Crítica de “El lento deambular de las tormentas", de Florencia Lobo. Adriana Santa Cruz



El lento deambular de las tormentas. Florencia Lobo


Adriana Santa Cruz
Cuando leí por primera vez el título del poemario de Florencia Lobo, recordé la sexta sinfonía de Ludwig van Beethoven, la Pastoral, por la presencia de la naturaleza, el “relato” alrededor de la tormenta y esa atmósfera que invita a la introspección. La obra de Florencia, estructurada en cuatro partes –“movimientos” los llamaría yo–, es un diálogo de la poeta consigo misma en el marco de la naturaleza de Ushuaia, un lugar que nos convoca a raspar la superficie de la vida y acceder a lo más profundo.

Una de las percepciones más inmediatas que nos llegan a medida que avanzamos en el libro es la de un tiempo casi mítico en el que no hay un transcurrir, sino una constatación de que el agua, el aire, el fuego y la tierra –los cuatro elementos naturales– devienen en algo más. Entonces, surgen los grandes temas de la poesía: el tiempo, la memoria, la muerte que, a su vez, se transforman en una poética, en una declaración de lo que es la poesía para la autora. El motivo del viaje, además, recorre todos los poemas, asociado a un sentimiento de melancolía o de tristeza, siempre dentro de un tono que se aleja de las estridencias y que nos empuja hacia el silencio, en una especie de unión con la naturaleza.

Más allá del afuera que rodea a la poeta, la materia prima son las palabras, “un borde”, una “inútil saciedad”, y entonces caen, “se deforman / se desnombran / y el silencio crece en el aire / como un muro”, “un silencio de ofrenda / en la montaña”. ¿Cuál es esa poética de la que hablábamos en el párrafo anterior?: “Lo que se quiere decir. / Lo que se dice. / (…) escarbando en el silencio / la ceniza indecible / la palabra perfecta / la que no existe”. Sin embargo, paralelamente a la imposibilidad de esa palabra perfecta, surge la infinidad de la materia poética: “todo puede ser objeto / preciso de la poesía / menos la poesía: / la palabra que nunca / la palabra que siempre”. Como sea, detrás del poema está el poeta, el creador por excelencia, casi a la manera de Vicente Huidobro: “en una ceremonia / poblada de palabras / la noche recibe / al poeta que la crea”.

Por su parte, el tiempo –y sus variantes: la muerte, la memoria y el olvido– se hace presente en poemas que, sin dejar de ser literatura, proponen una mirada filosófica: “La memoria / es un arma de / doble / hilo / con uno cose / por el ojo del presente / pedacitos del pasado / con el otro va / hilvanando / jirones / de hoy / tiempo raído / en esa estampa / indescifrable / del futuro”.

El lento deambular de las tormentas, como todo buen libro de poemas, nos regala la posibilidad de una pausa y el disfrute de la música que tienen las palabras, y nos trae algo de una Ushuaia que nos conecta con lo sagrado, entendido como algo que nos trasciende.


El lento deambular de las tormentas, Florencia Lobo, El Suri Porfiado Ediciones, 2018, 76 págs.


Fuente: Leedor


Florencia Lobo



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