Ciudad-isla de almas. Melisa Mauriño. Alejandro Leibowich



Melisa Mauriño

Alejandro Leibowich

Un día, hace mucho tiempo, o podría ser Once upon a time, pero mejor dejemos lo primero. Los cuentos de hadas siempre me parecieron muy artificiales (aunque ahí podría justamente estar la ironía). Mi tío, el hermano de mi mamá, que era arquitecto y escritor. Ganó el premio literario “Coca-Cola” en 1982 con un relato breve llamado “Peripetia”. Era un premio muy importante a nivel proyectivo, Un año antes, incluso cuando todavía la democracia quería sacarse de encima la asfixia que le infería un poder nefasto, Rodolfo Fogwill, ganaba el mismo premio con “Muchacha punk” (1980) y se disparaba su carrera literaria. Con un nivel y clarividencia que supera los años que puede permitir una vida, la que te toque en suerte.

Mi tío subió el primer piso de la casa en La Plata, él mismo la había diseñado.

-Tío, me gustaría leer a Lewis Carroll, (le dije) se habla demasiado de él. ¿No me prestarías “Alice in Wonderland”?

-No sé si lo tengo en estos momentos, pero creo que de él primero deberías leer un libro llamado “El juego de la lógica”.

-Mirá que en matemática, no ando tan bien, y los profesores incluso creo que ayudan a que me vaya peor. Pero me va bien en física y química, por ejemplo.

-Qué contradicción… ciertas bases son las mismas, bueno te lo doy cuando estés por Capital.

Entre otras cosas ese tipo de relatos decía lo que no decía, justamente ahí estaba lo importante. Lo tenías que saber encontrar, estaba cifrado y/o censurado en los textos. Un silencio podía resultar el grito más ensordecedor que podría existir. El sexo, estaba oculto, era una palabra compuesta, adaptada para el “bienpensante” más reciente en la historia. Y la mentira más piadosa podía ser la más cruel verdad. Todo parecía un juego, la lógica se reía un “poco” del lector. Porque, después también di con “Alicia…”, y otros. Los cuentos tradicionales europeos, no censurados. Perrault, o los Hermanos Grimm más tarde me llegaron crudos, hiperextensos (como novela rusa clásica), por influencias alemanas, francesas y obviamente italianas.

El sexo, la violencia y la sangre, parecían surrealistas. “Los colmillos del lobo no eran los colmillos del lobo”. “La cocina y los pasos, para Hansen y Gretel, no eran necesariamente eso”. Los llamaban folklore y nonsense. El motor de base, creo que era el mismo, el deseo. A veces, esta cuestión no concretada terminaba en una suerte de alienación, que Freud no explicó del todo. ¿Sería neurastenia (neurosis)? La verdad no me convence, no me alcanza esa respuesta. Te terminaban regalando algo así como un globo rojo, para que te entretengas paseandolo por el cielo. Como a un paria ingenuo viviendo en un “mundo perfecto”, y feliz.

“Si cada uno se ocupara de sus propios asuntos, el mundo giraría mucho mejor y con menos pérdida de tiempo".

“¿Cuánto tiempo es para siempre? A veces, solo un segundo".

Estas dos frases son de Alicia… Muy conocidas por cierto, dada la masiva difusión que tiene en la actualidad. Desde un supuesto lugar más “anónimo”, hay mucha gente pensando en ese nivel. Sintonizados, en la frecuencia, son la frecuencia. Melisa Mauriño tiene un poco ese “espíritu narrativo”. Las intenciones parecen las mismas. Los calendarios son otros. Le queda menos vida al sol. Lewis Carroll era Charles Dodgson. ¿El lector, será el lector? No podría asegurar que Melisa sea siempre Melisa, y eso de malo no creo que tenga, absolutamente nada. Salvo que resulte justamente la peor forma de nada… La nada, el vacío... Sin embargo, en ella siempre queda el valor, la palabra, el significado, y el significante. Desde la mitología y la cuenca del Mediterráneo, la caja de Pandora, aunque esté en el fondo, también contiene aún la esperanza.

Yo dije el mar

Una vez yo dije el mar

y estábamos desnudos

vos y yo

como dentro de una caja de zapatos

con algunos orificios

para el aire

lo recordé ayer

al bajar del colectivo

que me deja justo

frente al hospital

del cáncer

esperando un cambio de luz

para cruzar la calle

vi la playa

tan vacía como antes

esa tarde

bajo el peso de tu cuerpo

un paraguas destrozado

como un ave marina

que deja sobre la arena una huella

a la par que la borra

mientras la piel

pegada a los huesos

varillas de metal que sostienen

la lluvia, se agujerea como tela

del color de la carne de un molusco

ahí estaba

un paraguas caído

cadáver de alas abiertas

en medio de la calle el dolor

de inventar otra vez

el recuerdo del mar

yo dije el mar

como podría haber dicho

la cama

con las sábanas revueltas

como espuma

Melisa Mauriño

Poema del libro La piel de la oruga (Viajero Insomne, 2016)

Piedra, papel, tijeras

Dos niñas juegan sentadas en la tierra:

piedra, papel, tijeras.

