"Rizoma" de Zaida Kassab. Alejandro Leibowich



Zaida Kassab



Rizoma y la extensión de la huella escondida

Los caminos por los cuales nos aproximamos a los versos pueden despedir aristas infinitas que logran que las palabras se dibujen como lazos que nos retienen entre línea y línea. Rizoma, el primer poemario de Zaida Kassab, no escapa de esto. Compuesto de tres partes (Psicogénica, Reminiscencias y Siete), el libro se va desplegando como un abanico ante el lector para que este pueda apropiarse de manera plena. La ausencia y lo inmaterial hacen pie tocando fondo con un golpe seco ya en los primeros poemas; la construcción del otro desde la no-presencia, desde el recuerdo vívido que se dibuja en una realidad implacable, sobrevuela. La ausencia y la muerte son la historia que persiste, en el presente, de ese otro que, como silueta inasible, se mueve en silencio pero dejando un susurro que se proyecta como un eco en el espacio y no se diluye. La re construcción de esa historia, cartografía de amor y dolor, es la vida misma del sujeto. Rizoma, dispara y las esquirlas certeras de las palabras se incrustan en el lector. El ausente es el padre, el luto no se diluye, muta a medida que se extiende: “Puentes perversos / entre el último recuerdo / y la primera ausencia”, nos dice. El dolor es persistente y solo va cambiando de forma. La finitud del otro alcanza a todas las cosas y se propaga; todo es finito, desde el vuelo que planea en el cielo y debe caer, hasta la niñez misma que se evoca con distintos matices pero siempre desde la nostalgia de lo que fue. Solo se descansa en el sueño, pero este no se consigue, solo quedan las horas extendidas de introspección entre 10 las sombras y el humo. Aun así entre los versos no hay un pesimismo recalcitrante, al contrario, hay una cacería de posibilidades donde se espera que el estado de pesar cambie; allí se contrapone la vida misma, el deseo sobre el otro, el amor, el sexo y el cuerpo –propio, ajeno– que se descubre entre temblores e inocencia. La madre, imagen fuerte y que se contrapone; herida constante que ha dejado huellas en el cuerpo, lo ha marcado con su mismo cuerpo y ha construido no solo el temor sino también el abandono. El olvido llega de la mano de la sobriedad maternal, quien se versifica es quien no puede olvidar y la mira mientras se aleja. Hay una herida más que no cierra entre los versos, late, abierta, expuesta, ante los ojos de los otros. Las dos figuras que más se destacan marcan la genealogía, delimitan la historia, abren ventanas que nos permiten mirar atentos, como testigos, lo que ha pasado y vuelve como un carrusel en sepia. Otros senderos de Rizoma son fragmentos, recortes de lo cotidiano: los pasillos de la casa, los rincones, los árboles y los pájaros. Somos partícipes, nos apropiamos, dolemos y caminamos los mismos pasos. Las poesías de Zaida Kassab son pesadas, pero leves, imperceptibles pero contundentes, son algo que nos atraviesa en nuestro estatismo y de lo cual tomamos conciencia luego de ser atravesados, creemos que ilesos nos retiramos, pero la sombra persiste, como una gotera en el eco del vacío. Busca sumergirnos y envolvernos; lo consigue. Son poemas en la poesía.

Daniel Ocaranza




En la cámara de revelado.

Primera instantánea (parte de la próxima entrevista a Zaida Kassab).

¿Te acordás cuando el pasado era uno? La ruta era previsible. ¡Tráiganme los ojos de mi enemigo, quiero entender cómo me ve! “Al morir mi padre,/ hice llover/ del cielo/ piedras.”

Zaida puede salir de cualquier esquina, o cualquier esquina puede incluso ser ella misma. De cualquier punto geográfico. Del lugar más inesperado de tu casa, y de sus mismos textos. Puede atarte, invadirte y poblarte de palabras.

En 1947, se fundaba la agencia de fotorreportaje “Magnum”, que cambiaría la forma de percibir la realidad inmediata. Sin embargo las instantáneas serían registradas por una cámara muy básica. Es que lo importante no era tanto el mecanismo, sino su uso. Robert Capa, David Seymour “Chim”, Henry Cartier-Bresson y otros darían un giro a la velocidad y a una forma de captar las cosas. Los archivos fotográficos de la agencia incluían fotografías de estilos de vida, familias, drogas, religiones, guerras, pobreza, hambruna, crímenes, gobiernos y famosos. Zaida es una presencia que posee una cámara plurisensorial. Esta cámara registra imágenes, conversaciones, vivencias. Miseria, distintas formas de verdades, que en realidad son interpretaciones. Tiene un paladar de origen divino, que comparte tiempo y juega a los dados con ciertos demonios. Tiene ansiedad y también furiosa necesidad de querer y ser querida. El ímpetu es una forma de la furia secreta. “Esta pesadez/ que me embriaga,/ me marea,/ y me niega la inocente mirada.”

Desde un despeje de combustión y distorsionada realidad desarrolla un sistema rizomático que podría rastrearse en Deleuze y Guatari. Pero también en Cartier-Bresson (fotógrafo, pintor y teórico de la imagen). Ella tiene mucha semejanza con este personaje histórico en muchos aspectos. Zaida Kassab, nació en La Quiaca, Jujuy. Hija de un comerciante que ejercía un tránsito constante entre provincias manifiesta entre otras cosas, la geografía norteña ya incorporada a su información genética. Estudia fotografía desde hace tres años en la universidad. Pronto (en realidad al mismo tiempo) su océano visual fue invadido por la pintura y las palabras. De todos modos para muchos, ya viajar, es una forma de lectura y aprendizaje transliterado. El “instante decisivo” es como una constante cuando su poesía parpadea o enfoca. “Ojo, mente, corazón”. Cartier-Bresson cuidaba la imagen. Buscaba el mejor ángulo, para que ésta quedara grabada en la memoria. Todo es esperar el momento y en ese instante disparar. Eso hace Zaida cuando escribe, metaescribe, incendia metáforas y enciende el vértigo. Esto es el instante decisivo. Un instante que no puede dejarse pasar. Se contaba con una oportunidad única que no debía ser pasada por alto. Sino nos arrollaba, nos dejaba el yermo olvido, y la nada. 


Alejandro Leibowich



III


Su beso
era asqueroso,
sentí sus lágrimas pegadas al maquillaje y a su piel,
el olor condensado de noches y botellas
me daba náuseas.

Aquel momento de sobriedad y de perdón
me enfermaba,
me molestaba más
quizás
                      que sus insultos y sus golpes.

La cocina se hacía inmensa,
sus paredes se alargaban
y las ventanas se alejaban de mí.

Un consuelo,
          “ningún momento es eterno”.

Al irse
           llorando,
suplicando perdón,
           repetía
Mamá no lo volverá a hacer,
          una y otra vez,
                     una y otra vez.

                                                        Zaida Kassab



Zaida Kassab


Rizoma. Zaida Kassab. Tapa y contratapa



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