“Hay que sentir el impacto de la historia en el propio cuerpo”, Samanta Schweblin. Adriana Santa Cruz



Kentuckis.-Samanta Schweblin

"Hay algo a lo que sí le tengo miedo, y que justamente, para evitarlo, procuro tener siempre presente, y es la profesionalización. En mi ideal, la escritura siempre debería intentar llegar hasta donde quiere desde el abismo de no saber cómo, desde el estupor, la curiosidad y el deseo sin armas". Una entrevista a la autora de Distancia de rescate y Pájaros en la boca, que acaba de publicar su novela Kentukis.(2018) (Random House).


Sinopsis

¿Qué sucedería si personas de cualquier lugar del planeta pudieran meterse en la vida de otras? ¿A través de qué dispositivo lo harían? ¿Hasta dónde podría llegar la creatividad humana para sacar provecho de esta situación? Cada uno de los personajes de esta novela encarna el costado más escalofriante de la tecnología.

Ya se registran miles de casos en Vancouver, Hong Kong, Tel Aviv, Barcelona, Oaxaca, y se está propagando rápidamente a todos los rincones del mundo. No son mascotas, ni fantasmas, ni robots. Son ciudadanos reales, y el problema -se dice en las noticias y se comparte en las redes- es que una persona que vive en Berlín no debería poder pasearse libremente por el living de otra que vive en Sídney; ni alguien que vive en Bangkok, desayunar junto a tus hijos en tu departamento de Buenos Aires.

La crítica ha dicho...

"Aterrador y brillante."
The Guardian

"Lo genial no es lo que dice Schweblin, sino cómo lo dice. Tiene un diseño tan enigmático y disciplinado que el libro parece pertenecer a un nuevo género literario."
The New Yorker

"Samanta Schweblin le inquietará, sin importar cuán seguro se sienta."
Jesse Ball

"Una de las novelas más convincentes y fantásticas que jamás haya leído."
Book Riot

"El estilo único, el ritmo rápido y la narración increíblemente sabia y compacta crean una novela especial que permanecerá en tu mente mucho después de que cierres este libro."
Etgar Keret

18/4/16
Adriana Santa Cruz

Samanta Schweblin no necesita demasiada presentación. Es escritora, es egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires y, sobre todo, es una de las narradoras más leídas y más premiadas en la actualidad.

Su libro de cuentos El núcleo del disturbio (2002) ganó el primer premio del Fondo Nacional de las Artes 2001. Su segundo libro de cuentos, Pájaros en la boca (2009), obtuvo el Premio Casa de las Américas 2008. En 2012 ganó el Premio Juan Rulfo por el cuento “Un hombre sin suerte”. Recibió el Premio Konex Diploma al Mérito y en 2015 gana el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero con su libro Siete casas vacías. En el 2015, además, publicó su primera novela, Distancia de rescate.

-Sos una escritora reconocida, un referente importante para los escritores de tu generación, ¿cuáles eran tus expectativas cuando publicaste tu primer libro?

-Tenía más miedos que expectativas. Los premios hicieron que el libro se publicara mucho más rápido de lo que esperaba y prácticamente sentí que me lo sacaron de las manos; estaba muy avergonzada. De hecho, sigo renegando de ese primer libro, por lo menos de gran parte de los cuentos.

-¿Cuándo empezaste a escribir, supiste desde el comienzo que querías dedicarte a la narrativa?

-Quería contar historias e intuía que debía seguir ese instinto, pero pensaba en el cine, en el montaje, en el guión cinematográfico. Incluso sabiendo ya que la escritura era una de las cosas más importantes en mi vida, la idea de convertirme en escritora ni siquiera se me había pasado por la cabeza.

-De los cuentos pasaste a la novela, ¿Distancia de rescate se te presentó desde el comienzo como una historia que debía escribirse como novela?

-No, todo lo contrario. Primero fue un cuento con el que luché casi dos años. Lo abandoné y lo retomé varias veces, pero yo sabía que había algo importante que no funcionaba, y a mi cabeza de cuentista le llevó un buen tiempo entender que el problema era sobre todo una cuestión de longitud, que para contar lo que quería contar, y de la manera en la que quería contarlo, necesitaría por lo menos 130 páginas más de las que yo estaba acostumbrada a escribir.

