"No se ha encontrado nada". Carolina Diez


Carolina Diez

Carolina Diez


No se ha encontrado nada


NO SE HA ENCONTRADO NADA reza el principio de todo pues al principio, somos nada y posibilidad infinita de todo
al principio: nada
he aquí el principio que me impulsa a plasmar pequeñas nadas en este espacio temporal
acceden todas mis individualidades a cruzar la grieta cósmica que abre este portal en un ansia de compartir partiendo de esta nada, en retro y proyectiva, si es eso posible
al final: nada.


Espacios XX (versión 2013)


La cafetera chirriaba en eco sordo. Él, sus oídos, más bien, estaban a suficiente distancia como para soportar el chillido sin enloquecer, se acercó a paso calmo y apagó el fuego. La cafetera se parecía mucho a una pava, le dijo su compañero desde detrás del quicio de la puerta de Arturo. El compañero llevaba lentes y una boina en cuadrículas que de vez en cuando reacomodaba para que permanezca firmemente ladeada. Un pequeño bigote se movía mientras pronunciaba sus palabras. Arturo le dijo cierto y sirvió dos cafés en tazas de diámetros diferentes, volvió al lugar, a la mesa más bien, en la que el compañero, ahora sentado, ya no tan sólo como remanente del borde de la puerta sino ahora sentado, construye un robotito con el papel del paquete de cigarrillos. La boca ladeada aceptó la taza y le dijo que no se apurara con el azúcar que ya lo había dejado también, ¿y vos? La mesa es un asco dijo Arturo y el compañero asintió. Las noches de fiesta siempre lo mismo. Y sí le respondió el compañero, ahora quería armar un barquito que tuviera también piernas. Arturo pateó una botella de coca que rodó hasta chocar el zócalo y fijó un solo ojo en el techo. Trago sonoro sorbió y comenzó a relatarle los hechos. Detrás de la cortina de bambú la voz de Tracie sacudió las bases de la mesa, los libros del costado, las botellas rodando. Por supuesto que su nombre no era Tracie, ni Trixie tampoco, ni los otros similares que se inventaba, pero de momento sabía mantenerse llamándola así. Y loca. La calló con esta última (no le dijo calla Trixie, o cállate Tracie, sino callate loca) y siguió su discurso mientras el compañero hacía ya un bollo microscópico con el papel, una esfera veteada apretada entre las yemas como la tierra en las pinzas de Dios. No es lo mismo que antes, no me alcanza más. El compañero asiente, sorbe café, asiente de nuevo, quita el cigarrillo que aprietan su oreja y su boina escocesa y lo enciende y, fumando, le pregunta cuántos son los clientes. Arturo le aclara que siempre son pocos, que los tiempos que corren, que el mercado y vos me conocés le dice. El compañero asiente, le repite, siempre fuimos como hermanos, Arturo, pero viste. Entiendo. Arturo entiende y es muy poco el tiempo que le dura su cigarrillo. ¿Cuántos minutos demorás en fumar un cigarrillo, Arturo? Ya de joven habías bajado de siete minutos a cuatro. Ahora, Arturo, ¿cuánto te dura un buen puro?, ¿cuánto te dura la algarabía del contaminarte otro poco y otro? Arturo tose y no contesta. El compañero agita el cigarrillo e intenta ser animoso, quiere hacerle creer a Arturo que puede y Arturo quiere creele. Pero en vez de eso niega con la cabeza, tiempo muerto dice y un vaso cae de pronto como para acentuar lo cierto de su planteo, y cae al suelo, se rompe, entre otros vidrios y Trixie detrás de la cortina ahora ronca.
No hay revelaciones exentas de sombras y eso lo sabemos. Sorben las bocas el café, los ojos se contemplan en silencio. Oyen los pasos. El puño golpea en la puerta. Es un remolino de tiempo el que inicia ese golpe.
Un tiempo que los absorbe hacia atrás, hacia adentro, al ángulo muerto, neutro, el ojo de Trixie estalla como un fuego, en el cuarto, casi lejos, en un viaje de marranitos y conejos en un punto ajeno que no volverá a visitar, sus dedos se sacuden pero no oyen, no oyen el sonido del vecino que vuelve a golpear la puerta pero no es el vecino y eso lo saben y no lo dicen y en los dedos del compañero de Arturo solo queda un intento perdido entre el humo.


Todas las Evas (dramatización de un soliloquio inconcluso)