La piedra es el corazón

detenido del zorzal, el estallido abrupto

del cristal en la ventana. La casa

está habitada, también

lo que rodea el perímetro del jardín.

Niña uno busca el tercer ojo

de la abeja que no abarca

todas las flores por sí sola.

Niña dos aprieta el puño,

dice piedra: te convertiste

en tu propia rata de laboratorio.

El zorzal lleva muerto tres noches:

piedra, papel, tijeras.

Las patas apuntan a Orión.

La vida comienza en el estómago,

se abre una mordida de luz.

Dijeron que tenía gusanos, era inquieta

la niña, no sé cual. Parasitada.

Encerrada en sí misma.

Los hijos salen de la cola.

Vimos a la perra

echada detrás del ciruelo.

Niña uno recuerda su muerte

en una vida pasada.

¿En qué órgano

ocurrió tu muerte? pregunta niña dos.

La garganta se heló de pronto, piensa.

Átropos corta los hilos.

No alcanzan los jazmines

para cubrir la nariz, el aullido que desprende

el cuerpo entumecido del zorzal

sobre el anaquel. Ambas dicen

papel, las palmas desnudas.

El papel es el engaño

que cada uno pagó de su bolsillo.

Niña uno esconde las manos en la espalda.

Limpia sobre el doblez del vestido la sangre

de los grillos aplastados. Es roja

como la nuestra. La agonía

duró pocas horas.

Niña dos extiende la palma, el sol

queda acostado encima, con él

se acaricia de un modo tibio, lento.

Niña uno le enseña donde

pellizcar la carne. Se ríen.

Parecen convulsiones.

Quisiera mostrarte el amor,

con mi lupa. Ahora las hormigas.

Así lo hacen las muñecas

cuando no estamos mirando.

La casa se incendia, comenzó

en el cuarto de los padres.

Huelen a ácido fórmico

las hormigas quemadas.

El zorzal no se mueve, la abeja

regresa al panal. La miel se desborda

por todos los agujeros.

Los jazmines se cierran.

El silencio es la ausencia

repentina de los grillos. La perra pare

otro cachorro a solas. Mastica

la placenta todavía caliente.

La piedra es el corazón.

El papel es un engaño.

Dos niñas juegan

acostadas en la tierra:

piedra,

papel,

tijeras.

Melisa Mauriño

Poema perteneciente a un libro inédito.

Ocho años. Cinco niños reunidos alrededor de una pecera de cristal. En su interior piedritas de río. Dos dedos de agua. Excrementos en una esquina. Una rana macho de vientre abultado en su migaja de mundo. Nos acompaña una mujer adulta. Dice: ¿Quién quiere sentir el abrazo de la rana macho en celo? Los animales se aparean sin palabras. Nos gusta mucho mirarlos. Esta rana no tiene compañera, está sola en su acuario. Uno a uno pasan los niños a experimentar el abrazo húmedo de la rana. Es una máquina que reacciona al tacto como se dispara un arma cuando se aprieta el gatillo. Es mi turno. Sigo las instrucciones. Estoy nerviosa. La mujer sostiene al macho por su lomo y él abre las patas. Pongo mis dedos índice y medio contra el vientre. Los deslizo y presiono suavemente su piel rugosa. Cierra sus patas en torno a mis dedos. Los sujeta con violencia. Me estrangula. La impresión húmeda permanece en la piel que recuerda. El agua deslizándose sin conciencia entre la barriga y los dedos. Los espasmos inútiles. La dolorosa calentura del macho. La falsa cópula con la niña. No lo soporto más. Pido que pare. Entonces lo suelta. Él me suelta. Siento el alivio. La pena del animal que es uno en el mundo; nunca más dos, ni tres, ni cuatro, ni tampoco el futuro de su especie.

Melisa Mauriño

Fragmento perteneciente a la primera novela de una trilogía aún inédita.

Biografía

Melisa Mauriño es Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Ex residente de psicología clínica del PRIM Hurlingham y de la residencia posbásica de Cuidados Paliativos del hospital Tornú. Escribe poesía y narrativa. Ganó el primer premio del 1er. Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer libro “La piel de la oruga” (Viajero Insomne, 2016).






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