-Cortázar hablaba del sentimiento de lo fantástico, ¿todas tus historias parten de este sentimiento, o lo fantástico, lo siniestro, lo extraño va a apareciendo a medida que vas escribiendo?

-Tengo mis etapas. Creo que en El núcleo del disturbio y en Pájaros en la boca, los dos primeros libros, hay muchos cuentos en el que el punto de partida ya implica un mundo que linda con fantástico, y fueron pensados así desde el principio. Pero en Siete casas vacías, e incluso en la novela, Distancia de rescate, lo extraño en el ambiente, en alguna sospecha, es como un sonido tonal de interrogación que acompaña las historias de punta a punta, pero que nunca termina de develarse.

-Alguna vez hablaste de los consejos de Kurt Vonnegut, en especial de aquel que dice que no hay que hacerle perder tiempo al lector, ¿cómo trabajás vos esa premisa?

-Me gusta ese dicho de los gauchos que dice que la primera vez que alguien monta un caballo el caballo se toma cinco segundos para decidir si se dejará o no llevar por el jinete, si el jinete sabe lo que hace, y lo domina. Dicen que, si el caballo desconfía, es muy difícil hacerlo cambiar de opinión. Con la lectura sucede lo mismo. Cuando leo, no me entrego inmediatamente a las directivas del autor. Necesito ver que controla la situación, que sabe lo que hace, que cada palabra tiene un porqué y que no va a hacerme perder el tiempo. A veces basta una línea para caer en el hechizo. Es tan fascinante la atención que entrego cuando esto sucede que eso mismísimo busco luego en mi propia escritura. Tener esa comunicación con el lector, ese pacto de confianza, es importante.

-¿Podrías proponer vos tres o cuatro consejos a modo de poética propia?

-Diría que hay que aceptar que las primerísimas líneas de un borrador pueden ser muy malas, y avanzar de todas formas, porque nunca se sabe cuándo al fin el relato empieza, y para encontrar ese momento hay que animarse a avanzar.
Hay que animarse también a tirar los borradores enteros y usar las ideas solo como influencias.
Hay que leer mucho, y sobre todo, leer despacio, palabra tras palabra, intentando conscientizar el impacto real que cada paso tiene en el lector, intentando interpretar el impacto de una historia en el propio cuerpo, porque si no llegamos sentirlo como lectores, difícilmente lo alcancemos en la escritura.
Y, como cualquier pista de obstáculos que se precie, hay que animar a amigos y a buenos lectores a atravesarla, y tomar notas atentas y objetivas de todo lo que sucede en la travesía. Es decir, corregir y corregir.

-¿Qué pensás que gana o que pierde una narración cuando pasa a someterse a las leyes de otro discurso como el teatral?

-Pierde el gran espacio que la literatura deja adrede para que las cosas sucedan en la cabeza del lector, aunque algo de esto hay también en el teatro. Gana en todo lo que puede poner el cuerpo, la música, la escenografía, los silencios, el espacio –sobre todo el espacio–, porque Osmar Nuñez hace un par de trucos al respecto para señalar, por ejemplo, la altura del hombre, que son una maravilla.

-Vos estudiaste cine también, ¿qué hay de cinematográfico en tus historias? ¿Podría alguna transformarse en película?

-Para mí la narración es materialidad pura. Me cuesta pensar en lo poético, o lo abstracto, si no es a través del mundo de los objetos. Quizá es esto lo que después llamamos “un texto visual”, pero no creo que estudiar cine haya tenido que ver con eso. Más bien, una gran admiración a la literatura norteamericana de la tradición de Flannery O’Connor, Eudora Welty, o los más contemporáneos Tobias Wolff o Elizabeth Strout.
Y ya hay algunos derechos contratados para el cine, estoy muy ansiosa por ver cómo sale eso.

Fuente: Leedor


Samanta Shweblin

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