El asesino del distrito. Jordi Rocandio Clua





Jordi Rocandio Clua
Eran las nueve y diez de la noche, la hora en la que solía acabar con su actividad de los jueves. Sin embargo, el cuerpo que estaba mirando no era el de una de sus víctimas. Se acercó desde arriba y pudo comprobar que se trataba de sí mismo. Yacía en el suelo, con los ojos abiertos y la mirada perdida. Un charco de sangre se extendía a su alrededor.

¿Qué había sucedido? ¿En qué momento se dejó llevar por la seguridad de creerse un elegido? Sin duda, eso le había llevado a ser descuidado y a dejarse matar.

José Benito Pérez, conocido como “el asesino del distrito”, era un humilde empleado de una gasolinera del barrio del Clot, en la ciudad de Barcelona. Una persona tranquila y amable de día, pero que se transformaba en un implacable asesino de mujeres por la noche.

Todo empezó cuando su tercera o cuarta novia, no lo recordaba bien, le engañó con un chico del gimnasio. La mujer era morena y muy bella, alta, con gafas de pasta y con un cuerpo atlético que atraía las miradas de todos. Él, era un joven en muy buena forma física, sus ojos azules y la tez morena eran como imanes para las chicas. No tardaron en empezar a salir.

La relación fue bien durante unos meses, pero ella perdió el interés y acabó en la cama de otro hombre.

A raíz de esa infidelidad, decidió acabar con ella y con todas las mujeres de la ciudad que se le pareciesen.

Su ex se convirtió en la primera de las mujeres a las que asesinó. El modus operandi que usó fue bien sencillo. Se escondió, debajo de la chaqueta, una navaja bien afilada, siguió a la muchacha cuando salió del gimnasio un jueves por la noche y cuando vio que por la calle no había nadie, se acercó a ella por detrás y le hundió el filo en el cuello. No esperó ni a verla morir. Se escabulló entre las oscuras calles y se marchó a casa.

Por la mañana, mientras trabajaba en la gasolinera, escuchó en las noticias que una joven había fallecido de un corte en el cuello. Aquello le gustó y empezó a planificar su siguiente crimen.

Su objetivo era acabar con aquella tentación diabólica para que ningún hombre pudiese disfrutar lo que él ya no podría. Así que decidió ir por los diferentes distritos de su ciudad, buscar el parecido en alguna mujer cualquiera y matarla. Así, su Barcelona natal se vería libre de ese mal.

Cada semana mataba a una chica de la misma manera. Se acercaba por detrás y con un simple tajo acababa con ellas. El pánico no tardó en extenderse.

Las chicas teñían sus negras melenas de cualquier color para evitar ser la siguiente, pero siempre había alguna que se creía a salvo y no lo hacía. Por supuesto, no tardaba mucho en morir.

Llegó la octava semana y con ella la octava víctima. Solo dos distritos le separaban de acabar la primera ronda de asesinatos. Como es lógico, tras las primeras muertes, se creía invulnerable y capaz de seguir con aquello durante meses.

Se dirigió a Sant Andreu.

Siempre le había gustado aquella zona de la ciudad, ya que estaba a mitad de camino entre un barrio y un pueblo. Como si fuese una localidad vecina apartada del bullicio del centro.

Desde hacía varias semanas, la presencia policial había aumentado. Se veían parejas de agentes yendo a pie, vigilando atentos a cualquier sospechoso, por lo que tuvo que ser más precavido.

Ese día se vistió con ropa deportiva y una mochila. Se dirigió a un gimnasio cercano y esperó en la calle, oculto detrás de unos contenedores de reciclaje. Disimulaba con su móvil, esperando a que apareciese la chica que sería su siguiente objetivo. Sabía que las clases de zumba acababan a las ocho y cuarenta y cinco, por lo que a partir de las nueve, empezarían a salir las mujeres.

Y así fue. Una tras otra fueron abandonando las instalaciones. Estuvo a punto de ir tras una morena, pero no llevaba gafas y la descartó. Esperó cinco minutos más, esta vez fumando un cigarrillo y tuvo suerte. Una chica alta, morena y con gafas salió del gimnasio y comenzó a caminar calle abajo.

José preparó la navaja en su bolsillo mientras la seguía a cierta distancia. La chica cruzó la calle y se internó en un estrecho callejón que atravesaba un edificio. No había nadie a su alrededor, así que era el momento adecuado. Aceleró el paso y se le acercó por detrás.

Sacó la navaja y se dispuso a dar el golpe de gracia. Entonces la muchacha, sin saber cómo, se agachó esquivando el navajazo, se dio la vuelta y le clavó un cuchillo en el cuello. Él no tardó en caer el suelo y perder el conocimiento.

Todo acabó allí mismo. Por fin era libre.

Desde las alturas pudo ver como varios agentes de policía se acercaban y hablaban con aquella mujer.

***

–Solo le queda actuar en dos distritos. Hoy es jueves, así que será esta noche. Necesito a todas las agentes disponibles para el operativo. ¿Voluntarias?

