Sirena y El señor X. Dos microcosmos de Marcelo Rubio.





Marcelo Rubio

Sirena

Nunca más volvió a ver la proa de un barco, ni la arena le hizo nido en las escamas. Haber quedado sola, allí, en un vado junto a la ruta, es algo que jamás ella se pudo explicar. Las sirenas nacieron para el mar, las profundidades, con la conocida tarea de enamorar barcos y hacer encallar corazones de marineros; pero ella ya no puede. Lejos de todo eso, llevada junto a la ruta por una avanzada del mar, que la arrastró en un torbellino incomprensible, y le postergó sus quehaceres de sirena para otros tiempos, o vidas, intenta no ser vista.

Ahora pasa el día viendo camiones, coches, colectivos, oculta al costado del camino, rogando por un poco de silencio de tanto motor enloquecido, tanto humo desconocido. En los atardeceres, se sienta en un mojón cercano, apenas silabea una canción, temerosa de ocasionar algún accidente como los que alguna vez, involuntariamente, ya causó. Los camioneros, si la ven, friegan los ojos, y vuelven para detenerse junto a esa lengua de agua. Y ella ni bien les adivina la intención, se sumerge y se muerde los labios para no silbar y enamorarlos. Bajo la llovizna aprovecha para estirar su cola de pez y limpiarla. Ha hechos pocos amigos, un sapo tuerto, que sobrevivió a la rueda impiadosa de un 11/14, de casualidad; dos renacuajos que se niegan a crecer después de haber oído cien veces la versión de sapo y su encuentro con el camión; y un niño, llamado Juan, que vive en un rancho a kilómetro y medio de ahí. Ella confunde al chico con un enviado de los dioses, ya que cada mañana Juan le trae un jarrito con agua para que no se seque aquel modesto mar dulce.

Por las noches bajo el cielo agujereado de estrellas, ella descansa y prefiere no soñar con volver al mar, pues se ha dado cuenta que no le hace bien, que siente palpitaciones, que se angustia demasiado, que se vuelve casi humana, algo que a su psiquis de pez, la horroriza.

El señor X

El Sr. X sufría transformaciones a diario. Los lunes era pájaro y revoloteaba por los jardines. Los martes amanecía como gato y paseaba ronroneando por el vecindario. Los miércoles se transformaba en estrella, por lo que pasaba el día escondido y por las noches se acomodaba en el cielo. Los jueves el Sr. X amanecía como girasol, algo que le hacía doler mucho el cuello. Los viernes se volvía sapo, los sábados era una mariposa de cientos dos colores, y el domingo era un día terrible, el Sr. X no se transformaba, era el Sr. X con todos sus problemas y sus miserias, algo que le resultaba insoportable.


                


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