando de la inglesa?

  -El diario no trae cosas que no sean predecibles, dale, hablá, tengo un rato para escuchar.

  -Bien, como te decía estaba con los estudios de Vázquez en la mano, y en eso me llama la atención Torres parada como si estuviera congelada, pero siempre fumando, eso sí.

  -Gitanes importados. Tabaco negro, creo que el entrerriano los conseguía más baratos por la aduana. Está prohibido fumar ahí, pero bueno, la gente que está en ese sector no necesariamente es la que se presenta con el libro de quejas…

  -Es complicado, y Torres miraba fijo a los ojos a Dodgson. Me parecía que ni parpadeaba, si no fuese por el humo que exhalaba... Me acerqué, era una vista conmovedora. La inglesa movía las manos como si escribiera en una computadora, máquina de escribir o algo por el estilo, no me explico. Estaba anestesiada. no sé bien que usa Torres, en Farmacia la llaman “la alquimista”, y dicen que se lleva drogas que nadie usa. Pero todas legales y bajo receta.

  -¿Qué usa Marcela? ¿algún arbusto perenne, daturas, mandrágora? Eso de las “hierbas de las brujas”, las que “alejan los pensamientos tristes”? ¿Dodgson no estaría delirando por eso y manifestando una midriasis?

  -La verdad no sé, he visto dilataciones pupilares, ¿miles tal vez? Pero acá creo era todo distinto. Había como un halo especial en esa mujer, como que provocaba una compulsión, una necesidad de ayuda, de solidaridad. Algo…

  -Pero la gente que está ahí son como fantasmas. ¿Qué te pasa? ¿Te interesaba Mary Dodgson tal vez de otra manera?

  -¿Cómo de otra manera, no te entiendo? ¿Vos insinúas que me sentía atraído hacia ella por una cuestión sexual? Me estás poniendo difíciles las cosas, ¿enamorarse de espectros?

  -Me dijo el padre de Ivo, que a vos te gustaba el ocultismo de chico, y que habías “presenciado” apariciones. Incluso una aparición de una mujer que había tenido trato directo con Paracelso. Repetías mucho eso, demasiado, y... que era bastante agraciada, me lo dijo él, y se reía.

  -Sí, él y su música, que siga con eso. Pero no te niego mi interés con ése tipo de cuestiones, había una Ouija en la casa de mi tío y nos juntábamos con un tal Santiago. Llamábamos las reuniones “fuerzas Hawthorne”. La mujer de la que yo hablaba todo el tiempo era Hester Prynne. ¿Conocés “La letra escarlata”?

  -Ah, sí, creo que vi la película de Wenders, un alemán... Parece que de chico eras hipercreativo, ¿hiciste alguna terapia o al menos visitaste a un neurólogo?

  -¿Que? Sí y no. Sí, es de Wim Wenders y por cierto está muy bien lograda. No, en cuanto a tratamientos y terapias... Dejame de dar sugerencias para mi pasado.

  -No, sólo decía... sugerir es una forma de solidarizarse, tanto que mencionás esa palabra, mi intención es buena.

  -El tema no soy yo, o en todo caso es indirecto lo mío, era un espectador, lo que importa es Dodgson.




Jacqueline practicaba por tercera vez las suites para chello de Bach, su hermana lloraba. Nadie sabía si era que estaba conmovida o era envidia o ambas cosas. La memoria en las relecturas toma más matices de lenguaje, la subjetividad de las obras, no siempre es tan subjetiva. Du Pré empezó a transpirar, tal era su posesión y quería parar por quince minutos. Del viaje a U.R.S.S. se había traído un regalo, decían que era del mismo Rostropovich, aunque ella negaba eso, y sostenía que era un obsequio de un colega. Era “Alice in Wonderland”, en una versión bilingüe ruso-inglesa. Las letras en cirílico la hipnotizaban, entendía poco, muy poco, pero tenía que leer al menos en inglés.

“Alicia empezaba a cansarse de estar allí sentada con su hermana a orillas del río sin tener nada que hacer. De vez en cuando se asomaba al libro que estaba leyendo su hermana, pero era un libro sin ilustraciones ni diálogos, y ¿de qué sirve un libro -se preguntaba Alicia- que no tiene diálogos ni dibujos?”




Mary Dodgson, de repente empezó a hablar en voz muy alta, pero clara, y no parecía la voz de alguien que delirase. Hablaba de otra persona, pero el tono era interno, confesionalmente gritado desde sus entrañas:

Ella, ya ciega, va a un monasterio, probablemente cerca de Londres. Un lugar de retiro, mucho verde. Habla con el monje encargado. Hablan sobre la suerte. No te preocupes le dice él. Se dice que la suerte fue creada por monjes ciegos, repletos de fe. No podían ver pero encendieron el fuego, un fuego eterno que cuando los hacía dudar de su destino, simplemente les bastaba acercar las manos para sentir el calor. El fuego nunca se apagaba, por lo tanto la suerte nunca se perdía. Aunque no la viesen ahí estaba.




  -¿A qué hora me dijiste que murió Dodgson?

  -No, no te dije, es que para mí esa mujer no murió, está viva, no puedo explicarte eso. Pero sí, el parte médico está fechado a las 4.30 am. Se supone que todavía está en la morgue, abajo en el subsuelo, pero…




Era un tremendo bullicio la sala de parto y las enfermeras discutiendo sobre el aguinaldo y la falta de peridural. Había dos tipos mirando un televisor en color, de los nuevos. Uno no paraba de mandar mensajes o algo así con su handy. El partido era hoy a la tarde. Cuatro kilos y medio, una monja asistía a la enfermera, había capilla en el subsuelo también. Una tal Laura había nacido, el padre estaba estacionando su Renault fuego rojo en la otra esquina. Para ella la vida todavía no tiene diálogos ni dibujos.  

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