Cuatro chicas levantaron la mano. El capitán Menéndez sonrió satisfecho. Las conocía desde hacía muchos años y sabía que no le iban a decepcionar. Llevaban semanas pidiendo salir a la calle para cazar a ese bastardo, pero él no las dejaba. Todavía no era el momento. Habían hecho todo lo que habían podido para identificar a ese demente, pero solo tenían imágenes borrosas de algunas cámaras de seguridad que no permitían su identificación.

–Gracias, chicas. Nos dividiremos en cuatro grupos operativos. Dos en Sant Andreu y dos en Les Corts.

Laura Román levantó la mano.

–Adelante.

–¿Dónde nos situaremos?

–Es difícil, son distritos muy grandes, pero me inclino por los gimnasios más grandes que haya. Está cogiendo confianza y se cree inmune a todo.

–Es donde más chicas puede encontrar. No es mala idea.

–Y lo necesitamos vivo. Quiero a ese desgraciado pudriéndose en una cárcel el resto de su vida.

Laura y las otras tres chicas se juntaron con los encargados de montar el operativo para recibir las instrucciones pertinentes. La idea era hacer de cebos y reducirlo con una pistola táser en cuanto estuviera a varios metros. Los encargados del seguimiento de apoyo les avisarían a tiempo.

Y así fue como cada una de ellas se caracterizó como al asesino le gustaban sus víctimas y se dividieron hacia los gimnasios escogidos para la trampa.

A Laura le tocó uno de Sant Andreu. Haría la clase de zumba de las ocho y saldría del complejo a las nueve. Los agentes estarían atentos a cualquier sospechoso.

–¿Quién coño ese tío de la puerta? –preguntó el sargento López.

–Podría tratarse de él, señor. Todos atentos.

El sospechoso había llegado a las ocho y cincuenta. Parecía que esperaba a alguien.

–Joder, lleva mucho tiempo ahí. No es normal. Ese imbécil ni siquiera ha entrado en el gimnasio. Todos alerta, empiezan a salir las chicas.

–Mirad cómo las observa. Puede que sea él.

En ese momento, salieron varias chicas por la puerta. Entre ellas se encontraba la agente Román. El sospechoso se adelantó y le dio un beso en los labios a una joven rubia. Los dos se fueron abrazados calle abajo.

–Falsa alarma, descartar a ese chico. Prepararos para seguir a Laura. En cuanto gire la esquina, bajad de la furgoneta. No perdáis visual.

–Sí, señor.

José vio como la morena se alejaba y salió de su escondite. Empezó a seguirla.

–Laura, ¿me oyes bien? –preguntó uno de los policías que la seguían.

–Afirmativo.

–Acabamos de ver a un hombre vestido con ropa deportiva que te está siguiendo. Podría ser él.

–De acuerdo.

–Actúa con normalidad. Te sigue a cierta distancia. ¿Me oye, sargento?

–Le oigo. Tengan cuidado. No se acerquen demasiado.

–Dirígete hacia el callejón de tu izquierda, por allí no hay nadie. Quizá se decida a atacar.

–De acuerdo. Allá voy. –dijo Laura algo excitada.

–Tiene que ser él. Va hacia a ti. En cuanto te dé la señal lo inmovilizas con el táser.

–Está bien.

–Está acelerando el paso. Lo tienes a unos seis metros. Prepárate. Ahora está a cuatro. Cuando quieras. Gírate. ¿Me oyes? tiene que ser ya, gírate, Laura. Pero qué coño…

Los agentes que la seguían se acercaron corriendo. Observaron el cuerpo del sospechoso en el suelo. Había muerto en cuestión de segundos.

Laura no había sacado su arma eléctrica en ningún momento. Por el contrario, en su mano derecha llevaba un cuchillo de grandes dimensiones con el que había matado al asesino. Este, llevaba una navaja con la que la habia intentado agredirla.

En dos minutos apareció el sargento López.

–¿Qué has hecho, Laura?

–Lo siento, sargento. No podía dejarlo con vida. Este desgraciado se merecía morir. Esas pobres chicas pueden descansar en paz.

–Joder, el capitán se va a poner como una fiera.

–Me da igual. Lo he hecho por mí, por esas chicas y por todos los que han sufrido a su alrededor. A partir de aquí, que pase lo que tenga que pasar. Hoy sí que se ha hecho justicia.

Laura se dio la vuelta y dejó al resto de sus compañeros con la palabra en la boca.

Empezó a caminar y se perdió por las calles oscuras que rodeaban la escena del crimen.

Por fin las chicas de la ciudad eran libres de nuevo.







 Jordi Rocandio Clua, es natural de Barcelona, España. Nació el 8 de Agosto de 1977. Actualmente imparte clases como Maestro en una escuela de Primaria en Barcelona. También escribe relatos cortos mientras acaba una novela de género Negro criminal. Participó en el reto Ray Bradbury, que consiste en escribir un relato corto cada semana. 
Tiene un primer libro de relatos cortos autopublicado en Amazon y en breve publicará el segundo. 
Recientemente han escogido un relato suyo para publicarlo en una Antología de ciencia ficción, pero no puede dar detalles hasta su publicación.
Datos de contacto: jordirocandio@hotmail.com
www.jordirocandioclua.com
Twitter : @JordiRocandio
Facebook : Jordi Rocandio Clua
Fan Page : Jordi Rocandio escritor



No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.