No sé mamá para qué sirve actuar. No, no deja plata, expresarse tampoco, expresarse, tambalearse con la lengua resquebrajada por un secreto, un secreto que se grita y no se escucha, vociferar la verdad recortadita y caprichosa que espiamos por una cerradura escueta y oscurecida por el hábito, no, eso no deja plata. No, mamá, no sé para qué sirve. Me gusta. Me divierte, me ahorro la psicóloga, homologo el reiki, suplo la abstinencia toda. Catalizo. No, mamá, no quiero vivir de esto, mamá, ¿cómo voy a querer vivir de esto? ¿cómo podés pensar que voy a querer vivir de esto? ¿cómo pudiste llegar a pensar que tras la solemne y recta transmisión de atributos yo iba a poder querer vivir con esto? No, mamá, la mujer en la casa, la mujer en la cocina, la mujer con los niños.
Recuerdo la situación: interior día, Eva sola, nada de jardín o pasto, nada de picnic, adentro Eva, quietita, ¿Por qué no pudiste quedarte quietita, Eva? ¿Por qué no pudiste seguir quietita y buenita y calladita, Eva? La sangre que vertimos será caída en tu nombre, Eva, guardaré de mí cada mes calendario que declare fechas en que te lloramos, mi cuerpo y yo, Eva. Este cuerpo que heredamos, este cuerpo de Eva que heredamos, este trapo como bandera para ojos rumiantes que aún escarban de este lado. Acá no hay jardines, Eva, casi olvido decirte que no quedan frutos prohibidos, los comimos todos, los sangramos todos, los pagamos todos los días. Gracias igual por la virgen y las castas y los deberes maritales y la obligación de hacer de comer sin satisfacción, sin goce, sin placer. No sirve. ¿Una sirve? Beberás el sudor de tu frente, María, sin gracia, te sentarás a pastar, con alienígenas. Comerás el residuo jungiano de la perdida Atlántida, recibirás los males, los transformarás, absorberás muchos, otros te enseñarán. El libro, ¿para qué sirve, Eva? El árbol del que nace el libro del que depende tu historia, de la que cuelgan las nuestras, siglos y siglos de existencias, medio existencias, existencias a medias, existencias perdidas debajo del abdomen inflamado de algún patriarca cualquiera que si se sarpa la emboca, le deja un ojo de vino. ¿Quién era Eva antes de la manzana? ¿Quién gozaba de la manzana antes de que Eva llegara? Oh, Lilith! ¿Dónde estabas? Sangrabas, seguro, también, por ahí, ultrajada por lo viriles miembros de los orígenes. Así que Adán no tenía huevos. No había tiempo para luchar. No aprendiste, Eva. Te rebelaste. No querías cocinar. No querías estar quietita, contenta, calladita, linda. Ahora está de moda. Ahora está de moda no pensar.
Pero mamá ¿para qué sirven? ¿para zafar siempre? Con arte morís de hambre. Que no falte el pan y la sal en cada hogar. Los negros son plaga. Los mejores son yanquis. Los mejores en todo son hombres. Los mejores cocineros, los mejores escritores, los mejores actores. Hasta los que no tienen huevos, son mejores.
Mamá, ¿para qué sirve menstruar? Ya lo vas a aprender, como se aprende todo. Todo. Todo se aprende.

(2016)


Espacios III


Cruza la sombra el borde de los zócalos y crece en forma de ele proyectándose hacia el lado opuesto sobre la pared contigua, él la sigue pitando y exhalando el humo sucesivamente. Por sobre el mostrador, los cristales dobles refractan la lámpara araña que pendula detrás, quizá por el soplo que, de a tramos, genera su paso. Frenan los zapatos ante los mosaicos que decoran la base del tapial que sostiene el teléfono, la pecé y los codos de la mujer en silencio tras los lentes. Su respiración hace flamear dos páginas de la revista entre las manos y tras los cristales las pupilas lo enfocan. Se presenta la mueca, antes, en la comisura derecha, de a poco se desliza por la nariz hasta desenlazarse en el lagrimal del ojo, justo cuando, experta, la controla. Él puede notarlo; su sombra recorre tantos zócalos como para reconocer a una mujer que lleva tacos. Saca del bolsillo un papel diminuto que apoya sobre la revista abierta en la página treinta y tres, a centímetros de las uñas escarlata que no titubean en correrse. Una mano aterriza en el mouse; la izquierda, en cambio, se sostiene en un repiqueteo contra la madera en la que yace postrada desde hace Dios sabe cuándo hasta por fin dar con el papelito. Pestañea, dilata la mirada encendiendo la córnea y se deja, por fin, suspirar. Él murmura algo que ella entiende bien mientras constata la omnipresencia de su sombra. Ahora tras los cristales asoman ríos de pasado, charcos de lamentos inacabados, de intrepidez dramática y los ojos se empapan de las palabras o los números o los signos o la tinta o el vacío que hubiera en aquel papel. Ahora los diez dedos escarlata se sacuden, cerca de un mudo teclado, en ritmo apenas perceptible y tan digno de mujer con tacos que él lo nota. Por fin, traga y, en la palabra muerta que traga, traga a su paso a la víbora que le descansa en la tráquea y desciende a su pecho. Otro aliento. Cuántos más. Las cuencas giran tras el cristal y un murmullo soplado se eleva, suplicando sin ansias, por el trono que resguardan las medias, los tacos. Él se balancea sobre su calzado digno, sabe que estamos hechos de años y no lo dice. Los cristales bajan la mirada y se pierden. Otra vez no tiene sentido el escarlata. Hay cosas puestas porque sí, en las luces que opacan, en los pies, en las paredes y en todo espacio habitable. Se gasta ahora la uña repiqueteando, los cristales refractan las manos-años, él se mece aún sobre los talones y la escena, la sombra toda se relaja, se distiende el plano y vuelven las luces a la quietud, que en realidad, siempre, es tormenta.


(2013)






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