El mar de Tamaria. Pablo Martínez Burkett




Misty Rain. Jiangnan






El presente cuento es continuación de
"La edad de las tinieblas"

"En otro tiempo hubo una época en que no había serpiente, ni escorpión; como no había hiena, ni león, no había perro salvaje, no había miedo ni terror; el hombre no tenía rival."
Enmerkar y el Señor de Aratta, poema sumerio s. XXI aC


Pablo Martínez Burkett
Pese a la recia vigilancia de los bárbaros, mi astucia estaba rindiendo sus frutos. En el aciago hueco de los días, la promesa de un restaurador hacía menos espantosa la vida en las canteras, el estupro de las hijas, las calles florecidas de sangre. Y antes de morir, los habitantes de la Tercera Isla pedían al dios Kir-uk que los tiempos de la profecía estuvieran prestos. La esperanza ardía en cada mirada, en cada saludo. No fui el único en notarlo. El pérfido Sukur-Lamak se ocupó personalmente de las pesquisas y lo que no logró la tortura, lo consiguió la lengua mercenaria de los traidores. Satisfecho, el usurpador encargó a sus magos conjurar el brote libertario. Admito que fueron eficaces.
Una tarde, cuando los pescadores de Tamaria vaciaban sus redes, llego una barca con un coloso y dos muchachos. El muelle, siempre preñados de gritos, quedó en silencio. Todos los ojos miraban el acero que ceñía el gigante. El recelo se volvió algarabía: esa era “La Bermeja”, la espada del libertador. Primero un murmullo, luego un vendaval, los tamarios empezaron a vivar el nombre de Askalion. El falso salvador, porque yo sabía que era falso, alzó la espada y balbuceó el discurso prefijado mientras la buena gente de la costa rezaba entre llantos de dicha. Pero poco les duró la alegría. De la nada apareció Markam, el jefe de los hechiceros y, sin pronunciar palabra, extendió su cayado en dirección del mar. Al principio fue un movimiento impreciso, enseguida un burbujeo demencial y de las profundidades emergió una serpiente coronada por cuernos que, con dos bocados, se devoró a los jóvenes. El miserable impostor no tuvo más remedio que luchar por su vida y atacó a la bestia astada. Pero no era rival y también pereció. Inmediatamente, un batallón de “Los Escorpiones Negros” surgió detrás de los médanos y sus hachas no tuvieron piedad. Cuando terminó la matanza, el mago aleccionó a los pocos sobrevivientes sobre las consecuencias de despreciar ese regalo de los dioses que era la regencia del bienhechor Sukur-Lamak. Y señalando el mar, les recordó el poder de la magia negra y el destino de los sediciosos. Y volvió a desaparecer.
Aunque se trató de un circo bien amañado, yo también me guardé de ello. Pero en esta carnicería bestial encontré la chispa de venganza que estaba necesitando. La hora de Askalion de Tamaria había llegado.


© Pablo Martínez Burkett, 2018



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