Las aventuras místicas de Mingonious Funk, Alejandro Leibowich



Allá por el 2009, ya se vivía un clima de híbrido presente, años setenta. Por esa época estaba muy metido en temas de la universidad, relacionados con las carreras musicales.
En mi casa compraba Clarín y Página/12 y ahí notaba que las cosas empezaban a no encajar. Y había un delirio ilógico que no se podía explicar.
En medio de todo este bodrio, empecé a armar lo que en ese momento se me ocurrió llamar "novela express". La cual ahora que la reviso, es bastante inmadura y tiene un aire a Laiseca. La idea era bastante delirante: crear una universidad peronísta en la que se enseñara música. Con teorías peronístas revolucionarias que incluso cambiaban las normas de armonía, rítmo, etc. No pude evitar, aunque no sea gran cosa postear el primer microcapítulo.

Las aventuras místicas de Mingonious Funk. 2009
A.Leibowich

Lo intrínseco y lo convencional
Serían las 6:30 a.m cuando Mingoniuos Funk veía por la ventana los primeros rayos que arrojaba el sol.
El cuarto estaba recién arreglado, el retrato de Perón y un cuadro que rezaba “Para un peronista, nada mejor que otro peronista”, se alzaban imponentes en su cosmovisión general.
Tenía un tremendo zumbido de oídos, producto de la sesión nocturna que había hecho en el club. Pero la voluntad de Mingonious lo puso rápidamente a golpetear polirrítmos en la pared y tarareaba una melodía de Johanes Sanchez Vicuña al mismo tiempo.
Al ver la caja peruana que estaba en un rincón recordando se dijo:
- ¡Esto es Do Mayor!
Y así era, toda la obra de Sanchez Vicuña estaba en lo que denominaba el mundo de la síntesis armónica bolivariana, como había dicho su maestro Sergio Castells de Lima, en aquel viejo seminario: “Solo dos tonalidades: relativa mayor y su consecuente menor".
La sapiencia parecía iluminar el cuarto, aún más que el sol, era un día “peronista”. Por ahora.
Luego de dos horas y media de práctica Mingonious tuvo algo de hambre, y se acordó que no había desayunado.
Fue a la heladera y sacó un poco de jamón, algo de pan integral y puso el agua para el café. Miró el póster de María Vazquez y se dijo que no estaba nada mal, y acompañó el gesto con un silbido de aprobación.
Terminó de desayunar, y se puso a revisar algunas partituras que llevaba.
Estaba ahí el concierto para rabel y monjes salecianos, su celebérrimo coral para las voces vagabundas de Constantinopla, y su sintaxis del ritmo con lumbalgia compuesto especialmente para unos radiólogos y médicos admiradores de su obra.
Siempre revisaba los originales cambiando detalles y sombras en sus creaciones, nunca se quedaba conforme. Se decía a si mismo que publicaba para no reelaborar una única y mágica obra, que sería como una mortal torre de Babel sonora, que caería vencida por su propio peso como la antedicha.
Todas deben resultar obras sólidas y vertebradas, únicas y unicelulares en concepción, no múltiples y confusas.
Es siempre la misma teoría, se quedó meditando.
La matriz única, perfecta y simple como decía algún maestro que tuvo en su estadía en Oslo.
En una lejanía de imágenes mentales creía ver a Schopenhauer.
Terminó el almuerzo, ordenó sus obras, y se preparó para ir a clase, tenía las llaves sobre la mesa y el auto listo en la puerta.
- Parece que no va a llover- dijo mientras enfrentaba el viento de la calle


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