La ecuación (fragmento). María Sánchez Jiménez



María Sánchez Jiménez

-Yo soy profesor de matemática- me dice – Me llamo Manuel, pero ¡ya ve! ¡Qué vaina! La vida me puso un problema bien difícil - Yo lo miro, intentando comprender, cómo si fuese yo el que no sabe cómo resolver esa ecuación. Lo miro. Su sombrero raído, sucio, esforzándose en parecer digno, e intentando mantener seco a su dueño; pero en pleno octubre y aquí en Heredia, esa faena es imposible. Bajo ese sombrero hay una persona, pero entre tanta mugre; con esa chaqueta holgada, su sonrisa desdentada, cabello enmarañado, con su característico color canoso amarillento; la persona, esa persona, queda reducida a una mueca de la vida, a un olvido de Dios. Y yo con la ecuación en la cabeza, intentando vestir a mi compañero de matemático, mientras me hace compañía en la estación del bus. Vestirlo como un ser inteligente, un hombre preparado, como un ser humano; pero para aquellos que tenemos la mente atada por el raciocinio, es una misión imposible; porque no poseemos la capacidad de imaginar, de crear, de cambiar cualquier cosa, aunque sea por jugar o por mera curiosidad. Mucho menos cuando aquello que pide a gritos un cambio, es un hombre desventurado, un hombre que nos recuerda que el problema es de él, no nuestro. Y es cuando enajenados volvemos la cara, guardamos la imaginación en el bolsillo del egoísmo y nos limitamos a mover la cabeza en señal de desaprobación, y con los dedos cruzados deseamos que se calle y que nos deje en paz.



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