2- Melopea, Alejandro Leibowich


2- Melopea
Mingonious buscó la exacta ubicación de su Ford Focus, y mientras saludaba a un vecino manco, que había estado en Irán. Vinieron a su mente los días de estudio trascendental de música oriental en la segunda mezquita de Ben Corach.
Si algo agitaba sus hiperquinéticas neuronas además de los platillos marca Power Beat de su batería, era la obsesión de resolver su nuevo coral de melopea.
Para cuando tenía el tema del concepto play-rest en mente. Ya había manejado unas cuadras, y debía pasar a buscar al colorado Rucci, recién llegado de su pueblo.
El colorado estaba en un estado deplorable, y sobresalía del fondo de casas, como una figura marginal de película italiana neorrealista.
- ¡Estás más gordo que la mierda!- le dijo Mingonious
- Y sí, es el sedentarismo, dejame entrar de una vez- replicó Rucci
- Bueno, pero no me destroces el auto que recién se lo trajeron a mi viejo de la fábrica.
- Es cierto, está impecable, no voy a gastarte los asientos no seas cabrón.
Mingonious revisó si todo en el auto estaba en orden, y quizo alejar de su mente por un momento el tema del coral y el play-rest.
Prendió la radio y en FM Bahit estaba hablando Corso Gómez sobre el misterioso caso del tren fantasma de Hudson.
- Y daba vueltas y vueltas por la cancha de Racing- dijo el gordo haciendo alusión al tema  
- Bah, esos entes misteriosos en lugares suburbanos, están todos borrachos seguro, como el locutor.
Mientras el periodista en la radio daba golpes contundentes para hacer énfasis en su discurso, Mingonious se perdía en esa síncopa
que producían.
Contar los silencios, manejar el tiempo con la respiración como en el canto gregoriano. El análisis… la melopea…
- Che, boludo, vas a pisar ese perro- dijo Rucci, haciendo volver del todo a la realidad al conductor.
De forma automática había seguido bien el recorrido, y espetó:
- Me olvidaba del subcomandante, qué mal… sabés, estoy pensando en un coral, y apagó la radio.
- Dejate de joder con tus ideas, y ponele atención al auto, no seas gorila.- dijo el gordo mientras se peinaba con saliva.
Mingonious lo fulminó con la mirada y le dijo:
- Soy democrático y lo sabés.
Eso cohibió a Rucci, y ayudó a dejar el auto en el más completo silencio.
Llamarme gorila a mí, pensaba azorado Funk. Maldito gordo que le debe el laburo de sus viejos al mío. Si que sabe ofender a la patria, me parece que no es solamente colorado por el pelo.
Pasó un tiempo así de pausa, hasta que la voz del subcomandante rompió el silencio.
- ¿Qué hacés Mingonious? ¿Cómo estás Rucci? Parece que va a llover.
Y tenía razón, porque estaba por desmoronarse un cielo plomizo.
El gordo y el conductor estaba ajenos al tema.
Funk recordó su breve estadía en Londres, y  cómo la gente parecía esfumarse en la niebla, evaporar el ritmo normal, mientras se daban maquinales saludos.
- Por lo menos acá no hay niebla.- dijo, y nadie entendió
El subcomandante venía vestido muy prolijo, y tenía una sonrisa estampada en el rostro. Mingonious lo miraba por el retrovisor con gesto adusto y aire impasible.
- Mierda, me estoy orinando- dijo el hipotético militar
- Bueno, para eso sirve la facultad, es un gran orinal
- Y no pasa el antidoping si lo analizan- por fin habló el gordo
- Claro Rucci, son todos colorados como vos. ¿Qué esperabas?- descargó al fin Funk
El gordo volvió a hundirse en el mutismo, mientras Mingonious trataba de volver a enfocar sus pensamientos en el coral y el concepto play-rest.
- Che, Rucci, de verdad que estás gordo como Porcel- dijo el subcomandante  


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